Estaba mirando por la ventana cuando sin querer recordó la primera vez que había visto a aquella persona a la que estaba esperando pacientemente en ese entonces. Con las calles oscuras que silenciosas le recalcaban ese submundo en el que estaba involucrado, se preguntó de qué forma había llegado a inmiscuirse tanto en un terreno contra el que había sido educado para luchar. Posó su blanca palma sobre su mejilla fría y suspiró, con la vista fija en algún punto más allá de las luces esporádicas que transitaban por la calle algo húmeda por la llovizna caída hacia pocas horas, reposó sobre los codos y comenzó a darle vueltas a aquellos días que lucían tan lejanos, en los que había visto por primera vez a quien era una especie de secuestrador para él. En su memoria, la imagen por si sola del hombre de cabello aleonado le sacó un suspiro y un sonrojo con el que agradeció estar solo, porque la idea de ser visto por alguien más en ese estado de estupidez lo atormentaba, por el simple hecho de tener un prestigio y un orgullo que defender, una faceta que había tardado en crear y que lo colocaba a él como el indiscutido líder en todas las áreas a las que había servido en sus cortos años de trabajo. Afuera estaba oscuro y húmedo, y dentro hacía tanto frío como en un congelador, y es que desde hacía meses que no estaba en un lugar cálido, en una cama propia, en una casa decente a la que llegar para dormir tranquilo, desayunar como cualquier día antes de conocer a Zanark, ver televisión, ir de compras o visitar a quienes consideraba a sus amigos esos días, por el contrario, apenas si recordaba la última vez que había ido a un centro comercial a gastar el sueldo en las prendas que conformaban su armario ya olvidado. Miró su suéter oscuro y jaló de él un segundo, sintiendo que llevaba esas mismas ropas viejas desde que tenía memoria. Volvió la vista a la ventana nuevamente y suspiró, tocó la lana áspera de sus ropas y sintió el palpitar de su pecho tan solo y aislado de toda la humanidad.
Había sido hace menos de un año que había sido designado junto a otros a cumplir aquella dichosa misión con la que había terminado conociendo a uno de los peores criminales de la época. Siendo miembro de la policía secreta, su deber era investigar y dar con el paradero de una asociación de traficantes de órganos que había estado evadiendo a la justicia desde hacía mucho tiempo, llegando incluso a apropiarse de sectores de la ciudad que las autoridades ya consideraban infecciosas para la población. Sin embargo para dicho trabajo, los superiores no habían tenido mejor idea que aliarse con aquellas mentes criminales que en esos días estaban bajo prisión, con la excusa de reducir sus penas en considerables años. Una idea infernal y asquerosa, habían pensado la mayoría de los miembros de la policía, aunque al cabo de poco tiempo de interacción, sus opiniones cambiaron al comprobar que, en efecto, la ayuda de dichos sujetos era más bien provechosa para el equipo entero. En menos de una semana habían dado con el paradero exacto de uno de los cabecillas de la banda, al mes, con el líder, a quien exterminaron a sangre fría frente a toda la ciudad, con lo que se cerró el caso del tráfico de órganos que durante tanto tiempo habían tratado de liquidar. De ese modo se había cerrado aquel caso, pero no los problemas para el joven observador de la ventana, quien al recordar esos días de travesuras no supo si echar a reír o llorar, porque todo eso había sido el detonante para su actual estado de aislamiento. Ya no podía siquiera comunicarse con sus amigos, ni mucho menos quienes otrora habían sido miembros de su institución, y todo porque de un segundo a otro, al poner sus manos entorno a la cintura de alguien más estando arriba de una moto, se había convertido en un criminal prófugo de la justicia. Nunca había extrañado la libertad tanto como entonces, ni tampoco lamentado no haber valorado lo suficiente sus tardes en los cafés, vistiendo ropas elegantes junto a sus amigos del trabajo luego de haber cumplido alguna misión.
Apagó la televisión que había hecho de lámpara todo ese rato y se tumbó en el sofá, con la vista fija en los alimentos que había puesto sobre la mesa antes de dedicarse a esperar el regreso de alguien que ni siquiera debía acordarse de él. Le asaltó la duda sobre si el pan podría o no estropearse con la humedad del ambiente, así que se levantó a cubrir los productos antes de regresar al sofá. Cerró los ojos y esperó el regreso de su compañero prófugo, así como no largarse a llorar producto de la nostalgia que se atoró en su garganta tras tantos recuerdos inesperados.
Durmió un par de horas y despertó con el rugir de una nave cercana, que identificó de inmediato. Ya era inconfundible para él aquel rugir del motor más potente de la ciudad, sobre el que había escapado ya incontables veces de las miradas curiosas de quienes podrían haberlo delatado por viajar en compañía del prófugo número uno. Abrió los ojos de par en par, y aún recostado en el sofá, tras la ventana vislumbró las luces verdosas que lentamente comenzaron a atenuar a la par con el ruido del motor extinguiéndose en ese fondo negro y vaporoso, al que no quiso salir. Fingió dormir cuando la puerta del departamento se abrió, escuchó los pasos pesados que reconocía a la perfección, rondando por el living en el que descansaba como cualquier mortal durante las noches, sintió de repente la respiración de alguien más muy cerca, tan cerca que su corazón se agitó y sus manos ganaron un calor sofocante, su rostro se sonrojó al verse atrapado en su mentirilla de jugar al dormido, pero por suerte estaba demasiado oscuro como para que aquel detalle fuese visible.
Los pasos se alejaron, y con ellos sus ansias y nerviosismo, mismos que lo hicieron preguntarse "¿qué era lo que temía?", si ya creía conocer a aquella persona y sus actitudes poco sutiles, no debía tener miedo, ni mucho menos mostrarse tímido, porque nunca había sido esa su naturaleza.
- Este pan está añejo - habló el recién llegado en voz alta, audiblemente probando las escuetas porciones de comida que el durmiente mentiroso había dispuesto para su regreso. - ¿No compraste nada bueno?
- Con la lluvia que cayó y me iba a salir a mojar - contestó el otro desde la cama, a sabiendas de que su compañero de departamento había descubierto sus tácticas de evasión sin ningún problema. - ¿Cómo supiste que estaba despierto? - soltó sin evitar la curiosidad que de pronto lo embargó. Se dignó a abrir los ojos y clavó la vista en el hombre que lo vigilaba de pie con un trozo de pan en la mano.
- Fácil, basta escuchar tu respirar y el palpitar de tu corazón - habló como contestación, con sencillez, levantándose de hombros antes de comer el último trozo de pan que le quedaba. Luego tomó un sorbo de jugo del mismo jarrón.
- Eso no...

Atrapado, siempre terminaba atrapado viendo como el otro lo leía como a un libro, adivinaba sus deseos y los cumplía con sus tácticas poco sutiles, lo embobaba con pequeñeces que acababan engatusándolo con una simpleza increíble, misma que había hecho que llegara a dormir en moteles pobres y sucios como el de entonces. Sentía el peso de la estupidez en sí, pero no podía negar que tras la faceta de engreído que exhibía como coraza de orgullo, tontos sentimientos habían aflorado por la persona que con aparente desencanto comía todo lo que había dejado sobre esa mesa vieja de motel. En medio de la oscuridad que era penosamente quebrantada por las luces tenues del exterior, de pronto vio una masa negra cruzar la habitación, la cual aterrizó directo en su estómago, logrando ponerle los pelos de punta. Cuando reconoció que no se trataba de otra cosa sino una bolsa con algo en el interior, respiró en calma, volteó hacia el remitente y arqueó una ceja.
- Te traje eso.
- ¿Vas a salir otra vez?
- Tal vez, pero más tarde - comunicó el hombre, dando otro sorbo al jugo que en cosa de segundos había desaparecido en sus fauces. - Vine para darte eso.
- ¿Qué es? - preguntó inevitablemente comenzando a curiosear al interior, donde palpó una textura suave y agradable que agitó su corazón.

Sin obtener una respuesta directa de parte de Zanark, y conforme con el atisbo de sonrisa que observó en su rostro, extrajo de la bolsa una tela suave y oscura, negra como la noche, pero más cálida que esa lluviosa bajo la que no se había atrevido a caminar.
- Un suéter nuevo... - musitó cuando extendió la prenda mencionada entre sus manos, la cual cautivó su atención en un abrir y cerrar de ojos. Por costumbre, comenzó a buscar la etiqueta para ver que era de su talla. - Esta marca es cara - comunicó luego de encontrar la información que realmente estaba buscando desde el principio.
- ¿Acaso vas a usar algo barato? - preguntó el moreno de ojos color miel, con ironía y una sonrisa que enmarcó su expresión, al tanto sus pasos lo acercaban al sujeto que le clavó una mirada de enfado. - No lo creo, si no sale una chorrada de plata no te lo pones - comentó entre risas, antes de frotar su poderosa mano entre los cabellos del joven recostado, quien apartó su cabeza del contacto.
- No sabes ni qué dices - gruñó sin evitarlo, indignado al comprobar que sus gustos y costumbres eran tan evidentes. ¿Estaba mal? Se preguntó, porque no hallaba nada que lo volviera un criminal en acariciar telas finas entre sus dedos, en sentir la suavidad de ropajes elegantes sobre su piel, decorando su imagen y su autoestima con calces que hacían de sus proporciones, una obra maestra.
- Ya pruébatelo - ordenó el más alto, cruzándose de brazos un instante antes de retroceder unos pasos para sacar un par de galletas de la mesa. El muchacho de cabello blanco lo miró desde el sofá, se sentó y sonrió tras la protección y complicidad de la tela. - Estuviste reclamando tanto que tu ropa estaba fea, que me acordé de comprar algo antes de volver.
- ¿Sólo por eso?
- Así cierras la boca un rato y te dejas de alegar por todo - habló el de cabellos aleonados, acabando por echarse el resto de las galletas a la boca. - También te traje un celular nuevo para que llames a tus amiguitos.
- ¿En serio? - preguntó el muchacho desde el sofá, comenzando a levantar su antiguo suéter para probar el nuevo. Un gesto de parte de Zanark apuntando hacia la bolsa lo hizo despabilar e investigar nuevamente. - ¿De dónde lo sacaste?
- De por ahí - comunicó de forma ambigua, sin darle importancia al tema -, no está registrado ni nadie lo ha usado aún, cuando termines de llamar a tu amiguito nos desharemos de él.
- ¿Y eso por qué? Está bonito - comentó el chico que respondía al nombre de Gamma desde su estadía en la policía secreta.
- Da igual eso, no podemos arriesgarnos a que nos rastreen - explicó el más alto, dejándose caer en el sofá junto a su compañero, quien acababa de arreglar la nueva prenda en su torso apenas cubierto por una camiseta sencilla.

Gamma asintió sin más, guardó el celular en su bolsillo y se puso en pie, estiró los brazos y tocó sus codos un par de veces con el propósito de verificar que la talla era la correcta. Caminó al espejo del baño y contempló su figura, la cual mágicamente parecía haber recobrado toda la juventud que había muerto entre la lana vieja de su suéter negro. Con un "me encanta" salido desde el fondo de su vanidoso pero buen corazón, desde el baño dio por cerrado el asunto del suéter para el otro, quien jamás había prestado real importancia a esa clase de cosas, aunque para él eran de prioridad absoluta, en especial si eran un regalo como aquel, inesperado y hermoso, acorde a sus gustos y de parte de su compañero de cuarto. Sin querer permaneció varios minutos frente al espejo, viendo las formas de su cuerpo en aquella tela suave y cómoda de color negro, que por un asunto estético lo hacía ver más delgado, y por ende más estilizado a su gusto. Extrañaba el placer de la vanidad, su habilidad casi innata para presumir sus adquisiciones nuevas y las formas que tanto trabajo le había costado tener en ese cuerpo de veinticinco años. Extrañaba sentarse junto a alguien más para comprobar su belleza, platicar con otros muchachos que no olían ni una pizca de bien en contraste con él, ver las ropas ajenas y mofarse de lo poco sutiles que habían sido para escogerlas, dejando de manifiesto su escasez de ocurrencia.
- Te queda perfecto - de repente la voz del moreno desde la puerta del baño lo hizo despertar, y sonreír como efecto inmediato ante su imagen perfecta, otra vez digna y envidiable.

Era una pena, pensó el muchacho de cabello blanco al darse cuenta de que inevitablemente una sonrisa gigantesca había aparecido en su rostro por el cumplido y el regalo, y es que sin querer se dejaba atrapar por detalles tan ínfimos que compraban su amor y lo conducían a una especie de esclavitud que jamás había imaginado posible en su mundo perfecto. Era una lástima que toda su vida hubiese quedado atrás, a cambio de un suéter que le había caído al estómago a las cuatro de la mañana, y de un sujeto que desaparecía la mitad del día sin decir a donde iba, después de que hacían el amor en las horas que pasaban juntos. ¿En qué se había convertido? Quiso saber al ver su reflejo junto al de alguien a quien no parecía importarle en demasía, no más que una mascota mimosa que esperaba en casa el regreso del dueño.
- ¿Vas a salir? - insistió y apagó la luz del baño para asomar al estrecho pasillo, donde su compañero esperaba de brazos cruzados.
- No todavía - respondió este último, antes de deslizar una de sus manos por la cintura ajena con intenciones predecibles. - ¿Quieres que me vaya?
- No.

Y con la obvia respuesta de quien se había quedado dormido esperando que el recién llegado no se marchara, se unieron en un abrazo presuroso que, mezclado con besos ansiosos y ya cotidianos, logró quitar del camino el nuevo y hermoso suéter negro que pasó a segundo plano cuando se adentraron en la recámara. Cerraron la puerta pese a lo innecesario, se besaron sin volver a hablar y poco a poco fueron desprendiéndose de las ropas que una a una cayeron al piso, al ritmo de sus cuerpos frotándose el uno contra el otro en medio de una oscuridad que apenas dejaba reconocer lo que se encontraba enfrente. El peliblanco cayó semidesnudo en la cama, al segundo su amante sobre él para cubrirlo con su cuerpo y sus besos, los que paulatinamente tornaron el ambiente cálido, lo suficiente para obligarlos a terminar desnudos el uno junto al otro, unidos por abrazos y caricias que culminaron con el ansiado contacto íntimo que los conduciría al orgasmo. Como cada día, el más joven sintió la protección de un abrazo intenso rodear su cuerpo expuesto ante las tinieblas, acompañado por un jadear ronco que acabó con una sacudida entre sus piernas que indicaba la proximidad de otras horas de soledad e incertidumbre, de dudas acerca de si ese momento volvería o no a repetirse al día siguiente, o al próximo encuentro amoroso que funcionaba como único puente en esa relación que de pronto había tildado de "pareja".
Unas horas de sueño alargaron la estadía del eterno viajero sobre esa cama, pero con la luz del amanecer en esa ciudad sucia y colmada de egoísmo, el agua de la ducha comenzó a correr para regar el cuerpo de quien ya tenía en mente retomar el trabajo interrumpido por el corto regreso a esa especie de casa. El sonido del agua, audible desde la habitación donde el peliblanco descansaba, reemplazó la lluvia y trajo consigo el malestar de la soledad inminente, acompañó el sopor matutino con el gotear que actuó como despedida desde la ducha y acabó por espantar el sueño que el muchacho había tratado de retomar. Como ya no conseguiría dormir, se arropó y cubrió toda su piel desnuda entre las sábanas que le brindaron el calor al que podía aspirar entonces, fijó la vista en la puerta abierta de la habitación y esperó volver a ver aunque fuera la sombra del hombre que se vestía para salir.
- Tráeme desayuno - habló en voz alta, con la esperanza de ser escuchado, aunque estuviese entre esas cuatro paredes, dentro de esa cama tan enorme para él solo. La puerta del baño se abrió, y tras ella el hombre de morena tez asomó vestido con una chaqueta de cuero gastada, listo para salir.

Un intercambio de miradas los hizo reconocerse con la luz del día, y una risa nasal disipó las dudas que habían estrangulado los deseos de Gamma de permanecer en compañía. Mientras el moreno de alta estatura ajustaba uno de sus guantes, su mirada dura y a la vez hiriente clavó la ajena, haciendo burla de la petición sencilla que tantas veces había oído en las mañanas.
- Estás flaco, ¿qué fue de tu buen estado físico? - preguntó Zanark desde el marco de la puerta, mirando al chico acurrucado al tanto acababa de sujetar su cabello en una coleta. - No me había dado cuenta de que estabas tan enclenque.
- ¿Y qué quieres que haga? Si me la paso encerrado todo el día - contestó el otro con desdén, desde la cama. - No entiendo porqué demonios jodes tanto con que no salga.
- No me sirves así, si nos pillan no vas a poder ni arrancar - habló el mayor con risa en su tono serio. - En ese caso mejor no sales, para no arriesgarte.
- ¿Por qué no me dejas salir?
- Porque eres un idiota y lo vas a arruinar todo.
- Ya déjate de secretos y dime de una vez en qué mierda estas metido ahora - dijo el peliblanco arreglando sus hebras disparejas y desordenadas, su peinado deshecho tras el sueño intranquilo.
- Nada que te importe - fue la respuesta final, que consiguió poner el rostro de Gamma del color de un tomate producto de la impotencia de saberse inútil e ignorante.
Zanark dio la media vuelta y desapareció entre el pasillo de la habitación, el aroma de su perfume masculino continuó en el aire, así como sus pasos firmes dando vueltas por el apartamento, alimentando la curiosidad que encendió la cólera del joven envuelto en sábanas. Cerró los ojos y evadió el momento, quiso dormir, pero sus pensamientos circundando los mismos terrenos que esos pasos no le permitieron darse un relajo, de manera que no tuvo opción más que compartir con su enojo inevitable. Al cabo de unos minutos, el mayor regresó a la habitación con un paquete de galletas, otro de cereal y un gran tazón que extendió en dirección al peliblanco que asomó de su escondite de telas al escuchar la intromisión en el cuarto. A su modo, supo que ese detalle era otra muestra de afecto acorde al tacto casi inexistente de Zanark, y a causa de ese simple gesto, otra vez sintió una alegría cuyo destino eran los depósitos de amor destinados a aquel hombre.
- Come o te pondrás más debilucho - habló el moreno acabando por arrojar los envases de comida sobre la cama tras la ceremoniosa y lenta recepción del otro para con la taza de leche caliente.
- Gracias - habló el más joven rodeando el tazón con ambas manos. Sintió el calor de las manos ajenas sobre la loza y deseó que aquel contacto indirecto no se extinguiera. Dio un sorbo a la leche y arqueó una ceja, reacio a beber más.
- Le puse azúcar, a ver si te da energía para que hagas algo de ejercicio.
- Lo que menos necesito aquí encerrado es energía.
- No me gustas así tan flaco, siento que me estoy violando a uno de esos maricones raquíticos de revistas de moda cuando te toco.
- Soy un maricón de revistas de moda.
- Ya quisieras - acabó por reír el más alto, antes de detenerse un instante previo a su huida. - Tómate eso de una vez y deja de ser tan pendejo - habló cerrándose la chaqueta luego de echar un vistazo por la ventana. Gamma frunció el ceño y bebió la leche sin chistar, mientras sus ojos seguían al hombre que buscaba las llaves de su moto en uno de sus bolsillos, quien de un segundo a otro volteó hacia él, presuroso. - Oye, voy a regresar al mediodía, arregla nuestras cosas, que nos vamos.
- ¿A dónde?
- Donde sea, llevamos demasiado aquí y el dueño ya está sospechando, lo mejor será irnos cuanto antes.
- No podemos vivir así.
- Así es como yo vivo, si te aburriste ya de jugar al niñito rebelde te puedes ir a casa.
- No - contestó el peliblanco con seguridad, aunque sabía que el otro conocía sus pensamientos, y sólo por eso jugaba con ellos. Zanark sonrió.
- Arregla las cosas antes de las doce.
- Está bien.

Tras obtener la respuesta deseada, el moreno dejó la habitación.
- ¿A dónde vas? - preguntó Gamma una vez más, alzando la voz como hacia mucho tiempo no hacía.

Sus manos se detuvieron sobre el paquete de cereales, sin hacer ruido para escuchar la contestación, pero un escueto y vacío "por ahí" desde la habitación contigua le dejó un sabor amargo, mismo que se agravó cuando escuchó la puerta del departamento cerrarse con fuerza. Suspiró y bebió la leche, cuyo sabor ya no le pareció tan dulce como antes, porque de pronto lágrimas acidas, cargadas de impotencia, cayeron sobre su bebida. Como compensación, se tragó todas las galletas dulces que no acostumbraba, se acurrucó entre las sábanas, y encendió la televisión para distraerse. Junto a la televisión se vio a sí mismo reflejado en un espejo largo, semidesnudo y con el cabello desordenado, lejos de ser lo que había sido en otra época.

La mañana pasó lenta como era habitual, con la luz del nuevo día que se colaba por la ventana aclarando los desgastados y roñosos muebles que el peliblanco apenas si se atrevía a tocar, el departamento mostró casi malicia el escenario en el que el joven tendría que gastar sus horas a la espera del regreso de su amante. El cielo cubierto de nubes en las afueras indicó que la lluvia no cesaría aún, y el clima frío que no entibió hasta el mediodía obligó al rehén a cubrirse una vez más con el hermoso suéter que había olvidado la noche anterior, antes de ponerse a ordenar tal como las órdenes de su guardián habían dictaminado sin lugar a reclamos. Ordenó la ropa que el otro había dejado en cualquier parte, se deshizo de la basura que arrojó por uno de los túneles contiguos al edificio, sacó las pequeñas maletas que nunca había visto abrirse (y que él tampoco podía abrir), guardó su ropa en una enorme mochila que tenía que cargar en la espalda como un viajero sin hogar, y terminó de hacer la cama. Se dio una ducha y peinó su cabello con dedicación, luego de vestirse con prendas que tardó en escoger, roció su cuello con perfume y quitó los implementos de baño para guardarlos en el bolso correspondiente a su compañero, quien a esas horas debía estar próximo a llegar, si no estaba mintiendo acerca de los tiempos como esperaba. Decidió aguardar en el sofá al igual que el día anterior, se calzó una chaqueta gruesa y hundió su rostro en el cuello felpudo de la prenda, dispuesto a esperar viendo los tontos programas matutinos que pasaban por la televisión.

Poco después de las doce, el rugido del motor de la gigantesca moto de Zanark interrumpió la voz del presentador de noticias en la televisión, y del mismo modo que la noche pasada, el peliblanco no hizo más que emocionarse por dentro, sin mostrar ningún interés en su expresión facial. El recién llegado abrió la puerta y echó un vistazo al interior, rápidamente se adentró para tomar los bolsos preparados y los cargó a la salida, sin pronunciar palabra ni cruzar demasiadas miradas con el muchacho que lo interrogó con sus desafiantes ojos azules. En menos de cinco minutos el más alto había echado todo al vehículo, mientras Gamma se dedicaba a comer cereales y ver televisión sentado en el sofá, esperando que alguna nueva señal que no respondiera a una orden brusca llegara a sus oídos, pero ésta no se presentó hasta que tuvo que hacer uso de su insistencia.
- ¿Y dónde nos vamos ahora? - preguntó el pálido muchacho ordenando su suéter al incorporarse para apagar la televisión.

Zanark acabó de revisar el resto de las habitaciones y volvió al living, donde el otro lo esperaba de pie con los brazos cruzados.
- ¿Dónde vamos? - repitió al no obtener contestación.
- Ponte esto - habló el más alto arrojándole un casco que el otro recibió a las prisas.
- Me acabo de arreglar el cabello - comentó el chico indicando su peinado alto que tanto lo caracterizaba.
- Póntelo ya.

No tuvo opción, tras soltar un respingo se puso el casco con dificultad para encajarlo con su cabello en punta, el cual de inmediato perdió toda la magia del gel. Salieron del apartamento y montaron la motocicleta, el más bajo sentado detrás no dejó de regodear acerca de su cabello y sobre dónde iban a ir, tampoco calló sus dudas acerca de los constantes e inciertos destinos del motorista que simplemente rió ante sus quejas, mientras se acomodaba las mangas de la chaqueta antes de encender la nave.
- Oye, escúchame - gruñó el peliblanco acercando su cara al oído del conductor cuando éste hubo encendido el motor.
- No, escúchame tú ahora - dijo Zanark con la voz risueña y un poco cansada. Su oyente cayó de inmediato porque ese era el primer intento de diálogo que daba frutos. - Te dije que no tenías que salir de aquí sin cubrir tu rostro, así que no te quites ese casco y deja de joderme.
- ¿Por qué todo tan secreto? Tú andas por ahí como si nada y yo tengo que hacer de esposa encerrada.
- Y respecto a nuestro destino, no lo sé aún, quizás tengamos que vagar un poco por ahí - continuó el mayor ignorando monumentalmente las quejas ajenas.
- ¿Por qué no vamos a mi casa?
- ¿Estás chalado? Ahí nos vamos a la mismísima mierda.
- Mi casa está bien.
- Te escapaste conmigo, es obvio que buscarán allí información sobre nuestro paradero.
- Ya me cansé de vivir huyendo de no sé qué - suspiró el más joven, resignado mientras envolvía la cintura del conductor para asegurarse sobre la moto que ya comenzaba a elevarse.
- Siempre puedes volver a casa y decir que te secuestré, yo no diré lo contrario - informó el moreno con la vista al frente, sujetando el volante del vehículo con la fuerza suficiente para dominar aquella máquina. Gamma permaneció en silencio porque había considerado aquello varias veces, pero por otro lado, ya no quería estar solo otra vez, y lo que era peor; ya no quería estar sin esa persona. - Si me atrapan contigo diré lo mismo.
- Lo voy a negar, no me secuestraste.
- ¿Quieres ir a la cárcel también? Si nos pillan a ambos como prófugos van a pensar que andas metido en la misma mierda que yo.
- ¿En qué te metiste esta vez? - preguntó el peliblanco bajando el tono de su voz, viendo al cielo gris que recibía los destellos verdosos de la motocicleta empezando a andar. Sujetó a su compañero con más fuerza y miró hacia abajo asustado, olvidando lo que era viajar en el aire después de algunos días encerrado.
- Si nos meten a la cárcel, te van a partir el culo los demás - amenazó Zanark entre risas que se perdieron con la marcha.
- ¡No!

La voz del más joven también se extinguió con el ruido del motor en medio del cielo gris y extenso, casi tan extenso como la ciudad que comenzó a tomar forma bajo los pies de ambos, una vez se alzaron por completo sobre la motocicleta flotante.
Otras naves surcaban los cielos de la metrópoli que se dedicaron a contemplar como dos aves emprendiendo el vuelo; a lo lejos distinguieron los suburbios cercanos al sucio motel en el que habían pasado sus tres últimas noches; del otro lado se expandía la gloria absoluta del nuevo imperio gobernado por las máquinas. Túneles que cruzaban las nubes, cargados de seres destinados a cumplir labores para la producción del país, calles repletas de automóviles que publicaban por doquier por ser capaces de volar a la velocidad de la luz, pero que sin embargo estaban estancados en la ruta dispuesta producto de la sobrepoblación; torres que se alzaban al cielo y se perdían en el suelo entremedio de los pasadizos infinitos que interconectaban los edificios relucientes de poder y flúor, plazuelas escuetamente adornadas por árboles tan invisibles que había que identificar con lentes de aumento, motocicletas voladoras que se encargaban de los servicios exprés de los habitantes de clase media, sin el recurso para hacer uso de medios de teletransportación; gigantescos centros comerciales y deportivos implementados incluso mejor que las escuelas; edificios gubernamentales cuya utilidad siempre había sido un total misterio, oficinas por doquier, luces que iban y venían como estrellas en medio del espacio futurista del que los poderosos se enorgullecían en la televisión; inimaginables diferencias en el territorio dividido por la riqueza y la pobreza de quienes no habían agarrado el hilo de la modernidad, y por último, bases colmadas de máquinas creadas para matar, de subhumanos cuya única misión en la vida era cargar con la muerte y el caos, desde la infancia, desde que conocían la primera pistola a los tres años de edad. Los ojos azules del copiloto en las alturas se posaron en los asentamientos que alguna vez había contemplado de cerca, en los rostros inertes de jóvenes de su edad cargados de armas hasta bajo la lengua, a diferencia suya, que lo único que traía encima siempre eran un par de joyas valiosas como relojes o cadenas.
- Qué lugar tan de mierda aquel - musitó sin querer, sujetándose de la cintura de Zanark, quien hizo un ademan afirmativo con la cabeza al comprender. - Una vez estuve allí, durante una misión.
- ¿Sí? - preguntó el conductor del vehículo prestando poca atención, más al pendiente de la ruta que seguir, que iba delimitando acorde a su ideal en lugar de la señalética.
- Beta nos envió a buscar unos documentos para comprobar que ese lugar es legal, a todos nos parece muy extraño que el gobierno permita que exista un lugar así - comentó sin quitar la vista del edificio negro que se camuflaba perfectamente entre los pasadizos que cubrían sus instalaciones, mientras pasaban a un lado del lugar, entre los carteles que el mayor no se molestaba en obedecer. - Oye, estás en sentido contrario - informó Gamma cuando vio una flecha indicando la posición contraria a la que seguían.
- Me sorprende que tengas a esa tipa de superior - rió el hombre mientras abruptamente cambiaba de dirección.
- No es mi superior.
- Con razón te fuiste de ahí - rió Zanark, pero su ceño se frunció al sentir un rodillazo en su pecho. - Hey, no te pongas yegua.
- ¡Cállate!
- ¡No me grites!

Bastó que la voz usualmente ruda pero risueña del más alto se tornara grave para cambiar el exceso de confianza de parte del copiloto, quien apretó los labios así como el agarre de sus manos antes de que comenzara a llover.
- ¡Mierda!