Prefacio

Entonces las puertas se abrieron. Y litros de sangre se desparramaron por todo el suelo blanco como un río, llegando hasta la mitad de la pantorrilla de cada vampiro. Pero en el ese río rojo también había otra cosa. Cuerpos. O bueno, algo parecido, porque en este momento, mayormente, todo lo que parecía era carne cruda. Sin embargo, el indudable olor humano estaba aun en ellos. Vagamente escuché sonidos de tragos, succión y gruñidos de satisfacción, y supe que no solo los neófitos se habían descontrolado. La mayoría de los vampiros en esa habitación estaban de rodillas con el rostro hundido en la sangre tomando todo lo posible, como si acabaran de escapar de un desierto después de estar atrapados ahí durante semanas. Y entonces mi shock por los sucesos desapareció y yo también olí el dulce sabor de la sangre fresca que ofrecía inmediata mitigación al ardor de mi garganta. Tocaba la piel de mis pantorrillas suavemente, tentándome. Y no lo aguanté.