Antes de que comencéis a leer, quería pedir disculpas de antemano por si esta historia se parece o es similar a alguna otra que hayan publicado. No suelo leer muchos fics y, por tanto, no sé si se asemeja la historia. Solo espero que la disfrutéis.
Esta historia, si me lo permitís las demás, me gustaría dedicarla a dos personas importantes en mi vida:
La primera, es la persona que siempre está a mi lado aguantándome y me acompaña en esta aventura de locos a la que llaman vida.
La segunda es para una persona que encontré por el camino no hace mucho tiempo y no por ello es menos importante.
Sin su apoyo, ésta historia no vería la luz.
No seáis muy dura conmigo :D lo he escrito con todo el cariño y el respeto.
Los personajes que aquí aparecen no me pertenecen y son de propiedad de Ryan Murphy Production.
El relato es ficticio, cualquier parecido a la realidad es mera casualidad.
Prólogo
-¿Y si damos la vuelta?-me agarro fuertemente al brazo de Marley.
-No te estarás echando atrás...-me mira incrédula.
-No es eso, es sólo que podíamos estar haciendo otras cosas más divertidas que estar en este estúpido baile-intento desviar la mirada de los ojos acusadores de Marley.
-¿No crees que es hora de que te enfrentes a tus miedos?-me arrastra aún más hacia la puerta.
-Podría afrontarlos otro día-intento frenarla por todos los medios.
La puerta del instituto luce como en el último baile de graduación y, aunque hayan pasado años, me parece como si el tiempo hubiese dado marcha atrás y volviese a revivir aquella amarga noche. Las cicatrices de esa noche me queman aún en la piel y la niña asustadiza que era volvía a hacer acto de presencia.
10 años antes
-¡Rachel! ¡Vas a llegar tarde!-escucho gritar a mi padre desde el salón.
-¡Ya bajo!-contesto con algo de desgana.
Son las 07:00 horas de la mañana y ya estoy deseando que acabe el día. El despertador no ha parado de sonar, pero, como cada mañana, lo ignoro para no levantarme de la cama. De lunes a viernes la misma historia; mi padre me grita desde las escaleras para que baje a desayunar y llevarme al instituto.
-¿Todavía estas así?-noto cómo me mira de arriba abajo.
-¿Qué pasa? ¿No querías que bajase?-lo ignoro para ir hacia la cocina.
-Tengo muchas cosas que hacer en el trabajo y no puedo llegar tarde porque a ti te cueste levantarte-me recrimina mientras me observa de pie en la cocina.
-Odio el instituto-suspiro.
-No será para tanto…-vuelve a mirar su reloj algo apurado.
No me gusta hacer enfadar a mi padre, el pobre ya tiene bastante con sacar él sólo la casa adelante. Desde que murió mi madre, él se encargó de todo y el dinero que dejó el seguro de vida de mamá decidió guardarlo para mis gastos universitarios.
La universidad… Qué bien suena y qué lejana. Aún me queda aguantar este año en el instituto, si todo sale bien, claro. Otro año más en el infierno.
-Ya estoy lista-bajo a toda prisa las escaleras, ésta vez sí que se me ha echado el tiempo encima.
-Ya era hora-mi padre me sonríe.
El camino es algo largo como para ir andando y papá siempre me lleva en coche. La economía familiar no es muy grande como para que mi padre pueda permitirse el lujo de comprar otro coche para mí.
-Tengo que encontrar un empleo-suelto con la mirada perdida en el asiento del coche.
-¿Decías algo?-me pregunta sin quitar la vista de la carretera.
-Nada-me revuelvo un poco en el asiento.
Tengo que controlar mis pensamientos en voz alta. Es un defecto que tendré que solucionar, con el tiempo, si no quiero darles más motivos para burlarse de mí a mis compañeros de clase.
-Por cierto, Rachel, esta tarde tienes visita al dentista-me comenta mientras aparca en la entrada del instituto.
-¿Vas a poder llevarme?-le pregunto mientras salgo del coche.
-Lo siento, Rachel, me toca quedarme otra vez hasta tarde en el trabajo. Vas a tener que cenar incluso sin mí-explica algo apenado por dejarme sola de nuevo.
-No te preocupes, papá, cogeré el autobús hasta el centro-espeto con una fingida sonrisa.
-Llámame con lo que sea. Te quiero, Rachel.
-Yo también-le contesto mientras veo el coche marcharse calle arriba.
William Mckinley: Instituto de Lima. El más prestigioso entre los institutos públicos. Un instituto de mierda, diría yo. Tan sólo llevo un año aquí y es suficiente como para no querer volver a pisarlo.
William Mckinley destaca por la gran entrada con su jardín donde se sitúa el parking, para los estudiantes con vehículos, y una zona para las bicicletas. El instituto tiene un gran campo de fútbol, mucho campo para pocos jugadores, ya que no cuenta con un gran equipo. En realidad, son más bien malos. El equipo de natación es algo más competitivo y, el resto de los deportes, no sobresalen tampoco mucho. Los que verdaderamente manejan todo aquí, son el equipo de las animadoras.
-Bonita falda, hace juego con el jersey de renos… Hasta podrías pasar por una rata de biblioteca-me dice la jefa de animadoras mientras se cruza por mi lado hacia la entrada del instituto.
Odio a Kitty con todas mis fuerzas, pues me hace sentir humillada y discriminada. El lunes ha comenzado y aún me quedan unas cuantas horas más de tortura.
Los pasillos son largos, llenos de taquillas a ambos lados. La mía se sitúa casi al final, justo enfrente del aula de canto. Ese grupo de gente, a veces, suena bien… aunque, en mi opinión, le falta una voz principal y que destaque un poco del resto.
Me siento invisible caminando entre tanta gente. Con mi carpeta apoyada al pecho, y cabizbaja, camino por el largo pasillo donde los estudiantes van tropezando conmigo como si no existiera. Así son todos los días.
-Hola Rachel. ¿Esta tarde te veo en el club?
Marley siempre ha sido amable conmigo. La conocí cuando me apunté al club de lectura. Ella es una chica muy dulce, morena y con unos ojos impresionantes.
Lo que más me gusta de ella es que, a pesar de ser guapa y talentosa, nunca ha querido pertenecer al bando de las arpías del grupo de Kitty. Lástima que no coincidamos en ninguna clase, pues apenas la veo por los pasillos. El ajetreo de las clases me impide pasar más tiempo con ella.
-Por supuesto… ¡Mierda, no! ¡Tengo dentista!-mi cara se torna algo triste.
-No te preocupes-me pone su mano en el hombro. –¡Nos vemos el miércoles!-me sonríe antes de marcharse.
-Hasta el miércoles, Marley-me despido con desgana, apoyada en la puerta de mi taquilla.
Perfecto. El club de lectura es lo único que me gusta de este maldito lugar y, precisamente hoy, me toca ir al dentista.
-¡Idiota! Mira por dónde vas-escucho después de recibir un fuerte golpe que me estampa contra las taquillas.
-¿Dónde están mis gafas?-tanteo el suelo con mis manos.
Sin las gafas no veo ni un pimiento. Si me pudiera comprar las dichosas lentillas, todo iría mejor.
-Kitty, te has pasado-comenta una de las animadoras, mientras Kitty se ríe de la situación que ha provocado.
-¿Tú de qué lado estás, Fabray?-le pregunta con la voz enfadada.
-De las animadoras, pero…
-Cállate si sabes lo que te conviene-interrumpe a la chica.
-Toma-enseguida noto cómo me ponen las gafas en la mano.
-Gracias-le agradezco mientras me las coloco, de nuevo, en su sitio.
-Siento lo de Kitty-me dice cuando las animadoras están un poco más alejadas.
-Gracias, Quinn-intento sonreír.
-¡Quinn! ¡Deja al enano y vámonos!-grita, de repente, la chica latina.
Y sin más, se esfuma. La rubia alta, de ojos verdes, sale corriendo hacia el rebaño de animales que tiene como compañeras de equipo. Yo no veo que esa chica encaje mucho en ese grupo, pero, la que sigue a la abeja reina, sabe que tiene la popularidad asegurada y un puesto privilegiado en el estatus social del instituto.
El golpe, que me di antes contra las taquillas, me está doliendo a horrores. Un poco más y me sacan el brazo del sitio; esas chicas hacen mucho deporte y están bastante fuertes. Yo también debería de empezar a salir a correr y ponerme algo en forma.
Estupendo. Ya me han abierto la taquilla de nuevo, con ésta, van tres veces este mes. Palabras como "abominación, engendro, perdedora, desecho" son los típicos insultos que encuentro pintados en mi taquilla, tanto fuera como dentro de ella.
-Y sólo ha comenzado el día…-aguanto, como puedo, las lágrimas.
Lo último que quiero es que me vean llorar y regalarles otro motivo de burla y risas para lo que queda de semana.
La campana… Comienza el inicio de las clases y, con un poco de suerte, hoy se olvidan de mí y me dejan en paz en todo el día.
