Disclaimer: One Piece y sus personajes son propiedad de Eiichiro Oda

Hola, gracias por entrar n.n

Este fic forma parte de un proyecto multifandom personal con motivo de celebrar mis primeras cien historias. Para conocer más detalles pueden darse una vuelta por mi perfil, donde lo explico, o pueden seguir leyendo sin inconveniente alguno.

Disculpen por los posibles fallos que puedan encontrar y gracias por leer :D


Proyecto: Cien drabbles por cien historias

Pareja: Zoro/Tashigi

Motivo: Cosas para decir


I

Las cosas que deberías decir

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Y ahí estaban, en el peor de los escenarios posibles. Una remota y deshabitada isla perdida en la inmensidad del océano, ofreciéndoles recursos pero alejándolos de sus respectivos nakamas. Y todo por el maldito duelo. Zoro chasqueó la lengua con desdén.

-Mujer desquiciada –rumió.

-Pirata estúpido –farfulló Tashigi, igualmente fastidiada.

El singular combate de espadas se había prolongado en el tiempo y extendido en la geografía mucho más allá de lo que pudieron medir a conciencia, enfocados en el rival correspondiente. Antes de poder explicarse cómo o de preguntarse cuándo, de pronto se vieron peleando solos rodeados de un mar que al principio no estaba allí.

-Fue tu culpa –disparó Zoro.

-¿Mi culpa? –se indignó la joven-. ¿Quién es el que se pone a pelear deslizándose de un lugar a otro sin sentido ni orientación?

-Para el caso hiciste lo mismo.

-¡Idiota!

-¡Presumida!

La irritación fue en aumento. Más allá de las responsabilidades, tendrían que lidiar con el actual panorama si pretendían salir de allí y regresar con sus compañeros.

-Maldito calor –masculló él luego, agachándose en la orilla para echarse agua en la nuca.

-El calor... ¿Eso es todo lo que te preocupa?

-¿Y qué debería decir? ¡Diablos!

-Pues lo más evidente del mundo, pirata de pacotilla: deberías decir que lamentas la situación, que se te fue de las manos, que estabas demasiado concentrado en el combate… ¡Que te perdiste como un chiquillo! Pero claro, ¿a qué clase de sujeto le estoy pidiendo sensatez?

Zoro la miró ceñudo, todavía acuclillado, sin podérselo creer. La frescura del agua combinada con la brisa que comenzó a levantarse le despejaron las ideas.

-¿Y qué clase de sensata oficial de la Marina permanece todavía junto al pirata de pacotilla en semejante situación? –indagó con sarcasmo.

Pero Tashigi no se amilanó con la provocación.

-Deberías decir que pronto se te ocurrirá alguna idea para salir de aquí, que irás en busca de algo de comer, ¡que te encargarás de encontrar un buen refugio para pasar la noche! ¡O al menos una sencilla disculpa, maldita sea!

-Ni de coña.

-Eso creí –masculló ella, que de todas maneras había conseguido desahogarse un poco. Empezó a caminar siguiendo la orilla en dirección al poniente-. Tranquilo, en realidad no espero nada de ti –le dijo mientras se alejaba.

Zoro se levantó y la observó durante unos instantes. Diablos, la muy ladina se iba sin mirar atrás, sin preocuparse siquiera por la persona que dejaba. Y bien que la había salvado en más de una ocasión… Encargarse del refugio y la comida, ¡ja! ¿No debería ocurrir a la inversa? ¿Acaso no era su obligación como oficial velar por la seguridad de las personas?

Ya que ella le señalaba con el dedo y a viva voz su naturaleza de pirata como si fuera un insulto cuando para él constituía su orgullo, ni siquiera se molestaría en seguirla o preocuparse. Que cada quien se responsabilizase de sí mismo y que el destino pronunciase la sentencia final.

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II

Las cosas que deberías decir tú

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Desde luego, Tashigi no esperaba recibir ninguna ayuda de un pirata, ni la aceptaría. Menos que menos si ese pirata era el espadachín. No obstante, no era tan obstinada como para ignorar que eran las únicas personas ancladas en esa isla y que lo más conveniente era que se asociaran para poder idear algún método de escape.

Así que, después de algunos extraños, ridículos y muy incómodos días de distanciamiento –tú en tu hoguera con tus frutas y tus peces y yo en mi hoguera con mis frutas y mis peces-, demostraron que eran adultos concertando un lugar de encuentro para alcanzar los acuerdos necesarios. Uno frente al otro, sentados a lo indio, se dispusieron a entrar en sesión.

-Si te ocupas de conseguir alimento, yo puedo ocuparme del refugio –empezó Zoro.

-Demasiado trillado, pero está bien.

Él la miró con ojos entrecerrados, molesto, pero continuó con las propuestas.

-Si te encargas de conseguir los leños, yo puedo encargarme de construir una balsa.

-Más sugerencias convencionales, pero que así sea.

-Si tú cuidas de conseguir el agua, yo puedo cuidar de las trampas para los animales.

-Si llamas trampa al simple acto de destajar con las katanas, para el caso yo podría…

-¡Al diablo! ¿Por qué no dices las cosas que deberías decir?

-¿Y qué debería decir? ¿Gracias por ser tan obvio y machista?

Zoro farfulló una serie de frases ininteligibles. Por lo visto, tratar con ella sería mucho más difícil de lo que había imaginado. Mujeres… Nunca una chica dócil, humilde, centrada y dispuesta, sino siempre esa inacabable serie de féminas sublevadas, belicosas, recriminadoras e irascibles.

-Deberías decir "bien pensado", o "de acuerdo", o "te propongo algo diferente", ¡o alguna frase de ésas! ¡Pero lo único que sabes hacer es quejarte!

-¡Y tú lo único que sabes hacer es recurrir a la estupidez! Para que sepas, ¡no preciso nada de ti!

-¡Claro!, se me olvidaba que eres la maldita mujer moderna y autosuficiente. Ni "espero contar contigo" ni "qué bueno que podamos trabajar juntos", ¡sólo absurdas bravuconadas! Cosas como decir "gracias por tu preocupación" ni siquiera figuran en tu vocabulario.

Ella lo miró boquiabierta, percibiendo una buena e inusitada dosis de sinceridad en sus palabras.

-¿Entonces debo suponer que estabas preocupado por mí?

El otro se irritó ante tal clarividencia, o ante la facilidad con la que puso en palabras inquietudes que él prefería disimular con una conveniente máscara de indiferencia.

-En tus sueños –masculló.

Pero Tashigi apenas se lo tragó. Quién le hubiera dicho que los piratas eran tan susceptibles… o que Roronoa Zoro, al fin y al cabo, había estado pendiente. Varios recuerdos desfilaron por su mente, evocaciones de ciertas aventuras transitadas en común, y empezó a experimentar cierta incertidumbre con respecto a él.

Nada más enigmático para una mujer, moderna o no, que un hombre de su naturaleza.