Tomaba la mano de su padre y la apretaba con fuerza, tratando de moderar el creciente sentimiento de ansia que corría por su pecho y golpeaba su corazón.

- ¿Y si no recibo la carta?

Burt miró a su hijo con determinada ternura y le devolvió un suave apretón de manos. De pie frente a la tumba de su amada Elizabeth, Hummel padre se planteaba mayores interrogantes que las que se planteaba su hijo. ¿Cómo se desenvolvería el pequeño Kurt en el mundo mágico, si lo único que sabía de él es que a los once años le llegaría una carta del colegio Hogwarts? Y ahora su pequeño dudaba de que esa carta pudiera llegar a sus manos y, como buen padre, podía leer algo de miedo en los ojos de su hijo.

Encuclillándose, Burt dirigió su mirada a los azules orbes de su hijo. Tomó aire y dijo

- Después de tu madre, eres la persona más mágica que conozco, Kurt.

- Pero… ¿Y si ellos no saben que tienen que enviarme la carta? – replicó el pequeño, haciendo un leve puchero.

- Sé que ellos lo harán. – aseguró – Eres más mágico que un unicornio – esta aseveración hizo sonreír a Kurt – Y si no te mandan la dichosa carta, perderán la posibilidad de enseñarle a un gran mago.

Sonriendo abiertamente ante las palabras de su padre, Kurt lo abrazó y dejo reposar su mejilla sobre el hombro de éste.

- Es tiempo de que nos movamos – dijo su padre rompiendo el abrazo – tenemos que hacer las compras para tu cumpleaños número once…

- Sabes que nadie vendrá… no tengo amigos – Soltó Kurt, con desgano

- ¿Y yo no cuento? Yo quiero pastel y sombreros de cumpleaños, sorpresas y piñata – enumeró Burt, tomando a su hijo en brazos y llevándolo entre las lápidas – vamos, será divertido.

Y sin espacio para protestas, Kurt se dejó cargar por su padre, entre tímidas risas y uno que otro ataque de cosquillas.

Kurt y Burt Hummel vivían en Budleigh Babberton Ville, un pequeño poblado que, según muchos sospechaban, ni siquiera salía en el mapa. Viudo hace apenas tres años, Burt Hummel se las había ingeniado para continuar con la crianza de un niño muy especial. Su fallecida esposa, era una bruja y Kurt recibió en su sangre, años de herencia mágica y dejó de manifiesto esto, el día en que su madre murió; enojado contra el mundo, Kurt había hecho volar un escritorio en su habitación, hasta dejarlo estampado en una pared. Comprendiendo lo que ocurría, Burt habló con él y trató de explicarle que, muchas veces, aunque no lo queramos, las personas mueren.

Asimilando su perdida, Kurt no había vuelto a saber o relacionarse con sus poderes, hasta que en el primer aniversario de la muerte de su madre, Burt le contó acerca de Hogwarts, un lugar donde pequeños magos como él, aprenden y se forman en las distintas áreas de la magia.

Burt, a pesar de ser un muggle sabía perfectamente de lo que hablaba, pues años atrás en compañía de su esposa, habían huido de la familia de ésta, para tener una vida más o menos normal. Elizabeth le había confesado que era un bruja, pero su amor por ella era tan grande que no le importó y frente a un altar, juró cuidarla y respetarla por siempre. Ella le había contado de Hogwarts, del ministerio de magia, de Gringotts y de cómo los magos y brujas de todo el mundo tienen una intrincada organización y reglas, que les permiten vivir relativamente en paz. El padre de Elizabeth jamás la perdonó por huir con un muggle, pero su madre, Victoria, no compartía la opinión de su esposo y, a pesar de que le dolía estar lejos de su hija menor, sabía que ella estaba con un buen hombre.

Fue así como el pequeño Kurt creció con la conciencia de un mundo mágico, pero nunca, en toda su vida, había puesto un pie en el callejón Diagon o algún otro lugar mágico. Se había criado entre muggles que, por causa de su aspecto, le habían hecho la vida imposible. Pues, resulta difícil llevar una vida normal cuando eres el nieto de una veela y gran parte de los etéreos rasgos de estas criaturas se han transmitido a ti por causa de la caprichosa genética. Piel exquisitamente blanca, ojos inquietantemente azules, delicados rasgos, un cuerpo delgado, coronado con una castaña cabellera, que había sido herencia de su padre. Si, Kurt era la presa perfecta para los bravucones que día a día, lo empujaban contra los casilleros o lo tiraban al contenedor de basura.

- Bien Kurt, es hora de que pidas un deseo

De frente a su pastel de cumpleaños, Kurt sonrió, cerró los ojos y con todas sus fuerzas pidió una sola cosa.

- Que llegue mi carta de Hogwarts

Sopló las velas, con ese fuerte deseo ardiendo en su interior. Su padre, como si adivinara lo que deseaba su hijo, sonrió y procedió a rebanar el pastel.

Luego de que se hubieron acabado entre los dos algo más de la mitad del pastel, un ruido sordo se dejó sentir en el comedor y antes de que pudieran reaccionar, dos lechuzas (una blanca y otra moteada) entraban volando por una de las ventanas, batiendo sus alas y levantando una leve brisa. La lechuza blanca pasó sobre la cabeza de Kurt y dejó caer un sobre en su regazo. La lechuza moteada en cambio, se posó sobre el respaldo de una silla desocupada y observó a los dos Hummel con gesto curioso, mientras se escarbaba un ala.

Con mano temblorosa Kurt tomó el sobre que estaba en su regazo. Era bastante grueso y con tinta verde, llevaba escrito su nombre.

Señor K. Hummel

Silla lateral del comedor

Budleigh Babberton Ville

Miró a su padre y éste lo alentó con una sonrisa. Sacó la carta del sobre y leyó.

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Director: Albus Dumbledore

(Orden de Merlín, Primera Clase,

Gran Hechicero, Jefe de Magos,

Jefe Supremo, Confederación

Internacional de Magos).

Querido señor Hummel:

Tenemos el placer de informarle que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.

Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.

Muy cordialmente, Minerva McGonagall

Directora adjunta

Sin dar crédito a sus ojos, repasó la carta diez veces en menos de un minuto. Miró a su padre nuevamente y saltó de la silla a sus brazos; su deseo se había hecho realidad, ¡había recibido la carta! Dando pequeños saltos alrededor de la mesa del comedor, se percató de la presencia de la segunda lechuza y súbitamente dejó de saltar. Con cautela, se acercó al ave y desató el alargado paquete que traía, junto con una carta. Volvió a mirar a su padre y reconoció la duda en el rostro de este. Con un poco menos de emoción que cuando abrió su carta de Hogwarts, abrió el misterioso sobre, encontrándose con una delicada caligrafía.

Querido Kurt

Tal vez te preguntaras porque te escribo ahora, luego de ya once años sin haberme puesto en contacto contigo. La verdad es que yo tampoco tengo una respuesta clara y si la tuviera, sé que dártela por medio de esta carta no sería el modo adecuado. Hoy cumples once años y es por esto que, siguiendo las tradiciones de la familia, he hecho llegar a ti el regalo más especial que puedo darte; una varita mágica, que te acompañará a lo largo de toda tu vida. Más adelante te enterarás porque he decidido enviarte esto, sin permitir que la compres por tu cuenta, lo que me lleva a otro punto. Adjunto el número de la cámara de Gringotts que tu madre dejó para ti. Sé que serás un excelente mago. Espero verte pronto.

Con amor

Victoria Kass, tu abuela.

Los ojos de Kurt se tornaron acuosos y su boca se curvó automáticamente en un puchero. Burt, alarmado, le quitó la carta de las manos y viendo quien firmaba, entendió todo. Dejó la misiva sobre la mesa y abrazó a su hijo.

- Tranquilo hijo…no estés triste.

- No estoy triste – soltó Kurt – estoy contento.

Burt se apartó de su hijo y escrutó su rostro. El chico, a pesar de todo, sonreía.

- El mismo día en que soy aceptado en Hogwarts, mi abuela se pone en contacto conmigo. ¿Qué más puedo pedir?

Con gracia, Burt despeino a su hijo y volvió a su lugar. A veces le sorprendían las reacciones que tenía el pequeño. Kurt se secó las lágrimas y tomando el alargado paquete, lo desenvolvió. Dentro de él venía una nota.

Esta varita está hecha de madera de cerezo, tiene 28 cm y en su núcleo lleva un pelo de veela… sacado directamente de mi cabeza. Es lo que le he heredado a mis hijas y a mis nietos. Espero que hagas grandes cosas con ella.

PS: Número de cámara – 642.

Victoria K.

Kurt admiró la varita y las ganas de agitarla para hacer magia se encendieron dentro de él. Pero de pronto recordó que no sabía ningún hechizo y volviendo la varita a su empaque, suspiró conforme. Este era el mejor cumpleaños de su vida.

- Bien, llegó la hora de dormir – dijo Burt – mañana temprano iremos a Londres para que compres todo lo que necesitas.

El pequeño castaño sonrió, tomó sus cartas, besó a su padre en la mejilla y se fue corriendo escaleras arriba.