I

Después de la Arena.

Me despierto de pronto, completamente conciente desde el momento en que abro los ojos. Pero mis alrededores no hacen más que aumentar mi confusión. Me encuentro en una habitación desconocida, las paredes completamente blancas, la luz del techo titila con un sonido que me hace pensar en un panal de abejas y una puerta de fierro con una pequeña ventana, que parece a prueba de cualquier intento de escape.

Este último pensamiento es el que despierta en mí los recuerdos de los últimos acontecimientos. La arena, el cielo rosado, el plan de Beetee, Katniss y Johanna separándose del resto, el cable roto... Un dolor punzante en mi cabeza me hace cerrar los ojos. Una urgencia, el recuerdo de su voz llamándome, necesito encontrarla. Pero no puedo levantarme. Piezas de metal me restringen a la cama, inmovilizando mis brazos y piernas.

Como si mi intento frustro de levantarme hubiera activado una alarma, la gran puerta de fierro se desliza dentro de la pared, como movida por manos invisibles. La figura que entra a mi habitación me deja completamente helado. Su cabello blanco, labios gruesos y rojos, ojos crueles y expresivos que parecen regocijarse en la mirada de terror que debo estarle dando.

—Veo que al fin despierta, Señor Mellark—me dice el presidente Snow.

—Buenos días, señor presidente—me apuro a decirle, componiéndome rápidamente. Me aseguro de agregar lo siguiente con una sonrisa: —Estrecharía su mano, pero me temo que no me es posible.

El presidente sonríe, pero sus ojos permanecen impasibles, fríos, llenos de repulsión. Un escalofrío me recorre la espalda.

—Siempre tan encantador—me responde, un dejo burlón en su tono. Trago saliva, pero me esfuerzo por no demostrarle cuan nervioso me está poniendo su presencia. Tengo un mal presentimiento. Algo no está bien aquí.

—¿Y a qué debo el placer de su visita?—agrego, quizás demasiado alegre.

El presidente sonríe cruelmente, como si hubiera recordado una broma de la que yo no tengo ningún conocimiento y esto le produjera gran placer. —Oh, estoy seguro que tiene preguntas más importantes que esa. Y estoy aquí porque quiero ser yo mismo quien se las responda.

Su respuesta me desconcierta, el miedo aumentando cada vez más. Ya ni siquiera puedo intentar ocultarlo y sé que Snow lo ve con gran placer. Pero es cierto, tengo muchas preguntas. Necesito saber que pasó y por ahora parece imposible averiguarlo de otra forma. ¿Dónde está Katniss? ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde es aquí? Empiezo por esa última.

—¿Dónde estoy?—la sonrisa de Snow se agranda y puedo ver sus dientes blancos al punto de brillar en contraste con el rojo de su boca, tan rojo como si estuviera llena de sangre. El sólo pensamiento me hace estremecerme. Me fuerzo a mantener mi voz estable al agregar: —¿Dónde está Katniss?

—Ah, esa es la pregunta que esperaba oír de usted, señor Mellark—. Snow se acerca a mi cama al punto que puedo oler el hedor a rosas que emana de él de forma antinatural. —No espero menos de un esposo amoroso—agrega entre dientes, desafío en sus ojos pequeños.

Nos quedamos mirándonos el uno al otro un momento, sin decirnos nada, como en un duelo silente.

—Quizás sea mejor que vea primero los últimos acontecimientos en la arena—me dice. Ya no hay rastro de sonrisa en su cara. Su rostro permanece duro, el odio palpable en sus facciones.

Snow se hace a un lado y veo que detrás de él hay una televisión que no había notado antes. Como si un mano invisible la hubiera encendido, las imágenes iluminan su pantalla. El cielo azul, la playa, la jungla. Son nuestras últimas horas en la arena. Mi corazón parece saltar en mi pecho al ver a Katniss, corriendo junto a Johanna quien estira el cable de Beetee. Katniss sugiere cambiar y en cuanto lo hacen, el cable es cortado y el cilindro de metal golpea a Katniss en la cabeza, quien cae al suelo inconsciente.

De pronto, Johana se lanza sobre ella, saca un cuchillo de su cinturón y se lo clava a Katniss en el brazo, hurgueteando dentro de su carne hasta retirar un pequeño metal: su rastreador. Mi boca se abre en sorpresa y mis ojos se alejan momentáneamente de la televisión para mirar a Snow, quien no mira la televisión sino a mí. Su mirada llena de escrutinio.

Cierro la boca de golpe y aparto la mirada de él, para volver mi atención a la televisión, donde Katniss intenta moverse a duras penas por la jungla, Finnick pasando corriendo cerca de ella pero sin lograr verla. El sonido del cañón la asusta, el cañón que anuncia la muerte de Chad. Sólo me están mostrando las imágenes de Katniss, pero los recuerdos de Brutus asesinando a Chad me asaltan de pronto. Recuerdo la ira que me invadió en ese momento, cómo fui contra Brutus yo mismo y... y lo maté.

Fuerzo a mi mente a volver a las imágenes de la pantalla. Katniss me está llamando cuando encuentra a Beetee, inconsciente, con un cuchillo envuelto en un extremo del cable que está firmemente amarrado al árbol del rayo. La observo mientras ella parece meditar sobre lo que intentaba hacer Beetee. Yo todavía no lo comprendo y no estoy segura que ella logre hacerlo. Escucho mi voz llamándola y veo el terror con el que me llama—esto también lo recuerdo—: ¡Peeta! ¡Peeta! ¡Aquí estoy! ¡Peeta!

Enobaria y Finnick se le acercan, pero no logran verla. Suena el segundo cañón, el que marca la muerte de Brutus. Lo que pasa después es aún más confuso: Katniss baja su arco, con el que apuntaba a Enobaria, toma alambre envuelto en el cuchillo y lo envuelve en su flecha. En el momento en que la libera, apuntando a algún punto en el cielo rosa, el rayo golpea el árbol y la corriente la golpea a ella y al cielo, la imagen de vuelve blanca antes de ser reemplazada por la estática.

—No comprendo—susurro más para mí que para Snow. La pantalla lleva ya bastante tiempo apagada. ¿Qué significa esto? ¿Dónde está Katniss? ¿Está viva? ¿Sobrevivió a la arena sólo para ser matada por Snow al salir de ella? ¿Es eso lo que viene a contarme? ¿Que Katniss está muerta? El terror recorre cada centímetro de mi piel y siento un deseo indescriptible de levantarme e ir a buscarla, pero aún no puedo moverme.

—¿Dónde está Katniss?—grito. Snow se ríe, lo que me altera aún más.

—Mis expertos de inteligencia aseguran que ha de estar en el distrito 13—me dice con una voz tan calmada que sólo me enfurece más. —No sé en qué estado, pues como las imágenes muestran estaba bastante herida al momento de destruir la arena.

¡Destruir la arena! Las palabras son registradas lentamente en mi cerebro, demasiado extrañas, demasiado imposibles. ¿Cómo podría Katniss destruir la arena? Un pensamiento me asusta de pronto: ¿Era realmente ese el plan de Beetee? Pero, eso no es lo que importa ahora. Katniss estaría en el distrito 13. El distrito destruido hace 75 años por el Capitolio como ejemplo. El distrito que aparentemente sí existe.

—Es aparente que el distrito 13 se alió con grupos rebeldes de los demás distritos e idearon un plan para rescatarla de la arena—agrega, interrumpiendo mis pensamientos. Lo miro, confundido. —La señorita Everdeen se alió con los rebeldes, comandados por el Jefe de los Vigilantes Plutarch Heavensbee. Un aerodeslizador del 13 los sacó a ella y a los tributos del distrito 3 y 4. Llevan desaparecidos desde entonces.

Snow sigue hablando, pero yo no puedo seguir escuchando. Acabo de comprender qué es lo que me está diciendo. La extensión de toda esta conspiración que ocurrió bajo las mismas narices del capitolio. La existencia del distrito 13. La participación de Finnick, de Beetee, de Johanna... La alianza realizada en la arena tenía mayores implicancias que las que me había percatado antes. La duda que me asalta ahora es aún más preocupante: ¿Cuánto sabía Katniss de esto?

—¿Qué significa?—mi voz está rasposa, mi boca seca. He interrumpido a Snow, que me mira muy serio. —¿Qué significa todo esto?

—Panem está en guerra. Los rebeldes se han levantado en la mayoría de los distritos, pero eso no es algo que no podamos controlar. Lo que nos preocupa es la participación del distrito 13—. Me mira especialmente serio ahora. —El distrito 13 posee armamento nuclear con la capacidad para destruir todo Panem y producir un daño irreversible a nivel ecológico. Eso sin mencionar lo improbable que es que podamos nuevamente reconstruir después de un ataque así.

Un sentimiento de horror y asco me inunda, interrumpiendo mis temores sobre Katniss. Esto es aún más grande que nosotros. Entiendo perfectamente lo que Snow me está intentando explicar. Esto podría significar la extinción del ser humano. Y aunque una parte de mí piensa que quizás eso no sería tan malo, que quizás no deberíamos existir si lo único que hacemos es destruirnos los unos a los otros y al planeta que nos acoge, algo más fuerte me impulsa. Un instinto. Y de pronto estoy en los juegos aún, la supervivencia el centro de todo.

—¿Por qué me cuenta todo esto?—le pregunto. La pregunta me sorprende a mí, pero no a Snow. Él parece haberla estado esperando.

—Porque, mi querido señor Mellark, usted va a llamar a un alto al fuego—me dice.

Ahora soy yo quien sonrío. Con esa simple frase he comprendido qué es lo que hace el presidente en mi habitación—¿o debería llamarla celda?—explicándome con lujo de detalles cuál es la situación del país y respondiendo mis preguntas, con lo que sorprendentemente parece sinceridad.

—Si podemos detener a los rebeldes, hacerlos comprender que el distrito 13 intenta hacerse del poder por cualquier medio, sin considerar las terribles consecuencias que pueden tener sus actos... Si podemos hacerlos entrar en razón, quizás se puedan evitar perder muchísimas vidas valiosas.

Debo resistir el impulso de dejar que una de mis cejas se levante en un gesto de incredulidad. ¿De verdad piensa que le creo que tiene un genuino interés en Panem? He de reconocer sí, que sino supiera de lo qué es capaz este hombre—llevando niños a muerte segura, amenazando vidas inocentes de nuestros seres queridos—su discurso sería casi creíble. Han de ser los años en política.

—Siendo usted, Sr. Mellark, de uno de los distritos más pobres—continúa—estoy seguro que comprende el descontento de los ciudadanos que piensan que el Capitolio no les provee todo lo que necesitan. Pero debe saber que es el Capitolio el que mantiene todo el sistema unido y los distritos no serían capaces de reconstruirse sin su ayuda. Eso si queda algo que reconstruir.

—Entiendo perfectamente su punto, pero como usted mismo ha dicho, yo no tengo ningún particular deseo de las cosas sigan como están... —Siento la boca seca. Ni yo mismo puedo creer lo que le digo a continuación: —Y no veo cómo va a... convencerme de que llame a un alto al fuego.

Katniss está a salvo, me digo. Katniss está a salvo en el distrito 13, con los rebeldes. Está a salvo. Y eso es lo único que importa. ¿Cierto? Si Snow no la tiene en su poder no puede hacerle daño.

—Yo siempre he sabido que usted es el inteligente del dúo, Sr. Mellark—me sonríe Snow. ¿Puede llamársele sonrisa a esa contorsión que hace su boca y ninguna otra parte de su cara? —No creo que necesite explicarle lo poco probable que es que los rebeldes logren ganar esta guerra y en la posición comprometedora en que se encontrará su esposa cuando eso suceda.

El silencio vuelve a llenar la habitación. Dentro de mi cabeza eso sí, es otra historia.

—Lo haré—le digo. Una de las comisuras de Snow se contorsiona hacia arriba en lo que en una persona normal formaría una media sonrisa. —Pero, Katniss no debe ser juzgada como rebelde si la guerra termina.

—Usted no está en posición de pedir condiciones.

—Ella no sabía lo que estaba haciendo. Usted vio las imágenes. Estaba herida y confundida. Debe haber intentado continuar el plan y...

La risa de Snow me interrumpe. No entiendo qué es lo que estoy diciendo que es tan gracioso. —No deja de sorprenderme cómo un joven tan capaz puede ser engañado una y otra vez por una chica que claramente no le corresponde.

Las palabras me duelen como si me las hubiera clavado en el pecho. Intento ocultar lo mucho que me afecta, no quiero que Snow sepa de mis inseguridades respecto de mi relación con Katniss. Él continúa mirándome con la sonrisa aún en su cara.

—Bueno, Señor Mellark—continúa después de un rato. —No quería que llegáramos a esto. Pero creo que hay otras imágenes que debe ver.

Sin decir más, el presidente sale de mi habitación a través de la gruesa puerta de metal. En cuanto ésta se cierra de golpe la televisión se enciende nuevamente. Lo que veo ante mi es una imagen oscura, con un tenue tinte verde, de lo que parece ser una ciudad a oscuras. Es difícil poder distinguir, tanto por la falta de luz como el ángulo, pues la imagen está tomada desde arriba, al parecer desde un aerodeslizador juzgando por los aerodeslizadores que se ven un poco más lejos a alturas similares. Logro reconocer la plaza, la casa del alcalde y el edificio de justicia. Es el centro del distrito 12, mi distrito. Pero no es hasta que logro calcular cuál es el techo de la panadería que veo el aerodeslizador que la sobrevuela y una masa oscura que cae en su dirección. En el segundo en que se demora en hacer contacto con el suelo entiendo lo que está sucediendo.

La bomba explota demasiado cerca de la panadería como para tener esperanzas. Decenas de bombas caen después de ésta y las explosiones generan llamas gigantes que devoran todo lo que no botó el impacto de las primeras. El video no tiene sonido, lo que agradezco, pues casi puedo oír los gritos desesperados de las familias atrapadas, de las bombas, el crepitar del fuego consumiendo todo a su paso. Siento mis mejillas mojadas.

Mi familia está muerta.