Capitulo 1: Sueños.

Una pequeña cabaña humeaba tímidamente en una vasta campiña. Junto a una ventana circular, una larga melena plateada se mecía con la brisa. El verde del entraba por todos los orificios de la vivienda y daba la sensación de que la casa respiraba. Todas las paredes estaban atiborradas de libros y solo podían divisarse tres puertas en la sala iluminada por la luz ambarina de una vela y el reflejo azulado de la luna.

-Mimbel, ¿en que piensas querida mía?- pregunto un anciano de blanca cabellera que entraba en la sala.

La joven mujer volteó hacia el recién llegado dejando ver todo el esplendor de su juventud. Su porte esbelto, su largo cabello blanco y sus astutos ojos plateados, la imagen general era la de un copo de nieve, blanco y transparente. Su cabeza se erguía orgullosa dándole un aire de dignidad.

-Venerable abuelo…-Contestó la mujer. El anciano avanzó y se sentó frente a ella en un humilde sillón.

-No entiendo porque… -

-¿Por que vivimos así?- espetó el anciano atravesándola con sus grandes ojos pardos. El Anciano tenía el aspecto de un león viejo, su edad le daba una solemnidad que intimidaba.

Ella no contestó, se limitó a ver a través de su mirada plateada la cara del hombre como asintiendo. Tomo aire y continuó.

-No salimos de esta campiña hace años, son las estrellas nuestra única compañía, no hay sangre mas pura que la nuestra, y sin embargo vivimos sin ningún prestigio, nuestras mentes poseen grandes caudales de conocimiento, y aun así nadie, ni nosotros mismos, se beneficia de ello. ¿Por que abuelo? ¿Por qué vivimos como animales, como muggles?, ¡o lo que es peor como squibs! –La vela flameaba en la mesilla junto a la ventana dándole a su discurso un gran dramatismo. Trago con fuerza como si evitara someterse a las nauseas y el asco que la palabra le había causado.

-Mi niña ya sabes que la guerra mágica está azotando el mundo, el señor obscuro tiene perversas formas de controlar a sus enemigos y obligarlos a hacer cosas terribles y…

-Y nos escondemos aquí como unos cobardes mientras los valientes se llevan la gloria, ¡Abuelo esto es indigno de nuestra estirpe!- Ella estaba al borde de la exasperación y un absurdo seño había surcado su frente.

-Mimbel ya basta, no toleraré esta subversión de tu parte, eres una bruja adolescente y siempre te eh educado para ser cautelosa y conciente, ¡Por Merlín! compórtate como debes.- Ella enmudeció como si se la hubiese hechizado, lágrimas corrían por sus mejillas febrilmente, y por su rictus se podía ver que apretaba los dientes.

-El Señor Tenebroso esta merodeando Hogwarts, cazando a nuestra familia, hacemos desde aquí lo que podemos, y tú como única descendencia tienes el deber de guardar tu nariz aquí hasta nuevo aviso. Piensa en tus padres ¡maldición!-

Antes de que el anciano saliera del cuarto pegando un portazo percibió una voz casi inaudible.

-Si me dejas aquí me moriré antes- La vela se apagó con el remolino dejando a Mimbel en tinieblas, sola e increíblemente triste.

Aún tenía los ojos cerrados, rebeldes mechones negros se enmarañaban es su almohada. Dormido, podía imaginar la luz del amanecer brillando sobre las torres del castillo. Pero su habitación de la mazmorra seguía en completa obscuridad.

La escena era, en general y pese a lo grotesco del lugar, bella. Un hombre en su negra morada, en sus negras sabanas con sus negros ojos cerrados.

Su pecho vibraba levemente moviendo el aire en la habitación. Su piel blanca relucía entre las sabanas de seda que se apegaban a su cintura con un extraño magnetismo.

No debía tener mas de 25 años, la expresión severa de su rostro, le daba un aspecto poco jovial. Su gesto impasible, le daba un aire intelectual, pensante. Una cara casi escultórica, de un ideal sumamente romano, de nariz prominente y rasgos angulosos.

Un gran escudo de Slytherin colgaba sobre la cama. Las paredes de piedra se ensombrecían angulosas por todos lados, una gran biblioteca se ceñía a un armario en una de las paredes y bajo una ventana falsa cubierta con una pesada cortina de terciopelo verde, un gran escritorio de madera. Los doseles de la cama, como todos los elementos de madera del cuarto estaban ampliamente talladas con serpientes que asomaban sus colas y cabezas aquí y allá.

Severus se encontraba en un campo ennegrecido por el frío y la penumbra, el viento golpeaba fuertemente su cara y arremolinaba su cabello, pensó en sus reuniones con el Innombrable, se arrodilló en el piso, a Voldemort le gustaba la sumisión y él de alguna forma le complacía, su cuerpo ya no sanaba tan rápidamente después de la maldición torturadora.

Un león titánico apareció frente a él y lo tumbó de un manotazo, todavía dolorido buscaba en su túnica su varita desesperadamente -"Maldición, maldición"- sus dedos se movían con nerviosismo sobre su tunica y torso y aun así… nada.

Se encontraba desarmado, la gran cabeza del león lo acorraló contra el césped, cerró los ojos pensando en el descanso de la muerte cuando sintió el calor de una mano en su rostro. "Que demon…" abrió los ojos de golpe para encontrarse con otros ojos, unos plateados con un brillo dorado increíblemente cálido, era una joven hermosa pero tenebrosa, no parecía humana. Su boca se acercó a la de él y antes de rozarle los labios desapareció como una nube de humo.

Se revolvió en la cama violentamente, y se sentó en ella mientras sus pupilas se acostumbraban a la obscuridad de su cuarto. Uno de sus dedos se posó en sus labios inconcientemente. Había hechizado su almohada para que absorbiese sus actos mentales de noche, y este era su primer sueño en meses. -"Fantástico, ahora empiezan a fallar tus hechizos, eres cada día mas inútil Severus"- Una gran mueca de desagrado reinaba en su rostro blanquecino, nada le asqueaba mas que la incompetencia.

"Curioso, muy curioso" pensó y cuando su gesto de duda se desvaneció, una sonrisa torcida se apoderó de su boca, mientras caminaba hacia la ducha en el tocador.

El agua se sacudía sobre su negro cabello y su pálida espalda, recuerdos e imágenes se atiborraban en su mente como cada mañana.

Hace meses que no conseguía dormir como debía, si bien volver a Hogwarts le había reconfortado en su foro interno, los pensamientos le atormentaban. Después de haber escuchado esa estúpida profecía, el Señor Tenebroso estaba cazando a Lily.

-Lily..- dijo como en un suspiro. Apoyando las palmas sobre los azulejos verdes del baño, para que el agua le golpease de lleno en la nuca.

La vida daba tantas vueltas, Lily, Potter, la profecía. Y su más grande temor, el hijo de ambos, aquel miserable ser que confirmaba para siempre la unión entre la mujer que amaba con locura y su peor enemigo.

Si se unió a los Mortífagos, fue para superarse, para obtener el poder que le pondría por sobre el imbécil de Potter y el desgraciado de Black. Que le daría el respeto que por otros medios no pudo obtener y quizá por sobre todas las cosas, la oportunidad de anteponerse a su estúpido corazón que seguía embobado con un amor de la niñez, plenamente infantil.

Severus Snape era un maestro en engañar a los demás pero no se engañaba a si mismo, al saber de la posible muerte de Potter y su hijo, algo en su estómago convulsionó, muchas veces había fantaseado con matarle. Por todo el dolor y la humillación que le hizo vivir en tiempos pretéritos, por todo lo que le había quitado. Guardando la esperanza secreta de que al no existir ellos como obstáculo, el podría acercarse a ella, consolarla y de alguna forma recuperar su amistad.

Se sentía asqueado de si mismo por pensar con tal bajeza, algo en el se resistía terriblemente a estar marcado por la vergüenza y la deshonra. Después de todo si ellos morían sería su culpa, y él sería otra vez el maldito villano.

Pensó nuevamente en el sueño que acababa de tener, y le pareció sumamente curioso, ya que no conocía a nadie con las características físicas de la joven y también estaba el león monstruoso que en el contexto se le antojo bastante desencajado.

Salió de la ducha a paso lento con el cabello estilando y la mente llena de dudas.