Hola a todos,
Como podréis observar soy nueva en este maravilloso mundo de los fanfics. Hace unos meses comencé a leer historias SwanQueen por aquí y eso acabó animándome a escribir. No soy ninguna experta, especialmente si tenemos en cuenta las magníficas escritoras que hay por aquí, pero, como dice mi madre, lo importante es participar. ;)

La historia que estáis a punto de empezar a leer (si habéis llegado hasta aquí, imagino que será por eso), está situada en la séptima temporada, aunque, como descubriréis pronto, la historia original se verá un poquito alterada (quizás más que un poquito).

Dejaré que lo averigüéis vosotros solos porque si sigo hablando corro el riesgo de hacer algún spoiler.

La historia todavía no la tengo acabada. Estoy ya en los últimos capítulos pero aun así intentaré ir subiendo poco a poco, al menos por ahora, para no tener que cambiar mucho el ritmo de subida y tener algún parón. Los primeros capítulos, además, son bastante largos, así que en principio pretendo actualizar dos veces por semana. Esto puede cambiar en cuanto tenga todo acabado (y si os portáis bien claro jaja)

Como todas las autoras, agradeceré cualquier comentario, sea positivo o negativo, para pedirme una nueva actualización o simplemente decirme que es la peor historia jamás contada (aunque espero no recibir ese comentario jaja).

De antemano, muchísimas gracias por haberle dado una oportunidad.

¡Nos leemos!

PRÓLOGO

Déjà vu. Esa extraña sensación que experimentamos al pensar que ya hemos vivido con anterioridad algo que está ocurriendo en el presente.

Emma había vivido ese día en un constante déjà vu.

Habían pasado dieciocho años desde que Henry apareciese en Boston para cambiar su vida, sin embargo, aquella noche las sensaciones eran exactamente las mismas.

Sentada en su sofá, frente a un muffin de chocolate coronado con una triste vela, se cuestionaba cómo había podido llegar al mismo punto después de tantos años.

No es que no tuviese con quién celebrar su cumpleaños. Ya no estaba sola. Sus padres y su hermano tenían preparada una fiesta sorpresa, no tan sorpresa, para el día siguiente.

Sin embargo, ella misma había preferido pasar sola el preciso instante en que el reloj marcase las 00:00 de ese día.

El vacío que sentía en su pecho desde hacía años se había acrecentado tanto en los últimos días que estar aislada en ese momento era lo mejor para ella. No quería dar explicaciones. No quería tener que aparentar que todo marchaba bien cuando en realidad no era así.

Suspiró, sumida en sus pensamientos. No recordaba desde cuando se sentía así, pero tenía claro que aquella asfixiante sensación crecía cada día más en su interior.

Quizás todo había comenzado dos años antes, cuando Killian la había abandonado.

Quizás había sido antes, cuando…

Su mano voló lentamente hasta la parte baja de su vientre. Luchó por contener las lágrimas silenciosas que humedecían sus ojos ante el recuerdo. Todavía dolía. Pero era algo con lo que se había acostumbrado a vivir.

Su bebé…

Con su pérdida se habían ido las ilusiones, las ganas de sonreír, la alegría, la serenidad, el amor…

Emma se había preguntado cientos de veces qué habría sucedido de no perder a su hijo. Qué habría sucedido si no se hubiese sumido en su lamento culpando a todos los que la rodeaban. Qué cambiaría si hubiese tratado mejor a Killian en vez de apartarse de él como si no pudiese entender o compartir su dolor.

Quizás su vida sería distinta. Quizás el día que estaba viviendo sería distinto. Quizás el vacío que sentía en su pecho no existiría. Quizás…

No. No quería mentirse a sí misma. Llevaba demasiados meses haciéndolo. Últimamente había pasado a solas el tiempo suficiente como para analizar de forma más concreta la realidad de sus sentimientos.

Si bien era cierto que la marcha de Killian le había dolido y que la pérdida de su hijo había dejado un profundo hueco imposible de llenar, había algo más que durante mucho tiempo le había costado admitir.

La realidad le había golpeado tan fuerte que en ese momento ya era imposible no enfrentarse a ella.

Sentada en el sofá de su casa, frente a aquella vela chispeante, tan solo podía pensar en las dos personas con las que le hubiese gustado disfrutar de ese momento. No se trataba de Killian, ni de sus padres o su hermano...

La imagen de Henry se dibujó en su mente de una manera difusa. Su hijo ya sería todo un hombre, y ella se preguntaba tristemente qué habría cambiado en él. ¿Habría encontrado al final su propio camino? ¿Tendría una familia? ¿Sería feliz?

Junto a la figura de su hijo se fue perfilando la imagen de otra persona.

Todavía le costaba averiguar por qué pensaba tanto en ella, por qué aquellos ojos castaños la perseguían hasta en sueños.

Regina Mills.

En los últimos días su recuerdo se había hecho más presente, cubriendo casi la totalidad de sus pensamientos durante el día y la noche; especialmente cuando se encontraba en la soledad de su habitación.

La relación con la otra madre de su hijo nunca había sido fácil. Desde que se habían conocido habían pasado por una ingente cantidad de situaciones y emociones. Una montaña rusa se mostraba como una insulsa atracción de feria si se comparaba con sus idas y venidas.

Durante mucho tiempo ambas habían luchado contra sí mismas, contra la otra y contra decenas de villanos que habían querido acabar con su tranquilidad.

Todas las situaciones vividas habían creado entre ellas un vínculo del que Emma nunca había sido consciente; al menos no hasta que se habían separado definitivamente en aquel claro del bosque.

¿La echaba de menos?

Sí. Nunca hubiese creído que tanto, pero con el tiempo se había dado cuenta de que su separación había generado un vacío contra el que todavía luchaba.

Era incapaz de encontrar lógica alguna a aquel sentimiento, pero ya no lo evitaba.

Miró su reloj. A penas faltaban unos minutos.

Era el momento en el que la tradición se imponía. Debía pedir un deseo.

Recordó entonces lo que pasó por su mente en el último cumpleaños vivido en Boston, antes de que Henry apareciese en su puerta.

Familia.

Cerró los ojos, lentamente, mientras sentía cómo su reloj anunciaba, con un pequeño pitido, que el momento había llegado.

Ahora ya podía poner rostro a todos cuantos estaban incluidos en aquella palabra. Ya no se trataba de un concepto abstracto y desconocido. Su familia, todos aquellos a quien amaba y necesitaba, tenían nombre propio.

Su padre, su madre, su hermano…

Todos los amigos que había hecho desde su llegada a Storybrooke…

Y por encima de todos, Henry y Regina.

Con esa imagen presente en su cabeza y el corazón henchido de una nueva e inexplicable sensación de felicidad y esperanza, abrió los ojos y sonrió ante la vela que estaba a punto de extinguirse.

Familia.

Soltó el aire suavemente y la vela se apagó ante ella.

Justo en ese momento, el timbre de su casa resonó en toda la estancia rompiendo el reverencial silencio que la había acompañado durante las últimas horas.

Giró su rostro para mirar hacia la puerta, como si con ese gesto pudiese adivinar, a través de la gruesa madera, quién se encontraba en el exterior.

¿Había sonado de verdad o era todo producto de su imaginación?

Como respondiendo a su pregunta silenciosa, el timbre volvió a hacerse oír, insistente.

¿Quién sería a esas horas?

El recuerdo de la noche en que Henry fue a buscarla volvió a salpicar sus pensamientos.

Sacudió la cabeza de un lado a otro, intentando olvidarse nuevamente de aquella imagen. Con seguridad serían sus padres y Neal. Pese a que les había dicho que necesitaba descansar, estaba segura de que no habían podido aguantarse las ganas de felicitarla.

En los últimos días, tanto David como Blanca habían estado especialmente sobreprotectores con ella, algo que le agobiaba sobremanera. Habían notado su decaimiento y estaban más preocupados que de costumbre, preguntándole casi a diario si todo marchaba bien.

La sheriff caminó hacia la puerta con paso cansado. Esperaba que sus padres fuesen breves en sus felicitaciones y se fueran lo más rápido posible, sin hacer un nuevo interrogatorio.

Cuando estuvo frente a su puerta, hizo una larga inspiración y la abrió. Su cuerpo se tensó levemente al ver que no se trataba de su familia si no de una completa desconocida. Sus ojos se entrecerraron en un gesto de desconcierto.

-Hola. -Saludó aquella joven sin darle opción a decir una sola palabra.

-Hola. -Musitó ella, no muy segura.

- ¿Eres Emma Swan?

Déjà vu. Esa extraña sensación que experimentamos al pensar que ya hemos vivido con anterioridad algo que está ocurriendo en el presente.

-Sí. ¿Quién eres tú?

-Mi nombre es Amy y soy tu hija.