Capítulo 1

Estaba cansado. Siempre la misma rutina, pensó hastiado Edward Cullen. Había sido otro agotador día laboral en Cullen Enterprises como para llegar a su hogar y tener que toparse una visión tentadora, pero algo desagradable.

Su amante, Irina McFline había estado persiguiéndolo desde la madrugada.

Desde que le había abierto las puertas la mujer no dejaba de atosigarlo con sus preguntas besos y su chillona voz. Caleb solo frunció el ceño y entró a bañarse. Habían días que simplemente no la soportaba. No era que la joven no le agradara. De hecho le gustaba bastante, pero él había sido claro desde el principio y no deseaba tener una relación con ella. Sin embargo, Irina parecía no comprenderlo. O más bien no quería.

—Mañana hay una fiesta para los huerfanos de Forks —dijo quitándose el abrigo. Edward frunció el ceño—. ¿Vendrás cierto?

—Sabes que no puedo. Mañana es la cena con los inversionistas.

—Pero...

—Podemos salir a cenar cualquier otro día, Irina —dijo mientras se encogía de hombros.

—Me gusta pasar tiempo contigo. El más que pueda —murmuró coqueta.

—A mi también me gusta pasar tiempo contigo, pero esto es importante. Lo siento —la susodicha resopló a penas.

—Bien —echó una mirada rápida al apartamento del hombre y lo miró fijamente—. ¿Estás solo?

—¿Porque no lo estaría?

—Huele raro, como a jabón líquido y cenizas de cigarro —su cara se puso levemente hostil—. Uhg, como a la otra vez que...

—¿Cenizas y jabón líquido?— intentó agudizar más el olfato—, Dios no... —de pronto dio un respingo como si se acordara de algo—. ¡Mi madre! —susurró—. Estuvo aquí anoche y no vi las condiciones en que me dejó el baño —maldijo por lo bajo—. ¡Esa mujer!

—Así que mi suegra estuvo aquí y no me dijiste nada —se cruzó de brazos enfadada—. Al menos me hubieras llamado para conocerla.

—Créeme, no quieres conocerla —arrugó el ceño—, además tu y yo...

—Sí si, ya sé lo que vas a decir, no quieres compromisos, eres muy joven, que estás enamorado del amor...

—Sí —arremetió—. No quiero compromisos.

—¿Porque?

—¿Qué cosa?

—¿Por que insistes en estar solo? —susurró con los ojos tristes—. Eres un hombre muy guapo, Ed. No necesitas seguir solo cuando me tienes a mi —dijo con una ancha sonrisa y abriéndole los brazos.

Edward suspiró.

—No quiero hablar más de este asunto.

—Es por lo que pasó con Leyla, ¿verdad? —indagó—, han pasado años y aun no lo superas —susurró negándo con la cabeza. Luego se acercó a él y colocó suavemente una mano en su brazo—, a menos que...

—Ya. Te dije que no quiero hablar de ese tema. Si viniste solo a eso te pido que...

—La verdad no vine solo a eso —lo cortó mirándo para otro lado de forma juguetona—. Quería darte los buenos días como se debe —se mordió el labio inferior, ansiosa—. Como mejor sé hacerlo...

—Como quieras, pero luego de que termine de darme una ducha, detesto que... —pero no lo dejó terminar ya que Irina lo tomó del brazo y estampó sus labios pintados de carmín en los finos y tentadores de él —Irina... —llamó, pero ella estaba ensimismada en besarlo apasionadamente—. E-espera.

—No —suspiró.

Sus besos fueron cobrándo más frenesí, hasta que se volvieron mucho más húmedos. Edward estaba mareándose con cada lamida y succión que la mujer rubia le propinaba, era una gran besadora y una excelente amante. Eso no podía negarlo. Como respuesta a sus caricias la fue tomándo entre sus fuertes y musculosos brazos hasta atraerla contra su duro y marcado pecho, los besos y gemidos se fueron agudizando poco a poco hasta que ninguno pudo seguir. Lamió y jugueteó con su labio inferior mientras la apretaba más y más hasta quitárle el aliento, sin parar ese juego de besos, y caricias seductoras que ella había comenzado.

Irina jadeó cuando Edward la levantó suavemente por el trasero y la obligaba a que le rodeara la cadera con las piernas, de a poco fue conduciéndolos a ambos por las escaleras hasta la enorme habitación.

—Ed —murmuró mientras lo besaba—. No traje condones.

—Yo tengo en mi cajón.

—¡Genial!

Pasaron varios segundos, pero al fin llegaron a la habitación donde Edward cerró la puerta de un golpe seco con su pie, listo para otra mañana de lujuria y tempestuosa pasión.

Le producía jaqueca tan solo de recordar lo que había ocurrido esa mañana. De como había tomado a Irina sin miramientos, a pesar de que ella no lo había provocado tanto como en ocasiones anteriores. ¿Que demonios le estaba pasando como para exitarse tan fácilmente?

La falta de una mujer en tu vida.

Resopló. Como si él necesitara de una nueva pareja, suficiente había tenido con su mujer que lo abandonó para luego morirse. Sacudió la cabeza tratándo de alejar el rumbo que sus pensamientos estaban tomándo. Aun después de siete años, seguía estrañándo a su mujer.

A la que un día fue su compañera de vida, y al siguiente un cadaver más en el mundo de los muertos. Todavía seguía culpándose por lo ocurrido, él podría haber evitado que ella muriese si tan solo le hubiera agarrado el brazo, le hubiera confesado que solo vivía por ella, y que si no la tenía en su vida prefería morir. Sin embargo, no podía dejar que los malos recuerdos del pasado volvieran al presente.

Ya habían pasado casi ocho años de que su esposa Leyla muriera atropellada por un conductor ebrio en plena avenida central. Habían pasado casi ocho años, y él aun seguía pensando en ella como cuando la conoció y se enamoró. Fresca, joven, audaz. Sin hablar de lo extremadamente guapa que había sido.

Con su cabello castaño hasta las caderas y sus piernas largas de modelo. Sip, cualquier hombre hubiera querido llevársela a la cama. Cualquiera que pensara que era una mujer fácil. Sin embargo, no lo era. Nunca lo había sido, ni siquiera en su juventud. Cuando los hombres le llovían a más no poder. Edward a veces se preguntaba que era lo que había visto en él. No era un hombre despampanante en lo estricto de la palabra, pero tampoco era un simplón. Y como extra tenía unos ojos verde esmeralda que ignotizarían a cualquiera. Felinos, audaces, sumamente seductores y tenía una barbilla y sonrisa de modelo.

Leyla le había dicho que esas cosas eran las que le hicieron mirarlo la primera vez, y que no podía creer que semejante hombre anduviera por ahí sin una comitiva de mujeres tratándo de satisfacer todos sus deseos. Edward se había echado a reír al oirla, a ella tampoco le costó mucho reírse, de hecho, ambos se llevaron muy bien desde un principio y compartieron un café en una cafetería cercana. Luego a la noche compartieron un par de copas ese mismo día y ahí había empezado su relación. Su hermosa historia.

Hasta que ésta terminó en un trágico final.

Sacudió la cabeza por enésima vez ese día. Metió la llave en la cerradura de su puerta rogándo estar solo por unos momentos antes de que...

—¡Ed, cariño!

...Irina llegara.

—Hola —saludó sin interés a la semi desnuda mujer que descansaba en su sofa mientras dejaba su portafolios a un lado del perchero—. ¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y tú?

—Normal —bostezó estirándose el brazo por detrás de su cabeza—. Si no te importa, voy a tomar un baño, estoy muerto.

—Claro —sonrió—. Diviértete.

—Am, gracias.

Subió sin más y se preparó para tomar su baño. Dejó sus ropas acomodadas pulcramente en toda la maraña de sábanas que había dejado en la mañana y agarró sus utensilios personales. Reguló el agua a su agrado y lentamente se metió en la tina luego de desvestirse. Carajo. Tal vez Irina tenía razón y si necesitaba a una mujer, pero ¿como podría besar y abrazar a otra que no fuese Leyla?

Es cierto que había hecho el amor con varias mujeres aparte de Irina, pero sólo habían sido relaciones esporádicas. Nada importante. No al menos para comprometer su corazón, pensó mientras el chorro de agua le caía masajeándole el cuello.

Nunca había vuelto a enamorarse luego de Leyla. Y francamente pensaba que jamás volvería estarlo. Dejó que el agua le cayera un rato más antes de cerrar el grifo. ¿En que carajos se había convertido su vida desde aquella tragedia? ¿Había olvidado acaso que antes de conocer a Leyla había sido un semental rompecorazones?

Y el más salvaje y apasionado, pensó con orgullo.

Una risa sofocada salió de su garganta al recordar como había dejado a varias mujeres sin aliento al culminar el acto sexual. Como muchas habían acabado sudorosas y satisfechas pidiéndole más y echándosele encima. Había recordado también que, había compartido cama con muchas que eran casadas. La mayoría casadas con viejos verdes adinerados. Y que por supuesto, no les brindaban el mismo placer y satisfacción que Edward. No solo porque era más joven, sino sumamente experto.

Se relajó más hundiendo levemente su cuerpo en la tina, deleitándose con el agua tibía mientras ésta cubría su fuerte y musculoso cuerpo. Si había algo que adoraba era pasar momentos así, placenteros y con sus pensamientos a solas, aunque estos fueran escasos.

Sintió leves toques en su puerta y abrió un ojo mientras le decía a Irina que pasará de mala gana. La puerta se abrió, pero no era la rubia quien estaba detrás de ella.

—¡Oh no! —maldijo por lo bajo.

—¡Cielito!

—¿Qué demonios haces aquí, mamá? —gruñó—. ¿No puedes dejarme en paz ni cuando estoy tomándo un baño?

La hermosa mujer de cincuenta y cinco años pasó adentro del tocador personal de su hijo como si fuera su propia casa. Su expresión divertida no se borró en ningún momento a pesar de que su hijo parecía querer echar humo por las orejas, y que explotaría en cualquier momento si pronunciaba una sola palabra.

—¿No estás feliz de verme? —hizo un falso puchero que no le conmovió ni un poco.

—Te veo todos los días —musitó—. Desde que volviste de Boston. ¿No puedes dejarme un día libre? Estoy teniéndo días complicados y lo último que quiero es tensionarme más de lo que estoy.

—Entiendo —dijo con fingido pesar—. Pero antes de irme quisiera que hicieras algo por mí. Una especie de favor ya que me voy y no volveré hasta el año próximo, ¡¿Si?!

—¿Que clase de favor? —espetó.

—Ninguno en especial —dijo negándo con su dedo índice, el cual tenía incrustado una uña postiza teñida de carmín—. Sólo que pases un día entero conmigo. Sé que no he sido la madre más atenta, cariñosa y preocupada de todas, pero al menos déjame que le muestre a mi único hijo lo mucho que lo amo —dijo haciéndo gestos como si le agarrara los cachetes como cuando era un niño. Si antes no le había gustado eso a Edward, mucho menos ahora. Y menos se atrevería ella a agarrárselos—. ¿Y bien?

—Esme... —murmuró deviándo el rostro hacía otro lado—. Está bien, si así dejas de molestarme...

—¡Claro! Por cierto, mañana quiero ir a la cena de trabajo que tienes con tus inversionistas. Necesito hablar con uno en particular, un tal Mark Lange, creo que se llamaba.

—¿Que es lo que tienes que hablar con él? —la mujer sonrió coqueta desviándo su rostro a otro lado.

—Cosas de adultos. Nada importante —Edward resopló imperceptiblemente.

—Supongo que ya conociste a Irina —dijo levantándose de la tina y tomándo la toalla que estaba aun lado del buro—. La rubia que estaba en el living antes de que entrara a bañarme.

—¿Que rubia? Esa mujer tiene más oxigeno en su cabello que en su cerebro —murmuró hastiada—. Hijo, estaba segura de que tus gustos habían mejorado con el tiempo, pero ya veo que no. La única mujer bonita y pensante que tuviste fue...

—Ya te he dicho que ese tema es intocable, mamá —la cortó en forma de advertencia—. No me hagas que te lo repita de manera irrespetuosa. No me gustaría.

—Pues a mi tampoco me gusta que me dejes fuera de tu vida todo el tiempo —hizo otro puchero—. A penas me llamas cuando estoy en Boston. ¡Que muchacho más desconsiderado! —fingió que lloraba enterrándo su bello rostro muy maquillado en sus suaves y estilizadas manos—. Siempre me ignoras...—hipeó.

—Deja el drama. Te estás poniéndo casi tan pesada Irina. Yo me voy.

—¡Ah! ¡Ahora huyes de mí! ¡Que mocoso!

—Cuando termines tu teatro me avisas —dijo saliéndo—. Ah, por cierto. La próxima vez que tomes un baño aquí y estés fumando vas a limpiar mi baño completo ¿entendiste? —salió de su baño dando zancadas y cerrándo de un portazo.

o.o.o

La vida no había sido justa para Isabella Swan. Primero su padre decide abandonarlas a ella, a su madre y hermano por una muchacha más joven, dejándolos practicamente en la calle. Había robado los ahorros de la familia para fugarse con su amante a quien sabía donde. Lo más triste de todo era que su madre los culpaba a ella y su hermano por lo ocurrido, y con frecuencia utilizaba palabras que herirían hasta el peor enemigo.

Suspiró desganada.

Algún día el sol brillará para nosotros, no dejaba de decirse una y otra vez.

Habían veces que prefería no ver el vaso a medio llenar para no desilucionarse, en ocasiones le faltaba ser positiva, aún cuando la situación no fuera tan mala. Pero el hecho de que tu padre te abandonara por una mujer que podría ser tu propia hermana —y su propia hija—, no ayudaba a pensar con la cabeza fría. Quería asesinar a su padre con sus propias manos. ¿Como había sido capaz de hechar veinticinco años de matrimio a la basura así como así? ¿como pudo traicionar no solo al que fue un día el amor de su vida sino también a su propio hijo? Porque sí. La mujer con la que se había escapado era nada más y nada menos que su nuera. La novia de su hijo.

Gruñó de solo recordarlo.

Hijos de...

Respiró hondo para no terminar la frase. Sea lo que hubiera pasado, era su padre. Y lo seguiría siendo, desafortunadamente. Aun recordaba los sollozos ahogados de su hermano por la noche cuando aun vivían en Phoenix. No sabía si llorar con él o consolarlo diciéndole que algún día encontraría a la mujer correcta, pero se arriesgaba a herirlo más con sus palabras. Quiso enfrentarlo para decirle lo que pensaba de su flamante noviecita antes de que lo traicionara, pero pensaba que eso era meterse en la vida de alguien que no le incumbía, pero ahora se arrepentía al ver el sufrimiento de Emett. Su hermano se hacía el fuerte frente a sus amigos y compañeros de la Universidad, pero la verdad era que era tan débil y sensible como un capullo.

Cualquier cosa problematica, ya sea leve, lo ponía con los pelos de punta. Y en ocasiones, lloraba. Tal y como hacía ultimamente, y no era para menos, la mujer con la que había planeado casarse, y con la que soñaba un futuro, lo abandonó por su viejo y decrépito padre ¿Que traición más grande podía existir? No sabía si ella resistiría algo así. Ni siquiera sabía sino caería en depresión de por vida. Suspiró y negó.

Los problemas continuaron cuando el dueño de la pensión en la que ahora vivían les dijera que tenían que desalojar el departamento inmediatamente. Al parecer había habído un emjambre de termitas y debían fumigar el edificio. Hecho que los llevó a quedarse unos días con su tía Belinda, en su mansión, que vivía a unas cuadras cerca de ahí. Su tía era una gran persona, aunque ligeramente excentrica. Por no decir... extraña.

Le gustaba hablar con sus pinturas y muebles. Su pintura favorita era la de su fallecido esposo que colgaba en la parte superior de la enorme y rustica chimenea. Al parecer, ambos habían sido muy compañeros y habían sido muy unidos, hasta que un día le detectaron cáncer en uno de sus riñones y ya no había nada que hacer. Al parecer, no lo habían encontrado a tiempo y el tumor estaba en su fase terminal. Tragó en seco cuando su tía les contó la historia, aun era palpable que estaba sufriendo, y Bella hubiera deseado que no hubiera tocado ese tema delante de su madre. Era obvio que también continuaba muy afectada por lo que estaban sufriendo todos con lo ocurrido.

—Miles era irremplazable —dijo la mujer con voz rota—. Todo lo que una mujer querría en un hombre. Atento, honesto y cariñoso —sollozó disimuladamente en silencio—. Daría lo que fuera por compartir una tarde más a su lado —hipeó suavemente.

Bella no sabía que hacer o decir. La verdad prefería quedarse callada después del consuelo que le había dado a su hermano, hacía unos días.

—En verdad lo siento, tía —murmuró cuando se encontraron en el pasillo, luego de que se fueran a dormir—. No recuerdo mucho del tío, pero se nota que era especial para tí.

—No lo sientas, cariño —sonrió levemente—. Todo en esta vida cumple un ciclo. Yo lo haré algún día también. Y ahí estaremos nuevamente juntos —suspiró ensimismada mirando uno de los cuadros que estaban colgando al lado de las puertas de las habitaciones —y solo ese día podré tener verdadera paz.

—No digas eso. Yo no quiero que te vayas nunca —susurró decaída. La mujer mayor la miró inquisitivamente.

—¿Nunca te has enamorado de nadie, Bella? —Bella negó con la cabeza—. Al menos sabes lo que es echar un polvo ¿cierto?

—¡Tía! —dijo escandalizada—. Mamá y Emett están en la habitación contigua —la mayor puso las manos en señal de rendición.

—Ya. Lamento incomodarte, sólo quería saber. ¿Y realmente has conocido a alguien que valga la pena?

La más joven negó.

—No —confesó—. La verdad es que nunca he sentido algo importante por nadie. Tal vez soy muy joven aun. Digo tengo veintitres años ¿no?

—Cuando yo conocí a Miles tenía dieciocho años. Fue amor a primera vista y así perduró atravez del tiempo. La edad no tiene nada que ver, cariño. Solo tienes que asegurarte de que sea la persona correcta. Lo demás viene solo —hizo un gesto como quitándole importancia al asunto. Bella suspiró.

—Tal vez tienes razón. No sé, pero la verdad yo no creo que la atracción sexual sola pueda convertirse un día en amor, digo ¿que tal si uno de los dos empieza a sentir algo y el otro no? —murmuró. Su tía hizo una mueca ante sus palabras.

—Creo que también dependería mucho de la persona. Por ejemplo. ¿Hay alguien que te guste en estos momentos?

—La verdad es que sí. Pero dudo que yo le guste a él. Creo que ni siquiera sabe que existo... es decir, ni me mira.

—Ah. ¿Y puedo saber quién es?

—No —negó—. Ese secreto me lo llevaré a la tumba. Sobre todo porque es un amor platónico y unilateral. No tendría sentido cuando sé que no llegaré a nada con él.

—¿Que dices? Cielo, eres bellísima. Ese sujeto debe estar ciego como para no fijarse en aguien como tú —dijo con sinceridad, y le sonrió maternalmente—. Vamos, no pierdes nada con contármelo ¿eh? Siempre fui tu hombro. No me dejes afuera ahora jovencita —hizo una cara graciosa, y al ponerse los brazos en forma de jarra le sacó a Bella una pequeña sonrisa.

—De acuerdo —sonrió tímidamente—. Es mi jefe. Se llama Edward Cullen y es el dueño de Cullen Enterprises. Es un bombón ambulante, no sabes el físico que tiene, tía. Parece un atleta, y tiene un trasero que —rio avergonzada sin poder terminar lo que pensaba de eso—. Y-y su rostro es —suspiró soñadoramente—... es hermoso —cerró los ojos, embelesada de solo recordar su cara. Estaba tan enamorada de ese hombre que sentía su baba apenas chorreando por su barbilla—. Es un dios griego. Aunque él parece no percatarse de eso.

Belinda rio bajito.

—Y por lo que veo, tú tampoco te das cuenta de lo mucho que suspiras cuando hablas de él —Bella se sonrojó aun más.

—Sí, bueno. Es muy guapo, es normal que me guste cuando lo veo todos los días.

—¿Y cómo conseguiste ese empleo? —preguntó—. Que yo sepa, no has hecho ni un curso de Secretariado Ejecutivo.

—Entré gracias a un amigo que trabaja allí —dijo—. El señor Carlisle Cullen, su padre, fue quién me entrevistó —Bella sonrió—, y ahí fue cuándo lo conocí.

—Ya veo —comentó.

—Pero no se fija en mi ni cuando nos chocamos. Y créme, nos hemos chocado varias veces—dijo algo desinflada. Belinda hizo una breve mueca al oírla.

—De verdad te gusta ese hombre, por lo que oigo.

—Muchísimo —confesó sonriente.

—¿Y alguna vez has considerado acercárte a él? —sugirió—. De manera más... atrevida.

—¿Bromeas? Ese sujeto está forrado no solo en dinero, sino también en mujeres. Jamás se fijaría en mí, no no. No soy su tipo. Eso es obvio.

—Creo que exageras. Hay muchos casos de personas que se odiaban y terminaron juntas. Y otras en las que la clase social poco importaba —la miró fijamente a los ojos—. Miles era pobre cuando nos conocimos. Sin embargo, fuimos felices. Muchísimo.

—Sí, pero...

—Nada de peros. Solo intenta ser tu misma, y si eso no funciona, sedúcelo y convencelo de que te meta a su cama —sacudió las cejas de manera sugerente—. Así terminarás de tenerlo a tus pies.

—Eres insufrible —dijo negándo—. Mañana por la noche todos los empleados asistirán a una cena de negocios. Al principio era para los socios y altos ejecutivos, pero luego el director general decidió cambiar de idea. Al parecer en un tiempo él fue de clase media, y no ha olvidado a los suyos. O eso creo. No me lo especificaron en el E-mail que me mandó la recepcionista, pero si me dijo que debía buscar un vestido de gala y unos tacones —negó—. Estoy frita. La cena es mañana y aun no tengo nada más que mis Converse.

—Tranquila —dijo Belinda—. Yo te presto algo. O si no encontramos algo adecuado saldremos de compras. Es un hecho.

—Te lo agradezco mucho, pero...

—¡Y te dije que sin peros! Vamos a la cama, es tarde y mañana tienes que trabajar. Y luego vas a contarme bien como fue que te enamoraste de ese tal Edward Collen —sonrió— ya me lo imagino con una corona de laurel en la cabeza y con una túnica blanca —ambas rieron animadas hasta que cada una se despidió de la otra. Luego Bella se quedó pensándo un rato más en las palabras de su tía. ¿Sería ella capaz de atraer la atención de su jefe siéndo tan simplona?


Hola! ¿Cómo están? Yo súper aburridísima y quería pasarme por aquí para no estallar. Quería compartir este trabajito que desde hace tiempo tengo en mi computador. Es algo sencillo en los primeros capítulos, pero la trama se va enredando más y más conforme avanza la historia. Desde ya muchas gracias si llegaron hasta aquí, y agradezco mucho más si se toman la molestia de dejarme un review, la verdad que es muy gratificante leer sus opiniones para saber en que debo mejorar. No es la primera vez que escribo para este fandom, pero mis anteriores historias las borré debido a la falta de apoyo. Espero que no suceda eso con esta y espero que les haya parecido algo interesante xD

Gracias x todo y nos leemos en estos días =)

LadyWriterMine