Cuando Gokudera salió aquella tarde del edificio, ya comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia del cielo, y dedujo que pronto esa ligera llovizna se traduciría en tormenta segura. El reloj le indicaba que tenía tan sólo un cuarto de hora para llegar a la fiesta de cumpleaños que el Décimo le había organizado, por lo cual buscó ansiosamente a su chofer, quien seguramente estaría aguardándolo junto al elegante automóvil negro que tenía a su servicio. Sin embargo, en lugar de ver lo que él esperaba ver, se encontró con un par de ojos castaños, que lo miraban expectantes. Bufó ruidosamente, y se acercó al beisbolista, mientras encendía un cigarrillo.

-Creí que ya te habías ido. Te advertí que iba a tardarme.

- Y yo te dije que iba a esperarte, ¿no? ¿Cómo te fue?

-Obviamente no tuve ninguna dificultad, idiota. Pero no debiste esperar tanto. Te dije que te vería después, si tenías cosas que hacer.

-Es que no tenía nada qué hacer –arguyó el beisbolista- No me molestaba esperarte.

Gokudera inhaló profundo. Le dio una última calada a su cigarrillo y lo tiró al suelo, pisándolo para que se apagara. Miró de nuevo al chico que tenía enfrente, y muy a su pesar, aceptó que ese traje ajustado y la corbata mal acomodada que vestía Yamamoto lucían de maravilla en él. Pero por supuesto que no se lo iba a decir, así que sólo le hizo un ademán, para que lo siguiera, mientras que volvía a buscar su coche con la mirada, encontrándose con que lo esperaba estacionado en la acera de enfrente.

-Oye Gokudera…

-¿Qué diablos quieres ahora?

-¿Sabías que, en el edificio que está justo aquí enfrente, hay 516 cristales?

El italiano miró a Yamamoto con cara de incredulidad.

-Maldito ocioso... ¡deberías usar tu tiempo en pensar en otras cosas!

-Lo siento mucho –se excusó el otro, sonriéndole-Pero es que antes de que entraras, se me olvidó pedirte permiso para poder pensar en ti.

-Idiota….

Antes de que Gokudera pudiera reclamarle, o incluso, sonrojarse, Yamamoto lo atrajo hacia sí, besándole los labios con toda la tranquilidad del mundo. A su alrededor, la lluvia se empezó a intensificar, y los transeúntes corrían, buscando un techo bajo el cual resguardarse, pero ellos se mantuvieron en aquella esquina, disfrutando del contacto de los labios ajenos y del sabor a nicotina y menta que tenía el beso.

-Hayato…

-¿Ahora qué?

- Buonno cumpleanno, mio caro italiano.

- Tsk…

Ambos cruzaron la calle, dirigiéndose hacia el automóvil negro. El chofer les abrió inmediatamente una de las puertas traseras, y Yamamoto entró el primero, riéndose, por que su traje ya estaba completamente empapado. Gokudera sólo atinó a propinarle un golpe en la nuca, y mientras abordaba el vehículo, se fijó otra vez en el edificio que tenía enfrente. Y sonrió, mientras se decía, a sí mismo, que iba a hacer hasta lo imposible por que Yamamoto dejara de pensar en estúpidos cristales.

Porque Gokudera quería todo del beisbolista. Incluso sus más profundos pensamientos.