UN GRADO MÁS QUE LA SIMPLE FRATERNIDAD

Feliz Año Nuevo — MH

Piérdete Mycroft — SH

¿Alguien está enfadado? — MH

...

Anda, ábreme, estoy en la puerta — MH

Sherlock dejó su violín a un lado y se levantó entre perezoso y, sí, enfadado, a abrir la puerta. No le apetecía nada hablar con él, pero le apetecía mucho menos escuchar la madera siendo golpeada. Tenía un terrible dolor de cabeza.

— ¿Qué quieres, Mycroft? —preguntó mirando al suelo.

— Sólo pasaba por aquí —respondió el mayor entrando sin permiso. — Qué silencioso está todo. ¿Otra pelea?

— ¿Ese vino es para tomar? —preguntó señalando un par de botellas que su hermano llevaba en la mano.

— Claro, todo tuyo —y sonrió condescendiente ofreciéndole una. — Necesitarás un..., da igual —suspiró. Sherlock no necesitaba nada, sólo beber hasta olvidar sus inservibles e incontrolables sentimientos por John H. Watson. Y eso podía hacerlo sin vaso.

Se dejó caer en el sofá y Mycroft se sentó a su lado. Él tenía un problema parecido con el DI Gregory Lestrade. Había algo, podía sentir algo, pero nunca se atrevería a confesárselo. Sherlock era otra estaca del mismo palo.

Una noche es una noche y, en esa, el protocolo quedó muy lejos.

— ¿Tú, bebiendo directamente de la botella? El mundo realmente va a acabarse pronto —exclamó Sherlock ya un poco ebrio. Mycroft aún mantenía el tipo, pero no mucho más.

— Déjame en paz. Siempre has sido un envidioso. Y comenzó la pelea.

— ¿Envidioso yo?

— Sí, tú. El niño de madre. El caprichoso Sherlock.

— Y tú me tenías celos y me los sigues teniendo.

— ¿Yo a ti?, ¿de qué?

— De que tenga a quien amo todos los días a mi lado y tú no.

— ¿Y de qué te sirve? Ese idiota no quiere nada contigo.

— No le llames idiota, se llama John. Y sí, es idiota, pero no me importa.

— Estás desvariando —la botella de ambos estaba llegando al final y, sin comer prácticamente nada, por dieta y por costumbre, el alcohol iba ya más allá de las nubes. Así pues, decidieron acabárselas de un trago y dejarlas a un lado.

— Pero es que es muy sencillo, Mycroft.

— ¿El qué ahora, Sherlock? —preguntó el mayor acomodándose en el respaldo.

— Que se sienta atraído por mí, que me desee, que me quiera... —las palabras eran pesadas en su garganta.

— Y si es tan fácil, ¿por qué no está ahora mismo en tu cama, debajo o encima de ti? —comentó con sorna. Sherlock desvío la mirada. — Vamos, Sherlock, tienes un buen cuerpo, no te quejes tanto. Podrías tener a cualquiera, pero te has empeñado en tener a ese doctor que lo único que hace es salir con la primera que ve. Y que pronto se irá de aquí.

Esas últimas palabras hirieron a Sherlock. Ése era uno de sus grandes temores, que John abandonase el 221B. Pero en vez de protestar, sollozar y maldecir, se blandió hacia Mycroft, como queriendo luchar sin levantarse. Obviamente, no llegó muy lejos; cayó entre el abdomen y las piernas de éste.

— Sherlock, ¿qué diablos haces?

— Mycroft, ¿es tu móvil lo que hay bajo mi estómago? —sonrió. El mayor tosió intentando disimularlo.

— El alcohol, ya sabes—. El detective se sentó de nuevo, mirando descarado. — Deja de mirarme, pervertido —protestó cubriéndose el pantalón con una mano.

— ¿Pervertido yo? Eres tú el que tiene una erección —rio, ante la cara de pocos amigos de su hermano. — ¿No será que te excito, hermanito? —sonrió de medio lado.

— No digas sandeces —bramó el mayor.

— Eso no es una negación. No, no, no —rio de nuevo. — ¿Y qué pasa si me acerco..., así? —el menor cerró distancia a horcajadas, quedando a muy pocos centímetros de sus labios. Mycroft palideció.

— No lo hagas, Sherlock —suplicó. Pero no hizo nada más para impedírselo.

— Voy a demostrarte qué le haré a John Watson la próxima vez que lo vea —sentenció. — Seré dulce, porque John es miel para mis labios —y le besó tierno.

— Sherlock, para... — musitó. Pero el detective hizo caso omiso.

— Seré salvaje, porque John brinda coraje de guerrero —y tomó la entrepierna del mayor en un agarre férreo mientras una lágrima traviesa se perdía en su comisura. A Mycroft se le rompió su no tan helado corazón y le acercó por la cintura, haciéndole cambiar sus manos a la altura de los hombros. — No me trates como si fuera porcelana sólo porque soy tu hermano menor —protestó.

— No lo hago desde hace mucho —sonrió antes de besarle sin poder reprimirse, más intenso, pero con el mismo cuidado. Después de todo, seguía siendo su hermano. Y Sherlock correspondió armado de lengua y brío. Quizá su pensamiento no estuviese íntegramente dedicado a Mycroft, pero una parte seguro que sí. — Sólo por esta noche —susurró.

— Ya veremos —y fue directo al lóbulo de su oreja, mordiéndolo sin pudor, haciéndole gemir de placer. — Interesante —sonrió. El mayor llevó las manos a su pantalón, delimitando la forma con las yemas de los dedos.

— ¿Quieres llegar hasta el final? —preguntó lamiéndose el labio inferior. Sherlock lamió su cuello en respuesta, llevándole a un nuevo nivel de excitación. Oh, adicta excitación.

Las manos de Mycroft se deslizaron hábiles por el cinturón, bajándole ese ajustado pantalón que tan poco dejaba a la imaginación.

— ¿A qué tanta prisa? —musitó cerca de su boca de nuevo.

— ¿Piensas torturarme o es que tienes miedo? —aprisionó sus labios de un mordisco. Apenas dejaban pasar el aire para respirar. Mycroft envolvió entonces el miembro del moreno con los dedos y el cuerpo de Sherlock se dobló como un lobo hambriento.

— Tú lo has querido —sonrió de medio lado. Comenzó a desabrochar la camisa del mayor, pero se exasperó a medio camino y acabó sacándosela por la cabeza. Y cuando iba a desabrocharle el cinturón, sus manos le pararon.

o.o.o

¡I-am-Momo, esta historia es para ti, y para todos los demás, claro!

¡Disfruten con ella!

Aún queda la segunda parte, no se vayan, pero comenten, comenten :D