¡He vuelto! ¿Yo, aprovechando las vacaciones? ¡No..! ¿Cómo creen?
Okay, esta historia es viejísima, pero no la había pasado a la computadora ni la había releído, así que ahora por fin la tengo aquí.
Cosa curiosa, la verdad. Pues, siempre me pareció que... bueno, que Yashamaru no era tan malo. Siempre me pareció, o al menos eso quise creer, que Yashamaru sí había querido a Gaara, y que el hecho de que finalmente intentara asesinarlo se debe a que intentaba cumplir con su trabajo como shinobi... De ahí surgió esto. La verdad, mi idea original sólo tenía el último capítulo y una o dos escenas, pero como para tener un final debe haber un principio he decidido empezar desde el principio.
Y aquí está.
Por cierto, la canción es mía, pero los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto completamente.
¡Que lo disfruten!
Capítulo uno
Ahora que era sólo un recuerdo
Se acercó al lugar de donde provenía el llanto y se asomó, salvando los barrotes de la cuna para poder mirar al bebé que a pesar de lo pequeño y frágil que parecía se esforzaba por hacerse notar, por atraer la atención de alguien, quien fuera, siguiendo el instinto de cualquier ser vivo de llamar a su madre.
Pero él no podía saber que su madre nunca respondería a su llamado, que nunca lo alzaría en brazos o le hablaría con cariño, no porque la mujer no lo hubiera deseado con toda su alma, sino porque sencillamente era imposible.
Ella estaba muerta.
Ella, su hermana. Ella, la madre de tres niños, ahora huérfanos. Ella, la esposa del Cuarto Kazekage. Ella, Karura de la Arena.
Extendió los brazos y con una exagerada delicadeza levantó al niño, temiendo, a pesar de sus años como médico y ANBU hacerle daño. Lo elevó hasta su pecho y lo acunó con sumo cuidado. Al poco tiempo, los llantos se convirtieron en quedos sollozos, hasta que finalmente se hicieron inexistentes, cuando el niño se dio cuenta de que no estaba solo.
Pero su vida, desde el inicio, estaba condenada a ser solitaria.
Yashamaru sacó la carta que le habían entregado apenas unos minutos antes y volvió a leerla, sintiendo que sus dedos aferraban el pergamino con demasiada fuerza, la suficiente como para romperlo, pero siendo incapaz de contenerse, a duras penas consiguiendo detener las lágrimas que querían escapar de sus ojos.
Yashamaru:
Hermano, sé que voy a morir.
Tanto tú como Tadashi me dicen que es mentira, que hay muchas razones para que sobreviva, que tengo al mejor equipo de médicos a mi disposición, y no lo dudo, pero la decisión no es mía.
Los dioses me llevan, hermano, y no hay nada que yo pueda hacer para detener mi muerte.
Estoy asustada, pero no por mí, entiéndeme. Temo por mis niños. Los dejo solos, y eso es lo que me pesa. Mas sé que tú estarás ahí para ellos, siempre, y eso me tranquiliza, aunque no se lleva el terror que invade mi pecho.
Quizás estoy siendo paranoica, pero si estás leyendo esto y verdaderamente estoy muerta debo pedirte sólo una cosa: cuida a mis niños, a los tres, pero sobre todo al menor.
Háblales de mí, no dejes que crezcan viendo a su madre como a una desconocida. Diles que era impaciente, cómo me gustaban los colores oscuros pero siempre usé claros porque en Suna hace demasiado calor. Asegúrate de que no me olviden, porque ni siquiera la muerte me da tanto miedo como el que mis hijos me olviden.
Pero, sobre todo, hazles saber lo grande, lo infinito que fue en vida y que aún es en mi muerte mi amor por ellos, por todos ellos.
Sé que cumplirás mi deseo, Yashamaru.
Gracias. Gracias por esto, por todo.
Y perdóname, perdóname por irme y dejarte solo tan pronto,
Tu hermana, Karura.
Bajó la vista lentamente y miró al niño que sostenía en sus brazos, mismo que ya no lloraba, sino que aferraba en sus manitas su playera gris, casi suplicándole que no lo dejara solo otra vez.
–Tú la mataste –acusó en voz alta, la furia retorciéndose en su pecho, pero se arrepintió al instante, al imaginarse lo que Karura diría si lo escuchara.
"Cuida a mis hijos, a los tres, sobre todo al menor." "Sé que cumplirás mis deseos."
–Tienes razón, Karura –murmuró–. Él no tiene la culpa –miró a su sobrino nuevamente, esta vez sin odio en sus ojos.
Se fijó en lo pequeño que era, en lo frágil y desamparado que parecía, en sus grandes ojos aguamarina y en sus mejillas, aún húmedas de lágrimas, en cómo le suplicaba que se quedara a su lado en silencio.
–Es cierto, Gaara –añadió, su voz reflejando sólo cariño–. Tú no tienes la culpa, ¿verdad? Tranquilo –murmuró suavemente–, tranquilo. Yo cuidaré de ti. Cumpliré tus deseos, Karura –concluyó, casi en un susurro–. Te lo prometo.
Le habían comentado ya anteriormente de la incapacidad del niño para dormir, pero aun así no podía imaginarse qué debía hacer como no fuera arrullarlo, así que decidió que aunque no sirviera para dormirlo, si podía mantenerlo tranquilo, valdría la pena cantarle algo.
Dime, dime, Viento,
¿qué debo hacer?
Dime, dime, Viento,
¿dónde debo ir?
Contéstame esta vez,
¿mi hogar es aquí?,
¿me tendré que ir?,
¿o puedo permanecer aquí?
¿Dónde estoy?
¿Y por qué aquí estoy?
¿Por qué no vienes,
por qué no oyes?
Dime, dime, Viento,
¿qué debo hacer?
Dime, dime, Viento,
¿dónde debo ir?
¿Hay un lugar
donde pueda quedar?
¿Existe en este mundo,
algo llamado hogar?
Te ruego contestar,
que dejes de ignorar.
Ruego respondas ya,
que esperanza no me queda más.
Dime, dime, Viento,
¿qué debo hacer?
Dime, dime, Viento,
¿dónde debo ir?
¿Es el invierno eterno?
Costeara si puedes, eso pretendo.
¿Llegará primavera?
¿O tengo el corazón congelado, quién viera?
Ya no sé qué hacer,
y no te importa, al parecer.
Me siento tan triste, tan solo,
cuando tú me has dejado.
Dime, dime, Viento,
¿qué debo hacer?
Dime, dime, Viento,
¿dónde debo ir?
Y luego un día,
Viento me respondió.
"Hay un hogar,
mas aquí no será".
Ve y búscalo,
no esperes más.
Puede que no esté ahí,
pero me escucharas aullar.
Lo sé, lo sé, Viento,
ahora te entiendo.
Me enseñaste,
ya comprendo.
Lo sé, lo sé, Viento,
venías a ayudar.
No me dejaste,
Conmigo avanzaste ya.
Escuchó que la puerta se abría, por lo que se detuvo abruptamente y levantó la vista, para encontrarse cara a cara con su cuñado, Tadashi, el Cuarto Kazekage.
–Me complace que te agrade –comenzó, sin siquiera esperar o dirigir un saludo y sin ser más específica acerca de lo que hablaba–. Temía que no fueras a quererlo –bueno, eso terminaba de aclarar que se refería a su pequeño sobrino; Tadashi pausó, quizás esperando una respuesta por parte de Yashamaru, misma que nunca llegó–. Lamento lo de Karura –dijo finalmente, desviando la mirada hacia el piso–, aún era joven.
Por un momento, Yashamaru sintió la rabia que comenzaba a hervir en su pecho. ¿Cómo podía Tadashi hablar así de la muerte de su propia esposa, de la muerte de la mujer que le había dedicado su vida? ¿Cómo podía referirse a su hermana de una manera tan fría e impersonal?
Pero tampoco él dejaba traslucir lo que realmente sentía por la muerte de su hermana, lo que lo hacía sentir como si no tuviera derecho a reprender a Tadashi.
Ambos estaban entrenados para mentirle a los otros, y él mejor que nadie debía comprender la situación en la que Tadashi se encontraba, con una esposa recién fallecida, tres niños menores de dos años huérfanos, uno de ellos siendo contenedor de un demonio y una ladea entera dependiendo de él.
–Sí –concedió estoicamente. Se quedaron en silencio, hasta que Yashamaru se dio cuenta de que había algo que debía preguntarle a Tadashi. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, el Kazekage lo interrumpió.
–Yashamaru –dijo solemnemente–. Comprendería que no quisieras hacerte cargo del niño. Sin embargo, te pido que reflexiones y contemples el hecho de que tú eres el único que lo acogerá dadas las circunstancias y, además, cabe mencionar que eres el único que posee las habilidades necesarias para cuidar de él apropiadamente.
–Comprendo, Kazekage-sama –declaró, sabiendo que su pregunta había sido respondida antes siquiera de ser formulada–. Yo me haré cargo de él.
–Me agrada tu disposición, Yashamaru –musitó Tadashi antes de darse media vuelta, dispuesto a marcharse, aunque se detuvo antes de haber cruzado la puerta, su mano ya en la manija plateada–. La ceremonia de incineración de Karura será mañana a las seis de la tarde –informó, y sin detenerse a esperar una respuesta, se fue.
Una vez que el Kazekage hubo salido de la habitación, Yashamaru volvió la vista a su sobrino, que había seguido el intercambio de palabras desconocidas para él con interés, sin comprender que se estaba hablando de su vida.
Dejó que una leve sonrisa escapara de sus labios y siguió el ejemplo de Tadashi, saliendo a la calle, con rumbo a su casa.
Una vez fuera del hospital se dio cuenta de que le gente comenzaba a murmurar a sus espaldas y que se cambiaban de acera al verlo venir. Sin embargo, no les dio importancia, manteniendo la vista fija en el niño que cargaba, sonriéndole y meciéndolo suavemente, para deleite del bebé, que sonreía tranquilamente.
Al día siguiente, cuando se alistaba para la ceremonia de Karura tocaron a su puerta. Se apresuró a abrirla, sólo para encontrarse con dos ANBUs, mismos que le entregaran un pergamino firmado por el Kazekage después de un estoico "buenos días".
En el mensaje, Tadashi le pedía –mejor dicho, ordenaba–, que dejara a su sobrino al cuidado de los dos shinobis para que pudiera asistir a la ceremonia sin él.
Cuando terminó de leer el mensaje levantó la vista y con la voz un tanto estrangulada, pero manteniendo el rostro impasible, aceptó la exigencia de Tadashi.
–Me alegra que el Kazekage haya tenido esta atención –murmuró, haciéndose a un lado para que pudieran traspasar el umbral de la puerta–. Ya los llevo a donde está.
Subió las escaleras con lentitud, quizás esperando retrasar el momento en el que debía dejar a Gaara al cuidado de esos dos hombres.
Pero los escalones no eran eternos, y más pronto de lo que le hubiera gustado se encontró frente a la puerta cerrada de la habitación en donde su sobrino descansaba. La abrió lentamente, complaciéndose en el hecho de que sus manos no temblaban y se entretuvo en la puerta, gesticulando a los ninjas para que entraran.
–Adelante –invitó, su voz carente de inflexión.
La habitación era más bien sencilla, con una única ventana redonda justo frente a la puerta, y una cómoda debajo de la misma. En el centro había una cuna y a la izquierda de ésta, una silla. Nada fuera de lo común, excepto, claro, que el niño que descansaba en la cuna era incapaz de dormir y tenía un demonio sellado dentro.
–Ahí está –informó a los ANBUs, a pesar de que era bastante obvio. Los dos hombres sólo asintieron–. En ese caso, me retiro –informó, encaminándose hacia la puerta.
En el momento mismo en el en el que salía de la habitación y cerraba la puerta tras de sí escuchó cómo se alzaban los sollozos del niño, casi como si supiera que él se iba, pero esperando que se silenciaran pronto se obligó a seguir su camino.
Sin embargo, le dio la impresión de que mientras más se alejaba, más subían los llantos de volumen. Trató de ignorarlos y abandonó la casa, perdiéndose pronto entre otras muchas casas iguales.
La ceremonia para su hermana fue más bien sencilla, con una pira funeraria en donde se incineraban los restos de la joven mujer, aún tan prometedora, que todavía debería de haberse contado entre los vivos, rodeada por pocas personas.
No supo realmente si la cantidad tan reducida de asistentes se debía a la rapidez con la que había sido realizada la ceremonia o sencillamente al hecho de que nadie había querido aparecerse.
Además de él, se encontraban Tadashi, con sus dos hijos mayores, Kankuro y Temari a su derecha. Junto a ellos, los dos ancianos del Concejo, Ebizo y Chiyo, cuyas expresiones decían que más bien deseaban que todo eso terminara para poder volverse a ocupar en sus asuntos.
Tadashi parecía estoico, completamente indiferente a lo que ocurría a su alrededor, sin embargo, Yashamaru se fijó en su mandíbula estaba apretada, en sus manos convertidas en puños y en lo distantes, lo vacíos que parecían sus ojos, mirando impotentemente cómo el cuerpo de su esposa se consumía entre las llamas.
Por otro lado, Kankuro y Temari lucían pálidos, aunque no supo definir si se debía sólo al color blanco de sus prendas, mismo que representaba el luto en Suna o a algo más, completamente distinto; en sus rostros se notaba la confusión. Se preguntó si alguien se había tomado la molestia de explicarles que su madre había muerto el día anterior y que ya no volvería nunca.
Una vez que la ceremonia hubo terminado, Chiyo y Ebizo hablaron con Tadashi durante poco tiempo antes de retirarse, después de lo cual Yashamaru se acercó a él y a sus sobrinos, que después de un momento de duda corrieron a abrazarlo; él sólo les devolvió el gesto, acuclillándose y forzando una sonrisa; finalmente, le ofreció una de sus manos a cada uno para poder enderezarse y hablar con Tadashi.
–Buenas tardes, Kazekage-sama –saludó, sin atreverse a levantar la mirada para encontrarse con sus ojos vaciados de emoción–. Gracias por la atención de antes –"aunque preferiría que no lo hubiera hecho" añadió mentalmente. Tadashi sólo asintió, como si ni siquiera le estuviera prestando atención.
–Espero que su incapacidad para dormir no haya representado un problema –añadió después de un rato, sus ojos perdidos en la lejanía.
–No, para nada –respondió Yashamaru vagamente–. Es un niño bastante tranquilo, de hecho no ha llorado más que un par de veces –añadió, recibiendo como respuesta otro asentimiento.
–Muy bien, Yashamaru –dijo, mientras parpadeaba repetidas veces, como si acabara de volver a la realidad y se diera cuenta de todo el tiempo que estaba perdiendo al hablar con él. Se dio media vuelta–. Nos veremos pronto. Niños –ordenó, lanzándoles una mirada a los susodichos–, despídanse de su tío.
Después de procesar la orden implícita: "márchate", Yashamaru se inclinó para mirar a sus sobrinos, que parecían aún más confundidos que antes. Forzó una sonrisa, esperando que luciera honesta antes de despedirse de ellos.
–Nos vemos luego, niños –murmuró en un tono que pretendía ser jovial, aunque su sonrisa o había alcanzado del todo su mirada–. Hagan caso a su padre –ambos asintieron, antes de darle la espalda y correr para alcanzar a su padre, que ya había comenzado a avanzar.
Una vez solo, no pudo evitar que un inmenso sentimiento de pérdida lo embargara. Volvió la vista a la pira funeraria, cuyas cenizas se dispersaban libremente por obra del viento, justo como Karura había querido, formando parte del viento, del elemento más impredecible.
–Karura –llamó en voz alta–. Hace apenas un día que te fuiste y parece que ha caído una maldición aquí. Todo parece desolado, onee-chan* –dijo antes de suspirar profundamente.
Se dio la vuelta finalmente, encaminándose hacia su casa, consciente más que antes de todo lo que sucedería ahora que Karura era sólo un recuerdo.
