La vida gira y gira a nuestro alrededor, debemos ser rápidos al tomar nuestro camino y no arrepentirnos nunca de él. Desgraciadamente hay gente que puede escoger que camino desea seguir, ya sea gracias al dinero o al apoyo y amor incondicional de su familia. Pero hay otras personas de las que nadie se acuerda, aquellas que ni sus propios padres llegaron a quererlos. Para estas personas, en un principio renegadas de la sociedad, las cosas son mucho más complicadas que para el resto.
De pequeña siempre soñé con despertar un día y no encontrarme en la fría y dura cama del orfanato, sino que encontrarme en una humilde casita donde cada mañana el dulce olor del desayuno y un beso de mi madre me despertasen. Pero a lo largo de los años aquel sueño se fue rompiendo. En el lugar donde me crié hay una única ley, los futuros padres no quieren adoptar a niños grandes, sino que prefieren a bebés. Desgraciadamente llegue a la edad de los dieciocho años sin que una sola familia se llegase a plantear el tenerme como hija. A pesar de la innumerables visitas de parejas que deseaban tener hijos, nadie llego a fijarse en la pequeña de ojos café que desde el fondo de la habitación seguía esperando que sus padres entrasen por la puerta y la llevasen a su verdadero hogar. Visita tras visita, año tras año, mi corazón se fue marchitando y aceptando que mi destino era la soledad.
Cuando llegué a la gran soñada edad, los dieciocho, salí del orfanato más por obligación que por gusto, y me encontré con el mundo real y mi futuro de frente. Pero las cosas no fueron como imagine, si sobrevivir en el orfanato era difícil, en la ciudad de Londres del siglo XXI sin dinero, trabajo y lugar donde dormir era peor.
