Como cada mañana, despierto gracias a la alarma, algunas veces sin necesidad de ella; y comienzo con mi rutina diaria: ducha, cepillado de dientes, encendido de la cafetera, elección de ropa interior… que desde hace un par de años dejó de ser la funcional y práctica, para ser más sexy y decorada de encaje, esperando ser apreciada por alguien que ni siquiera me considera mujer, menos aún femenina. Creo que debería volver a lo práctico, pero mi cuerpo ya se acostumbró al maldito encaje y la seda.
Luego de la ropa interior, vienen las otras capas, panties, blusa, pantalón, chaqueta… todas elegidas minuciosamente, que se ajustan en los lugares exactos para marcar mis curvas femeninas, pero que como ya dije, no atraen las miradas de quien desde hace mucho tiempo no solo me quita el sueño, sino que también el apetito, y ¿por qué no? La dignidad y fuerzas suficientes para alejarme de una buena vez y tratar de vivir una vida normal.
Mejor dejo de divagar y me apresuro, o llegaré tarde a la oficina, lo que conllevaría al interrogatorio de mi compañero por la tardanza. Supongo que el café tendrá que ser para llevar al fin y al cabo.
Como cada mañana conduzco hasta la oficina, paso por la entrada principal, saludo a los guardias y voy directo hacia los ascensores.
Como cada mañana soy la última en bajarme, gracias a que mi destino es el menos visitado de todos. A nadie le gusta bajar hasta el sótano ¿no?
Como cada mañana entro en la oficina y ahí está, la causa de mi falta de sueño, apetito y dignidad.
Como cada mañana me saluda y me brinda la más hermosa de las sonrisas, y sólo con eso me es suficiente. Pero este hombre no es capaz de ver que es la razón por la que me levanto cada mañana, vivo y respiro.
- ¡Buenos días Mulder!
