Caperucita y el lobo feroz

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—¿Qué llevas ahí, Caperucita? —dijo el lobo feroz mirando de reojo la canasta de la niña.

—Algunos libros que mi abuelita me prestó y vengo a devolverlos —respondió Caperucita.

—¿Libros? ¿Y qué libros son esos? —preguntó el lobo interesado.

—¿Quieres ver?

Se sentaron los dos bajo la sombra de un frondoso árbol, Caperucita quitó el trapo que cubría su canasta y reveló cinco hermosos volúmenes encuadernados en cuero, con las hojas amarillas por el uso y el paso del tiempo. El lobo empezó a leer con avidez, hechizado por las historias fantásticas narradas en las páginas; Caperucita, sonriente, le ofreció sus favoritos recomendándole empezar por esos. Al rato fue a la casa de su abuelita a devolver algunos libros y llevarse otros, cuando la abuelita se enteró de lo ocurrido le ofreció leche y galletas para que las compartiera con el lobo y Caperucita se fue feliz.

Al llegar de nuevo bajo el árbol, el lobo le mostró muy conmocionado algunas páginas que había estado leyendo.

—¡Oh, sí! Esa es mi parte favorita, ¿verdad que es maravilloso? —comentó Caperucita—. Y lo mejor de todo es que tiene una segunda parte.

Admirado, y a la vez entusiasmado porque habría más de aquella historia y los personajes que tanto le habían gustado, el lobo feroz siguió leyendo, cada vez más rápido, para llegar pronto al final y continuar con el otro volumen. Caperucita, mientras tanto, abrió su propio libro, dio un sorbo a la leche y mordió una galleta, preparándose para una agradable tarde de lectura a la sombra del árbol.

Muchos años después, el abuelo lobo feroz le contaría esta historia a sus nietos, alegrándose de que aquel día decidió no comerse a la niñita de capa roja.

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Una improvisación escrita a partir de una imagen para la página de Facebook Fantasy Fiction Estudios.

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Gracias por leer.

Romina