El despertar de la diosa.

Capítulo uno -Tristeza infinita, decisiones drásticas.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrió que se hallaba en el cuarto oscuro. Corrió a la puerta para salir de ahí, pero no abría. Solo escuchaban susurros llenos de desprecio hacia ella y las risas de los zodíacos que, libres al fin, disfrutaban viendo su dolor...

Despertó sobresaltada, bañada en llanto y sudor frío. Ese maldito sueño se repetía con mayor frecuencia en los últimos días, y le dolía saber que por su culpa todos se alejaban cada vez más de ella, abandonándola a la soledad.

Y sentía un profundo dolor en su pecho al saber que al alejarse de ella, todos hallaban la felicidad, mientras que ella tenía que resignarse a morir.

Felicidad¿qué no daría ella para conseguirla?

Se arriesgó a todo para alcanzar la felicidad, y sin darse cuenta, la perdió al dar el primer paso. Y el siguiente la apartó por siempre de la verdadera felicidad.

-Kureno -llamó a su cuidador cuando salió de su habitación- Quiero salir un momento, prepara el auto, por favor.

El joven se extrañó por el tono empleado por quien le retuviera a pesar de estar libre del hechizo, pero acató la orden de inmediato.

El todo el camino, solo hubo silencio en ese vehículo. Akito se limitó a mirar por la ventana a todas aquellas personas que, ajenas a cualquier pensamiento de ella, alcanzaban de alguna manera u otra la felicidad.

Cuando el auto se detuvo por un semáforo en rojo, se dispuso a sonreir al ver como una joven madre lidiaba con su criatura y el celular. El pobre niño trataba de llamar la atención de su mamá y ella trataba de que la persona que le hablaba no le colgara al tiempo que medianamente atendía a su hijo.

Cuando el auto volvió a marchar, la seriedad regresó a su rostro, y tras observar detenidamente ciertos locales, ordenó al joven que detuviera el auto y la esperara.

Para la sorpresa de Kureno, Akito entró a una boutique, y tras una larga hora salió totalmente transformada, irreconocible. Portando un vestido largo, blanco y abierto hasta media pierna, y maquillada ligeramente, solo para resaltar sus rasgos que, junto a ese brillo de tristeza y cansancio, le daban una imagen tierna. Kureno se quedó boquiabierto ante tal cambio.

-Deja aquí el auto, quiero caminar un poco.

Y tiró esa molesta ropa que tanto le reprimiera en el primer depósito de basura que halló en su camino. Kureno reaccionó por fin y alcanzó a Akito, quien caminara con una extraña prisa, dando a la gente raras sonrisas que, junto a su belleza expuesta, provocaba miradas que la llenaban de un extraño placer.

-Akito¿por qué estás...?

La chica le dirigió una mirada en la que no era difícil adivinar la tristeza que gobernaba en su alma.

Instintivamente, se dirigió a una plaza, y sentándose en una banca adornada por las hojas que la brisa arrancara, comenzó a ver a las parejas que, invariablemente de edad, caminaban como si fueran únicas en el mundo, susurrándose palabras tiernas, intercambiando promesas y cosas así. Una amarga sonrisa se dibujo en el rostro de la diosa.

Kureno se había quedado estático. Le era tan raro ver a Akito actuando de esa manera, ya que ni en los mejores días de la chica pedía las cosas en esos tonos.

Unas manos que cubrieron sus ojos, le hicieron regresar de la nube donde se hallaba inmerso.

-¡Hola Kureno!

De inmediato sintió como la chica lo abrazaba con fuerza, con cariño y no evitó preocuparse al ver que Akito le mirara fijamente, con ese brillo de dolor y tristeza en sus ojos negros.

-Arisa...

Arisa, la chica que tanto le gustaba, se había escapado del café donde trabajaba con la esperanza de hallarlo, y para lo que ella fue suerte, para él solo significó preocupación, ya que Akito podría molestarse.

-¿Sucede algo malo?

El joven negó con la cabeza y buscó a Akito con la mirada, aterrándose al ver que la joven mujer había desaparecido de su vista y la chiquilla que tanto amara le acosara con preguntas.

-¿Kureno, estás en la Tierra?

-Disculpame Arisa, n.n

-n.n ¿Tienes hoy el día?

-Oh, no hoy no. Es que, bueno, mi trabajo...

-No te entiendo.

El chico no halló palabras para explicarle su situación, pero le restó importancia.

-Digamos que me escapé un poco. Es todo.

-Jejeje, yo también. Solo espero que no tengamos MUCHOS problemas.

Unos diálogos sin importancia, minutos que se escurrían con velocidad. Una breve despedida y de inmediato la búsqueda de Akito.

-¿Donde estás Akito?

La descubrió caminando entre la gente, con la mirada perdida, como si esa pequeña escena le hubiera destrozado.

-¡Akito, espera!

Entrando a uno de los edificios, propiedad de los Sohmas, se dirigió a las escaleras, y subiéndolas con una inusual velocidad, se dirigió al piso superior hasta llegar al mirador, donde se apoyó viendo al fondo.

Miles de pensamientos, recuerdos e imágenes recorrieron su mente en esos instantes, en los que comenzó a llorar de dolor.

Unos minutos después, Kureno la alcanzó, y preocupado por lo que pudiera llegar a hacer, se acercó lentamente y le habló despacio.

-Akito... ¿qué sucede¿te sientes mal?

-Kureno, sé que nada que he hecho tiene perdón, y sé que tanto tú como esa tonta, Honda Tohru, me perdonarían solo por compasión -comenzó a subir al mirador- pero yo no necesito compasión, necesito ser libre, y esta... es la única manera.

Y antes de que el chico la detuviera, le dirigió una mirada llena de ternura y se arrojó al vacío.

-¡AKITOOOO!

Todo pasó en unos segundos. El cuerpo de la chica cayó en un auto, destrozándolo por completo, y una mancha escarlata comenzó a manchar el blanco vestido.

Bajando las escaleras a gran velocidad, el joven buscó la manera de llegar a ella, quitando a los curiosos que le impedían acercarse...

Continuará.