CRÓNICAS: Olvidado
La muerte. Era un concepto tan extraño. Todos la conocían y todos la experimentarían, y aún así le temían. La vida era aún más aterradora sin embargo, existían ciertas cosas que ni la muerte podía resolver. Había dolor, miseria en este mundo. Cosas de las cuales ni con la muerte podías huir de. Y aún sabiendo ésto me encontraba aquí, caminando con pasos pesados y algo torpes. La convicción que me había traído aquí había desaparecido, de hecho hasta me era trabajoso recordar. Bueno, supongo que lo he olvidado por una buena razón. Después de todo, a lo largo de mi vida ciertas personas me habían demostrado eso. Había cosas que era mejor solo olvidar y dejar atrás, como si nunca hubieran ocurrido. Teniendo ésto en mente no podía dejar de apretar mi puño. Toda mi vida no ha ocurrido aún, de eso estaba seguro. Lo único que existía para mi ahora era lo que se encontraba frente a mi. Levante mi mirada brevemente y observe una enorme máquina de asedio. Moviéndose como un enorme león entre un mar de ratones. Todos nos abrigábamos con todo lo que habíamos encontrado y utilizábamos cualquier medio a nuestro alcance para calentarnos.
El frío era incesable y se notaba como comenzaba a afectar la moral de las tropas. Llevábamos ya varias semanas caminando y aunque el líder aseguraba que nos desplazábamos directamente hacia un área de conflicto; la única razón que había tenido para disparar era cazar. No recibimos suficientes provisiones en la última aldea que habíamos pasado hace tan solo tres días. Y entre el frío y el hambre, un poco de conejo no me caería mal. Perdido en mis pensamientos, continuaba caminando. Mi hombro derecho comenzaba a ser una molestia después de haber estado cargando tan pesada ballesta en mi espalda. Una ballesta? Que estupidez había sido que me hubieran quitado mi arco solo para darme ésto. Seguro una ballesta era más poderosa, pero un arco mucho más rápido y maniobrable. Ya lo había decidido, en cuanto tuviera la oportunidad recuperaría ese arco. No importaba que fuera en contra de las reglas. Con una ballesta me sentía lento e inútil; irónicamente ahora podía agradecer el hecho de que no habíamos encontrado a ningún hostil desde que dejamos las murallas de Kenta.
Kenta era una amurallada ciudad fronteriza que se encontraba al borde del Río Rojo. Mismo que servía como frontera natural entre nuestra nación y el territorio aún declarado inexplorado. En realidad no se encontraba inexplorado, simplemente no se reconocía formalmente a ninguno de los pequeños reinos que existían en la zona. Después de todo aún no se encontraba a ninguna especie con los números y poder del Imperio Humano. La principal razón por la cual sin embargo no habíamos invadido esta área, era porque la ancestral Iglesia de Amoniaco nunca lo había aprobado. Aún así, unas cuantas expediciones por esta área habían sido aprobadas. Por ende, me encontraba aquí hoy. Comenzábamos a cruzar un pequeño puente, sin embargo uno fabricado completamente de hielo. Fue entonces cuando nuestro Capitán alzo la voz entre el poderoso viento.
—Tendremos que dejar la máquina de asedio—gritó—pero no nos detendremos, escuadrones A, B y F conmigo. El resto quédense a hacer guardia!—
El Capitán era un hombre fuerte y bien esperanzado, siempre con la cabeza alta y la mirada hacia delante. Probablemente ya tenía unos 40 años, sin embargo su complexión detonaba una muy formidable fuerza y décadas de experiencia. Traía una simple armadura pesada de cota de malla y una espada de mandoble colgando de su espalda. Acompañado de un ligero casco cerrado hecho de placas de hierro, sus ojos eran lo único visible de su rostro. Esos ojos obscuros, que siempre reflejaban secreto y muerte. De igual manera, todos aquí confiaban firmemente en él; incluyéndome. De nuevo me encontraba perdido en mis pensamientos, casi como si me encontrara narrando todo lo que veía. Antes de que fuera muy tarde, recordé que yo era parte del escuadrón F. Rápidamente me acerqué al Capitán, seguido de muchas otras personas. Cuando nos encontrábamos más cerca, el Capitán rápidamente nos contó y fue entonces cuando gritó.
—¿¡Donde rayos se metió Alice otra vez?!—
Todos nosotros nos vimos los unos a los otros en confusión. Al menos en mi conocimiento, no había nadie con ese nombre acompañándonos hoy. Y francamente esta expedición era algo pequeña, sería difícil perder a alguien. Fue entonces cuando unos pesados pasos se escucharon por detrás de mi. Sin embargo, yo no volte a ver a esta persona. Ahora me encontraba escuchando al Capitán.
—De acuerdo, ya que solo somos 23 tendremos que aprovechar las colinas de adelante como cobertura. Quiero que adopten la táctica Tortuga; arqueros y ballesteros en el centro, infantería los rodea y élites al frente. ¿De acuerdo?—gritó de nuevo—
Un grito unánime dejó satisfecho al Capitán y comenzamos a movernos. Cruzando el misterioso y helado puente mientras nos colocábamos en formación. Muy curiosa aquella estructura, ya que después de cruzarla, el paisaje cambio dramáticamente. El frío ambiente paso a ser una completa visión de los Polos Helados. Sin embargo la hacía en tan solo los cortos 10 metros de aquél puente, el clima cambió demasiado rápido como para poder ser natural. Ojalá hubiéramos traído a un Estable Imperial, maestros de lo divino, para poder comprobar si ésto era la obra de algún Dios o simplemente un hechizo muy poderoso. De igual manera pasamos de caminar sobre roca a caminar sobre hielo sólido. Una vez ya dentro de aquél antinatural territorio, acabamos de adoptar nuestra posición y yo quedé al lado de una chica rubia que portaba un hermoso arco de Caoba. Algo envidioso, tomé mi ballesta y me preparé para disparar; después de todo estos territorios eran considerados hostiles. Fue entonces cuando aquella chica me habló, su voz hacía clara su juventud e inocencia.
—Oye, ¿Me cambiarías tu ballesta por éste arco?—habló—¿Por favor?
—Claro que si, gracias a ti.—le contesté muy entusiasta—
Sin dudarlo un solo momento tomé aquel hermoso arco y le entregue mi pesada ballesta. Y mientras me pasaba sus flechas y brazal me hablo de nuevo.
—Muchas gracias, la verdad me siento más a salvo con una ballesta que con un arco.—
—¿En serio?—pregunté algo escéptico—yo siempre preferiría algo que dependa de mi habilidad a algo que funcione mecánicamente.—
—Bueno, ha de resultar que no todos tienen tu habilidad. ¿No crees?—habló de una forma un poco desafiante—
—Bueno, eso es cierto—dije riendo un poco—¿Sabes? Ya me has caído bien. ¿Cuál es tu nombre?—
La chica dudó un poco en contestar a eso, sin embargo después de unos momentos respondió felizmente.
—Soy Alice, Alice Reeik. Y mi signo es el conejo—contestó muy feliz—
Resultaba un poco extraño que alguien te comunicará su signo justo después de conocerte, sin embargo ella lo había hecho sin pensarlo dos veces. Fue por eso que decidí hacer justo lo mismo.
—Mucho gusto Alice, yo soy Finn. Y mi signo es el oso—contesté con una voz baja pero audible—
Entonces Alice me ofreció su mano y yo alegremente la estreche. Después preparé mi arco para disparar y mientras continuábamos hablando, la expedición continuó avanzando. Cruzábamos un helado bosque, tan frío que las hojas de los árboles eran de puro hielo. No dejaba de sorprenderme lo extraños que eran estos pequeños reinos que existían en los territorios inexplorados. Parecían hechos por el mismísimo Dios, su belleza y perfección no eran ni naturales y ordinarias. Ya habían pasado unas dos horas desde que habíamos cruzado aquel misterioso puente. Fue entonces cuando salimos del bosque y lo primero que vimos fue una enorme y extrañamente perfecta montaña de hielo sólido, alzándose imponentemente en un claro muy extenso. No pude evitar decir en voz baja.
—Dios de mi vida…¿Quién habría hecho eso?—
—Seguramente alguien fuera de nuestras fronteras.—Alice me contestó en voz baja—
Al parecer me había logrado escuchar. Sin ninguna otra palabra continuamos avanzando lenta y cautelosamente hacía aquella imponente estructura, la cuál desafiaba toda lógica explicación natural. Después de que la expedición avanzara apenas unos 100 metros en completo y absoluto silencio, un extraño proyectil descendió de lo alto de la enorme montaña. Era azul y muy brillante. Nadie tuvo realmente tiempo de reaccionar, sin embargo éste impacto justo enfrente de los élites en el frente. Y en cuanto tocó tierra, a sorpresa de todos, unas enormes y puntiagudas estacas de hielo se abrieron paso en todas direcciones. Obviamente la formación se rompió mientras todos retrocedieron rápidamente y sacaron sus armas. Se veían hachas, espadas, lanzas, ballestas y unos cuantos arcos. Y aunque todos salimos de peligro, una estaca logró atravesar al Capitán, quien se encontraba en el frente, en el abdomen. Era una herida letal. Rápidamente los élites lo tomaron y utilizando una básica pero potente poción de curación, hicieron su herida cerrar en tan solo unos segundos. Pero algo me dijo que ésto no había acabado y sin pedir permiso utilize el brazal de Alice, que noté tenía una pequeña piedra incendiaría, para prender fuego a una flecha y la preparé. En cuanto mi compañera notó lo que había hecho me recriminó.
—¡¿Que estas haciendo?! ¡¿Planeas atacar a lo que sea se encuentra sobre esa montaña maldita?!—quería gritar pero me recriminó en voz baja—
—Claro que no, pero uno nunca sabe cuando—me interrumpí-
Justo como lo esperaba un segundo proyectil descendió de la montaña. De cierta manera era igual al primero, azul y brillante. Sin embargo, éste lucia mucho más grande y tenía una mayor velocidad. Sin embargo logré mi cometido. Utilizando toda mi habilidad y tan solo un corto par de segundos, disparé una flecha incendiaria al aire con gran velocidad. Misma que interceptó a aquél proyectil en el aire, eliminando a ambos y dejando una nube de vapor a gran altura. Fue entonces cuando todo comenzó…
¿Comentarios?
