Hello there! Espero que se encuentre bien el que me lee. Esta historia es un AU (lo cual no es algo que suelo hacer con esta pareja) y como considero a España un pais con muchos matices he decidido mostrar esta vez la parte un tanto...religiosa de Antonio

Advertencias: tomela en serio querido lector, vera prejuicio religioso y probablemente luego integre frases biblicas, asi que por favor, discreción (yo misma soy muy creyente) La historia originalmente le pertenece a AkiraHilar, Dios bendiga su imaginacion!

Los personajes NO me pertenecen


Nuestro Pecado

I

Caldo de Tentaciones


Dejo caer la taza de porcelana sobre la superficie de la mesa del comedor de su departamento. Vivía solo, apartado en aquella pequeña ciudad inglesa a donde había ido como respaldo sacerdotal de la nueva organización, pendiente de los adelantos, de los feligreses, de los servicios y el cumplimiento de todos los preceptos. Esa era su vocación, vivía para ello, había preferido dejar las carreras mundanas para aprender del santo libro y convertir a los incrédulos. Esa era su pasión… esa era su misión.

Observó el reloj de manecillas que se movían en un tic tac rítmico, incluso molesto, pero era el único acompañante. Desde hacía semanas ya no escuchaba la voz de aquel, se sentía abandonado, o quizás él era quien se había alejado. Como fuera, la soledad nunca le pareció una grata compañía y esta vez no era la excepción

Volvió su vista al reloj, pensando en múltiples cosas a su vez. El cabello castaño lucía mas revuelto de lo usual, no había peinado sus hebras luego del baño que se había dado esperando descansar, sin resultado alguno. No sabia si era porque extrañaba a su Galicia natal en donde sol resplandecía todo los días, muy diferente a Salisbury. Tenía insomnio, y quizás eso se debía a su vez a la montaña de café que estaba bebiendo durante esos días. Se había convertido en su vicio, un vicio no menos sano por no ser mortal, un vicio que debería eliminar, tal como lo que sentía en el pecho. ¿Qué sentía? Dolor, rabia, indignación, temor, soledad… amor.

Eso último… eso último le asustaba.

Regresó sus ojos aceituna hacía la madera del comedor, al lado de la taza de porcelana medio vacía… o medio llena, sinceramente daba igual en ese momento su percepción. Él se sentía exactamente igual como esa taza, sin saber si podía presumir de lo que tenía o lamentarse por sus carencias. En algún punto de ese viaje se había olvidado, o perdido, en un laberinto donde no hallaba salida por muchas puertas que abriera. Totalmente lamentable, no parecía el mismo, no iba con su carácter alegre y amable del cual gozaba la mayoría del tiempo. El aire entonces le sabía a sal, su saliva a sangre, que luego percató que se trataba de su labio que había mordido. El contorno de sus ojos marcado con las ojeras daba evidencia que no se encontraba en sus mejores días.

El mismo se encontraba sin fuerzas…

El mismo quería huir de aquello. El problema era ¿Cómo huir? Ni siquiera regresándose a España lo considera una medida suficiente.

Tenía miedo, miedo de su cuerpo, miedo de sus sueños, miedo de la culpa y del castigo divino… miedo a perderlo todo.

Su móvil sonó, con una de esas melodías sacerdotales que tanto amaba, aquella que le recordaba que tenía perdón, que aún podía arrepentirse y continuar, que podía pelear con ello. Escuchándola miró a su equipo moviéndose por la vibración en la mesa de noche, parpadeando intermitentemente en espera de ser contestado. Se levantó de su asiento con pesadez, apenas cubierto por una bermuda y una camiseta para dormir, o lo que intentaba hacer, pero al pararse frente a la mesa y leer el nombre del remitente se quedó estático observando a su teléfono sonar animadamente.

Sus latidos iban mucho más rápido.

"Dios le bendiga padre, soy Arthur Kirkland, estuve en el ultimo retiro espiritual realizado ¿puedo…?"

En aquella oportunidad, el ibérico había levantado su cabeza del escritorio, ya que estaba concentrado leyendo algunos versos para formar la liturgia que le tocaba el fin de semana, muchos creyentes asistían a ese pueblo británico para ver la hermosa catedral, era una gran labor y honor para el ser seleccionado para impartir el mensaje de Cristo. Quitó los lentes de su camino y suspiró, aprovechando para descansar la vista luego de una hora de intenso estudio bíblico y revisando diferentes concordancias para conseguir el significado clave de la palabra perdón según el contexto del verso.

"Te recuerdo Hno. Arthur!. Por supuesto, puedes sentarte"—le señaló su asiento, dibujando una de sus alegres sonrisas que causaban hoyuelos en sus mejillas—". ¿Hay algo en que pueda ayudarte?"

—"Realmente… espero que sí"—murmuró el hombre rubio, cabizbajo—". No sé por dónde empezar, siento que si no hablo con alguien de esto terminaré ahogándome."

—"Puedes confiar en mí, no diré nada de lo que hables en este lugar"—le aseguró tomando con seriedad el asunto, saliendo del escritorio para tomar el otro asiento al lado de su visita, y así dedicarle no solo atención sino total confiabilidad—". ¿Qué ocurre? ¿Cuál es tu carga?"

"Mi familia"—confesó—". No sé qué hacer con mi familia yo…"—carraspeó un tanto desviando su mirada. A pesar de que trataba de mostrar fortaleza y firmeza, se veía desesperado, agobiado por algo en extenso importante—" siento que soy una máscara ante todos. No soy el hombre que dicen ver, no soy correcto… yo, yo estoy lleno de demonios…"

"No digas eso, el cuerpo es morada del espíritu santo, si has creído en él como tu salvador, no hay lugar para demonios dentro de nuestras vidas"—los ojos verdes esmeralda le miraron, angustiado, buscando con ahínco algo de que tomarse para seguir a flote—". Arturo…"

Lo vio por un momento fruncir el ceño, tal vez por escuchar su nombre en otra lengua, pero igual prosiguió—"Yo siento que no puedo con estos demonios…"

Él teléfono había dejado de sonar y en su mente sólo se había filtrado el recuerdo de aquella primera vez, hace seis meses. Bufó contrariado pasando la mano por su frente, sudando, pese a que estaba lloviendo y el clima en realidad estaba un tanto frió Se tiró al mueble aledaño ya sin fuerzas, mirando el techo de yeso, pensando en tantas cosas a la vez que empezó a sentir jaqueca. De nuevo el móvil volvió a anunciar una llamada entrante y el castaño le miró con sus ojos enrojecidos por falta de sueño; su mirada parecía pedirle en un mudo silencio a su equipo que se apagase solo o que dejara de resonar de esa forma. Nada ocurrió, más que el equipo agitándose y haciendo a su vez el ruido al chocar contra la madera de la superficie, durando así dos largos minutos.

Cuando el silencio inundó la estancia, volvió su vista al vacío del techo, meditando en lo absurdo que era pensar que le gustaría que el rubio lo buscara, cuando sabía que no pasaría.

Tomó el mando de su televisor que estaba justo al lado de su teléfono, y encendió el aparato buscando algo con que distraerse, tal vez un buen juego de futbol de la liga seria ideal, sin embargo no encontró nada de futbol entre los canales. Siguió pasando los canales a su vez, hasta llegar al canal católico y quedarse allí por unos minutos oyendo la predicación de esa hora, por parte de uno de los más relevantes arzobispos. Realmente no tenía su atención en el aparato, sino en los recuerdos, en lo duro que empezaba a sentirse y en su idea de darle un botón enviar al mensaje que ya tenía preparado desde hace días pero le daba vueltas y vueltas. Las cosas cambiarían, para bien o para mal, en cuanto el mensaje se enviase.

Lastimosamente los recuerdos no lo dejarían tranquilo por un buen tiempo, por mucho que intentaba distraerse no lograba hacerlo, era como si al final todo lo que estaba pasando dentro de él no pudiera ser relegado en un segundo plano. Cansado decidió apagar el televisor. Quizás lo que necesitaba era salir de ese sitio, de ese encierro que no hacia mas que volverlo loco; un poco de aire fresco, de ver a otras personas, aunque sabía que ya era de noche y no había mucho que ver en ese pequeño pueblo. Decidido fue hasta su habitación para cambiarse, vestirse de forma informal para luego recoger su teléfono y las llaves del automóvil que le habían donado, buscando algo con que concentrar a su mente.

Otras circunstancias, otras situaciones, cualquier otro percance que hubiera pasado en su vida podían ser superadas. Había sobrevivido a las criticas, a los celos, a las malas intenciones, a robos, a calumnias pero… aquello, aquello era más fuerte.

—"¿Amas a tu esposa?"—le preguntó, en una de las sesiones que cuadraron luego de su primera visita.

"No veo mi vida sin ella."

La idea era sencilla, el hombre tenía un problema matrimonial, sentía que su esposa no estaba satisfecha, no podía abrirse para con sus hijos, su hijo mayor mostraba comportamiento alarmante para su edad que denotaban una desviación. Era un problema que ya había tratado en diversas oportunidades, esa ya era la tercera vez que ayudaba a alguien con ese tipo de circunstancia, ese era su ministerio y se sentía capacitado para ayudar con la guía religiosa a otra persona a resolver sus conflictos. Arthur, a pesar de ser un poco frío, parecía ser sincero al hablar, le confesaba sin tapujo lo que estaba ocurriendo: la presión de su trabajo, la de su hijo adolescente y su mujer reclamándole el no haber estado mucho tiempo hablando con él o asesorándolo, la de su edad, la de sus padres, la del reencuentro con su hermano que vivía en Escocia.

"Entonces tu hermano también…"

"Así es"murmuró, avergonzado", por eso no he permitido que se acerque a mi hijo, puede ser mala influencia. Es mi hermano, sé que debo amarlo pero… con ese estilo de vida tan asqueroso…. Yo no soy como él"

Encendió el equipo de sonido de su automóvil cuando el silencio se le hizo una agonía tortuosa para el alma. Los recuerdos no le dejaban, y el aire turbio escapaba de sus pulmones casi como si le fallara la tarea de respirar, como si tuviese asma, con algo en el estomago que le estaba matando. Debía ser acidez, debía ser por tanto café, por el mal comer, por la dolorosa carga que llevaba a cuesta. Debía ser…

Él teléfono sonó, de nuevo, y el español tuvo miedo de mirar. Cruzó la avenida solitaria fijándose en diversos almacenes apagados y en los avisos de la carretera, buscando algo que enfocara su atención. Aquel monstruo con el que estaba peleando cada vez ganaba más terreno; se sentía ya angustiado. Golpeó el volante tratando de despejar un poco toda la presión que tenía en su cabeza y la saliva atorada en su garganta, combatiendo, combatiendo.

Aquello hacía mella en su fe, en su caminar, en su vida. Toda la fuerza de aquel sentimiento, o emoción, o deseo mal habido estaba corroyendo su calma y su temple. Intentaba superarlo, intentaba sobreponerse a él y a las noches a solas, a su castidad, a su decisión de entregarle su vida al Señor. Más sin embargo el cuerpo se estaba convirtiendo en enemigo, su espíritu en el abogado acusador… su alma en verdugo y víctima.

Y sólo debía pelear, seguir pelando.

"No sabía de la apertura de esta librería"—le había comentado, aquella tarde que lo llevó a comprar un nuevo estudio bíblico en una librería recién abierta. El local era grande, espacioso, aún había estantes esperando por ser llenados, sin embargo denotaba que tendria un buen futuro en el mercado religioso.

Él se había adelantado hacía el sitio de su interés, prestando especial atención a los libros de estudios que habían llegado nuevos y estaban en ingles. Estaba tan distraído que no se percató cuando Arthur se le acercó por la espalda, tomando uno de los libros de los estantes superiores mientras cubría su cuerpo con el suyo, apenas separados.

—"Parece que llamaste la atención"—escuchó en su oído el perfecto acento ingles, y el golpe de aliento que penetró en su piel le erizó por completo. De repente se hizo consciente de la cercanía, de su aroma que no sabia como describir, pero que le resultaba agradable, de la posición y de lo que estaba agrietándole el estomago. Escuchó una risilla traviesa de él en su oído, y luego sintió cuando se alejó, llamando a las jóvenes que se habían quedado mirándole.

Antonio le miró, con el corazón tambaleando sin cesar, observando cómo sigilosamente hacía preguntas de los libros mientras estudiaba a las chicas que se había quedando mirando. No supo cómo logró hacer que se les acercara, que se les presentara y hasta una le sonriera con galantería. Él apenas respondió… Intentaba convencerse que todo fue una equivocación de él, que nada pasó, que esa cercanía no le aturdió.

Tenía que serlo, lo miraba todos los domingos llegar con su esposa e hijos, se sentaban en los primeros puestos y escuchaban la liturgia con atención e incluso daban ofrendas. Él no tenía esa clase de problemas, él no enfrentaba eso; por el contrario, amaba a su familia, a su hijo, a su esposa. Si algo le había quedado claro de Arthur es que amaba a su mujer, deseaba complacerla, le hablaba de sus esfuerzos por retenerla, de sus regalos y de las cartas que nunca había escrito ni de enamorados, le hablaba de cuanto le hacía falta, de que quería ser un buen padre…

¿Cómo él podía pensar que ese hombre se le haya acercado de otra manera?

Imposible… y por ello batía con sus manos el volante al de nuevo caer en la misma inseguridad, la misma sensación. Era imposible que Arthur sintiera algo por él y él… él debía vencer de nuevo a su demonio.


Pobre Antonio, tantos lios internos son un tormento, pero si no hay tormento no hay fic, asi que las cosas se iran volviendo cada vez mas engorrosas para nuestro Español favorito

Ah, por cierto, esto va dedicado a mi pecadora predilecta: Hinataamatsu, te vere en el infierno VIP red bastard ;)

Para comentarios y opiniones ya saben donde escribir

Little Monster