Disclaimer. Personajes de propiedad de Jota K.


AQUEL OTRO TIPO DE MAGIA


CAPÍTULO I

El orden de las cosas

Percy Weasley es un hombre muy puntual. Tan extremadamente puntual que todos los días, de lunes a sábado, llega a su oficina a las siete de la mañana con cuarenta y cinco minutos exactos. Ni antes ni después. Y si, trabaja los sábados.

Con paso firme y decidido, camina por el centro de Londres, bajo un cielo limpio y claro o bajo lluvias y un viento helado. Y camina precisamente y se olvida del polvo de las chimeneas y sus llamas de color esmeralda, porque pese a que le irrita enormemente los más de trescientos mil ingleses que se aglomeran por allí, más le molesta las cenizas que arruinan su traje nuevo cuando viaja por polvos flú. Atraviesa el atrio, mirando fijamente al frente y, sin titubear, llega al quinto piso del Ministerio de la Magia y hace su aparición en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Su panorama ideal para un lunes a las siete y cuarenta y cinco minutos de la mañana, como hoy, consiste en que el día transcurra sin preocupaciones innecesarias ni sobresaltos. Que, sujetando firmemente su maletín en su mano derecha, saludara a su secretaria inclinando su cabeza sólo un par de centímetros y, casi sin sonreír, murmurara un Buen día, procediendo a encerrarse en su oficina, para que tres minutos después, cronometrados y perfectamente contabilizados, su secretaria tocara a su puerta, le dijera 'Señor Weasley, aquí está su te', le llevara El Profeta y alguno que otro suplemento informativo de la prensa, y lo pusiera al tanto de cada uno de los asuntos pendientes para el día y para la semana. Que luego, como los últimos catorce meses desde que Jane era su secretaria, tomara nota de todo lo que él señalara, archivara sus informes, le hiciera llegar su correspondencia y que, cuando abandonara su despacho, le recordara que el martes estaba de cumpleaños el Jefe del Departamento de Transportes Mágicos y que, antes que él le señalara que le comprara un regalo y se lo hiciera llegar con anticipación, Jane dijese que ya le compró una pluma enchapada en plata, que le redactó una carta de felicitaciones y que sólo falta su firma. Que, finalmente, justo en el momento en que Jane cerrara la puerta de su oficina, Percy notara que hasta había destacado las noticias de la prensa del día que creía que a su jefe le resultarían interesantes y agradables de leer, y que esa rutina continuara así por el resto de sus días, de lunes a sábado por igual, porque esa era eficiencia. Esa era verdadera eficiencia y Percy Weasley no podía trabajar con alguien que no cumpliese con sus expectativas.

Aquel era el panorama ideal, el que debía ser y uno que Percy deseaba, anhelaba, con todas sus fuerzas. Sin embargo, las cosas no ocurrían de esa manera, porque a Jane, su totalmente eficiente secretaria, se le había ocurrido casarse hace seis meses y embarazarse.

Como Jefe de la Oficina Internacional de Ley Mágica , Percy Weasley esperaba afrontar el día sin sufrir de molestos dolores de cabeza, ni preocupaciones ni sobresaltos y resultó todo lo contrario. Porque ahora recordaba que, luego de firmar la tarjeta de cumpleaños del jefe del Departamento de Transportes Mágicos, debía encontrar un remplazo a su secretaria.

Y no estaba alegre por aquello.


Durante los últimos catorce meses, Jane había demostrado saber hacer, a la perfección, exactamente las cosas que Percy planeaba sin necesidad de que éste se las señalara, es extremadamente rigurosa y metodológica, llega a la oficina incluso antes que él, sabe que cuando su jefe le dice que desea sólo una cucharadita de azúcar en su te realmente desea dos y que cuando le señala 'No quiero ver a nadie, Jane' ella realiza esfuerzos sobrehumanos para que nadie ingrese a su despacho, le hace afrontar sus días laborales con decisión y una confianza inestimable y, francamente, le resulta simplemente irremplazable.

Percy se sentó frente a su escritorio, respiró profundamente como si realizara una pausa que le permitiera reordenar sus ideas y proseguir como si nada, le señaló a Jane que recuerde enviarle un memo a Howard Brown, el director del Departamento, confirmando el almuerzo de esa mañana donde repasarán la exposición de éste sobre las nuevas aperturas financieras ante el representante del Ministerio francés, tomó El Profeta entre sus manos, se dio cuenta que el artículo de la página 6 sobre la conferencia 'Estándares internacionales para el libremercado' que se dictaría el próximo lunes a las tres de la tarde se encontraba destacado con un papelito rojo situado en una de las esquinas y escuchó a Jane y a su vientre abultado de seis meses de gestación, decirle

- Señor Weasley, si desea asistir a la Conferencia sólo avíseme. Ya tengo un documento preparado para enviárselo a los organizadores y todo estará listo.

Entonces Percy le sonrió a medias, le dio las gracias, le respondió que se encargara de despejar su agenda del próximo lunes por la tarde para poder asistir a la conferencia, suspiró con pesar, se dio cuenta lo mucho que extrañaría esos gestos, continuó pensando que su secretaria era una mujer indispensable, pero se propuso redactar la solicitud para su remplazo.

Había llegado el momento de dejar de negar la situación y de aceptar que Jane estaría lejos durante más de 9 meses. Incluso maldijo a su respetado Ministerio de Magia, porque hace un par de años se les había ocurrido adoptar la ley sobre licencia maternal que el gobierno muggle del Reino Unido había aprobado. ¡9 meses!

Sólo lo tranquilizó el pensamiento constante de que él mismo sería el responsable de elegir a su remplazo, de que Jane se encargaría, con su eficiencia y rigurosidad, de entrenarlo o entrenarla duramente en todos los aspectos ministeriales antes de que empezara el periodo prenatal y de que ella, en algún momento, volvería.

Al menos a Jane le faltaba un mes para abandonar la oficina y prontamente todo seguiría funcionando con normalidad.

Como las cosas estaban destinadas a funcionar.


Percy se despojó de su saco nuevo, desabotonó las mangas de su camisa, se la arremangó con calma y limpió sus anteojos con dedicación. Esta sería una semana sumamente ocupada y agotadora, de aquellas semanas que Percy adoraba porque, pese al bullicio excesivo, a los reiterados llamados desde el otro lado de su puerta, a las constantes reuniones de trabajo y a los reporteros insaciables, lo hacían sentir vivo.

El miércoles por la mañana recibirían la visita de un representante del Ministerio de Magia francés y Percy se había encargado, personalmente, de evitar el caos, el desorden y de que cada detalle quedara resuelto. Se encontraban en orden los programas de las reuniones que sostendría el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, con los jefes de sus respetivas oficinas, las salas de conferencias, los asuntos sobre Ley Mágica que deberían discutir, los materiales que entregarían, la delegación que recibiría al representante francés, el hotel donde se hospedaría y hasta el menú del almuerzo del miércoles, jueves y viernes.

Luego de corregir el informe sobre 'Actualización sobre la Ley Mágica Internacional' que debía entregarle al director de departamento en la reunión que sostendría con él durante el almuerzo de ese día, reorganizó los papeles en los archivos del estante con un movimiento veloz de su varita mágica, y procuró no mancharse los dedos con la tinta con la que escribía mientras anotaba en el pergamino sobre su escritorio el estricto perfil que debía tener el remplazo de su secretaria. Esperaba conseguir a una persona igualmente profesional y dedicada. Que no tuviese que darle instrucciones que eran evidentes, que pese a estar recién casada no se quejara del horario de trabajo que Percy exigía, y que no hablara más de la cuenta.

Con suerte, mañana comenzarían a llegar notificaciones y pergaminos con toda la información laboral de los interesados respondiendo a la solicitud para el puesto de su secretaria, con Jane se encargarían de agendar un día dedicado para las entrevistas personales y él se dedicaría un día por completo a estudiar a los aspirantes exhaustivamente y sin descanso, como en cada tarea que Percy se decidía a emprender.

Se permitió contemplar su oficina con satisfacción, mientras saboreaba su te apenas endulzado de las diez de la mañana. Salvo el inconveniente que el embarazo de Jane había provocado en su vida, las cosas estaban marchando tal como él lo había planeado. Su oficina reflejaba orden y certezas; no había lugar para el azar ni los descuidos. Trabajaba en el lugar que desde los siete años había deseado, tenía un buen empleo, era respetado por sus colegas, era un hombre confiable y, cuando llegaba a su departamento por las noches, podía leer tranquilamente y sin nada que le desordenara su vida, salvo los gatos que peleaban en la calle y los automóviles de la gente muggle que transitaban a medianoche.

Percy notó que pronto sería la hora de almuerzo, por lo que cogió su saco, corrigió las pequeñas arrugas e imperfecciones de su traje, se miró frente al espejo y se repitió mentalmente que las cosas se encontraban en orden y tal como las había planeado.

Se encontraba tan concentrado y confiado en sus capacidades que ni siquiera el llamado a su puerta de Jane que le anunciaba que había llegado una carta de su madre, logró sobresaltarlo.

- Déjelas sobre el escritorio, Jane. Además necesito dos copias del documento que está dentro de esta carpeta. No es urgente, pero si las tuviese mañana sería perfecto. Una de ellas deberá enviársela al Ministro Shacklebolt.

- No se preocupe, señor Weasley. Para mañana estarán sobre su escritorio.

- Y, ¿Jane? Si lo desea puede abandonar la oficina más temprano y quizás ir a almorzar con su marido. Yo estaré toda la tarde con el señor Brown y usted ha adelantado el trabajo del día y se merece un descanso.

Percy terminó de arreglar su saco y su corbata y le sonrió a su secretaria. Ésta pensó que Percy Weasley era un jefe exigente, un poco maniático, que sonreía sólo cuando era estrictamente necesario, que no avalaba la mediocridad y que no aceptaba nada que no fuese extraordinario. Pero que, al fin y al cabo, era un buen hombre. Siempre le preguntaba cómo se sentía con su embarazo y le aseguraba que cuando tuviera alguna cita con los medimagos en San Mungo le avisara con anticipación para que pudiera asistir tranquila.

- Nos vemos mañana entonces. Creo que aprovecharé de ir con Steve a comprar la cuna para el bebé. ¡Hemos estado tan ocupados que ni tiempo hemos tenido para hacerlo!

Jane le deseó éxito en la reunión que sostendría con el director del departamento. A Percy podrían considerarlo un ogro, un solterón y un amargado, pero no era un hombre insensible. Había visto a todas sus cuñadas y a su hermana padecer los síntomas de un embarazo, tenía una infinidad de sobrinos, adorables y maleducados, amaba a su madre por sobre todas las cosas, y no quería que por su culpa el bebé de Jane padeciera problemas o que luego Steve, su esposo, viniera a armarle un escándalo o a reclamarle.

Después de todo, los estudios demostraban que mantener las buenas relaciones con los empleados y estar atento a sus necesidades propiciaba la eficiencia de éstos. Lo último que deseaba Percy Weasley era que éstos disminuyeran su productividad o, peor, que organizaran una huelga en contra de su administración. Además, Jane era la mejor secretaria que había tenido. Y punto.


Percy Weasley llegó, como habitualmente solía hacerlo, cinco minutos antes a la oficina de Howard Brown.

Encontró a su asistente con los pies sobre el escritorio, la corbata ladeada de una manera muy poco profesional, dibujando con su varita mágica la figura de una bruja semidesnuda en el espacio y tarareando esas canciones que él encuentra de sumamente escaso gusto. Percy sólo carraspeó muy fuertemente y miró al joven mago con desaprobación mientras subía una de sus cejas y anunciaba que tenía una reunión con su jefe.

El joven rápidamente se acomodó en su asiento, intentó ordenar los pergaminos caóticamente expuestos sobre el escritorio e hizo desaparecer inútilmente la figura de la bruja que ahora se había volteado hacia Percy y le tiraba un beso mientras agitaba sus caderas y mostraba sus piernas desnudas. Percy miró al joven con indignación y, ante su inmovilidad, agitó su varita y la hizo desaparecer de inmediato, dejando en el aire sólo su rastro brillante y aseverando lo vulgar de la situación y lo inaceptable de su comportamiento.

Tras observar como el joven se disculpaba y se levantaba de su asiento para entrar al despacho de Howard Brown, Percy se preguntó por quinta vez en esa mañana si encontraría un remplazo de su secretaria acorde a sus expectativas o si debería conformarse con semejantes especímenes.

- ¡Weasley! Tan puntual como siempre.

El señor Brown lo obligó a abandonar sus pensamientos y justo cuando Percy se preparaba para estrechar su mano, éste lo miró extrañamente y lo atrajo hacia sí con un cariñoso golpe en la espalda y en los hombros.

- ¡Vamos, Weasley! Nos conocemos hace mucho tiempo como para estar saludándonos tan formalmente.

Percy se limitó a soltar una risa breve y a corresponder su gesto. Por extraño que resultara, sus palabras aliviaron sus preocupaciones y lo invitaron a relajarse. Era un tipo que perfectamente podría ser su padre, el suegro de sus cuñadas y el abuelo de sus sobrinos. Con 68 años, Howard Brown era un hombre alto, que escondía la panza bajo el saco, con mirada afable y con una sonrisa siempre en los labios. Percy a menudo intentaba recordar alguna situación en que se hubiese molestado y en que su sonrisa hubiese abandonado su rostro y le fue imposible hacerlo. Ni siquiera cuando una periodista de El Profeta había criticado los cambios que había formalizado cuando asumió como Director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional hace cinco años, cuando otro reportero indicó abiertamente que estaba lo suficientemente viejo como para seguir trabajando en el Ministerio y que debía jubilarse prontamente, o cuando Corazón de Bruja había filtrado fotografías de su hija menor tomando sol prácticamente desnuda en la costa irlandesa con un conocido jugador de quidditch que estaba casado y tenía tres sonrisa nunca de desplomó y sólo señaló que ese era el precio que se debía pagar por trabajar en política y que todos trataban de hacer su trabajo lo mejor que podían.

Almorzaron tranquilamente y, mientras bebían un vino tinto tan cálido que les hizo olvidar que estaban en pleno invierno, intercambiaron ideas sobre el actual rumbo de la política internacional. Percy le señaló algunas sugerencias sobre las nuevas aperturas financieras ante la Comunidad Mágica Europea, repasaron la exposición que el señor Brown debía hacer ante el representante del Ministerio francés el miércoles por la mañana, éste le comentó que su hija mayor le había anunciado que contraería matrimonio, le señaló que enviara sus saludos a su padre y finalizó preguntando si ya había encontrado a alguna mujer inteligente y bella que lo soportara como para estar con ella toda su vida.

Percy casi se ahoga ante este comentario, tanto que, por un momento, pensó que el vino que se encontraba bebiendo se desviaría hacia sus pulmones y dejaría de respirar. No obstante, mantuvo la calma y, sonriendo, le señaló que enviaría a sus padres sus saludos y que no se encontraba dentro de sus planes inmediatos establecer ningún tipo de relación sentimental.

Aquello no podría haber salido de mejor manera. Percy Weasley era un hombre sumamente satisfecho con su vida. Después de todo y como solía repetírselo constantemente, había sido su informe sobre el comercio ilegal de los calderos en Londres el que había fundamentado la reforma al comercio de ellos y el Acta sobre los estándares internacionales de los calderos en 1995.

Y, aunque George se riera de aquella situación cada vez que lo comentara, era la verdad.


Cuando regresó a su oficina a las cinco y media de la tarde, Percy recordó que por la mañana había recibido una carta de su madre y que había olvidado leerla. La realidad era que Percy, con toda intención, la había ignorado y había decidido relegarla hasta después de haber concluido su trabajo. La carta era de su madre, desprendía el aroma de su perfume y Percy sabía perfectamente las palabras que se encontraban en su interior.

Percy la adoraba. Es su madre y su mujer preferida en todo el mundo. Los asuntos previos a la guerra habían quedado relegados al pasado, compartía al menos una vez a la semana con alguno de sus hermanos a pesar de sus horas de trabajo extra, muchas veces terminaba en La Madriguera ayudando a sus padres a cuidar de sus sobrinos cuando a George se le ocurría salir a cenar con Angelina o cuando Ron y Hermione trabajaban hasta tarde, y continuaba disfrutando con enorme placer la exquisita comida que su madre preparaba todos los domingos.

Era casi como un ritual constante, tal como su rutina en el Ministerio, almorzar cada domingo en La Madriguera. Asistía a todos los cumpleaños de sus sobrinos, incluso a los de los mal educados, y se esmeraba por llegar puntualmente a cada reunión familiar con algún presente para sus padres, palabras galantes para sus cuñadas y regalos para sus sobrinos.

Percy se despojó de su saco, llevó ambas manos hacia su cuello como intentando alivianar las tensiones del día y luego abrió la carta que su madre le había enviado.

Molly Weasley no era una mujer que se andaba con rodeos. Por el contrario, tenía escaso tacto y dulzura cuando se trataba de discrepar con el estilo de vida de sus hijos y de exigirle a Percy que le entregara nietos pronto. Para su lamento, las palabras que Molly había escrito eran muy similares a las que Percy había imaginado y se encontraba esperando. Comenzaba indicándole que recordara que ese sábado James se encontraba de cumpleaños y que ese domingo lo celebrarían en La Madriguera. Le contaba que Ginny estaba vuelta loca con tanto preparativo, que su padre le enviaba muchos saludos y que le mandaba a preguntar que si podía conseguirle un libro sobre internet muggle. Le decía que a ella le parecía una absoluta estupidez y Percy pensó que no podía estar más de acuerdo con su madre. Luego le insistía que si lo deseaba podía asistir con una acompañante al almuerzo de ese domingo y que ¿Cuánto tiempo más vas a esperar para conocer a una linda chica y sentar cabeza? Por Merlín, hijo mío, ya no eres un chiquillo. ¡Y con tu padre a tu edad ya estábamos esperando a Ron! Luego le decía cuanto lo quería y que estaba preparando su tarta preferida para que se la comiera ese domingo, porque ayer te vi muy delgado, más que de costumbre. ¿Estás seguro que comes bien? Yo creo que no. Ese trabajo tuyo terminará por enfermarte.

Percy decidió contestarle inmediatamente, pese a que su madre continúe insistiéndole sobre su situación sentimental y sobre su estado nutricional. La imagen de una tarta de frutilla y cremas que lo espera este domingo y el te quiero de Molly Weasley son suficientes para comenzar a escribirle una breve respuesta a su madre y olvidar sus reclamos y sus insistencias. Para Percy una mujer resulta innecesaria en ese preciso momento. Resulta un gasto de energía adicional que no está dispuesto a realizar. Las mujeres y su exigencia constante de una relación comprometida no era algo que deseara. Una situación que sólo vendría a importunar sus días; aquellos días que, con tantos años de esfuerzo, ha logrado mantener. Por supuesto, ha tenido diversas relaciones sin importancia ni estabilidad. Relaciones casuales que no le interesaba mantener en el tiempo, que se habían desarrollado sin naturalidad y con mucha planificación porque la vida le había demostrado a Percy Weasley que las cosas que realmente funcionan se dan de aquella manera.

Percy se sentó frente a su escritorio, mojó con tinta su pluma y, en un pergamino perfectamente estirado, le escribió a su madre.

Mamá,

Por supuesto que recuerdo que éste sábado es el cumpleaños de James y que éste domingo lo celebraremos en La Madriguera. De hecho, ya tengo su regalo y estoy completamente seguro que será de su agrado.

¿Para que quieres tener más nietos? ¿No te basta con los siete que tienes y con el otro que viene en camino? No quiero darte más problemas ni dolores de cabeza. Disfruta a los que tienes por ahora.

Dale mis saludos a papá y evita que Ginny se vuelva loca. También te quiero y espero ansioso comer esa tarta de frutillas.

Percy.

Dejó su pluma junto a la tinta en un costado de su escritorio, dobló con calma el pergamino y lo selló. Se recordó que, con el ajetreo de esa semana, lo mejor era adelantar trabajo y se propuso anotar un par de cosas que debía corregir en su último informe. Percy se dedicó tan meticulosamente a su trabajo que sólo se dio cuenta de que pronto serían las ocho de la noche cuando levantó su cabeza para servirse un te. Decidió que era suficiente por aquel día, se puso su saco y su abrigo y, tras recoger su maletín, desapareció con un plop de su oficina en el Ministerio de Magia y apareció con otro plop en la sala de su apartamento en el Londres muggle. Colgó su túnica, desanudó su corbata y se sacó los zapatos.

Se dijo que no necesitaba nada más.

En su apartamento reinaba el silencio y así es como Percy Weasley, a sus treinta y dos años, prefería su vida.


Nota de la autora: ¡Si! Es un nuevo proyecto, como tantos otros que tengo en carpeta y otros que aún no ven la luz. Es la primera vez que escribo algo que no sean drabbles o viñetas y me ha costado un poquito. Sin embargo, lo he disfrutado totalmente. Espero que les guste y disfruten tanto como yo. Y si, Audrey seguirá siendo muggle, porque se me hace imposible imaginármela de otra manera. Los treinta y dos años de Percy, su estado de solterón, su relación con su secretaria (que aquí es Jane) y los años que lo separan de Audrey son tomados de Cris Snape, quien me cautivó con su 'Embrujada'

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