Spectre
Disclaimer: Harry Potter no me pertenece. Es obra de J. K. Rowling.
Cuando sus miradas se encontraron, Malfoy se dio cuenta de que sentía lástima por ella. Y, aunque eso lo asustaba hasta límites insospechados, supo que ya no podría parar hasta descubrir qué, o quién, había logrado que Hermione Granger le diera la espalda a todo lo que había conocido. Sobre todo cuando eso la había obligado a buscar refugio junto a él. / [Hogwarts] [Post-guerra]
Capítulo 1 – Los muertos están vivos I
Primera parte: The Tower and the Clock
El camino ascendía trabajosamente a través de las rocosas colinas. Estas estaban tan pobladas de maleza que, en ciertas zonas, los hierbajos invadían el sendero por completo y le daban un aspecto de total abandono. El viento helado soplaba a su alrededor con violencia, enmarañándole el largo cabello castaño y arrastrando a su paso decenas de hojas caídas, que emitían un crujido sordo cada vez que ella las pisaba.
Minutos atrás una espesa cortina de lluvia había comenzado a caer sobre ella y, a pesar de que gracias al hechizo impermeabilizador el agua resbalaba sobre su cuerpo sin llegar a mojarla, Hermione podía sentir la fría humedad adhiriéndose a su piel. La temperatura había bajado bruscamente tras la caída del sol y, en ese momento, las únicas luces que alumbraban la noche —a excepción de la que brillaba en la punta de su varita— eran las del castillo que se alzaba justo frente a ella, en la cima de la más empinada de las colinas.
Hogsmeade había quedado atrás, oculto tras un recodo del camino. Nunca la distancia que unía Hogwarts con el pueblo le había parecido tan larga, ni tan pesada de recorrer. Quizá se debiera a que habían pasado más de cuatro años desde la última vez que había tomado ese camino. O, quizá, a que nunca antes lo había hecho sola.
Al pensar en ello una sonrisa amarga curvó las comisuras de sus labios en una mueca distinguible apenas. No había rastro de felicidad en su gesto, solo una añoranza profunda y desgarradora al recordar cómo habían sido las cosas tiempo atrás. Y es que había pasado tanto, tantísimo tiempo desde la última vez que había visitado Hogsmeade junto a sus amigos, que Hermione no podía evitar preguntarse si todo aquello habría sucedido en realidad o si, por el contrario, no habría sido más que un producto de su trastocada imaginación. A menudo Hermione se sorprendía a sí misma pensando que todo aquello, todo lo vivido en Hogwarts, no había sucedido en realidad. Que todos aquellos recuerdos no le pertenecían a ella, sino a otra persona.
Porque ¿cómo podía ser posible que ella hubiera sido tan feliz en algún momento?
Irritada consigo misma por el rumbo que habían tomando sus pensamientos se detuvo un segundo y cerró los ojos, apretando los párpados con tanta fuerza que apenas podía sentir nada más. Se concedió dos segundos para tratar de serenarse, sabiendo que, estando tan cerca de Hogwarts, no podía permitirse dudar. De lo contrario acabaría por salir corriendo y jamás volvería a acercarse al colegio.
Cuando abrió los ojos, su mirada se topó con la torre de Astronomía, la más alta del castillo, cuya oscura silueta apenas se distinguía contra el azul medianoche del cielo. Y, aunque quiso seguir avanzando, no fue capaz. Se quedó allí, de pie, plantada en medio del chaparrón, sin poder apartar la mirada de torre. La imagen del cuerpo inerte de Dumbledore centelleó un instante en su mente, antes de que ella pudiese desecharla.
Inspirando profundamente, se obligó a dar un paso más. Y luego otro. Las zarzas volvieron a enredarse en el bajo de su capa, tirando de la tela y haciéndola avanzar a trompicones. Durante un instante se sintió tentada de aparecerse frente a la verja del castillo, pero enseguida cambió de idea.
Los alumnos debían haber bajado del Expresso de Hogwarts bastante antes de que ella alcanzase el pueblo. Debían estar ya en el castillo. Así que, ya que iba a llegar tarde de todas formas, ¿qué importancia tenían unos minutos más? Lo cierto era que necesitaba ese tiempo, esos últimos instantes de libertad, antes de que la condena comenzase. Necesitaba recorrer ese camino, enfrentarse a sus miedos a medida que se iban materializando frente a ella. Sabía que de haberse aparecido inmediatamente frente a los terrenos del colegio, no habría reunido el valor suficiente para seguir avanzando.
Qué cobarde se había vuelto en esos últimos cuatro años.
Avanzaba casi sin darse cuenta de lo que hacía, concentrada en no tropezar, en apartarse el cabello de la cara cada vez que se le metía en los ojos y en la boca por culpa del viento huracanado. Luchar contra las zarzas se había convertido en una tarea titánica que exigía toda su atención. La escuela estaba cada vez más cerca, tan cerca que Hermione ya veía la ornamentada verja de hierro que daba acceso a los terrenos del castillo. Unas decenas de metros más y ya podía distinguir los rasgos de los impresionantes cerdos alados que la coronaban, con sus majestuosas alas desplegadas y los colmillos asomando entre las fauces.
Apenas fue consciente de los últimos pasos que dio. Su mirada volvía a clavarse en la torre de Astronomía, que se alzaba sobre el colegio como un negro recordatorio del doloroso pasado de Hogwarts. El viento seguía soplando con la misma fuerza y los árboles que crecían a su alrededor crujían y se doblaban bajo el peso de la incipiente tormenta. La lluvia caía cada vez con más fuerza y a Hermione, a pesar de la gruesa capa que llevaba, la piel de los brazos se le había puesto de gallina por culpa del frío.
Con un suspiro, sacó su varita y dio unos golpecitos con ella en la gruesa cerradura. Tal y como la profesora McGonagall le había prometido, la puerta giró sobre sus goznes, abriéndose para ella con un suave chirrido. En cuanto Hermione cruzó la entrada y comenzó a adentrarse en los terrenos del castillo, la puerta volvió a cerrarse con un chasquido casi imperceptible, a pesar de su imponente estructura. La muchacha escuchó el ruido, pero no se volvió. Siguió caminando en dirección al edificio, paseando la mirada por los jardines.
El sauce boxeador sacudía las ramas a lo lejos, casi con dulzura, estirándose como si disfrutase de la lluvia fría. Decenas de florecillas de todos los colores crecían a ambos lados del camino y, mientras avanzaba chapoteando por el camino embarrado, a Hermione le pareció distinguir un grupo de pixies revoloteando entre las raíces de un viejo roble. Destellaron unos instantes con su color azul eléctrico antes de elevarse y desaparecer entre las ramas del árbol.
Todo, absolutamente todo, estaba igual. Y, sin embargo, todo era distinto.
Después de la guerra habían reparado los desperfectos y reconstruido el colegio de manera que nadie que no hubiera presenciado la batalla que allí había tenido lugar podría haber adivinado la destrucción que había asolado Hogwarts. Todo estaba idéntico, como si nada hubiera sucedido. Los árboles que habían sido arrancados durante la batalla volvían a crecer en el mismo sitio, en perfecto estado. Las paredes del castillo parecían de nuevo sólidas y las gárgolas volvían a mirar con sus maliciosos ojos desde los tejados. En la distancia Hermione pudo distinguir la cabaña de Hagrid y el puente cubierto, que Neville tan valientemente había defendido tiempo atrás. Ambos volvían a estar intactos. No, no quedaba ningún rastro físico de la batalla.
No obstante, mirase a donde mirase, Hermione podía distinguir las cicatrices de la guerra.
La torre desde la que se había precipitado Dumbledore solo había sido el comienzo. Ahora, a medida que avanzaba, los recuerdos la asaltaban; mirase a donde mirase, Hermione podía ver los cadáveres, los destrozos. Cada metro cuadrado de terreno había sido testigo de un ataque, de una pérdida. Había habido muerte en cada uno de sus rincones.
Hogwarts estaba lleno de fantasmas. De recuerdos dolorosos.
No pudo evitar preguntarse cómo podrían sobrevivir a ese año en el colegio.
Caminó sin ser muy consciente de lo que hacía, sumida en sus recuerdos, con el barro salpicándole las medias a cada paso que daba y la capa arrastrando por el suelo empapado, y pronto llegó frente al portalón principal. La varita temblaba en su mano cuando la alzó para abrir las puertas, de la misma manera en que lo había hecho con la verja de entrada a los terrenos.
Sí, definitivamente se había vuelto una cobarde.
En cuanto se hubieron abierto, el viento se coló en el edificio rápidamente y a punto estuvo de apagar las antorchas, que solo se mantuvieron encendidas gracias a la magia con la que las habían prendido. La lluvia había comenzado a colarse en el recibidor, empapando la zona del suelo más cercana a la entrada, así que Hermione se apresuró a avanzar, conteniendo la respiración, para que las puertas pudieran volver a su lugar.
—Nox… —susurró con voz queda y la luz de su varita se apagó de inmediato.
Por un instante se sintió abrumada por la sensación de añoranza; había creído que jamás regresaría a Hogwarts, que esa aparte de su pasado había quedado atrás. Para siempre. Y, sin embargo, allí estaba de nuevo…
Las puertas del Gran Comedor estaban abiertas de par en par y el alegre bullicio proveniente de la sala ahogaba el sonido de sus pasos. La gente allí dentro parecía feliz. Hermione escuchaba el murmullo de las conversaciones, de decenas de risas. Desde donde estaba podía ver el final de la mesa de Gryffindor, pero allí no había nadie sentado. Eso la sorprendió.
Apenas había avanzado medio metro cuando se detuvo en el recibidor. Justo entonces las puertas terminaron de cerrarse a su espalda, cortando las huracanadas ráfagas de viento de golpe. Se detuvo un instante, completamente en silencio, mirando a su alrededor, tratando de descubrir allí también las cicatrices de la guerra. No era difícil. Tal y como le había ocurrido en los jardines, mirase a donde mirase, imágenes de la batalla la asaltaban sin que ella pudiese remediarlo. En la zona más alejada a la que estaba ella, aquella en la que se abría la puerta que conducía a las mazmorras, los mortífagos habían hecho estallar un bombarda que había acabado con la vida de decenas de personas. Unos metros más allá los retratos habían ardido al recibir el impacto de los hechizos perdidos en el duelo entre Lupin y Yaxley.
No obstante, lo que más llamó la atención de Hermione fueron los cuatro grandiosos relojes de arena pertenecientes a las casa del colegio. Las piedras preciosas de su interior brillaban reflejando las llamas de las antorchas y la muchacha no pudo evitar recordar el momento en el que tantos años atrás, la noche de la fatídica muerte de Dumbledore, el reloj de Gryffindor se había roto desparramando los rubíes por el suelo y dándole el aspecto de una herida sangrante. Tan sólo un año después había sido el reloj de Slytherin el destrozado y sus esmeraldas, las que habían caído al suelo.
Por un instante Hermione se imaginó ambas piedras —rubíes y esmeraldas, rojo y verde— desparramadas por el suelo, unas junto a otras, entremezcladas. Pero aquella no era una unión que se viera a menudo en Hogwarts, se dijo con una pizca de ironía.
Volvió la cabeza, apartando la mirada de los relojes. Las escaleras se alzaban majestuosamente justo frente a ella y Hermione suspiró, imaginándose acurrucada en su confortable cama en la torre de Gryffindor. Sin embargo, era consciente de que subir a la torre en ese momento supondría un gigantesco error. Para empezar, no conocía la contraseña y esperar sentada en el suelo a que el resto de sus compañeros terminasen el banquete no parecía la mejor de las opciones.
Pero, sobre todo, se negaba a empezar el curso huyendo.
Había regresado a Hogwarts para solucionar los problemas del pasado, para recuperar la paz que le había sido arrebatada. Así que daría la cara.
Los retratos la observaban con interés desde su privilegiada posición en las paredes. Hermione casi podía sentir la intensidad de su mirada sobre ella, aunque se negó a levantar la cabeza. Nada más entrar había pillado por el rabillo del ojo a dos damas muy elegantes cuchicheando entre ellas mientras la miraban sin ningún disimulo. No tenía ganas de ver más de aquellas expresiones.
Diciéndose que no podía retrasar más el momento, murmuró un conjuro entre dientes para reparar los desgarrones de su capa y otro para hacer desaparecer la suciedad de sus zapatos. Después deslizó la varita entre los pliegues de su túnica y, tomando aire, se dirigió al Gran Comedor.
Lo primero que notó fue que había un número considerablemente menor de alumnos. La mesa de Hufflepuff seguía prácticamente igual de llena, pero la de Ravenclaw y la de Gryffindor habían perdido unos cuantos alumnos, de forma que los extremos más cercanos a la entrada habían quedado vacíos. Sin embargo, en la que más se notaba la diferencia era en la de Slytherin. Pequeños grupos de alumnos se sentaban desperdigados en ella, dejando unos cuantos sitios de distancia entre un grupo y otro.
Mientras se dejaba caer pesadamente en uno de los bancos de Gryffindor y se deslizaba por él para acercarse más a los alumnos de su casa, la mirada de Hermione se paseó por la mesa de los profesores. Hagrid levantó una mano, pero Hermione se dio cuenta de que no parecía muy contento. Apenas le sonrió y se mostraba indudablemente tenso. Por el contrario, la profesora McGonagall, que estaba sentada en el centro de la mesa, ocupando la silla del director, inclinó la cabeza en su dirección y a Hermione le pareció que las tirantes comisuras de sus labios se relajaban un poco. Aunque quizá lo hubiera imaginado por culpa de la distancia.
Paseó la mirada a lo largo de la mesa y sus ojos pronto encontraron el cabello rojo llameante de Ginny. A su lado, Harry le susurraba algo al oído y, al otro lado del chico, Ron atacaba un muslo de pollo mientras hablaba con la boca llena con alguien que Hermione no podía ver desde su posición.
El olor a estofado le revolvió el estómago. No había probado bocado desde la mañana, pero se sentía incapaz de tragar nada. Los alumnos que estaban a su lado, un niño y una niña de no más de trece años, la miraban con curiosidad mientras revolvían el pastel de riñones de su plato. Durante un instante, Hermione temió que fuesen a abrir la boca para preguntarle algo pero, al parecer, estaban demasiado impresionados para hacerlo.
Así que Hermione se hundió en su asiento, ignoró la comida y rogó por que el banquete terminase cuanto antes.
Segunda parte: A Change Is Announced
Draco Malfoy fue uno de los primeros en alzar el rostro cuando ella entró en el comedor.
Fue pura casualidad, en realidad. Si no hubiera estado sentado en el extremo de la mesa más cercano a la entrada, jamás se habría percatado de su presencia. En realidad, si no hubiese estado tan ocupado maldiciendo su situación, no se habría dado cuenta de que alguien acababa de llegar. Si hubiese estado sentado en el lugar que debería corresponderle —el centro de la mesa— y hubiese estado rodeado de aquellos que en el pasado lo seguían como perrillos falderos, Draco ni siquiera habría levantado la mirada.
Pero, por supuesto, su situación había cambiado radicalmente.
Del centro de la mesa había pasado a uno de sus extremos, con la única compañía de Pansy Parkinson y Theodore Nott para aliviar su tedio y sufrimiento. Cosa que no estaban consiguiendo. En realidad, ni siquiera lo estaban intentando y eso molestaba a Draco casi más que ninguna otra cosa. Ambos permanecían en completo silencio, lo que dejaba a Malfoy con sus molestos pensamientos como única compañía.
Pansy estaba sentada a su lado, picoteando sin hambre los guisantes de su plato. Cada pocos segundos apartaba la atención de su comida y lanzaba miradas inquietas a las otras mesas del comedor, casi como si buscase algo. Con la mano izquierda, de larguísimas uñas pintadas color rosa brillante, tamborileaba en la mesa justo junto a la copa de Draco, quien tenía que hacer un tremendo esfuerzo para contener su irritación. La actitud de Pansy hacia él había cambiado radicalmente en los cuatro años que habían pasado fuera de Hogwarts y, aunque eso suponía un alivio en muchos sentidos, también era un recordatorio de lo mucho que su vida se había transformado..
Frente a Pansy, Theodore Nott se servía una segunda ración de puré de patatas. De los tres parecía ser el único que no estaba tenso ni preocupado. Draco podía entenderlo; Nott siempre había andado a su aire, sin darle importancia a las habladurías de sus compañeros. Así que debía importarle un bledo estar sentado allí, en una esquina de la mesa, separado por decenas de asientos vacíos del resto de alumnos de su casa, con la única compañía de una chica que lo había humillado durante años y un chico que todavía llevaba la Marca Tenebrosa tatuada en la piel.
Lo cierto era que Nott había sorprendido gratamente a Malfoy en ese tiempo que había transcurrido desde la desaparición del Señor Tenebroso. Anteriormente Draco había despreciado a Theodore y nunca se había molestado siquiera en tratar de ocultar su animadversión. Malfoy había crecido siendo admirado —respetado cuando menos— por todos sus compañeros de Slytherin, menos por Nott. A él nunca le había importado un pimiento lo que Draco hiciera con su vida y, a pesar de que habían compartido dormitorio durante años, jamás había intentado ganarse un lugar en su grupo. Crabbe y Goyle habían vivido para satisfacer sus deseos, Zabini habría hecho cualquier cosa por ganarse su aprobación. Pero ¿Nott? No. Y eso siempre había irritado a Draco sobre manera.
Sin embargo, Theodore había probado ser una inesperada pero innegable ayuda desde la última vez que habían estado en Hogwarts y Draco se había visto obligado a reconocer que, no solo no estaba en situación despreciar su apoyo, sino que hasta resultaba una compañía bastante agradable.
Cuando le apetecía intentarlo, al menos.
Decidido a distraer la atención, Draco paseó la mirada por el Gran Comedor y, cuando su mirada se dirigió a las grandes puertas de entrada, sus ojos se toparon irremediablemente con la figura encapuchada que en ese momento entraba en la sala. El interés de Malfoy aumentó de inmediato. La mesa de los profesores estaba completa, así que solo podía tratarse de un alumno. Pero nunca había visto que ningún alumno llegase en mitad del banquete.
La curiosidad no hizo más que crecer al darse cuenta de que la figura giraba en dirección a la mesa de Gryffindor. Caminaba con la cabeza gacha, el rostro totalmente oculto por la capucha y con pasos rápidos, como si no quisiese atraer la atención de nadie.
La sorpresa de Draco fue mayúscula cuando, al retirarse la capucha, el rostro de Hermione Granger quedó al descubierto. Pudo ver cómo observaba la mesa de su casa, buscando algo. Y Draco creía saber qué, o más bien quién, era aquello que buscaba. Siguiendo su mirada, Draco distinguió el cabello pelirrojo de la chica Weasley al lado de un pelo negro completamente despeinado que solo podía pertenecer al santurrón de Potter.
Volvió la mirada a Granger y se dio cuenta de que ella tenía la nariz prácticamente hundida en el plato. Parecía tan decidida a ignorar al resto del mundo que, por primera vez, Draco empezó a dar crédito a los rumores que circulaban sobre el Trío Dorado.
—Atención, por favor. —La voz de la profesora McGonagall, la directora, interrumpió el alegre bullicio del comedor.
De inmediato se hizo el silencio y, al volverse hacia ella, Draco se sorprendió a notar que el banquete había terminado. Ni siquiera se había dado cuenta del momento en el que los postres habían sido servidos, ni del momento en el que habían sido retirados. Había perdido la noción del tiempo por completo.
—Un nuevo año comienza en Hogwarts, un año muy diferente para el colegio…
A Draco no le interesaba en absoluto lo que McGonagall tuviera que decir, así que se volvió una vez más hacia la mesa de Gryffindor. Todos le prestaban atención a la directora. Todos, incluso Granger, aunque todavía seguía acurrucada en el extremo de la mesa.
Vaya, vaya. Así que Rita Skeeter había dicho la verdad. El Trío Dorado se había roto.
McGonagall seguía hablando. Su voz era un molesto ruido que zumbaba en la parte de atrás de la cabeza de Draco.
—Es un honor volver a teneros de vuelta en el colegio… —Bla, bla, bla. ¿Cuándo iba a terminarse aquella tortura? —…así que tengo un anuncio que haceros. —Eso atrajo la atención de Draco a medias—. En vista de todo lo ocurrido desde el regreso y posterior caída de lord Voldemort —la profesora alzó la cabeza muy orgullosa al pronunciar el nombre del Señor Tenebroso y a Malfoy un escalofrío le recorrió la columna, hasta la base del cuello— debemos estrechar los lazos que nos unen. Debemos dejar de lado el pasado, el odio y el rencor. —A Draco le pareció que inclinaba la cabeza en dirección a la mesa de Slytherin mientras pronunciaba esas palabras—. Albus Dumbledore debería estar sentado en esta silla y entre vosotros debería haber muchos más a los que ya nunca volveremos a ver. Los que estamos aquí ahora debemos sobreponernos, seguir avanzando… —Hizo una pausa. Todo el Gran Comedor la miraba expectante, pero él no pudo evitar pensar que era evidente que la profesora McGonagall se estaba esforzando demasiado para estar a la altura del fallecido Dumbledore. Por seguir sus pasos. Algo le decía a Draco que, fuera lo que fuera lo que la directora iba a anunciar, no le iba a gustar—. Por eso, creo que es hora de modificar el obsoleto sistema de selección de Hogwarts.
Hubo una serie de murmullos exaltados, provenientes principalmente de las otras tres mesas. Por una vez, los Slytherin permanecieron callados. Los alumnos de primer año, que habían sido seleccionados apenas un rato antes, contemplaban angustiados la mesa de profesores, esperando a que la profesora McGonagall se explicase. Ella alzó las manos, pidiendo silencio.
—Por supuesto, las casas son el pilar fundamental de la vida en Hogwarts. No desaparecerán. Pero también han sido fuente de discordia y división en el pasado. Por eso —su rostro estaba tenso, pero su voz sonó más suave cuando volvió a hablar— y buscando estrechar las relaciones entre los alumnos de este colegio, quisiera pedir a aquellos que estéis dispuestos a intentarlo, que accedáis a un cambio de casa.
En esta ocasión el murmullo que se alzó en el Gran Comedor fue tan potente que ahogó las palabras de la profesora McGonagall. Mirase a donde mirase Draco veía caras desconcertadas, chicos que se inclinaban unos sobre otros para comentar las noticias de la directora.
La directora concedió unos segundos a sus alumnos para que se repusieran del sobresalto antes de continuar hablando.
—Sé que será difícil para muchos de vosotros, pero creemos —hizo un gesto que abarcó a todos los profesores— que esta iniciativa sentará un precedente para el mundo mágico. Debemos comenzar a reconstruir nuestra sociedad, dejando atrás todo aquello que nos distanció en el pasado. Las casas de Hogwarts potencian nuestras cualidades, pero también las diferencias que nos separan. Este curso es mi intención que aprendáis, no solo a memorizar hechizos y preparar pociones, sino lo que es ver el mundo desde otra perspectiva. Cambiar de casa, dormir con otras personas, comer y estudiar con ellas, os ayudará a entender otras formas de ver la vida.
Draco supo que sus palabras iban especialmente dirigidas a ellos, a Slytherin. Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff podían tener sus diferencias, pero siempre se habían considerado uno frente a la casa de Salazar.
Paseó la mirada por la mesa de Slytherin. Eran pocos, muy pocos. Menos de la mitad de los que habían sido en su tiempo. Draco sabía que muchos de sus compañeros habían decidido no volver a Hogwarts por culpa de la fama que su casa había adquirido durante la guerra. Si antes habían sido poco apreciados, muchos de los Slytherin eran ahora abiertamente odiados y repudiados. Draco se dio cuenta de que los dos únicos alumnos que ese año habían sido seleccionados para Slytherin se removían inquietos en su asiento, mirando en dirección a las otras mesas. Draco sabía lo que pensaban. Sabía que no podían evitar preguntarse si aquello sería realmente posible. Sabía que valoraban las opciones que tenían. Sabía que sus compañeros de mesa se preguntaban si las otras casas los aceptarían en caso de que decidieran cambiarse. La profesora McGonagall hacía que sonase muy fácil, muy obvio, pero Draco sabía que la realidad nunca era tan sencilla. Por desgracia, las cosas nunca eran blancas o negras. Draco lo había comprendido demasiado tarde, y aquella se había convertido en una lección que jamás olvidaría.
—Si deseáis sumaros a esta iniciativa, estaré a vuestra disposición en cualquier momento. Tenéis hasta la noche del treinta de septiembre para pensar en ello. Ahora podéis salir. Buenas noches.
Draco vio a la profesora McGonagall inclinarse para decirle algo a la profesora Vector, pero pronto la perdió de vista cuando los estudiantes se levantaron y echaron a andar hacia la salida. Se volvió hacia Nott y Pansy y se dio cuenta, sin necesidad de que ellos dijesen nada, de que estaban tan confusos como él.
—¿Creéis que es buena idea? —preguntó Theodore, que todavía tenía la vista fija en el punto en el que unos instantes antes estaba la directora.
Draco se encogió de hombros, pero Nott no pudo verlo. Se volvió hacia Pansy, que tampoco había dicho nada. Pero ella parecía distraída.
—¿Pansy? —Nott se había girado hacia ella y la miraba con una preocupación que a Draco le resultó graciosa. A pesar de todo, ella no respondió. Dirigió una última mirada al comedor, como si todavía no hubiese encontrado lo que buscaba. Luego se levantó y se dirigió a la salida sin siquiera mirarlos e ignorando la voz de Nott, que no dejaba de llamarla.
Al levantarse para seguir a su amiga, Draco no pudo evitar darse cuenta de que de Hermione Granger ya no había ni rastro.
Continuará…
