¡Hooola mis queridos lectores! ¿Cómo les baila? Espero que bien Jajaja Ya hablando enserio, espero que estén Súperrr! [Estilo Franky /(owó)/~(n.n~)] Por cierto, es una historia UA, esta vez quise traer a los personajes un poquito más a la actualidad… Que disfruten de la lectura n.n ¡Con cariño como siempre para todos! Y FELIZ SAN VALENTÍN!

Ni One Piece ni ninguno de sus personajes me pertenece, le pertenecen a Eiichiro Oda Sama.

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Y qué sobre el amor…?

"…Aunque parezca obsesión, lo que dicta el corazón la razón no lo debe ocultar. Ama, y siempre deja en claro tu amor…"

Eran las siete de la mañana y una hermosa mujer de largos cabellos anaranjados caminaba tranquilamente con su falda negra ajustada a las curvas de su perfecto cuerpo y una camisa color rosa pastel cubierta por un entallado bléiser a juego con la falda haciendo sonar sus tacones en el radiante suelo de la gran empresa de la familia de los Monkey D. Ella era la bella y eficiente secretaria del dueño del lugar y para ser sinceros le agradaba su trabajo más que cualquier otra cosa, pero odiaba los días como hoy.

Se dirigía tranquilamente a la oficina del director, sabía que iba a la hora y tenía ya bastante de su trabajo adelantado por lo que sólo quedaba dar a conocer esto a su jefe y luego hacer sus quehaceres habituales, pero cuando entro a darle las buenas nuevas se dio cuenta de que no había nadie.

– De seguro anda por ahí merodeando igual que los vagos – Se dijo a sí misma para luego preguntarle al guardia del director si es que lo había visto.

– Disculpa Zoro, ¿Por casualidad el director no andará por ahí haciéndolas de vago? Necesito darle información urgente – Le dijo a un alto y musculoso hombre de cabellos verdes y cara de matón que era el guardia personal del dueño de la empresa.

Ellos se trataban de manera totalmente despreocupada y sin mayor formalidad debido a que se conocían de hace varios años ya al igual que con el director y toda la familia "D", después de todo tenía más o menos la misma edad y habían asistido a la misma universidad, y por cosas del destino terminaron siendo más que conocidos.

– No, ni siquiera se ha presentado esta mañana, tal vez se quedó dormido – Le contestó con total despreocupación el peliverde.

– Vaya, gracias por la ayuda – le dijo la pelinaranja al chico haciéndole un mohín y sin decir más se marchó a su pequeña oficina para llamar al director a su teléfono celular, pero tampoco lo contestaba.

– Este idiota… ¿¡Qué demonios tendrá en su maldita cabeza!? – Se decía a sí misma molesta por lo despreocupado que resultaba ser a veces el nuevo heredero de la empresa.

Dentro de la familia "D" había tres hermanos, Ace, Sabo y Luffy, pero sólo el mayor tenía derecho a heredar la empresa, cosa que no ocurrió debido a que antes de poder hacerse cargo de cualquier cosa el hermano mayor, Ace, se enamoró perdidamente de la hermana de Nami, Nojiko, pero ella no lo aceptaba porque decía que eran de mundos muy distintos y Ace, sabiendo que era la única opción que le quedaba, renunció a todas las riquezas que su familia le ofrecía y se presentó frente a la mujer de sus sueños con sólo la ropa que llevaba puesta y su inmenso e infinito amor. Nojiko viendo todo el sacrificio que el pecoso hizo por ella no pudo más que sentirse enormemente dichosa y bendecida, por lo que aceptó su inmenso amor y ahora viven muy felices en una pequeña pero acogedora casa lejos de la ciudad en un gran campo lleno de mandarinos.

El siguiente en la línea de sucesión era Sabo, pero éste siempre dijo que no se haría cargo nunca de una empresa tan grande, por lo que se fue a la universidad a estudiar derecho y ahora ejerce su carrera en un bufete de abogados que él mismo monto, siendo uno de los más exitosos en toda la ciudad y se podría decir que incluso se destaca a nivel mundial.

Y como los dos mayores renunciaron a heredar los bienes inmediatamente estos fueron traspasados a Luffy, el hermano menor. Él lo único que tenía claro era que le divertía ir a la empresa, se llevaba bien con todos, ayudaba a los que podía y acudían a él, sabía cómo hacer su trabajo pero también disfrutaba de su juventud y se divertía lo más que podía, y como no, le encantaba molestar a su hermosa secretaria. No sabía por qué pero sentía un exquisito placer cada vez que la veía enfadarse con él cuando hacia las cosas mal o actuaba despreocupadamente. Luffy pensaba que su secretaria era demasiado cuadrada para hacer las cosas y no disfrutaba de la vida así que él se encargaba de hacerla salirse de su rutina y hoy precisamente era uno de esos días.

El día anterior se había acostado muy de madrugada debido a que había ido a visitar a Ace para llevarle algunos regalos a él y a su esposa, y antes de marcharse les había pedido que por favor no le contaran a Nami que había estado hasta tan tarde con ellos ni mucho menos que les había llevado regalos, prefería que esas cosas no se dijeran en voz alta ya que eso sólo era para que el resto hablara bien de él y eso no le agradaba al moreno, y también porque sabía que su secretaria era muy estricta cuando se trataba de horarios.

– Estúpido jefe…– Fue lo último que dijo la pelinaranja antes de comenzar a hacer su trabajo, pero al pasar el rato ya eran las nueve de la mañana y él aún no llegaba.

– "Que extraño… Por lo general cuando se va de fiesta por ahí llega como máximo a las ocho… Tal vez le ocurrió algo" – y con este pensamiento en mente decidió ir al lujoso departamento de su jefe, después de todo sólo quedaba a quince minutos en vehículo.

Le dejó dicho a su ayudante que iría a buscar al idiota del director y que por favor recibiera los recados y se los anotara en la libreta y sin más se puso en marcha.

Al llegar tuvo que subir hasta el decimoctavo piso, el último del edificio, para por fin llegar. Había una sola puerta en esa planta debido a que toda pertenecía a Luffy, así que no había forma de equivocarse de lugar. Tocó el timbre dos veces y nada, no se oía ningún ruido.

– ¡Luffy! Soy yo, Nami… ¿Estás ahí? – Decía la secretaria mientras que golpeaba la puerta, hasta que de pronto se abrió, dejando ver a un desaliñado y ojeroso chico.

– ¿Pero qué demonios le pasó director? ¿Se fue de parranda nuevamente y olvidó que hoy tenía trabajo? – Le preguntó irónicamente la pelinaranja entrando al espacioso lugar.

– Ah, hola Nami… ¿Son las siete de la mañana ya? – fue la atolondrada respuesta del moreno, el cual estaba un tanto desorientado y con un poco de fiebre.

– ¿Qué? ¡Son las nueve ya! ¡No puedo creer que seas tan despreocupado! – Le decía Nami sin notar aún que su jefe estaba un poco enfermo ya que se estaba paseando de un lugar a otro horrorizada por ver lo desordenado que era el chico.

– Ah… Lo siento, hoy no me siento bien – Dijo finalmente el chico dejándose caer sobre el amplio y cómodo sofá de la sala de estar. Qué él dijera eso era casi como si los cerdos volaran… Casi. Luffy no era de los que se enfermaba ni mucho menos de los que decía esas palabras, así que realmente debía ser algo serio.

– ¿Qué…? Realmente debes estar mal para decir algo como eso, déjame ver – Le dijo la chica acercándose a él para verlo un poco de más cerca, entonces se dio cuenta de que tenía unas ojeras tremendas y que estaba con las mejillas levemente sonrojadas. Le corrió los rebeldes mechones que tenía en la frente y se la palpó para comprobar su temperatura, pero se dio cuenta de inmediato que ardía en fiebre.

– ¡Luffy estás ardiendo en fiebre! Llamaré a un doctor para que te revise y– Pero antes de poder terminar la frase el chico la tomó del brazo y la detuvo diciendo

– No lo hagas, me dan miedo los doctores… Así que solo déjame así, mañana estaré mejor y nos veremos en la oficina – Le contestó entre suspiros el moreno.

Nami no podía simplemente marcharse de ahí y dejarlo sólo, menos en el estado en el que estaba. Verlo así tan vulnerable la hizo apiadarse de él.

– Hagamos algo, iré a la empresa y daré el aviso de que estás enfermo y de que te tomarás el día, yo terminaré de hacer unos papeleos que me faltaban, reorganizaré tus reuniones y demás cosas y vendré a cuidarte, ¿Te parece bien? – le propuso mientras que lo cubría hasta la cintura con una manta que había tirada en el suelo.

– No tienes que hacerlo si no quieres – Le contestó el moreno dándose vuelta hacia el respaldo del sofá.

– Bien, entonces nos vemos después y trata de beber algo de agua, eso ayudara – Le dijo Nami observándolo aún preocupada.

Luffy no estaba acostumbrado a que nadie se preocupara de él, después de todo él siempre estaba bien, o aparentaba estarlo, así que todos se dejaban llevar por eso e incluso muchas personas eran ayudadas por Luffy mientras que el que más necesitaba ayuda era él, y Nami lo tenía más que claro, es por eso que no se enfadó por la respuesta orgullosa que él le dio frente a su propuesta. El moreno sabía que su secretaria lo entendía a la perfección ya que más que tener una relación profesional ellos tenían una relación de amigos, pero para Luffy eso no era suficiente y nunca lo sería.

Nami se marchó dejándolo sólo en aquel gran y frío apartamento – "Y como siempre, vuelvo a estar solo…"– Pensó el moreno cerrando pesadamente sus ojos al escuchar salir a su secretaria del lugar, pero los abrió de golpe al sentir que unos pasos corría hasta él.

– Qué dem… ¿No dijiste que irías a la empresa y todo eso? – Le preguntó a Nami, la que se había devuelto al lugar.

– Si, es solo que olvidé mi celular – le contestó ella tomando el aparato que había dejado en la mesa de centro que estaba frente al sofá en el que el chico estaba acostado.

– Por un instante pensé que faltarías al trabajo pero eso es impo…– le estaba diciendo el moreno pero la pelinaranja lo hizo callar al instante porque estaba llamando a alguien.

– ¿Aló? Si soy yo, Nami… Sí, no le había ocurrido nada pero está muy enfermo así que me quedaré a cuidarlo, puedes hacerte cargo de todo por hoy ¿Verdad?... Sí, dejé todo en mi oficina, si necesitas algo sólo llámame… De acuerdo, gracias – Decía Nami paseándose por la gran sala de estar mientras que mantenía esa conversación con su ayudante.

– Pensé que era imposible hacerte faltar al trabajo, pero veo que los milagros existen – Le dijo Luffy con tono burlón a la chica.

– O te callas o me arrepentiré de haberme quedado para ayudarte – Le contestó ella tomándose el cabello en una coleta y dejando su bléiser en uno de los sofás del salón – Ven, vamos a que te acuestes en tu cuarto, no puedes quedarte aquí todo el día y menos estando así de enfermo – Agregó mientras que se pasaba uno de sus brazos por sus hombros y lo ayudaba a moverse hasta su habitación, pero al llegar al pasillo que dirigía a esta se dio cuenta de que habían al menos ocho puertas.

– ¿Por qué tienes tantas habitaciones si sólo usas una? Deberías mudarte a un lugar más pequeño… ¿Cuál es tu cuarto? – Preguntó la pelinaranja antes de avanzar.

– Algún día quiero tener una gran familia, así que no me critiques… Y tendrás que adivinar cuál es porque no te lo diré – le contestó el moreno con un mohín.

– Así que no me lo dirás… Bien, entonces tendrás que caminar tú sólo hasta tu cama – Le dijo la secretaria quitándose el brazo del chico de sus hombros, provocando que éste cayera al suelo de rodillas.

– ¡Nami! ¡Que cruel eres! ¡No tienes piedad conmigo ni porque estoy enfermo…– volvió a decir el moreno con otro mohín en su rostro.

Así estuvieron discutiendo un buen rato hasta que Luffy se rindió porque comenzaba a sentirse peor y le dijo que su cuarto era la última puerta del fondo del pasillo, así que Nami lo ayudó a ponerse en pie y lo llevó hasta su habitación, lo tendió en la gran y cómoda cama y lo cubrió un poco con el suave y blanco cubre. Luego le tomó la temperatura.

– ¡Dios, tienes cuarenta de fiebre! Y aun así te diste el lujo de juguetear en el pasillo… Espérame un segundo – Le dijo ahora muy preocupada la chica y sintiéndose un poco culpable. Fue en busca de paños fríos y una fuente con agua fría, ya que no podía perder tiempo saliendo a comprar.

Le puso un paño en la frente y otro en el cuello – Esto debería bajarte un poco la fiebre… O eso espero – Decía en voz baja la pelinaranja para no molestar al moreno que al parecer se había dormido.

Se quedó observándolo un largo rato; sus cabellos rebeldes que caían en su frente, su cicatriz debajo del ojo que lo hacía verse un poco varonil, sus labios, la forma en que su pecho subía y bajaba cada vez que respiraba… La verdad era que Nami siempre había amado a Luffy, pero sabía que no podía decir nada porque era un amor no correspondido por donde se mirara, o al menos eso pensaba ella.

Para la pelinaranja Luffy era de esos chicos que te encuentras una sola vez en la vida. Generoso, alegre, desinteresado, buen amigo y además tenía un "no sé qué" que lo hacía ser encantador, pero por eso mismo ella sabía que debía guardar silencio, después de todo ella sólo era su secretaria y probablemente habían muchas chicas mejores que ella que seguro podrían ser del gusto de su jefe. Ella sabía que a él, al igual que sus otros dos hermanos, le daba igual la clase social de las personas, pero simplemente no se tenía la confianza como para declararse o hablarle de sus sentimientos, además primero estaba el trabajo, luego el trabajo y después el trabajo, no había tiempo para nada más si quería llegar a tener una casa propia y demostrarle a su hermana que si podría salir adelante sola.

Estaba tan sumergida en sus pensamientos mientras que mojaba los paños y se los volvía a poner fríos en la frente y el cuello, que cuando Luffy habló sin abrir los ojos la sobresalto un poco.

– Nami… Un amigo una vez me dijo un método para bajar la fiebre rápidamente…– dijo con una leve sonrisa en sus labios.

– ¿Ah sí? Qué método es, para ver si es efectivo o no – Le contestó la pelinaranja con la mejor disposición con tal de que él se mejorara.

–… ¿Pero estás dispuesta a ayudarme? – Preguntó de forma un poco maliciosa.

– ¡Por supuesto que sí! Si no, no estaría aquí – Le contestó molestándose un poco por el suspenso que el chico le estaba poniendo a ese tal método.

– Bien, entonces ten sexo conmigo Nami, así me recuperaré de inmediato de esta fiebre –.

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Continuará… De inmediato!

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Bunny D. Loxar