Al pasar la barca

Necesitaba cruzar a la otra orilla, pero no sabía cómo. El río era demasiado ancho y su caudal, abundante en exceso. Imposible cruzarlo a pie, y mucho menos a nado, pues no sabía nadar.

Aunque no era de aquel lugar, había escuchado a las gentes del pueblo que, para cruzar a la otra orilla, pagaban los servicios de un barquero que solía estar cerca del río. Pero de momento, la joven no había visto ni rastro del hombre o de la barca.

Prosiguió su camino hasta que al fin divisó la barca amarrada al tronco de un árbol donde descansaba el que, la chica dedujo, debía ser el barquero. Aceleró el paso, y en unos minutos estaba frente al hombre de aspecto desaliñado y cabello canoso, que parecía hallarse profundamente dormido. La muchacha le dio en el hombro con intención de hacerlo despertar. Le costó algo de trabajo, pero al fin el hombre abrió sus ojos oscuros y los clavó en el rostro de la chiquilla. La chica apartó la vista, incómoda.

-¿Qué quieres, niña?-preguntó con voz pastosa y ronca el barquero.

-Verá… yo…-la chica se retorcía las manos nerviosa-¿podría usted llevarme a la otra orilla? Verá, ahora mismo no tengo dinero para pagarle, pero en cuanto crucemos le prometo que le pagaré, que me están esperando al otro lado y debo de llegar hoy sin falta.

El hombre se quedó pensativo, examinándola de una forma que la hizo sentir incómoda. Luego volvió a hablar.

-Está bien, niña, te llevaré a la otra orilla y no te preocupes por el pago, a una niña bonita como tú se le puede perdonar el dinero-dijo alzando la mano y acariciando la suave mejilla de la chica. Por un instante, ésta quiso echar a correr, pero se contuvo, pues le apremiaba cruzar el río.

-Gracias señor, pero igualmente, le pagaré.

-Eso dalo por hecho- susurró el hombre sin que la muchacha lo oyera.

La ayudó a montarse en la barca. Desató la cuerda del árbol y montó, tomando los remos y poniendo rumbo a la otra orilla. No tardaron mucho en cruzar.

El barquero repitió las mismas acciones pero en orden inverso, dejando lo de ayudar a salir a la chica del bote para el final.

-Gracias, señor, en un rato estoy aquí con el dinero-dijo la joven dando media vuelta, dispuesta a marcharse.

-Un momento-el barquero la aferró fuertemente del brazo-de eso nada, niña. Ahora mismo me voy a cobrar yo el viaje-dijo el hombre tirándola al suelo y desgarrándole las ropas.

Por más que gritase, nadie la escucharía, el pueblo estaba demasiado lejos del río para que alguien la oyese, y el barquero se había ocupado de ocultarse en las sombras del bosque.

Así fue como el barquero violó y mató a la niña, atando su cuerpo a una piedra y tirándolo al fondo del río, para que nadie lo descubriera.

Al pasar la barca

me dijo el barquero:

"Las niñas bonitas

no pagan dinero."

Yo no soy bonita,

ni lo quiero ser,

yo pago dinero

como otra mujer.

(Escrito el martes 11 de Diciembre de 2007, en poco más o menos media hora, inspirado en el capítulo 4 de "Antología de la demencia", de Akumu no Akuma Hime o Ave Fénix de Isis, y por una conversación con Eriol sobre esta cancioncita que tan inocentemente cantaba de pequeña con mi muñeca (es que la muñeca traía la canción n.n'). A ellos va dedicada esta historia n.n

Aroa Nehring