Naruto y sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto.
Esta historia es una traducción autorizada escrita originalmente en inglés por 37h4n0l.
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No es una historia acabada, pero está en proceso. Aún así, decidí pedir permiso para traducirla porque creo que merece mucho la pena. Es una de las primeras historias que leí recién comencé a shipearlos, decir que me encantó es quedarse corto y quiero compartirla con la comunidad de habla hispana. Muchos de mis headcanons vienen de aquí.
La historia se desarrolla en el tsukuyomi, es la misma dimensión a la que Obito accede usando su kamui, y a la que también se puede llegar al entrar en estado de meditación.
Se despertó con un sentimiento de estar flotando en su cabeza y estómago y no tenía ni idea de la época ni el lugar en el que estaba. La única memoria que volvió a él fue la de su muerte. Estaba seguro que sería capaz de recordar el resto más tarde, pero en ese momento su atención estaba más interesada en otras cosas. ¿Estaba en el paraíso o en el infierno? A juzgar por el cielo rojo sobre él, lo segundo parecía la opción más lógica, pero por otro lado, todo a su alrededor estaba en paz. Y él estaba solo, es lo que sintió desde el primer momento.
Trató de levantarse del suelo cubierto de tierra grisácea y sintió algo caer de su espalda mientras lo hacía; de acuerdo, tenía el pelo largo. En vida, lo habían llamado Deidara. Después dellegar a un acuerdo consigo mismo sobre su identidad, el hombre comenzó a examinar sus alrededores. El lugar tan irreal parecía un desierto enorme, como aquel que había cruzado con su antiguo compañero, Sasori, en cierta misión antes de que la raíz de todos sus problemas hubiera germinado. Las únicas diferencias eran los colores y los árboles de un negro intenso que crecían aquí y allá. Cuando Deidara los miró mejor, descubrió una gran concentración de ellos. ¿Debería caminar hacia allí? Quizá encontraría algo menos monótono...
El artista muerto se obligó a sí mismo a incorporarse, el sentimiento de mareo aún no lo había dejado. Se inclinó hacia delante y apoyó el peso de su cuerpo en sus brazos, tratando de mover las piernas hacia los lados. Su rodilla derecha estirándose a medio camino, cuando de repente, el cansancio lo poseyó y cayó de costado.
—Mierda... —maldijo en voz baja.
Lo podría haber gritado si hubiera querido, pensó después. Nadie iba a oírlo de todos modos. No ser capaz si quiera de levantarse hizo que Deidara se sintiese patético. Incluso el hecho de que se pudiera mover o sentir algo aún estando muerto era inutil si se quedaba en el mismo condenado lugar... Hizo un segundo intento para levantarse, y esa vez, lo logró sin problemas, finalmente algo de progreso. Se tambaleó un poco, pero estaba caminando sin caerse. Deidara miró hacia sus pies, después sus manos y cuerpo. Llevaba una túnica lisa y negra (¿De dónde podría haberla sacado?). No le faltaba nada, aún seguía teniendo las bocas en las manos, que había conseguido con el jutsu de un pergamino prohibido que robó de Iwagakure cinco años atrás. En verdad... ¿Cuánto tiempo habría podido pasar desde que murió? ¿Existía si quiera el tiempo ahí donde estaba? El artista no trató de encontrar respuestas a esas preguntas, como si estuviera dentro de un sueño donde las circunstancias símplemente no importan. Sus cortos pasos no hacían ningún tipo de ruido, de hecho, se sintió como un fantasma. Había un pequeño sentimiento de amargura en ello; el hombre deseó poder ver algo familiar que le recordase al mundo humano, un edificio, una palabra escrita o una cara. Era casi como si... Sí, este mundo se asemejaba a un genjutsu.
En mitad de su pequeña "excursión", Deidara se preguntó si alguna vez iba a alcanzar el bosque. Era el único punto de referencia que podía ver, pero cuanto más se desplazaba, más lejos parecía estar. Tras un rato, comenzó a mirar el cielo distraídamente. El movimiento rápido de las nubes era la cosa más interesante a su alrededor. Por prestar atención a lo que había frente a él, se estrelló contra un árbol, cayendo al suelo otra vez. Su equilibrio había mejorado, así que se levantó de inmediato, feliz por ver que había llegado. El bosque no era nada especial -sólo aquellos mismos árboles negros, aparentemente muertos-, pero era amplio. Mucho más amplio de lo que calculó Deidara en un principio. Su rostro se iluminó cuando divisó un objeto gris de forma regular a unos 20-30 metros de él. ¡Era una casa! Incluso si parecía estar vacía, alguien debió haberla construído, lo que significaba que no era la única persona en ese mundo después de todo...
Se aproximó para examinar el edificio. No hubiera llamado su atención de haber estado en el mundo humano; tan sólo era una pequeña casa oriental sin nada fuera de lo común, con las ventanas cubiertas de papel de arroz gris que para colmo, se fundía perfectamente con el ambiente. Deidara no se habría dado cuenta que estaba ahí si no fuera por el hecho de que era la única casa en un radio de 20 kilómetros.
Caminó alrededor de la misma hasta que encontró una puerta. Estaba en la cara opuesta, apuntando a la salida del bosque. La casa estaba en un extremo del mismo. El artista corrió la puerta, sin preocuparse en su estado actual, de estar irrumpiendo en la casa de un extraño. El interior tenía dos habitaciones, separadas por otra puerta idéntica a la de la entrada. La primera tenía una pequeña mesita de té negra junto a un cojín, la segunda, un futón sencillo. Y eso era todo. Si había algún tipo de premio al diseño menos artístico, esa casa probablemente lo ganaría. El artista, que había estado en el umbral hasta ese momento, entró completamente, cerrando la puerta tras él. Mentras exploraba la pequeña estancia bajo la tenue luz, se dio cuenta de algo que no había visto antes. Una pequeña estantería con un único objeto en ella; un frasquito con un extraño líquido del color de la miel adentro. Deidara lo tomó. No pudo comprobar de qué dirección venía la luz (sólo había una enorme esfera negra en el cielo en lugar de sol), pero lo sostuvo sobre su cabeza, agitándolo mientras observaba las pequeñas burbujas que se formaban en el líquido. Aquella cosa tenía cierta semejanza con una botella de colirio para los ojos. Puso el frasco de nuevo en la estantería, habiendo perdido el interés en él. Entonces decidió mirar en la otra habitación. Abrió la puerta, haciendo que el rayo de luz que se colaba de fuera se volviera más grande. No había después de todo, nada más a parte del futón, grisáceo y polvoriento. Pero cuando sus ojos se acostumbraron a la tenue iluminación, se abrieron de par en par. Una mancha seca de un color marrón-rojizo decoraba el suelo hecho de algún tipo de madera gris. Sangre. Y Deidara estaba comenzando a asustarse. Era como en una de esas películas de terror malas donde un niño se pierde en un mundo desconocido y después de un largo y paranoico viaje, en el cual la sensación de que alguien lo está siguiendo nunca lo abandona, es asesinado. El artista rió. Ahora estaba muerto, no había nada a lo que temer.
Ignoró completamente la mancha y se centró en el futón. Le recordó lo mucho que había caminado. Deidara bostezó y comenzó a sopesar su situación: si alguien lo encontrase allí, sólo podía significar algo bueno, pues ya no podía morir; no tenía nada que perder si se ponía a dormir en la casa fea y cutre de un extraño y bajaba la guardia. Se echó las sábanas encima y cayó en un sueño profundo y tranquilo.
Estaba tan cansado que ni siquiera se dio cuenta que las sábanas aún estaban ligeramente tibias.
Los ojos de Deidara se abrieron cuando escuchó el sonido de una puerta corrediza. El primer pensamiento que se le vino a la cabeza fue "¡Alguien está aquí, estoy jodido!" Una gota de sudor ya estaba bajando de su frente y su corazón comenzó a latir más rápido (incluso si se debiera haber quedado parado y en reposo pues ya no estaba vivo).
Trató de calmarse y recordarse a sí mismo que aquello era el más allá, así que no debía tener miedo. Por fortuna, había cerrado la puerta entre ambas habitaciones y la persona (podía discernir que era un humano por el chakra) aún estaba en el otro lado. Aún no lo había descubierto. Muerto de curiosidad, el artista gateó hacia el fino muro de papel de arroz que lo separaba de la presencia que podía salvarlo de su soledad. Corrió el panel a un lado sólo un poco, para inspeccionarlo. Un hombre de pelo oscuro y corto estaba arrodillado cerca de la mesa de té, mirando hacia la puerta de entrada, consecuentemente dándole la espalda a Deidara. Estaba jadeando con fuerza, como si acabase de venir corriendo. El artista lo observó mientras se limpiaba el sudor de la cara (la cual no podía ver) con la manga de su túnica negra. Como era un escultor, el rubio se percató fácilmente de los detalles más importantes; por eso notó inmediatamente el símbolo en la espalda del extraño. El cual era, además, demasiado chillón como para no darse cuenta. Pero lo que intrigó profundamente a Deidara fue el verdadero significado del mismo, un abanico con la parte de arriba roja y la de abajo blanca. No podía creer lo que estaba viendo: un Uchiha.
Interesante... Y él que pensó que el cabrón de Itachi y su patético hermano menor el cual él había matado con su obra maestra eran los únicos que quedaban... Abrió la puerta un poco más para mirar mejor. El recién descubierto integrante de la familia maldita aún estaba mirando hacia el otro lado. Al principio, Deidara pensó que podía tratarse de Itachi con un nuevo peinado, pero la complexión física del desconocido era diferente. Era más muscular (probablemente bueno en ninjutsu y taijutsu) mientras que el Cuervo era más esbelto y obviamente un experto en genjutsu. Deidara suspiró. Ya estaba analizándolo como si de un enemigo se tratara; aparentemente los hábitos de su vida shinobi eran difíciles de dejar a un lado aún después de muerto. O quizá era culpa del tipo por ser un Uchiha, los cuales el artista detestaba profundamente. Pero, ¿era necesario guardar rencor incluso en el Infierno (o el Cielo)? De cualquier manera, no se atrevía a salir; existía la posibilidad que ese hombre estuviera más furioso con él que la situación contraria, considerando que Deidara había matado al único sucesor de su familia (incluso él no estaba seguro de lo que pensar después de que otro Uchiha hubiera aparecido de la nada). Entonces, tuvo que reprimir llevarse la palma de su mano a la cara. ¡Por supuesto, CUALQUIER Uchiha podía estar ahí, después de todo ese era el lugar al que los muertos iban! Posiblemente ni siquiera se conociesen.
Sin pensarlo más y decidiendo que nada malo podía pasar, se levantó y salió de la habitación; algo de lo que en seguida se arrepintió muy profundamente, pues de inmediato se encontró a sí mismo chocando contra la pared con dos manos apretando su cuello y unos ojos disparejos clavándose en él. Deidara no podía hablar, tal vez de la sorpresa o del ahogamiento al que lo sometía el extraño. Comenzaba a pensar que se había vuelto loco en lugar de haber muerto. La cara a la que se vio obligado a mirar no era exactamente fea, pero en una mitad tenía unas extrañas arrugas, de algún modo le recordaron a cicatrices, solo que se veían diferentes. Lo más sorprendente, era el sharingan en su ojo derecho y el rinnegan en el izquierdo. Así que, básicamente, se trataba de un Uchiha portador de uno de esos horrendos ojos que Deidara odiaba más que cualquier otro kekkei genkai, y que también tenía el más poderoso de los dojustu. El artista le agradeció a su suerte por que el tipo no se hubiera cruzado en su camino mientras estaba vivo; si lo hubiera hecho, no le cabía la menor duda de que hubiera muerto de una manera mucho menos artística.
—¿Qué tenemos aquí?
una expresión como la de una sonrisa ladeada apareció en la cara parcialmente estropeada del dueño de la casa.
—¡Suéltame, hm! —alcanzó a decir el rubio, logrando separar un poco el agarre de aquellas manos.
—En verdad eres tú —finalmente, el Uchiha lo soltó y retrocedió, dejando que Deidara cayera al suelo de rodillas, tosiendo. ¿Qué quería decir? Sonaba como si esa persona lo conociera—. ¿Cómo lograste colarte aquí dentro?
Se volvió para mirar de nuevo al artista, fulminándolo con la mirada.
—¿D-dentro de tu casa? —Deidara realmente no podía decir nada más.
La presencia de chakra que lo envolvía era tan intensa que le costaba respirar.
—No. Dentro de mi cabeza.
—¿Tu cabeza? ¿Qué? —dijo, frunciendo el ceño.
—¿Ni siquiera sabes dónde estás? —contestó, sacudiendo la cabeza. El desconocido se aproximó a él de nuevo, mirándolo desde arriba—. Patético, me atrevería a decir.
Los ojos azules de Deidara se abrieron mucho. Había oído eso antes en alguna parte.
—¿Quién eres? —preguntó el artista, ganando un poco de valor, diciéndose a sí mismo constantemente que sus acciones no tenían, de hecho, consecuencias en aquel mundo.
—¿Ni siquiera me reconoces a mí, Deidara? ¿Invades mi mundo interior y ni siquiera recuedas quien soy? —aquella mirada intensa y ojos terroríficos le hacían al más joven dudar de sí mismo y su memoria.
—Jamás te vi antes —sentenció Deidara.
—Ah, es verdad, no lo hiciste, senpai —dijo el hombre frente a él, inmóvil como una estatua. La vida, no, la muerte se estaba riendo de él. Su labio tembló, sin estar del todo seguro lo que debería estar sintiendo en ese momento—. Así es, Deidara. Soy aquel al que tú maltratabas cuando éramos compañeros y al que volaste en pedazos junto contigo pensando que una disculpa te libraría de la culpa de matar a alguien.
—¿Estás muerto tú también? —preguntó Deidara, en cuanto fue capaz de articular palabra otra vez.
—Ja ja, eso te gustaría ¿verdad que sí? No, estoy vivo, de hecho.
El hombre que aparentemente era alguien a quien llamaban Tobi, rió, pero no había ni rastro de felicidad en aquella risa, sólo algún tipo de entretenimiento, vil y oscuro. El artista lo tomó como la prueba de que todos los Uchiha eran iguales. Gente desquiciada que usaba su talento natural y poder en la peor manera posible y no tenían aprecio alguno ni por el arte ni por los demás seres humanos alrededor de ellos. La brutalidad de Itachi, Sasuke y Tobi le daba asco. ¿Qué profundidad emocional tenían? Nada más que pensaban en masacre, venganza y violencia. Sí, su arte también era violento, pero era por una razón completamente distinta. Aunque la verdad era, que Tobi también tenía razones para guardarle rencor.
—Supongo que jamás adivinarás donde estamos —prosiguió el mencionado, trayendo a Deidara de vuelta de sus pensamientos.
Se había sentado junto a la mesita en ese tiempo, inmóvil, como todo lo demás alrededor de ellos.
—Dijiste... Que esto es tu cabeza, hm.
—Se le conoce por el nombre de Tsukuyomi, así es.
—Pensé que eso era un genjutsu que se practicaba en otros con el...— no tuvo que terminar la frase para darse a entender.
Tobi no volvió a mirarlo, un hecho del que Deidara no iba a quejarse.
—Puesto que ahora mismo eres inmortal y el tiempo transcurre de manera diferente aquí, supongo que puedo tomarme mi tiempo para explicarte. Un genjutsu normal es una ilusión, básicamente, pero hay excepciones. El verdadero poder del sharingan, aquello que lo convierte en el dojutsu más peligroso es el mismo Tsukuyomi. Cuando el poseedor del Mangekyou sharingan realiza el jutsu relacionado con el mismo, la víctima es, de hecho, transportada a otra dimensión de manera temporal, esto explica que el devenir del tiempo sea distinto también. Cada usuario tiene su propio Tsukuyomi el cual refleja su subconsciente. También se puede alcanzar a través de la meditación, algo que yo aprendí a hacer hace mucho tiempo. Por eso es por lo que tu presencia aquí me sorprende. Mierda... Si fuera alguien como Rin incluso lo disfrutaría, pero ¿por qué...?.
El rubio se dio cuenta de que la expresión de su antiguo compañero denotaba un gran enojo. Se sintió como un gran estorbo. Espera, ¿Y eso por qué era un problema? Por supuesto que lo iba a ser en un mundo creado para una sola persona, él estaba en esos momentos duplicando la población del Tsukuyomi de Tobi...
—Escucha —comenzó a decir Deidara—. No tengo ni idea de cómo acabé aquí. Sólo sé que debería estar muerto, y que si esto es de verdad tu subconsciente, entonces probablemente no sea mi verdadero yo, sólo una réplica en tu cabeza. Así que el único de los dos que debería estar explicando por qué ha ocurrido esto eres tú, Uchiha.
Se levantó, satisfecho de su pequeño discurso.
—Parece que no eres tan estúpido como tu técnica suicida —dijo el moreno sin consideración alguna, aún mirando a la pared en lugar de a él.
—Menospreciando mi arte como los otros miembros de tu familia ¿eh? Pero bueno, me cargué a mini-Itachi con ella, hm.
—No lo hiciste.
La cara de Deidara se volvió roja del shock ante la provocación, horrible y directa. ¿Era posible que...?
—No había manera de que él escapase. La explosión cubrió un radio de 10 kilómetros.
—Él también fue a otra dimensión con una técnica de Orochimaru, para mantenerte al día de los hechos.
La amargura e ira que Deidara estaba sintiendo en esos momentos eran imposibles de expresar con palabras. Inconscientemente comenzó a rechinar los dientes, tratando de que el enojo no lo desbordase. Su vida fue inutil. Su muerte fue inutil. Y ahora estaba atrapado para siempre en el mundo interior de un Uchiha. Quería gritar, llorar, hacer explotar aquel lugar incluyéndolo a él, y por encima de todas las cosas, quería matar a aquel hombre urgentemente, pues era la única manera de expresar el odio eterno que le tenía a cada Uchiha que había alguna vez habitado la Tierra. Saltó sobre el otro, golpeándolo, pateándolo, mordiéndolo y arañándolo desesperadamente, lo cual no era demasiado, teniendo en cuenta la fuerza de Tobi. Aún así, la rabia desencadenó una especie de fuerza bruta en él y al final, consiguió clavarle las uñas en la parte lisa de su cara, dejándola llena de marcas rojas. Tras el forcejeo, el Uchiha consiguió agarrarlo por las muñecas, y él trató de soltarse mordiéndolo con las bocas en sus manos, para acabar igual que antes, sujeto contra la pared.
—¡Deja de pagarla con mi familia! ¡La mayoría de ellos ya estaban muertos antes de que tú siquiera supieras que existíamos, y ni siquiera sabes quien fue realmente Itachi! ¡No puedo con tu superficialidad!
Al final de la frase, Tobi lo dejó libre otra vez. Por un momento, no parecía el hombre cruel y horrible que realmente era.
—L-la única cosa que sé sobre ustedes malditos Uchihas es vuestra falta de respeto. Y... Y dejando eso a un lado, ni siquiera me importa una mierda quién seas, hm.
La voz de Deidara temblaba, y ni siquiera estaba completamente seguro de la veracidad de sus palabras.
—Es irónico, porque hace un rato me preguntaste quién era —el rubio no dijo nada, ya que Tobi tenía razón—. Mi nombre es Uchiha Obito.
Aquello no le dijo demasiado al artista, que se había deslizado hacia abajo hasta quedar sentado en el suelo, sujetando su cabeza con ambas manos. Aún no podía creer lo que estaba pasando. Permanecieron así por unos minutos, como si fueran los personajes de un cuadro.
—¿Te sientes vacío, eh, Deidara? ¿Qué vas a hacer ahora? Ni siquiera puedes explotar nada sin tu arcilla. Estás indefenso —dijo el hombre que resultó ser Obito, mientras se rascaba perezosamente el pelo.
—¿Qué te hice para que me estés haciendo esto? —murmuró el rubio aún cubriéndose con los brazos.
—¿Y tú lo preguntas? Al final no pasó nada, pero sabía exactamente cuanto respeto me tenías: ninguno. Lo que más me molesta no es el hecho de que me hubieras matado con tu técnica sin pensártelo dos veces, es que lo hiciste mientras yo era tu compañero. Un jutsu poderoso, tu nación, venganza, arte... ¡Ninguna de esas cosas justifica matar a tu compañero! ¿Lo entiendes ahora?
La explicación de Obito fue larga, pero simple. Tanto, que despertó cierto sentimiento de culpabilidad en él para sumarse a todas las otras cosas negativas que ya estaba sintiendo. Una lágrima humedeció sus ojos, pero inmediatamente se la limpió, asqueado por su propia reacción.
—Como sea, no puedo matarte ahora —continuó el cruel Uchiha—. No tienes otra opción que quedarte aquí y coexistir conmigo. Ya veré qué uso puedo darte más tarde; me pregunto si tienes si quiera utilidad en un mundo perfecto.
—Dudo mucho de la perfección de todo esto... —dijo Deidara bajo su aliento.
Obito no reaccionó; tan sólo se levantó, entró a la otra habitación donde el artista había estado durmiendo y cerró la puerta tras de sí. El rubio esperó unos segundos antes de salir de puntillas por la puerta principal del pequeño edificio. Cuando llegó finalmente al exterior, comenzó a correr tan rápido como pudo, tratando de poner tierra de por medio entre él y aquel diablo de hombre.
