Disclaimer: La historia no me pertenece, historia adaptada del libro Corazones Encadenados (Capitulo 5 - Sacrificio)

Kristen había escapado de Robert ahora hacía un año, sintiendo que podía ser una debilidad para su futuro. Pero nunca esperó el sacrificio que él hizo por ella. Uno que conmocionaría su alma y destruiría las raíces de todas sus creencias.

Su sexualidad, su corazón y todo por lo que había luchado en los últimos seis años serán sometidos a prueba cuando una misión la lleve a la granja de Robert y a su cama. Allí aprenderá el verdadero sentido del hambre, del amor... y también el engaño y las mentiras que han gobernado su vida durante tanto tiempo.

Cualquier cosa que merezca la pena tenerse merece también un sacrificio. Kristen está a punto de averiguar si puede pagar el precio, y arriesgar no sólo la herencia que debería ser suya, sino también su corazón frente al hombre que todavía puede contener el fuego que arde en su alma.

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Capítulo 1

—Fácil, Red. Joder, sí, nena, allí vamos, tómalo todo — Kristen Stewart, yacía en una mesa de madera, las manos atadas a las correas sujetas a ambos lados, las piernas elevadas por Sax mientras él introducía lentamente su polla en su estrecho y bien lubricado ano.

Su cabeza golpeaba la dura superficie; gotas de transpiración punteaban su cara, sus pechos llenos y lujuriosos y sus duros pezones. El sudor corría en riachuelos cintura abajo, una pequeña cantidad se había amontonado en la diminuta depresión de su ombligo y sus muslos brillaban con eso y la mezcla adicional de jugo espeso que se vertía de su coño desnudo y ruborizado.

Sax tenía sus muslos ampliamente extendidos, sujetándolos con sus musculosos brazos mientras lentamente follaba a la pequeña castaña al tiempo que ella gritaba y corcoveaba contra él, rogando por la liberación. Era una visión que Robert Pattinson estaba seguro que ardería por siempre en su mente.

Él no había esperado esto cuando aceptó ingresar en El Club, y sin duda alguna no lo había esperado cuando abandonó la hacienda Stewart, furioso por que Kristen se hubiera marchado antes de su llegada. Ella había estado haciendo un hábito de esto en los últimos seis meses, desapareciendo justo antes de que él llegara.

No estaba seguro de por qué tenía un interés tan abrumador en ella. No era el tipo de mujer que normalmente le atraía. Era pequeña, apenas medía 1,65 metros contra su 1,90. Era más bien redondeada, no delgada como una modelo, y tenía pechos llenos, lujuriosas caderas y una barriguita deliciosamente redondeada. Podía imaginarse la curva pálida de su estómago decorada con un piercing, quizá de esmeraldas iguales a sus hermosos ojos verdes. Y por encima de todo, podía imaginarla en su cama, su polla abriéndose camino dentro su ano en vez de la de Sax, su mano azotando la suave curva de sus nalgas, su voz gritando su nombre y no el de otro hombre.

Largos, encendidos rizos rojos caían al costado de la mesa, hebras de seda gruesa que habrían acariciado sus caderas, pero en lugar de eso barrían el piso. Un pelo que desafiaba a un hombre a tocarlo, acariciarlo.

—Por favor, Sax —gritaba ella mientras luchaba con las cuerdas—. Déjame ir. No puedo llegar así. Por favor.

La oscura carne masculina brillaba con sudor a medida que los duros empujes aumentaban, la bronceada longitud de su polla se impulsaba dentro del pequeño y acogedor canal con golpes controlados, separando las curvas exquisitas de su culo y llenándola con cada pulgada de oscura erección, dura como el acero.

Robert sintió cada músculo de su cuerpo tensarse ante la demanda primitiva de su voz. Ella se encontraba en la cima de un pico de agonizante necesidad, un pico del que él quería hacerla caer. La visión de la polla de otro hombre dentro de su ano, estirando esa pequeña entrada, atormentándola con el placer/dolor de cada empuje lo estaba volviendo loco. ¿Disfrutaría ella de un ménage con la misma hambre brutal?

Robert se levantó de su silla en el rincón aislado que había escogido horas atrás cuando entró en el Club. En su primera noche allí quería habituarse al lugar y a sus miembros, pero no había esperado la asombrosa escena que se le había revelado.

Kristen había entrado tan hermosa como para complacer, había pedido una copa y había dado un paso hacia el oscuro ingeniero de Delacourte Electronics. Por primera vez en el año que hacía desde que Robert la conocía, no llevaba maquillaje, su expresión mostraba una honesta y desnuda emoción, incluso aunque fuera lujuria, y la fina capa de fría altanería que siempre mostraba al mundo se había esfumado.

—Más duro. Por favor, Sax, por favor —ella estaba casi al borde de las lágrimas ahora, rogando por su liberación. Se retorció contra las ataduras que la sujetaban, sus caderas retorciéndose contra la dura penetración del grueso pene que perforaba su culo con golpes crecientes.

Su clítoris estaba hinchado, asomando desesperado por encima de los pliegues de carne que lo protegían, el pequeño nudo de nervios enrojecido y brillando ansioso.

—¿Qué pasa con ella? —Robert finalmente preguntó a otro de los miembros que estaba sentado junto a él.

Él pensaba que la conocía, había pensado que seducirla para saciar su hambre llevaría tiempo y sutileza. Se había equivocado. Pero sospechaba que la mujer que él veía ahora no era la imagen total de quién y qué Kristen era, tampoco.

—¿Kristen? —La voz de Lucian Conover se suavizó al mirar la escena—. Normalmente, demasiado estrés. Suele aparecer más o menos cada tres meses, normalmente después del examen físico forzoso para demostrar que todavía es virgen, y se permite un desahogo. Es una buena niña

¿Niña? Tenía veinticuatro años y gritaba ahora por su liberación, pidiendo a otro hombre que jodiera su culo más duro, más profundo. Si fuera mucho más profundo le estaría haciendo al bastardo una mamada cuando saliera por su garganta. Era diminuta, apenas medía 1,65 m., delicada y tan frágil como una princesa de cuento de hadas. O eso había pensado él. Ninguna frágil princesa podría tomar una polla en su culo de esa manera y pedir por más.

—¿Examen forzoso? —Finalmente encontró su lengua el tiempo suficiente para preguntar.

Conover hizo una mueca.

—Es la hija del Senador Stewart. El testamento de su madre estipula que ella tiene que ser virgen en su noche de bodas para conseguir cualquiera que sea su maldita herencia. Evidentemente, el querido papá la quiere —se mofó—. Ha conseguido una orden judicial para hacerle exámenes trimestrales que prueben que ella todavía reúne los requisitos para heredar antes de su boda, cuando sea que eso sea. Si ella no pasa la prueba, el bueno del senador hereda todo.

Robert apretó sus dientes ante la información. Él sabía que Stewart era un bastardo, pero hasta esto era más de lo que él había esperado del hombre. La tensión en la casa Stewart siempre era elevada cuando Kristen estaba allí. Ella raras veces hablaba más que unas palabras en su presencia, y a menudo llegaba tarde y se iba temprano a cualquier función que estuviera preparando. Él todavía no entendía por qué su madre se había casado con aquel bastardo. Y aunque sabía sobre los exámenes, no había estado completamente seguro de a qué se debían.

—Maldito seas, Sax —gritó ella—. No puedo soportarlo.

Robert apenas controló su propio estremecimiento. Su voz resonaba con un hambre oscura que él sabía que otro hombre nunca apagaría.

Estaba siendo torturada por su propia sexualidad. Podía oír las oscuras ansias de su voz, la carnalidad que hacía que sus entrañas se tensaran con su propia hambre descarnada.

—Ella necesita estimulación en el clítoris —suspiró Lucian—. Sax tendrá que demorarse hasta llevarla al punto en que ella se corra fácil. El resto de los miembros que están aquí hoy, a parte de él, están casados —había un hilo de diversión en su voz—. Excepto tú.

El Club no era un burdel. Era, tal como el nombre implicaba, una atmósfera para hombres cuyos deseos básicos eran más profundos que la mayoría. Se sabía que los hombres casados allí nunca tocaban a otra mujer, pero los hombres solteros eran a menudo terceras partes en ménages ocasionales con las esposas de estos hombres. Se unían debido a su necesidad de dominar la sexualidad de sus mujeres, darles la máxima liberación, los máximos placeres. Era un club de hombres, pero creado como una base de apoyo para aquellos cuyos deseos a menudo cruzaban la línea de depravación aceptable.

Esto no era un club de intercambio de parejas. Los miembros casados del Club, hasta ahora, no tenían ningún deseo por otras mujeres a parte de las suyas propias. La fidelidad era una de las piedras angulares de la existencia del Club. Al igual que el placer femenino.

Robert miró fijamente a Kristen entonces. Ella corcoveaba, rogando, mientras Sax luchaba contra su propia liberación.

—¿Qué necesita? —preguntó entonces, sabiendo que se estaba condenando a sí mismo.

—No mucho —Lucian se encogió de hombros—. Golpea su coño un poco y se correrá como si fuera el Cuatro de Julio. Después, tomará una copa, jugará unas pocas manos de cartas y se irá a un cuarto a dormir.

Podría ser lo que ella normalmente hacía. Esta noche, sin embargo, su programa estaba a punto de cambiar. Él abofetearía aquel bonito y pequeño coño, por ahora. Pero su polla rabiaba por más. Pronto él lo follaría igual de duro.

Mientras cruzaba el cuarto, Sax alzó la mirada; la tensión de contenerse se reflejaba claramente en su oscura cara.

—Ayúdala —jadeó—. Joder, no voy a aguantar.

El otro hombre jadeaba, tan cerca de su propia liberación que su expresión se veía dolorida. Entre los muslos de Kristen su polla se impulsaba, dura y gruesa, dentro de ella. Afortunadamente, estaba protegida por un condón. Robert era lo bastante honesto consigo mismo como para admitir que no quería la semilla de otro hombre dentro de su cuerpo, en ninguna parte. No aún. No antes de que él decidiera quien sería el tercero en la relación que estaba decidido a construir con ella.

—No. No, no te pares aún. Por favor… —La voz de ella se calmó mientras Robert rodeaba la mesa.

Sus ojos se abrieron, su cara palideció y entonces duros y violentos estremecimientos comenzaron a recorrer su cuerpo mientras explotaba repentinamente, con el nombre de Robert exhalado como un grito ronco entre sus labios al tiempo que Sax empujaba repentinamente más duro y fuerte antes de detenerse, distorsionando su cara por su propia liberación.

Robert se inclinó cerca, una de sus grandes manos enmarcando su cara mientras ella jadeaba. Él podía oler el aroma de su lujuria, salvaje, dulce y sutil, haciéndolo anhelar acercarse, probar cada gota picante de su necesidad. Y lo haría. Pronto.

—La próxima polla en tu culo será la mía —juró con convicción—. Ninguna más, Kris, no sin mí. Nunca más…