SUFRIR O MORIR EN SOLEDAD
I. PROLOGO
Año 3 del Nacimiento de Athena
Base del Everest, Nepal
El pequeño pueblo cerca de la base del Everest estaba dedicado exclusivamente a alojar a los turistas y proveerlos de todo lo necesario para escalar la montaña más alta del mundo. Sherpas se llamaban, pobladores de las montañas del Himalaya. Se ganaban la vida guiando a los turistas a escalar la montaña más grande del mundo.
-No quiero, no quiero ir…- dijo el chico de doce años, frotándose los brazos en un gesto ansioso- tío, por favor, no quiero volver a la montaña…-
-No te estoy preguntando, mocoso- dijo el hombre- vas a guiar a los dos turistas que te indiqué, y vas a traerme el dinero que te pedí. Y si no quieres otra golpiza como la de ayer, más vale que lo cuentes bien-
El niño de ojos violetas asintió repetidamente, resignado y asustado, poniéndose apresuradamente las botas de montaña y su gruesa chamarra. Su tío lo aterrorizaba. Finalmente, era solo un niño, descendiente del pueblo de los sherpas, y no le esperaba ningún otro mejor destino. Tomó su mochila y salió de la casa arrastrando los pies.
-Y no lo olvides, Aiacos- dijo su tío, mostrándole el puño cerrado- si no traes el dinero, te daré una paliza que no olvidarás en toda tu vida-
Aiacos se apresuró a salir de su casa con todo su equipo al hombro antes de que su tío pensara en golpearlo. No le gustaba la idea de tener que subir hasta la cima del Everest. Usualmente solo guiaba a los turistas al campo base, que estaba casi a los pies de la montaña, y de ahí otro sherpa los guiaba a los siguientes campos y a la peligrosa cima.
-Aiacos, ¿a dónde vas?- dijo una niña, corriendo detrás de él, deteniéndolo del brazo.
-A la montaña, Manika- dijo el chico en tono casi cortante, sin atreverse a mirarla a los ojos- mi tío encontró a una pareja de turistas que pagarán buen dinero por llevarlos a la cima-
La niña se llevó las manos a la boca, mirándolo asustada.
-¿Tú vas a subir a la cima?- dijo ella, llevándose las manos a la boca- Aiacos, sabes que no puedes. Los sherpas tenemos que tener más de dieciséis para hacer cima, y tú…-
-Lo sé- la interrumpió Aiacos- pero mi tío lo ordena, y tengo que obedecer-
El chico le dio la espalda, y se apresuró a la montaña. Manika estiró la mano y lo detuvo otra vez.
-Aiacos- le dijo en voz baja- ten cuidado, por favor. Recuerda que no debes de subir muy tarde. Y ten cuidado en la zona de la muerte-
Aiacos se volvió a ella y sonrió. Se acercó a ella, y le dio un beso en la mejilla.
-No te preocupes, Manika- dijo Aiacos, sonriéndole tranquilizadoramente a su amiga- tendré mucho cuidado, lo prometo. Nos veremos pronto-
Manika asintió con una leve sonrisa, y el chico se apresuró hacia el campo base, donde encontraría a los turistas que tenía que guiar a la montaña. La chica lo miró alejarse, un poco sonrojada, y regresó a la casa de sus padres, con la esperanza de encontrarse pronto a Aiacos tan pronto como éste regresara.
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Campo base, Everest, Himalaya
Aiacos guió a una pareja de turistas al primer campo del Everest, el campo base. Los dos turistas querían ascender a la cúspide ese día, a pesar de que ya había pasado el mediodía.
-No se puede hacer eso, señores- les dijo Aiacos- debemos ascender hasta el campo cuatro, y mañana en la madrugada podemos llegar a la cúspide. De lo contrario, es muy peligroso comenzar el ascenso después de las tres de la tarde-
Los montañistas no se veían muy convencidos.
-Hay otro sherpa que nos ha prometido llevarnos ahora mismo- dijo uno de los dos montañistas- si no nos llevas tú, quizá podríamos pedirle a él que nos lleve-
Eso estaba fuera de discusión. Aiacos sabía que su tío lo molería a golpes si perdía a los clientes. El chico no tuvo opción.
-De acuerdo, yo los llevaré- dijo el chico, quitándose un mechón de cabello de su rostro, suspirando resignado- preparen sus cosas, yo iré-
Los turistas parecieron contentos al respecto y se pusieron sus equipos para escalar. Aiacos tenía mala espina por lo que estaba a punto de hacer, pero no tenía opción. Tenía una fea contusión en un costado, y un moretón debajo de la mejilla. No podía regresar con su tío con las manos vacías.
Tras mucho caminar, llegaron al campo cuatro después del mediodía. Por una última vez, Aiacos trató de disuadir a los turistas de subir a la cúspide, pero no lo escucharon, por lo que prosiguieron su camino. Cuando llegaron a la parte conocida como "la zona de la muerte", una fuerte tormenta azotó la cúspide de la montaña. El frío calaba los huesos, y el viento amenazaba con romper las cuerdas que el chico había colocado tan hábilmente en las rocas, bajo la nieve.
-Tenemos que regresar unos metros y acampar, señores- gritó Aiacos, pues su voz no se escuchaba en la tormenta- no podemos seguir aquí, el oxígeno es escaso y con la tormenta es muy peligroso-
Por fi, los turistas lo escucharon y se detuvieron. Demasiado tarde: en el intento para descender, la mujer se resbaló y rompió una de las cuerdas. Como reflejo, Aiacos se estiró e intentó salvarla, pero solo consiguió caer él mismo al vacío, por la ladera norte de la montaña. Una avalancha de nieve sacudió al turista y a su esposa,y no fueron vistos más.
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Ladera Norte, Everest
Aiacos estaba soñando. Estaba seguro de que tenía que estar muerto: no había manera de sobrevivir esa caída que acababa de tener. No tenía dolor. Su cuerpo estaba completamente entumido, pero tampoco sentía frío. Que extraño.
"Quizá", pensó Aiacos "quizá esta es la sensación que uno tiene justo antes de morir"
De pronto, sintió algo. Una gran fuerza misteriosa, rodeándolo y quitándole la sensación de inmovilidad que tenía. Lo llenaba de paz y tranquilidad.
-Aiacos- dijo una voz.
El pobre chico miró a su alrededor, asustado. ¿Estaba soñando? Estaba a miles de metros de altura, en una gran montaña de nieve, en un área donde el oxígeno escaseaba. Seguramente estaba alucinando.
-Aiacos, ¿puedes escucharme?-
¡Vaya que esa voz era persistente! Solo quería dormir y perderse en la dulce inconsciencia de la muerte. Pero la voz volvió a llamarlo.
-Aiacos- dijo la voz otra ocasión.
-Aquí estoy…- dijo Aiacos en voz baja, en un tono verdaderamente cansado. Su voz se escuchaba más infantil de lo que realmente era- ¿qué quieres de mí?¿quién eres?-
-Aiacos- dijo la voz una cuarta vez. El chico alzó sus ojos color violeta, y miró al hombre que estaba parado frente a él. ¡Que hombre tan extraño! Estaba vestido con una larga túnica negra. No tenía botas ni equipo de montaña, y parecía no molestarle la falta completa de oxígeno- mi nombre es Thanatos, dios de la muerte-
Aiacos cerró los ojos.
-Así que ha llegado mi hora- dijo el chico- ¿has venido por mí?-
Thanatos rió.
-No, no he venido a llevarte- dijo el dios de la muerte- he venido a hacerte una propuesta-
-¿Qué propuesta?- dijo el chico, esforzándose por mantener sus ojos abiertos.
-Estás marcado para un destino impresionante, Aiacos- dijo Thanatos- estás destinado a ser uno de los tres grandes jueces del Inframundo. Si quieres tomar tu destino- añadió, ofreciéndole su mano derecha- toma mi mano-
Aiacos lo miró, sorprendido. ¿Él, uno de los grandes jueces del Inframundo? Tenía que estar loco. Y, sin embargo, el hombre lo estaba mirando en una posición imposible. Aiacos le creyó: sonrió y asintió, extendiendo su mano hacia el dios. Éste sonrió al tocar la mano del chico, y ambos desaparecieron de la montaña.
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Al mismo tiempo, del otro lado del mundo
Era la madrugada cuando las alarmas comenzaron a sonar. La mujer corrió a las camas de sus hijos, y los movió vigorosamente para despertarlos. En una zona propensa a terremotos, la alerta sísmica sonaba solamente medio minuto antes de que la tierra comenzara a sacudirse. La mujer volvió a mover a sus hijos para despertarlos: solo tenía treinta segundos para salir, de los cuales ya habían pasado varios.
-Vamos, hijos, levántense- dijo la mujer, y se volvió hacia la más pequeña- apresúrate, Violate-
-Sí, mamá- dijo la pequeña niña con cabellos violetas oscuros, tallándose sus ojos rojizos de sueño. Su madre prácticamente la arrastró hacia la salida de la pequeña casa, y estaban a punto de llegar a la puerta cuando el terremoto llegó.
¡Fue horrible! Los objetos se movieron violentamente de un lado al otro, los vidrios se quebraron y las paredes de la estructura crujieron.
En su esfuerzo por sacar a sus hijos de la casa, la mano de Violate se resbaló de la suya, y la niña cayó al suelo. La mujer tuvo un segundo tomar una decisión: abandonar a la niña y salvar a sus otros tres hijos o morir todos juntos. Dejó a la pequeña Violate atrás, y salió corriendo con los otros niños. Los dejó en la entrada, a salvo, y se volvió para entrar a la casa de nuevo, para sacar a su hija más pequeña. No lo logró: tan pronto puso un pie hacia la casa, ésta se desplomó por completo.
-¡No…! Violate…- gritó la mujer.
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Bajo los escombros
¡Que dolor tan horrible! Sus pequeñas piernas estaban atrapadas bajo los escombros. Una gran trozo de escombro estaba sobre su espalda, impidiéndole respirar adecuadamente. La sangre fluía profusamente por su frente y cubría su rostro, pero no se la podía quitar, sus brazos estaban atrapados también. El aire se le estaba acabando.
-Violate…-
La niña parpadeó. ¿Alguien le estaba hablando? No, no podía ser. Era demasiado pronto para que alguien llegara a rescatarla. Tenía literalmente kilos de escombros encima de ella.
-Violate…- insistió la voz.
-Aquí… aquí estoy…- dijo la niña- ¿quién eres?-
-Mi nombre es Thanatos, dios de la muerte- dijo la voz. La niña levantó la vista, y miró a un chico que estaba frente a ella, apoyado en el suelo, sonriéndole a través de los escombros.
-¿Has venido por mí?- preguntó Violate.
-No, Violate- dijo el dios- vengo a preservar tu vida. Estás destinada a un destino impresionante. ¡Vas a ser una de las más grandes guerreras que han existido! Si deseas tomarlo… tomar ese destino que te ofrezco- añadió, ofreciéndole la mano- toma mi mano-
La niña sonrió, y extendió su mano hacia el dios, y ambos desaparecieron.
Horas después, los rescatistas limpiaron todos los escombros en la casa de Violate, buscando a la niña o, cuando menos, su cuerpo, pero no lograron encontrar nada.
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Giudecca, Inframundo
Thanatos había llevado a un par de chiquillos que estaban a punto de morir al Inframundo, para entrenarse como futuros espectros. Uno de ellos estaba destinado a ser uno de los tres grandes jueces, y por fin ya tenía a los tres en el Inframundo. La niña, por su parte, parecía destinada a ser una de las pocas mujeres espectros.
El dios de la muerte dejó solos a los recién llegados por un rato.
El niño despertó primero, sorprendido de ver que estaba vivo aún y que conservaba todos sus dedos a pesar de haber estado a varios grados bajo cero y a punto de morir congelado o por falta de oxígeno. Se sorprendió mucho más de encontrar a una niña junto a él.
La niña parecía dos o tres años menor que él, tenía hermosos cabellos violetas oscuros. Aiacos no pudo evitar tocar sus cabellos y sonreír.
-¡Oye!- dijo ella, quitándole la mano: había despertado sin que Aiacos se diera cuenta.
-Lo lamento, niña- dijo el chico, apenado- perdóname, no debí haber hecho eso-
La niña lo evaluó con la mirada, y el chico sonrió y se frotó la nariz con el dorso de su mano, un poco nervioso por la penetrante mirada que tenía encima. Finalmente ella sonrió y asintió.
-¿Dónde estamos?- preguntó ella, incorporándose sentada y mirando a su alrededor- ¿cómo fue que llegamos aquí?-
-No lo sé- dijo Aiacos, encogiéndose de hombros- Thanatos, el dios de la muerte me trajo aquí, cuando estuve a punto de morir. ¿A ti también?- la niña asintió, y él sonrió- me llamo Aiacos, ¿cómo te llamas?-
-Violate- dijo la niña.
-Gusto en conocerte, Violate- dijo el niño.
Ambos niños se miraron. Aiacos se levanto y, tras sacudirse la ropa, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Nuevamente, Violate lo evaluó con la mirada, sin moverse de donde se encontraba sentada, en el suelo.
-Vamos, Vi- le dijo el chico, con una expresión que a la niña le pareció adorable- ¿es que no confías en mí?-
La niña miró fijamente la sonrisa confiada de su compañero, y finalmente aceptó su mano para levantarse del suelo. Violate se sacudió su vestido, y ambos comenzaron a explorar el sitio a donde habían sido llevados.
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Kensington Gardens, Londres
Año 3 del nacimiento de Athena
El chico rubio suspiró frustrado. ¡Cómo odiaba ir a los jardines de Kensington! A esa hora de la mañana estaba llena de turistas, mujeres solteronas de mediana edad que llevaban a pasear a sus ridículamente pequeños perros, y tipos ridículos en bicicleta que paseaban sin importar quien iba pasando. Pero no tenía opción: los jardines estaban entre su casa y su escuela, y cruzarlo era mucho más corto y rápido que rodearlo por completo.
-Bollocks…- iba mascullando el chico, caminando apresuradamente igual que todos los hombres que cruzaban aquellos jardines.
El conocido timbre de una bicicleta lo alertó, y el chico se volvió fastidiado para ver quien había tenido la osadía de molestarlo. Se quedó helado y levantó las cejas al ver de quien se trataba.
Una niña de su edad venía detrás de él, maniobrando con su bicicleta, la cual parecía estar fuera de control, y con un pequeño corgi ladrando furiosamente y revolviéndose de un lado a otro en la canasta de la bicicleta, lo que no la ayudaba para nada, como tampoco ayudaban los gruesos volúmenes que iba cargando también en la canastilla de la bicicleta. Finalmente la bicicleta cayó de lado, y la niña casi cayó sobre él, excepto por que el chico la detuvo en sus brazos por instinto, para evitar que diera al suelo. El perro brincó justo a tiempo hacia el suelo, y tampoco fue lastimado. Los libros se esparcieron por el suelo.
-The bloody hell was that!- exclamó el chico, enfurecido, pero ayudándola a ponerse de pie con cuidado- ¡mocosa, ten cuidado!-
-Lo lamento, lo lamento mucho- dijo la chica, poniéndose de pie y buscando en el suelo a su perro. Sonrió aliviada al ver que también estaba ilesa. Se volvió de nuevo al chico- lo lamento mucho. Me salvaste de darme de cara al suelo, ¡muchas gracias!-
-No es nada- gruñó el chico.
-Gracias- dijo la chica, inclinándose y levantando uno a uno los libros del suelo. El chico se puso a ayudarla, y miró uno de los libros: A history of England's most important battles. Interesante- no se como puedo agradecértelo-
-Podrías dejar de agradecerme y de disculparte- dijo el chico en un gruñido, mirando ceñudo a la niña y a su oxidada bicicleta.
-Lo siento- dijo la chica, y se ruborizó. Sacudió la cabeza y, tras poner los libros de nuevo en la canastilla de la bicicleta y quitarse los cabellos de su rostro, le ofreció su mano- me llamo Victoria, y éste es Dash. Traté de evadir a una niña, y perdí el control de esta chatarra- añadió, pateando levemente la bicicleta.
-Me llamo Radamanthys- dijo el chico, y suavizó un poco su mirada. Tomó dudoso la mano de la niña y la estrechó.
Radamanthys la miró. Tenía hermosos ojos color azules, y largos cabellos de color rojizo. Era bajita: el chico rubio la sobrepasaba por toda la cabeza. Y se veía mucho más pequeña con esos enormes libros que llevaba consigo. Tenía una sonrisa linda y contagiosa, que incluso el duro Radamanthys no pudo evitar sonreír levemente también.
-Debo irme, tengo clase- dijo ella, levantando su bicicleta y poniendo a Dash sobre la canasta de la bicicleta- me dio gusto conocerte, Radamanthys-
-Y a mí… Victoria- dijo el chico. Victoria sonrió y asintió- espero volver a verte pronto-
-Sí, yo también- dijo la chica- todas las tardes regreso a casa por aquí. Espero verte de nuevo-
-Quizá esta tarde nos veremos- dijo Radamanthys.
Victoria asintió con una sonrisa, montó su bicicleta y se alejó pedaleando. Radamanthys sonrió al verla desaparecer. Pero el chico nunca volvería a ver a Victoria. Cuando iba de regreso a su casa, al cruzar la calle, un auto lo arrolló: el conductor iba texteando mientras manejaba. Y cuando el chico fue llevado a la ambulancia, con todo su cuerpo cubierto por una sábana, Thanatos fue por él como había hecho con los demás.
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Año 13 del nacimiento de Athena, durante la guerra contra Hades
Antenora, Inframundo
Violate se cruzó de brazos cuando Aiacos le contó lo que acababa de pasar en Giudecca. ¡Pensar que uno de los santos de Athena era la reencarnación de Hades! Y además, que un santo de plata, Orfeo, había tenido la osadía de intentar hacer dormir a Pandora y a los tres jueces. Incluso estaba sorprendida de que Aiacos hubiera quedado dormido junto con Minos y Pandora.
-¡Que vergüenza!- exclamó Violate, cruzándose de brazos- ¿cómo se atreven los santos de Athena?-
Aiacos sonrió.
-No te preocupes, Violate- dijo el juez de Garuda- los santos de Athena no nos vencerán. Son unos gusanos comparados con los espectros-
-Aún así, señor Aiacos- dijo Violate con serenidad, pero ocultando un tono de aprensión en su voz- será mejor que tenga cuidado. Ya vio que uno de ellos rompió el sapuris del señor Radamanthys-
Aiacos sonrió levemente. Cualquiera de los otros dos jueces se hubiera enfurecido con sus subordinados ante una sugerencia como la de Violate. Pero no Aiacos. Tomó su mano con mucha más delicadeza de la que uno hubiera esperado en un juez del Inframundo sin dejar de sonreír.
-¿Qué sucede?- dijo Violate, sonriendo.
-Nada, nada, Vi- dijo Aiacos, bajando un poco sus ojos- tu… ¿tu alma recuerda la última guerra santa?-
Violate suprimió un escalofrío.
-Vívidamente- dijo la espectro, bajando la mirada.
Recordaba con un poco de melancolía la última guerra santa, en la que ella había muerto, y Hades había usado su cuerpo para atacar a Aiacos y castigarlo por fallar en vencer a los santos de Athena. Recordaba como el juez de Garuda se había resignado a morir en sus manos: dijo que prefería morir por la mano de Violate, en vez de vivir en soledad.
-Sí, es un mal recuerdo, Vi- dijo Aiacos en voz baja, extendiendo su mano para tomar la barbilla de la espectro y hacerla levantar la mirada- pero sostengo lo que dije esa vez. Prefería morir en tus manos…-
-No llegará a eso, Aiacos, estoy segura- dijo Violate, olvidándose por completo de la formalidad- sé nos veremos pronto de nuevo, tú y yo, cuando Hades venza a Athena-
Aiacos sonrió y asintió ante la aseveración de la chica. De una u otra forma estarían juntos al final de ese día. De pronto, sintió un cosmo no muy lejos de Cocytus: Radamanthys estaba peleando contra alguien con un cosmo dorado, y estaba recibiendo una paliza.
-Debo irme, Vi- dijo Aiacos, besando rápidamente el dorso de la mano de la espectro- hay un santo dorado que le está pateando el trasero a Radamanthys. No le vayas a decir que dije eso-
Violate sonrió.
-Jamás- dijo la chica.
-Te dejo a cargo de proteger el camino de Antenora a Ptolomea- dijo el juez de Garuda, dándole un rápido beso en la mejilla- hay que proteger el camino a Giudecca-
-Sí, señor Aiacos- dijo Violate.
Aiacos sonrió y desapareció. Poco sabían los dos espectros que pronto estarían muertos los dos. Violate obedeció inmediatamente la orden de Aiacos, y salió de Antenora a defender el camino hacia Ptolomea y Giudecca. No pasó mucho tiempo cuando sonrió una sonrisa traviesa. Venía hacia ella un santo dorado, dirigiéndose a Giudecca a toda prisa.
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Giudecca, Inframundo
Año 14 después del nacimiento de Athena.
Justo después de regresar de Esparta
Perséfone alzó las cejas al ver a su esposo. Hades estaba inusualmente callado, apoyado cabizbajo en uno de los muebles, a pesar de que Thanatos había sido liberado y todos los espectros habían vuelto a casa con vida de su misión. Cierto, algunos de ellos, Minos incluido, tuvieron algunas heridas, pero nada de gravedad. Y aún así, Hades no parecía estar de un humor acorde al éxito que acababan de tener.
-Hades…- le dijo Perséfone en voz baja, poniendo su mano sobre la de él. El dios levantó la vista hacia ella- ¿qué es lo que te preocupa?-
Hades la miró con una expresión preocupada.
-¿Escuchaste lo que dijo Agatha cuando regresaron de Esparta?- dijo Hades en voz baja- dijo que hay un espía en el Inframundo. Entre los 108 espectros, uno de ellos es un traidor. O quizá más de uno-
Perséfone asintió levemente.
-Bueno, eso significa que tenemos que hacer algo al respecto- dijo la reina del Inframundo- habla con Pandora. Interroga a todos los espectros. O revisa sus pertenencias. Hay muchas pistas que nos podrían llevar a los culpables-
Hades suspiró.
-No es eso, mi amor- dijo Hades tristemente, pasando sus dedos por los largos cabellos rojizos de la reina del Inframundo- es la sola idea de tener que sospechar de mis propios espectros me pone triste. Además, muchas confusiones pueden surgir de ello. Muchas falsas acusaciones y personas heridas-
Bajó la mirada.
-Por nuestro bien, debemos encontrar al espía, Hades- dijo Perséfone, con su mirada más seria que de costumbre- no puedes arriesgarte a que siga haciendo daño en tu reino-
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Lugar desconocido
Año 15 del nacimiento de Athena
Fleur de Lys cruzó los brazos tras haber entregado al hombre de armadura oscura la caja transparente que estaba llena del cosmo que había logrado robar del aprendiz de Virgo: Christoffer.
-Hemos perdido a muchos seguidores estas últimas semanas- dijo el hombre- a Henry, Eugéne y Deino. Son grandes pérdidas, a pesar de su rotundo fracaso. Igual que Greta y Bellini-
-Están en el Inframundo, señor Deimos- dijo Didrika en voz baja, encogiéndose de hombros- no hay manera de sacarlos de ahí-
-Necesito algo de nuestro espía ahí- dijo Deimos- después podremos volver a atacar el Santuario de Athena y obtener lo que es nuestro. Pero primero necesitamos a alguien que nos ayude a planearlo todo. Un estratega-
Fleur de Lys se quedó pensativa, y tras unos momentos asintió.
-Si me permite, señor Deimos, creo que ya se quien podrá ayudarnos- dijo la francesa.
Deimos asintió, pero inmediatamente ordenó que todos se fueran de su presencia. Sus seguidores lo obedecieron en el acto y, una vez que quedó solo, el dios comenzó a caminar en círculos. No sabía que hacer al respecto. Desde que su hermano había sido encerrado en una página de un libro por Satu Laine, se había quedado sin aliados divinos, mientras que Athena estaba aliada con Poseidón, Hades y los dioses gemelos. Él tenía el apoyo moral de su padre, Ares, pero no su ayuda. Su propia madre, Afrodita, ya lo había reprendido antes, y había ofrecido su apoyo moral a Athena. Pero eso estaba a punto de cambiar.
-¿Así que planear recuperar a tus seguidores, Deimos?- dijo una voz masculina.
-Y tú, quieres venganza contra tu hermano y una cierta diosa, ¿no es así?- dijo Deimos, volviéndose al recién llegado.
El dios que lo visitaba no era griego, ni nada parecido. Tenía la piel teñida de un color oscuro, y violentos ojos rojos. Su tórax estaba descubierto, y usaba un grueso collar de oro en el cuello. Tenía una larga barba de color negro, trenzada.
-¿Porqué confiaría en ti?- preguntó Deimos.
-Porque no tienes otra opción- dijo el dios extranjero- tú no tienes poder en el Inframundo, y si tus espías son descubiertos por Hades, no podrán contra él y los dioses gemelos. Yo puedo enfrentarlos-
-¿Y qué ganas tú de todo esto?- dijo Deimos, alzando las cejas.
-Necesito que tus aliados roben algo por mi, un objeto muy valioso que me robaron hace más de tres mil años- dijo el dios desconocido- pero primero, te probaré que estoy de tu lado-
Deimos sonrió.
-De acuerdo- dijo el dios del terror, ofreciendo su mano al extraño- tenemos un trato-
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CONTINUARÁ…
¡Hola a todos! Regreso el día de hoy con un fic ambientado en el Inframundo. Está dedicado a Misao-CG, ya que es la más ávida fan de ViolatexAiacos. Espero que les esté gustando en comienzo. A partir de hoy actualizaré los días nones. Muchas gracias por seguir leyendo mis locuras. Les mando un abrazo a todos. Nos leemos pronto.
Abby L.
