Hola a todas esta es la primera adaptación que realizo, ame este libro por eso quise adaptarlo espero que ustedes también lo amen.
Los personajes pertenecen a Naoko Takeuchi y la historia a Gayle Forman.
7:09
Todo el mundo cree que fue por culpa de la nieve. Y en cierto sentido supongo que es verdad.
Esta mañana, cuando despierto, una fina capa blanca cubre el césped delantero de nuestra casa. No pasa de un par de centímetros, pero en esta parte de Oregón basta eso para que todo quede paralizado, porque el único quitanieves del condado está ocupado en despejar las carreteras. Lo que cae del cielo es agua mojada, gotas, gotas y más gotas, pero de nieve, nada.
Sin embargo, es suficiente para cerrar las escuelas. Mi hermano pequeño, Sammy, suelta un alarido de guerra cuando la noticia se anuncia en la radio de onda media de mamá.
—¡Día de nieve! —Grita —. Venga, papá, vamos a hacer un muñeco.
Mi padre sonríe y da unos golpecitos a su pipa. Empezó a fumar en pipa hace poco, desde que le dio por el rollo años cincuenta al estilo de la telecomedia Father Knows Best. También lleva corbata. No acabo de tener claro si se trata de una cuestión de vestimenta o de ironía, una manera de expresar que en otros tiempos fue punki pero ahora es profesor de Inglés de primaria, o si el hecho de convertirse en maestro lo ha metido en esta especie de experiencia atávica. En cualquier caso, me gusta el olor del tabaco de pipa. Es dulce y ahumado, y me trae recuerdos del invierno y las estufas de leña.
—Muy valiente de tu parte —le dice a Sammy—. Pero la nieve apenas está cuajando en la carretera. ¿Por qué no pruebas con una ameba, en lugar del muñeco?
Se nota que papá está contento. Ese par de centímetros de nieve ha acarreado que todos los centros de enseñanza del condado se cierren, incluidos mi instituto y el colegio donde él enseña, así que también es un inesperado día de fiesta para papá. Mi madre, que trabaja en una agencia de viajes de la ciudad, apaga la radio y se sirve una segunda taza de café.
—Bueno, si todos faltarán a clases, no esperen que yo vaya a trabajar. No sería justo. Toma el teléfono y llama a la agencia. Cuando cuelga, nos lanza una mirada—. ¿Preparo el desayuno?
Papá y yo soltamos una carcajada al unísono. Mamá sólo sabe preparar cereales y tostadas. Es papá quien cocina en esta familia. Fingiendo no oírnos, ella saca una caja de Bisquick del armario.
—Venga ya, no creo que sea tan difícil. ¿Quién quiere crepes?
—¡Yo! ¡Yo! —Grita Sammy—. ¿Podemos echarles trocitos de chocolate?
—No veo por qué no.
—¡Yujuuu! — aúlla mi hermano agitando los brazos.
—¿De dónde sacas tanta energía a estas horas de la mañana? —Bromeo, y me vuelvo hacia mi madre—. No deberías dejarle tomar tanto café.
—No, si ahora lo he pasado al descafeinado —me sigue ella—. Lo suyo es de nacimiento.
—Vale, mientras no me pases a mí al descafeinado —le advierto.
—Eso podría tipificarse como maltrato juvenil —tercia papá.
Mamá me acerca un tazón humeante y el periódico. —Sale una estupenda foto de tu novio —me dice.
—¿En serio? ¿Una foto?
—Ajá. Y por cierto es todo lo que hemos visto de él desde el verano—añade, lanzándome una mirada de soslayo con una ceja arqueada, su versión de una mirada penetrante.
—Lo sé —digo, y se me escapa un inoportuno suspiro. La banda de Darien, los Shooting Star, se encuentra en una espiral ascendente, lo que es magnífico… casi siempre.
—Ah, esta juventud de hoy ya no sabe apreciar la fama —refunfuña papá, sonriendo. Sé que se alegra por Darien, que incluso se enorgullece de él.
Hojeo el periódico hasta llegar a la agenda cultural. Hay una pequeña nota sobre los Shooting Star, con una foto diminuta de sus cuatro miembros, junto a un extenso artículo sobre los Bikini y una imagen grande de su cantante, la diva del punk-rock Brooke Vega. En la nota sólo se dice que la banda local Shooting Star será la telonera de los Bikini en
Portland, una de las ciudades incluidas en su gira nacional. No menciona lo que para mí es una noticia aún más importante: que anoche los Shooting Star actuaron como grupo principal en un club de Seattle y que, según el mensaje que me envió Darien a medianoche, se agotaron las entradas.
—¿Irás al concierto de esta noche? —pregunta papá.
—Pensaba ir. Depende de si cierran las carreteras por culpa de la nieve.
—Sí, menuda nevada se avecina —ironiza él, señalando un solitario copo que desciende lentamente.
—Además, he de ensayar con un pianista universitario que la profesora se ha sacado de la manga. —La señora Setsuna, que enseñaba música en la universidad antes de jubilarse, y con la que he estudiado durante los últimos años, siempre anda a la caza de víctimas que me acompañen. «Para que mantengas el nivel y les demuestres a esos creídos de Juilliard cómo se toca», arguye.
Aún no he me han admitido en Juilliard, pero la prueba me fue muy bien. La suite de Bach y la música de Shostakóvich fluyeron de mi instrumento mejor que nunca, como si mis dedos fueran una prolongación del arco y las cuerdas. Cuando acabé de tocar, jadeante y con las piernas temblorosas, uno de los examinadores aplaudió un poco, lo que imagino
que no ocurre con frecuencia. Al salir, me dijo que hacía mucho tiempo que no se veía a una «joven campesina de Oregón» en Juilliard. La profesora Setsuna se lo tomó como un indicio de que iba a ser aceptada.
Umm, no sé. Tampoco estoy segura al cien por cien de querer que me acepten. Igual que ha ocurrido con la meteórica ascensión de los Shooting Star, mi ingreso en Juilliard daría pie a ciertas complicaciones, o sea, agravaría las ya surgidas durante los últimos meses.
—Necesito otro café. ¿Alguien se apunta? —pregunta mamá, acercándose con la vieja cafetera eléctrica.
Olisqueo el aroma intenso y untuoso de la variedad francesa de café torrefacto que preferimos en casa. Con sólo olerlo ya te espabila.
—Quizá me vuelva a la cama —anuncio—. Tengo el chelo en el instituto, así que ni siquiera puedo ensayar.
—¿Todo un día sin ensayar? Oh, pobre corazón en pena, no sufras — me pincha mamá. Aunque se ha aficionado a la música clásica a lo largo de los años («Es como aprender a apreciar el queso maloliente», afirma), como público obligado no siempre se ha mostrado complacida con mis ensayos maratonianos.
Del sótano llega un ruido estrepitoso. Sammy está aporreando la batería heredada de papá, de los tiempos en que tocaba en una banda importante de la ciudad, o sea, casi desconocida en el resto del mundo, y trabajaba en una tienda de discos.
Él sonríe al oír el estruendo de redobles y platillos, y eso me evoca un viejo remordimiento. Sé que es una tontería, pero siempre me he preguntado si lo decepcionó que no me dedicara al rock. Era lo que tenía pensado, sí, pero en la clase de música de tercero me sentí atraída por el violonchelo, un instrumento que me pareció casi humano. Intuí que podría contarme toda clase de secretos, y así fue como empecé. De eso hace casi diez años y aún sigo con él.
—¿Alguien quería volver a acostarse? —grita mamá para hacerse oír.
—Qué te parece, la nieve ya se está derritiendo —comenta papá, dando chupadas a la pipa.
Me asomo a la puerta de atrás para echar un vistazo. El sol ha conseguido abrirse paso entre las nubes y se oye el siseo del hielo al derretirse. Cierro la puerta y vuelvo a la mesa.
—Los del condado han exagerado las cosas —comento.
—Naturalmente —dice mamá—. Pero ahora no pueden dar marcha atrás, después de anunciar el cierre de las escuelas. Y yo ya he llamado para pedir el día libre.
—Pues sí —dice papá—. Razón de más para aprovechar este inesperado paréntesis. ¿Qué tal coger el coche y pasarnos a ver a Nicolas y Rei?
Son unos viejos amigos de mis padres, de la época en que él se dedicaba a la música. Desde el nacimiento de su hija han optado por comportarse como adultos. Viven en una vieja y espaciosa granja. Nicolás se dedica a algo de webs de Internet en un establo convertido en despacho, y Rei trabaja en un hospital cercano. Su bebé es la principal razón de que mis padres quieran visitarlos. Ahora que Sammy acaba de cumplir los ocho años y yo tengo diecisiete, ya no despedimos ese olor a leche agria que tanto emboba a los adultos.
—Y al volver podemos pasar por BookBarn, ¿vale? —propone mamá para engatusarme.
Se trata de una vieja, enorme y polvorienta librería de segunda mano. En la trastienda guardan un alijo de discos de música clásica, a veinticinco centavos, que nadie parece querer aparte de mí. Tengo una pila escondida debajo de mi cama. Una no va por ahí alardeando de poseer una colección de música clásica.
Se los enseñé a Darien, pero cuando ya hacía cinco meses que salíamos. Esperaba que se echara a reír, pues es un tío tope en la onda, con sus tejanos de dobladillo vuelto y sus Converse negras, sus desgastadas camisetas punk-rock y sus tatuajes sutiles. No es de la clase de chicos que salen con alguien como yo. Y por eso, cuando hace dos años en el ala de música del instituto advertí que me miraba, creí que pretendía burlarse de mí y me empeñé en evitarlo. El caso es que no se rió cuando le enseñé mi colección. Resultó que él también tenía una colección de discos polvorientos bajo su cama, de punk-rock, claro.
—También podríamos parar en casa de los abuelos para una cena temprana —sugiere papá, alargando ya la mano para coger el teléfono— Estaremos de vuelta con tiempo más que suficiente para que vayas a Portland —añade mientras marca el número.
—De acuerdo —acepto. No es por el cebo de BookBarn, ni porque Darien esté de gira, o porque mi mejor amiga, Mina, esté ocupada con el anuario. Ni siquiera es porque tenga el chelo en el instituto, o porque no quiera quedarme en casa viendo la tele o durmiendo. Es que, sencillamente, me gusta salir con mi familia. Ésa es otra cosa de las que no
se alardea, pero Darien también es así.
—¡Sammy! —llama papá—. ¡Venga, vístete! ¡Nos vamos de aventura!
Mi hermano culmina su solo de batería con un estrépito de platillos y sube corriendo a su habitación. Momentos después irrumpe en la cocina ya vestido, como si se hubiera puesto la ropa mientras bajaba como un rayo por la empinada escalera de madera de nuestra casa victoriana, plagada de corrientes de aire.
—School's out for summer… —canturrea.
—¿Alice Cooper? —refunfuña papá—. Pero bueno, ¿todo vale en esta casa? Al menos canta algo de los Ramones, chaval.
—School's out forever —sigue Sammy a pesar de las protestas.
—Sanny el Optimista —comento.
Mamá ríe y deposita un plato de crepes un poco chamuscados sobre la mesa de la cocina.
—A desayunar, familia.
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Hola nuevamente… Volví!
Si, lo sé! Sé que la mayoría de las personas que leen mis historias me odian por desaparecer sin decir nada, no me quiero justificar porque eso solo agrava el problema, pero a mi favor sólo puedo decir que el año pasado definitivamente no fue mi año, y bueno tenía tantas cosas en la cabeza que deje de lado mis otras historias "Qué es lo que quieres" y "La fuerza de la naturaleza", para recuperar la inspiración comencé a leer muchos libros y entre esos libros encontré este, tenía que hacer una adaptación porque es hermoso, yo sé que con el tiempo lo amaran si es que no lo han leído, y si alguien lo leyó supongo que estará de acuerdo conmigo.
Con respecto a mis otras historias quiero decirles que estoy trabajando en ellas muy duro para poder actualizar pronto, si todo sale bien espero actualizar una de ellas antes del próximo viernes, así que crucen los dedos para que así sea!
Gracias a todas/os por leer y llegar hasta aquí!
Que tengan lindos días y nos leemos muy pronto!
Cata (:
