Disclaimer: La saga de Crepúsculo y todos sus personajes son propiedad de Stephenie Meyer. Yo sólo los manipulo a mi antojo para divertirme un rato. La trama sí que me pertenece.
Capítulo 1, La hija del diablo
Cogí una bolsa de patatas y lo añadí a la cesta de la compra. Luego fui al pasillo de las bebidas y me cogí una Coca-Cola de dos litros y una botella de agua. Miré la lista y vi que ya lo tenía todo. Así que fui a caja.
Pero antes miré todas las cajas. Y me dirigí a la única cajera que estaba parada, esperando a clientes.
Empecé a colocar las cosas en la cinta transportadora.
—Hola —saludé a la cajera con una sonrisa, ésta me miró de mala forma, pero me contestó con un seco "hola".
Era una mujer mayor, supuse que de unos cincuenta años. Vi en su placa identificativa que se llamaba Helen.
Esperé pacientemente mientras terminaba de pasar todas mis cosas, una vez terminó me preguntó si quería bolsas, le dije que sí y empecé a guardar, con su ayuda, todas las cosas.
—Son cincuenta dólares con veinticinco centavos —me informó.
Yo sonreí y antes de empezar miré a mi alrededor, nadie parecía estar mirando, así que continué.
Me incliné hacia ella y la miré profundamente, consiguiendo que ella me mirara.
Entonces hablé.
—Helen, ya te he pagado. Ahora me voy a ir, ¿de acuerdo? Tú sigue con tu trabajo.
La mirada de Helen seguía atrapada entre la mía. Su rostro estaba totalmente inexpresivo.
Aún así, asintió.
Yo le sonreí con más fuerza y cogí las cosas, apartando por primera vez mi mirada de la de ella. Fue entonces que me fijé en que alguien había estado observando todo desde lejos, estaban a tres cajas de mí, pero aún así parecían haberse dado cuenta. Eran dos adultos, supuse que un matrimonio. Pero no le di mayor importancia, era imposible que a esa distancia hubieran oído lo que le decía a la cajera, así que aprovechando que Helen aún estaba hipnotizada salí de ahí.
Nada más salir a la calle me miré en un escaparate, mi frente aún seguía oculta, aún así me quité un momento la gorra y me peiné un poco el flequillo para que me tapara mejor y luego me volví a poner la gorra.
Era una noche de invierno y ya empezaba a hacer un frío horrible. Así que decidí que hoy dormiría en algún motel. El dinero no era problema para mí, podía conseguir todo lo que quería sólo con mirar a la gente a los ojos.
De hecho, si no fuera por eso ahora mismo estaría muerta en algún sucio callejón. Y es que desde hacía cinco años vivía en la calle.
Pero eso sí, tampoco podía ir hipnotizando a todos y en cualquier lugar. Tenía que tener cuidado. No podía permitir que ninguna cámara de seguridad me grabara, por eso siempre iba a "comprar" a supermercados pequeños que no disponían de cámaras de seguridad. De lo contrario, a estas alturas ya estaría en algún reformatorio.
Y lo mismo pasaba con los sitios donde me hospedaba por las noches, no podía ir a hoteles decentes por las puñeteras cámaras, así que me tenía que conformar con algún motel. Pero bueno, más valía un motel de mala muerte antes que detrás de un contenedor de basura.
Decidí que hoy pasaría la noche en el motel Lucky. Ya había estado allí antes y no se estaba del todo mal, si no teníamos en cuenta las cucarachas y los cerdos que intentaban ligar conmigo en el bar del motel. Pero bueno, me las sabía apañar sola. Siempre había sido así.
º º º
Fui hasta la recepción del motelucho y vi al mismo tipo, era un cuarentón que se estaba quedando calvo y no conocía la palabra higiene, porque olía que echaba para atrás.
De todas formas puse mi mejor sonrisa y me acerqué.
—Buenas noches, Hank. Dame una habitación libre —le dije mirándole intensamente, su mirada ya estaba atrapada en la mía.
El tipo se giró y cogió una llave que me entregó, sin ninguna expresión en el rostro.
—Aquí tienes, es la habitación treinta y una.
Cogí la llave y le volví a sonreír.
—Muchas gracias, Hank, gracias por dejarme quedarme gratis en tu motel.
Hank asintió.
Y es que siempre era lo mismo. Si yo decía algo los tipos a los que hipnotizaba se lo creían o lo hacían, dependiendo del caso. Y lo mejor de todo es que, al día siguiente al despertar, nadie se acordaba de mí ni de lo que había sucedido desde que les había hipnotizado. Por eso nunca corría ningún riesgo, por muchas veces que visitara el mismo motel.
Yo pasaba a ser siempre una sombra, que terminaba por desaparecer una vez despertaran de la hipnosis mental a la que les sometía.
Muchos se preguntarían cómo alguien puede descubrir que posee un don así, en mi caso fue más bien por accidente.
Una vez entré en la habitación me eché en la cama y me quedé mirando al techo mientras recordaba la primera vez que usé mi poder, sin ser consciente de que lo tenía. Apenas tenía siete años...
Estaba jugando con mis muñecas y peluches, jugábamos a tomar el té. Mamá se había ido a hacer la compra y me había quedado con el borracho de su novio, que estaba abajo viendo un partido de fútbol.
Echaba mucho de menos a mi papá, se había suicidado cuando yo tenía cuatro años y desde entonces había estado con mamá, hasta hacía un año que había empezado a salir con un ex jugador de béisbol que se llamaba Phil.
No había tipo en el planeta al que odiara más.
Meneé la cabeza y me saqué esos pensamientos de la cabeza, no me apetecía pensar en él, así que seguí jugando con mis muñecas.
—Señor Oso, ¿está bueno el té? —estábamos sentados en una mesa de juguete y alrededor mío estaban sentados un osito de peluche y dos muñecas.
Estiré la mano e incliné la cabeza del señor Oso para que afirmara con la cabeza.
—Oh, me alegro mucho —dije sonriendo.
Pero nuestra reunión del té se vio interrumpida cuando alguien entró en mi habitación. Me giré y para mi horror vi a Phil, que nuevamente estaba borracho.
Instintivamente me levanté de un brinco y me alejé lo más que pude de él.
Pensé que esta tarde estaría segura ya que había partido, pero por lo visto me había equivocado.
—¿Otra vez jugando con los putos peluches? —dijo estúpidamente mientras le pegaba una patada a la mesa de juguete, lanzandolo todo por los suelos. Ahora el señor Oso me miraba desde el suelo.
Yo tragué saliva sin saber qué decir mientras miraba al suelo, totalmente aterrorizada.
Phil vino rápidamente hasta mi posición y me cogió por los brazos haciéndome mirarle.
—¡¿Cuántas veces te tengo que decir que me mires cuando te hablo?!
Yo empecé a llorar mientras mi cuerpo no dejaba de temblar.
—L-lo s-siento —susurré con miedo mientras no dejaba de zarandearme violentamente.
Soltándome un brazo me llevó hasta la cama, con el brazo que aún me sujetaba, y me echó allí.
Vi como iba hacia la puerta y la cerraba. Y entonces supe que hoy volvería a pasar. No era la primera vez que abusaba de mí y desgraciadamente también sabía que no sería la última.
Cuando volvió hasta donde yo estaba empezó a quitarse la ropa, yo me hice un ovillo en la cama y seguí llorando, deseando que Phil no me tocara. Aún me dolía de la última vez.
En cuanto estuvo totalmente desnudo empezó a desnudarme de forma violenta, yo intentaba resistirme, pero lo único que conseguía era que me golpeara.
Y lo inevitable sucedió. Una vez estuve desnuda se subió encima y me penetró. Yo aparté la mirada y me quedé mirando el suelo, mientras oía sus gemidos en mi oreja.
Vi como el señor Oso contemplaba todo en silencio desde el suelo y deseé ser como él. Deseé no sentir nada, al igual que él. Pero por desgracia no era así, porque yo sí estaba viva...
Cuando terminó se levantó y empezó a vestirse mientras yo me volvía a aovillar en la cama, aunque sentía mis muslos pegajosos, estaba sangrando otra vez.
—Ojalá te mueras... —susurré en voz baja enfadada como me encontraba, pero por desgracia Phil me oyó.
—¿Qué has dicho? —preguntó con voz fría e ira contenida.
Mi enfado pasó y nuevamente el miedo me invadió.
—Nada.
Pero Phil había oído perfectamente lo que había dicho, así que me cogió del pelo y me sacó de la cama para a continuación lanzarme al suelo, donde empezó a patearme. Me daba patadas en el estomago, la cara, las piernas... y entonces el enfado volvió a mí y en un arrebato, reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, le grité con odio lo que había dicho antes, mientras levantaba la mirada y le miraba a los ojos.
—¡Ojalá te mueras, eres basura! ¡Tú tendrías que suicidarte, en vez de mi papá! ¡Él sí era bueno!
Y entonces las patadas cesaron. Yo le miraba con lágrimas en los ojos desde el suelo y él ahora me miraba inexpresivamente, ya no tenía esa ira en su rostro. Parecía como el señor Oso, sin expresión alguna.
Aproveché ese momento para levantarme del suelo e irme a encerrarme al baño. Pensé que Phil me detendría y me seguiría pegando, pero no sucedió nada de eso.
No entendía qué le había hecho parar, pero fuera lo que fuese le estaba agradecida.
Volví a la realidad cuando oí un estruendo en la habitación de al lado, parecían una pareja. Estaban discutiendo.
"Genial", pensé con sarcasmo. Noche movida.
Suspiré mientras me sentaba en la cama.
La tripa me rugió y me pareció buen momento para cenar, así que saqué algo de comer de las bolsas de la compra.
Pero como los gritos en la habitación de al lado eran bastante fuertes me puse la tele. Sin embargo, a pesar de todo el ruido mi mente se desconectó de todo eso. Y me quedé pensando en lo mismo de antes.
En aquel momento no entendí por qué Phil había dejado de golpearme. Aquella fue la primera vez que usé mi don sin saberlo. Después de que ese hijo de puta saliera de mi habitación se fue directo a la cocina a cortarse las venas. Pero de eso no me enteré hasta horas después, cuando oí el grito de mi madre. Yo aún seguía encerrada en el baño.
Pero al oír gritar a mi madre salí del baño y me puse nuevamente el pijama rápidamente para bajar a ver qué sucedía.
Mi madre estaba llamando a emergencias en aquel momento mientras lloraba al lado de Phil, que estaba totalmente rodeado por un charco de sangre, al fijarme me di cuenta de que la sangre procedía de sus muñecas.
Yo me quedé parada en mi sitio sin poder creer lo que veía.
Mi madre al verme se levantó y vino hacia mí como una loca. Me preguntaba histericamente que qué había sucedido, pero yo no tenía respuesta porque no lo sabía. No sabía qué había llevado a Phil a cortarse las venas.
De repente se me fue el hambre. Recordar esa escena tan macabra me había revuelto el estomago.
Para cuando mi madre le encontró Phil ya había muerto desangrado. Mi madre se hundió en una profunda depresión. Y fue entonces que se empezó a obsesionar con la religión. Empezó a buscar consuelo en la iglesia y se hizo una adepta obsesa.
Tan obsesa que, cuando se enteró de mi don, me marcó. Me levanté y fui hasta el espejo, donde me quité la gorra y apartando el flequillo vi la marca que me había hecho mi propia madre en la frente.
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Para ella yo era la hija del diablo.
