1. Misión secreta

Esa tarde de sábado me sentía como un agente secreto.

Caminaba por el centro de la ciudad sin dejar de chequear los alrededores, llevando la mirada de vez en cuando hacia atrás para comprobar que no estaba dejando ni una pista de mis actividades. Y fue en una de esas "inspecciones" que vi a alguien conocido. ¿Debía ignorarlo? Quizás si hacía eso yo podría...

—¡Lincoln!

Rayos. Muy tarde. Entré en la puerta del primer negocio que tuve cerca; era posible que de esa forma lograría despistarlo. Pero no funcionó.

—¡Hey Linc! ¿Viniste a comprar pan? —me preguntó Liam en voz alta.

—Sí —comenté al descubrir que estábamos en una panadería. —En verdad, quería comprar unos pastelillos.

—¿Te gustan? No tenía ni la menor idea.

—En realidad son para, emmm, Paige.

—Aaaah... ¿Por fin vas a reintentar las cosas con ella? Suerte, ¿eh? Y más vale que triunfes esta vez. A un primo le fue mal por fallar dos veces con la misma chica. ¡No logró andar con otra chica en un laaaaaargo tiempo...

¿Largo tiempo? Creo que no necesito que otra maldición me caiga.

—¿Y... de cuánto fue ese largo tiempo? —me vi obligado a preguntar. Liam tomó aire para exclamar:

—¡SEIS AÑOS!

Esa cifra inesperada me dejó sin palabras y me hizo retroceder por la impresión.

Liam continuó: —Sí, así de grave. Por suerte él tenía seis años. Ahora a los doce ya tiene una linda chica. Bueno, te veo luego. ¡Elige unos buenos pastelillos!

Esperé a que se alejara para golpear mi frente con la mano.

Lo bueno es que el camino ya estaba despejado para llegar a floristería.

Estando ahí, y con toda la confianza del mundo, elegí un vistoso ramo, fresco como la primavera que recién iniciaba. Uno que sabía le iba a encantar a mi chica.

Lo único que no me gustó del ramo era que incluía una abeja muy molesta, empecinada en tratar de aguijonear mi rostro.

Una hora después, ya estaba en mi destino: Una casa ubicada casi en la frontera con Beaverton. Al llegar a la puerta, pedí permiso para entrar y llegar al amplio patio con grama fresca, donde una fiesta se llevaba a cabo. Justo después de rodear a los numerosos niños asistentes, noté la delicada silueta de Luan saliendo por la parte trasera del pequeño escenario que había instalado.

Oculté el ramo tras de mí en el mismo instante que logré verla salir, usando el traje de maga que compró recientemente. Uno que dejaba sus piernas al descubierto.

—¿Lincoln? ¿Qué haces aquí?

—Hola. Emm... Aproveché que me diste el día libre para dar una vuelta y... Me hallé esto.

Le mostré el ramo. Fue evidente que el encanto de las flores amarillas le había iluminado el rostro, pero aun así habló con elegancia.

—Pero qué fino detalle, en especial viniendo de alguien tan desarrapado.

¡Rayos! La pelea con la abeja me dejó un poco despeinado, y mientras trataba de arreglarme lo más rápido posible, ella lanzaba una pequeña risa.

Al terminar, pregunté: —Espero... que te gusten. ¿Y cómo va el show?

—Le ha encantado a los niños. Casi comienza el resto del espectáculo, y... Ya que estás por aquí, puedes verlo si quieres —respondió, haciendo un gesto rápido con la mano en el que me invitaba a tomar asiento al otro lado.

—Me encantaría. Bueno, no te distraigo más. ¡Rómpete una pierna!

—Gracias.

Empezaba a alejarme con timidez cuando ella volvió a hablarme. Esta vez, en su rostro había una mirada tierna.

—¿A qué se deberá que las flores que tú me das siempre son más bonitas que las demás? —me preguntó, llevándose el ramo al pecho y juntando las rodillas.

Yo respondí sonriendo: —¡Es que las robo sólo de los mejores jardines!

Fue entonces que escuché la mejor risa del mundo. Esa por la que yo haría cualquier cosa, como mentir a mis amigos y fingir interés por otra chica.

¡Misión cumplida! Por fin había desaparecido toda la tristeza que le había notado por la mañana. Así es: Nuestra alegre comediante no ha sido la misma estos últimos días, por un tema que no deseo tocar por ahora, y tal como prometí hace un tiempo, me tomaría en serio la obligación de hacerla sonreír cuando fuera necesario.

En lugar de recordar nuevamente el motivo de su tristeza, me dirigí hacia la zona en que los niños jugaban, esperando la segunda parte del show. Tras unos tres minutos, mi hermana hizo su aparición en el escenario.

—¡Volvió la diversión, chicos y chicas! —exclamó ella, mientras todos los pequeños se acercaban a sentarse justo frente a la tarima. Yo solo di unos pasos hacia adelante y me quedé de pie tras el público.

La dulce voz de mi hermana y su sonrisa luminosa fueron enmarcadas con los aplausos y los gritos de los niños presentes. Sé como va exactamente su rutina de magia, ya que he sido su asistente por casi un año, pero les juro que nunca me canso de verla. Cada movimiento de manos, cada paso y cada giro que da sobre las tablas es similar a una danza, y su acompañante invisible sería, de existir, el sujeto más afortunado del universo.

Al terminar, Luan dejó a un público feliz y eufórico por su espectacular acto.

Me dispuse a ir al otro lado con entusiasmo para felicitarla, pero noté que alguien se me adelantó. Del otro lado del patio vi correr a una chica mucho mayor que el resto de espectadores, yendo con prisa hacia la parte trasera. No vi su rostro, pero su cabello negro y su indumentaria se me hizo familiar. Así que, arrastrado por la emoción de felicitar a Luan y de descubrir la identidad de esa otra persona, me dirigí con motivación extra hacia la parte trasera.

Al llegar, me detuve cuando la mirada de la chica y la mía se encontraron.

La reconocí, y eso me paralizó de miedo. Como si la frialdad de su mirada me hubiera congelado.

—¡Hola, ratones sin cola! —sonó con ternura la voz de mi hermana, lo cual nos hizo a los dos girar la vista hacia la linda maga, quien preguntó a continuación: —Recuerdas a Maggie, ¿verdad, Lincoln?