Aviso: spoilers del capítulo 2x14 "Blame it on the alcohol"

Disclaimer: Glee no me pertenece (pero Blaine sí).


1. Y en medio del caos, un corazón roto

Cuando Rachel intentaba recordar la noche de su fiesta en casa, sentía cómo su pulso se aceleraba. Una leve presión atenazaba su estómago, como si el alcohol continuase quemándolo incluso después de todas las veces que había vomitado, llorando y rogando que la terrible resaca desapareciese. Permanecía aturdida durante un par de minutos, intentando evocar algo, cualquier cosa, un pequeño resquicio de todo cuanto había dicho y hecho. Pero nada. Y suspiraba con pesadez resignándose a, en definitiva, no recordar.

Hasta aquel día. Cuando se dio cuenta de que hacía tres meses que no tenía el periodo. Los mismos que habían transcurrido desde la desastrosa noche de su fiesta.

Primero, sintió las lágrimas presionando sus párpados, amenazando con destruir la calma que intentaba mantener. Introdujo en el reproductor su CD recopilatorio de las mejores actuaciones de Patti LuPone en Broadway; lo único que podía dar rienda suelta al dramatismo y ayudarla a concentrarse en un momento tan peliagudo como aquel.

¿Qué ocurrió aquella noche?

Y como un río desbordándose con repentina furia, los recuerdos volvieron más vívidos que nunca.

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—Así que me senté en el sofá y le dije a Finn "lo siento mucho, pero no tengo la culpa de que tu estúpido equipo de fútbol juegue el mismo día que se estrena la nueva temporada de Anatomía de Grey". ¿Y sabes qué? No se molestó. De hecho, se fue al piso de abajo, a la tele pequeña. ¿No es increíble?

Blaine sonrió mientras removía su café recién hecho. Tratándose de Kurt Hummel, toda conversación le resultaba fascinante. Podría escuchar cómo se lavaba los dientes o planchaba una de sus impecables camisas y le seguiría pareciendo la historia más interesante del mundo.

—Tratándose de Finn, la verdad es que sí.

—Eso mismo pensé yo. Pero después de todo, casi lo veo como algo normal. Desde que Rachel y él rompieron está bastante bajo de ánimos, ya nunca discutimos.

La jovialidad y frescura de Blaine se esfumaron cuando elevó la mirada hacia Kurt. Acababa de mencionar a Rachel Berry; algo que, no siendo inusual, había resultado totalmente lapidario en aquel momento. Alguien en quien no tendría por qué pensar, y sin embargo lo hacía. En ese sentido, Blaine se sentía terriblemente confuso. Y necesitaba preguntarle algo a su amigo.

—Kurt… ¿Rachel está bien?

El joven arqueó una ceja, escéptico. Probablemente aquella pregunta le resultaba totalmente fuera de lugar, y Blaine no podía reprochárselo. De hecho, él mismo podría haber llamado a Rachel, pero no se atrevía. No después de lo que había sucedido entre ellos.

Y pensar que todo había empezado con aquel estúpido juego de la botella…

— ¿Por qué lo preguntas?

Pero Blaine ya no escuchaba. Estaba a kilómetros de allí, tres meses atrás en el tiempo. En esa habitación rosa llena de peluches que olía a vainilla. Tumbado sobre la cama, riendo sin saber por qué, buscando a tientas la luz para poder ver mejor a esa Rachel salvaje y desatada que jugueteaba con su bragueta. La misma que ya se había deshecho de su vestido y había pasado los últimos quince minutos sentada a horcajadas sobre sus caderas, enredando los dedos en su cabello, besándolo de un modo incendiario que le había vuelto loco.

Tragó saliva. No dejó que sus emociones traspasasen su piel y se reflejasen en sus vidriosos ojos verdes y sus labios fruncidos en un asterisco de impotencia y desasosiego.

—Por nada. Sólo que hace mucho que no hablamos.

Blaine estaba diciendo la verdad. No habían vuelto a verse desde entonces.

Y dos segundos después, el Kurt de siempre ya había vuelto. La tensión del momento había desaparecido, y la charla superficial de todas las mañanas era, de nuevo, lo que llenaba el abismo que había entre los dos.

Con él era diferente. Se sentía bien. Quería recordar cada instante, mirada, paso, conversación; cada insignificante detalle que pudiese grabar en su piel como un tatuaje. No tenía la necesidad de interpretar un papel, no. Era Blaine Anderson. Eran Blaine y Kurt, y había algo especial entre ellos. Las cosas surgían con facilidad.

No puede saberlo, pensó con toda claridad, sin poder apartar la mirada de su adorable risa, sus gráciles movimientos, su maldita perfección innata. Jamás. Eso le destrozaría. Blaine no era ningún tonto; sabía perfectamente que Kurt sentía algo por él. Y en parte quería gritarle que le correspondía y deseaba ser feliz a su lado, pero desde aquella noche las cosas no habían vuelto a ser las mismas. Algo que, si bien Kurt apenas podía apreciar, a él le quemaba por dentro.

Pero sus tatuajes ahora tenían nombre de mujer y voz de ángel. Y su recuerdo estaba tan presente… si se esforzaba, todavía podía sentir sus manos recorriendo cada centímetro de su pecho. Su sabor a tequila y a pintalabios de melocotón. Había intentado convencerse de que el pasado era sólo eso, pasado, historia, algo que jamás volvería… un error. Un dulce y maldito error. Pero era incapaz de olvidarlo. Y aún así, estaba seguro de que los besos de Rachel jamás le abandonarían por mucho que los escondiese en el cajón más solitario de su mente.

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—Kurt.

Le llamó con una necesidad imperiosa que jamás había experimentado antes. Como si fuese la última persona sobre la faz de la Tierra. El eco de su voz resonó por todo el auditorio mientras el chico avanzaba a grandes zancadas por el pasillo.

— ¿Qué haces aquí? —interrogó, clavando su mirada en la primera fila de butacas, donde Rachel estaba sentada— ¿No deberías estar en el escenario ensayando, o algo por el estilo?

—Esto es serio, Kurt —intentó ignorar el tono cínico de su voz—. Necesito… ayuda.

Lo dijo exhalando un suspiro de dolor y cansancio que consiguió llamar la atención de su compañero. Sobre todo porque ella nunca estaba agotada. O por lo menos, no dejaba que los demás la viesen en un estado tan lamentable como aquel.

— ¿Qué ha ocurrido? —repentinamente preocupado, Kurt intentó buscar evidencias en la estancia. Pero todo lo que vio fue un pequeño bolso y la chaqueta de la joven— ¿Problemas en Glee? ¿Quinn te ha dicho algo?

—No, no es nada de eso.

—Pues dímelo ya. Deja el secretismo dramático para tus números de Barbra.

Rachel clavó sus ojos en los de Kurt, y pudo ver que esta vez el chico bromeaba. Eso la reconfortó. Si le había escogido a él para hablar aquella fría mañana de inviero, era porque últimamente la confianza entre ellos había aumentado hasta límites insospechados. Incluso podía permitirse llamarle amigo, algo impensable hacía sólo un par de meses.

—Es… complicado.

Quiso llorar, pero no pudo. Quizá se había quedado sin lágrimas. Desde luego, había pasado las últimas doce horas sollozando como un bebé… aunque sólo fuese una pequeña deshidratación, algo tenía que haberle ocurrido.

Sólo le salió una mueca de horror y un ligero gemido ahogado.

—Rachel, me estás asustando —tomándole la mano con nerviosismo, Kurt buscó de nuevo el contacto visual con la morena—. ¿De qué se trata?

—Yo… tenía un retraso de tres meses.

Cuando por fin lo soltó, cerró los ojos y bajó la cabeza. Permaneció así unos diez segundos, deseando que fuesen tiempo suficiente para que Kurt asimilase la noticia. Pero cuando los volvió a abrir, se encontró al joven casi en el mismo estado que antes.

—Está bien —articuló despacio, abriendo mucho los ojos—. ¿Te has hecho el…?

—Sí —atajó la joven, esforzándose para que su voz no se quebrase—. Lo compré ayer por la tarde.

— ¿Y bien?

Rachel suspiró. Por fin una lágrima peregrina recorrió su mejilla. Necesitaba llorar; sentirse humana, y no una autómata que vagaba por los pasillos del instituto con un test de embarazo como única imagen mental.

—Dio positivo.

Al contrario de lo que la joven había pensado, Kurt asimiló la noticia bastante bien. Tan sólo le llevó un par de minutos tranquilizarse. Rachel recordó que el club había pasado por algo parecido con Quinn; por muy frívolo que sonase, aquella era una situación a la que ya estaban acostumbrados.

—Bien —murmuró el chico, abrazando el frágil cuerpo de Rachel—. Ven aquí. Tranquila.

—Estoy muy asustada —sollozó, con la voz rota.

—Tranquila. No tienes por qué decidir nada ahora, ¿de acuerdo? —apartándola durante un instante, Kurt intentó que la morena le mirase a los ojos y volviese a un estado relativamente normal— Todo va a salir bien. Sólo dime una cosa… ¿quién es el padre?

Posiblemente, el chico se sintió de lo más estúpido haciendo aquella pregunta. Rachel no quiso culparle. En realidad, cualquiera no saldría de su asombro al escuchar la respuesta.

Y por primera vez desde que había visto la rayita rosa en aquel frío trozo de plástico, tuvo conciencia de lo que estaba ocurriendo.

—Madre mía —farfulló, con la mirada perdida en algún punto del escenario—. Estoy embarazada.

— ¡Rachel! Mírame —una vez más, Kurt la sujetó por los hombros—. ¿Quién es el padre?

Sacando fuerzas de flaqueza, la joven tomó aire e intentó que las manos dejasen de temblarle.

Sólo rogó que Kurt se tomase bien la respuesta.

—Blaine.


Me odio a mí misma por empezar treintamil historias y no terminar ninguna... pero bueno, esta idea llevaba días en mi mente, como un virus, y tuve que escribirla. No me hago responsable de lo estúpida que haya podido resultar a ojos de otros xD

La idea es continuarla, así que supongo que si consigo escribir algo coherente durante los próximos días, habrá un capítulo 2

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