No había parado de llover desde la mañana.

Lapis suspiro, bajo la cabeza y miró nuevamente el mensaje de texto con cierto cuidado. "Esta bien por mí... " decía, "Quiero estar contigo, te quiero y te amo demasiado. No me importa nada más. Estoy seguro de mi decisión, y quiero seguir..." La castaña se sentó, pasó su mano por su frente y miró a varias partes de la habitación dudosa de aquello, y es que ella no era de esas personas que suelen decir lo que quieren o gustarían hacer.

Se volvía a preguntar si esto estaba bien, si esto valía la pena y si realmente aquel chico de cabellera rizada tenía ganas de seguir viéndola. Agarro sus cabellos levemente al pensar en ese espacio gigante que los separaba, en esa cosa que la impedía ir de nuevo y besarlo, acariciarlo y llenarse de pasión sin que pudiera sentirse mal después.

Toco su rostro, luego sus labios y después bajo sus manos poniéndolas sobre la mesa junto aquel teléfono que mostraba ese mensaje.

Esto no podía llegar a nada si realmente se continuaba, pero ¿por qué cuestionarse de eso ahora, si antes no le importó? Podía ser abandonada por alguien más joven y olvidada simplemente, o en el peor de los casos, arrestada y enjuiciada.

Suspiro, ¿cuál era la edad de consentimiento? El sé lo daba en todo caso, eso decía en el mensaje en sí y siempre se lo hizo saber hasta donde sabía. Claro que después de esas miradas intensas que se regalaron en aquel metro, cuando sus labios se unieron en su departamento solitario o cuando las cosas subieron de intensidad y ellos terminaron juntos consumando el amor que tanto parecían anhelar en esos ojos azules, y esos ojos negros profundos.

Lo amaba hasta donde ella sabía. Lo amaba y mucho, a tal grado de verlo en sus sueños, en verse invadida en sus fantasías mientras se encontraba en su trabajo ocupando aquel escritorio blanco, sumergida en la banalidad de la cotidianidad. Se sonrojó como una niña, se ruborizó como nunca cuando se besaron, y dijo esas palabras que todavía le provocan que su corazón aún lata con locura. "Te necesito Lapis... " se lo murmuro en el oído, se lo susurró ese jovencito de cabellera rizada llamado Steven aún cuando ella no se consideraba apta para el.

"—Todavía no se se porque estás conmigo... Solo soy una vieja ¿sabes? Seguro que tienes a muchas jóvenes muy lindas de tu edad que te siguen... "

"—¿Y que si la única con la que quiero estar es contigo? ¿Qué si tú eres de la que me enamore? Y en ese tipo de cosas, uno no puede cambiar las cosas aunque quisiera... Eres todo lo que necesito... Solo a ti te amo."

Solo termino de decir eso, agarro su rostro con delicadeza y la beso. Ella correspondería de inmediato, con sus mejillas ardiendo como nunca antes lo habían hecho.

Cada beso era como si fuera el primero, con el corazón acelerado, con la emoción al máximo y esa sensación tan extraña en el estómago que en el pasado la había olvidado por completo. Todo se sentía tan bien, todo estaba tan completo.

Y claro que, incluso recordar todo eso, no le quitaba el hecho de la inmoralidad que había al fondo en todo ese asunto.

Si tuviera que culpar a alguien por todo lo que se hacía, era a ella misma. Se culpaba por ser tan débil al caer en esa sonrisa, en esos rizos, en esos ojos negros con aquel brillo que poseía, en su manera de jugar con sus dedos mientras esperaba a que ella terminara sus llamadas, en su dulce personalidad y cariño, en su forma de abrazarla tan fuertemente, de besarla, y en su manera de quererla y tratarla.

No hay nada mejor que sentirse amada, correspondida, querida y necesitada. Ella estaba perdida en su mirada, eso era la simple verdad, y aún más cierto era que se hizo adicta al sentir su cariño, a besarlo y acariciarlo. ¿Cuantas escapadas de su trabajo le ocasionó eso? ¿Cuantos desvelos y reuniones familiares evadidas le ocasionó esa adición?

Tocarlo le hacía bien, rodearlo en un abrazo fuerte le daba ese sentimiento de estar completa, y incluso le gustaba cuando decía su nombre, era como melodía para ella. No lo negaría, todo eso le encantaba.

"Vaya que soy débil... " se dijo sin apartar la vista del mensaje, todavía ruborizada leyéndolo una y otra vez.

Ella, una mujer madura que anteriormente solo representaba serenidad y tranquilidad, que tenía toda su vida bien trazada y ordenada, ahora estaba perdida sin saber nada de nada. Cegada por el amor como quien dice, confundida y enamorada perdidamente de una forma que la intoxicaba y la embriagaba por completo.

Todo eso no hubiera pasado si ella no le hubiera visto de nuevo, si no le hubiera ofrecido acompañarlo en ese banca.

Si tuviera la oportunidad de regresar el tiempo y estar en ese preciso instante, solo tal vez pudiera...

No, sería mentira decirlo, no cambiaria nada de nada, no pudiera impedirlo y le gustaría vivirlo de nuevo sin importar que.

Incluso, ese preciso instante cuando cruzaron miradas por primera vez.

Una completa casualidad que ellos habían salido tarde de sus deberes casi al mismo tiempo. Ella de su trabajo y el de su escuela. Aquel todavía llevaba el uniforme y se miraron por unos simples segundos. Ella fue la primera en voltear a otro lado del vagón, y cuando supo que él dejó de mirarla, lo observó por la pura curiosidad.

Su ropa, su mochila, zapatos y su rostro. Todo de reojo, cautelosa como siempre, y sin más lo calificó como un muchacho promedio, "un niño solamente" como ella pensó en su momento.

Era temporada de lluvias y el desinterés de Lapis Lazuli estaba al máximo.

La cotidianidad no le afectaba, como a muchos, disfrutaba de los pequeños placeres de la vida. Llegar a su departamento después de la jornada de trabajo, quitarse las zapatillas, sus medias, prepararse chocolate caliente y sentarse en su silla favorita y consumir el libro de la semana.

En veces también cuando llovía, disfrutaba de abrir la ventana donde se encontraban las escaleras para incendios de su edificio, sentarse muy cerca y sacar la mano, sentir las gotas de agua caer en su piel, y una que otra vez, sentarse en la ventana descalza como una niña y mojar sus pies con la lluvia. Sonreía tenuemente al sentir dicho contacto.

Y pese a la tranquilidad y soledad que mostraba al día a día, realmente se sentía bien en su entorno y gozaba de una actitud normal la mayor parte del tiempo. La gente común tiende a relacionar que la seriedad va de la mano con el aburrimiento, y la soledad con la tristeza en general. No era así con Lapis, su vida le gustaba ciertamente, su madurez era óptima y tenía bien claro su rumbo, o por lo menos así lo fue mientras seguía sin haberse relacionado con Steven.

Su mirada lo captó otro día en el metro no muy lejano al primero, cuando cruzaron miradas. Si bien fue la cuarta vez que compartieron un mismo vagón, fue la segunda en donde Lapis lo noto de nuevo.

Esa vez observó sus manos, el mover de su pierna,

su cabellera rizada y la manera que arqueó sus cejas como si estuviera sorprendido pareciendo que recordó algo interesante o impactante. En ese momento se le hizo curioso ese detalle y trató de imaginar que había pensado para tener dicha reacción.

Para la quinta vez que lo observó, sus miradas se encontraron como la primera vez. Les tocó cerca a los dos, y está vez fue el quien apartó la mirada y ella simplemente sonrió levemente y bajo la mirada al suelo cuando notó eso. Y sin que ciertamente Lapis lo supiera, hizo un pequeño vínculo con el, ademas de que su interés por él comenzó.

La sola idea de tener una amistad con él era descabellado para ese entonces. Pero el ser conocidos, no se veía tan de locos según creyó en momento que bajaba por las escaleras de la estación, y lo miró sentado en una banca, ahí fue cuando ella decidió hablarle.

Las primeras palabras que se pronunciaron, fueron un "¿Llegas de la escuela apenas?"

El joven de cabellera rizada la observó desde la esquina de la banca. Una distancia grande los separaba, ella había entrado con la ropa humedecida por la lluvia. Cuando vio que el la reconoció, ella se sentó en la banca donde esperaban la llegada del tren.

—¿Disculpa?

Ella se acercó más sin levantarse de donde yacía sentada, y con un aire serio pero amigable, preguntó.

—¿Qué si vas saliendo de la escuela apenas, o solo vienes de una salida con tus amigos?

El sonrió.

—La primera. Me quedé haciendo un trabajo y otras cosas más... ¿Usted acaba de salir del trabajo?

—Si, y salí un poco tarde por una razón similar en el trabajo —respondió y bajo la mirada —El clima es un desastre ¿no crees?

—Si y me gusta.

—¿Si? —Lapis se acercó un poco más.

—Si.

—¿Alguna razón en específico?

—Pues... —miro hacia al suelo con una expresión curiosa —Cancelan las clases si hay mucha lluvia, las calles se vuelven más solitarias, los días son más fríos... No lo sé, me gusta creo. El cielo nublado y eso... —concluyó y volteó con la adulta.

—Ya veo.

—¿Y a ti? ¿Te gustan los días lluviosos?

—No lo sé —dijo —Me gustan y a la vez no... Es extraño supongo.

Lapis dejó de observar al chico, y miró hacia al frente. Volteó brevemente para verlo, y notó una ligera sonrisa que la contagió. Y de repente, el sonido de la llegada del tren, abarcó todo el silencio.

Ella suspiro sonrojada, puso sus brazos sobre la mesa de madera y ocultó su cabeza en ellos sin soltar el celular.

Que extraño era recordar aquello ahora, parecía que había sido hace mucho. Por un momento se preguntó del por qué le había hablado ese día en particular y de ese modo tan deliberado. Nunca fue así en lo que llevaba de su adultez, solo en su juventud se comportó de ese modo. Sea como sea, esa actitud se repetiría para la segunda vez que conversarían.

Naturalmente, la vida de Lapis tomaría un rumbo en el cuál la calma, poco a poco se esfumaría por completo de su día a día. Empezando por esas habladurías de cualquier cosa que tenía con el adolescente, o aquellas miradas graciosas que Steven comenzaría a darle cuando terminarían separados en el vagón del tren. Luego por sus comentarios graciosos, cuando hablaban de camino en el transcurso del viaje, y que luego inconscientemente cuando se encontraba en la ducha de su casa por la mañana, sonreiría al recordar todo aquello.

Ocasionalmente, cuando tenía contacto involuntario con él, solía experimentar cierto sentimiento diferente al que supuestamente se debería tener al tocar la mano de un amigo, de un familiar o de en ese caso, un jovencito. Sin embargo, desechó la idea como algo sin importancia. Lo dejó pasar sin más.

Mientras cenaba en casa de su padre un sábado, se encontraría distraída mirando su comida, pensando en lo que Steven estuviera haciendo en ese preciso momento.

—¿Te encuentras bien Lapis? —le preguntaría su padre al notar aquello —Llevas rato sin tocar tu comida. ¿Te sucede algo?

Lapis levantaría la mirada del plato y lo encontraría mirándola con curiosidad.

—Oh si, estoy bien papá —ella respondería mientras desviaba la mirada.

El lunes, esperaría a encontrarse a Steven en la estación del metro para después, juntos esperar el transporte y abordarlo.

Caminaron los dos hasta una parte solitaria del vagón, se sentaron uno al lado del otro y conversaron hasta que en un punto dado, se quedaron en silencio, mirando hacia el frente ensimismados. Lapis se sintió cómoda, luego sus ojos azules se centraron en Steven, él sintió la mirada y volteó a verla. El adolescente le regaló una sonrisa, y ella correspondió muy apenas para después apartar la vista.

Su corazón dio un vuelco en ese momento, y apartó la mirada al instante para regresarla al frente. Steven bajaría la cabeza, y se acercaría un poco a ella.

—Lapis, ¿te molestaría, si me recargo en ti?

Ella bajo la mirada, negó con la cabeza sin decir palabra alguna y Steven recargó su cabeza en su hombro. Lapis bajo la cabeza por completo al sentir el contacto, y se sorprendió sintiéndose levemente ruborizada.

—¿Te gustaría ir a un lado en algún momento... ? —soltó de repente Lapis.

—¿A a un lado?

—Si, a algún lugar, para pasar el tiempo.

—¿A que lado te gustaría ir conmigo?

—A tomar un café, a comer, y a... —paro, tomó un silencio de unos segundos —No lo sé... A donde sea...

Steven la observó curioso y se sonrojó un poco.

—Claro Lapis, me parece bien...

El se apartó de su hombro un poco y volteó a los alrededores, sacó su teléfono para ver la hora. Duro unos segundos observando su celular, después lo guardo y volvió a su hombro de nuevo.

—Podemos ir ahora si quieres.

Lapis volteó con él y respondió con un tono bajo.

—Está bien entonces...

Cuando el tren paro, los dos bajarían y saldrían de la estación juntos por primera vez. Caminarían por las calles de la ciudad en silencio, sin siquiera conversar acerca del destino que tenían.

La atmósfera se había trasformado al momento en que las palabras se habían acabado, hubo veces en las paradas de semáforo para cruzar la calle, que solo se veían, como si se comunicaran por ello y acordarán algo por la simple mirada, y pronto se encontrarían varados en un parque solitario de la ciudad, hasta que de manera precipitada, Steven decidió detenerse en seco.

Miró a Lapis la cuál ya detenía su andar para verlo, e hicieron contacto visual por segundos. El se acercó a ella hasta estar frente a frente, la tomó del brazo y la beso en los labios. Lapis solo lo abrazo fuertemente, cerró los ojos y al instante correspondió al beso como si ante mano, sabia lo que había sucedido. Lapis sentío como su rostro ardía, su cuerpo desprendía toda tensión y se dejaba llevar por la marea oscura que la rodeaba.

Se desprendieron por unos instantes, pero ella siguió con otro beso, pasó su mano por la cabellera de él, y sumergió sus dedos en sus rizos mientras que sentía como los brazos de él la rodeaban.

Cuando se separaron, solo se encontraron con sus miradas tímidas y el silencio que los había acompañado hasta ese momento. Se juntaron más sin dejar de mirarse, se abrazaron con fuerza sonrojados para después continuar con besos pequeños y algunos más duraderos.

Lapis al poco tiempo terminaría con ello al escuchar los pasos de un transeúnte, ella bajaría su cabeza tratando de ocultar su rostro abochornada mientras seguía aferrada del rizado. Solo levantaría la cabeza, al oír que el extraño se había alejado de ellos.

Steven sonrojado y sorprendido, la miraría ante aquella reacción. Y todavía en una ceguera por entender de lo que ocurría, tomó la mano de ella y se dirigieron a un quiosco vacío del parque. Ahí en silencio, los dos se miraron, caminaron para estar tan juntos como para sentir la respiración del uno y del otro, y se abrazaron levemente. El ocultando su rostro el cuello de ella, y ella en la cabellera rizada de él.

—¿Te gusto... ? —soltó la mayor en un murmullo.

El se separó para verla, y sin dejar de hacerlo, respondió con un "sí" en un susurro.

—¿Desde cuando? —preguntó mientras lo acercaba a ella.

—Desde que no pude dejar de pensar en ti supongo...

Las mejillas de Lapis ardieron intensamente, su corazón palpitó de una manera acelerada y sonrió con fragilidad. El silencio llegó nuevamente y después de un lapso corto de tiempo, Lapis volvió a besarlo profundamente en los labios.

Las cosas cambiaron mucho después de aquel día para entonces, y no sabiendo con exactitud lo que había orillado a la mujer del cabello castaño a corresponder a los besos del rizado, o ha no hacerlo y acabar con todo ahí. Las cosas continuaron de manera rápida.

Pronto, las conversaciones casuales y cualquier otro tipo de interacciones amistosas, se habían esfumado por completo entre ellos. Las miradas intensas, las sonrisas de vez en cuando, las palabras intercambiadas entre murmullos, y entrelazar sus manos cuando no había mucha gente, se verían puestas en su rutina. Se habían convirtieron en amantes por completo.

Un viernes nublado, Lapis le abriría la puerta de su departamento a Steven por primera vez.

El adolescente caminaría por el piso de madera y observaría el departamento con una curiosidad absoluta, miraría las paredes de ladrillo, la mesita de vidrio con varias revistas a lado de un sillón café de cuero, los escasos muebles polvorientos de madera, la alfombra gris, los múltiples libreros del lugar, las dos lámparas solitarias en las esquinas, y la ventana enorme que daba a la carretera de la ciudad.

La mujer de los ojos azules lo miraría en silencio mientras se quitaba sus zapatillas negras y se quitaba el abrigo gris que tenía y lo dejaba en sillón.

—¿Vives aquí sola?

—Así es —dijo mientras daba unos pasos en su dirección —No tuve tiempo de limpiar bien por lo del trabajo y eso, así que... Bueno, ya ves.

—Tienes una muy linda vista —comentó con una sonrisa, dejó de mirar por la ventana, y volteó con ella.

Lapis le sonrió levemente.

—Voy a preparar café. ¿Quieres que te prepare una taza... ? —le pregunto ella con un tono bajo.

—Si, por favor —contestó mientras se más acercaba a ella.

La siguió a su pequeña cocina. Steven se sentó en una mesa pequeña de dos al entrar a la habitación, y Lapis fue sacar el café de la alacena. El rizado miró los alrededores nuevamente, notó el zinc lleno de platos por lavar, la estufa de color negra con una tetera puesta, y luego una pequeña ventana por la cuál entraba luz del día. Después de eso, se centro en la mesa.

No podía explicarlo del todo, pero Steven percibió que en el lugar había un aire solitaria y apagado. Todo eso tomando en cuenta que lo comparaba con su casa en la cual siempre había ruido.

Al pasar el tiempo, Lapis en silencio le entrego la taza de café a Steven, y se sentó al frente suyo.

—Muchas gracias —soltó el sonriendole.

Ella lo miró por unos segundos, un rubor leve nació en sus mejillas y desvió la vista en dirección a la mesa.

—De nada... —respondió y tomó un sorbo de su café. Hubo un pequeño silencio, y preguntó —¿Cuanto tiempo te quedarás... ?

—No lo sé, no después de que cierren la estación supongo —dijo y sonrió.

—Yo puedo llevarte.

—¿Tienes carro?

—Si, solo que no lo uso por que el tráfico de la ciudad es una pesadilla.

Cuando Lapis llevó las tazas vacías al fregadero volteó en donde Steven seguía sentado. Este también la miró y las mejillas de ella ardieron para después acercarse a él, tomar su rostro con sus manos y después agacharse y besarlo de manera deliberada. Steven solo se sonrojó ampliamente a la par de que sintió como las manos de ella pasaron por su espalda.

Lapis después se separó, lo tomó del brazo para que se parara y lo siguiera hasta la sala. Se tumbó en el sillón y hizo que el se pusiera arriba de ella. Se acercó lentamente a su cuello, y lo beso de manera suave para seguir con su barbilla y finalizar con su boca.

Steven cerró sus ojos ruborizado cuando sintió sus labios, luego con timidez la abrazo, al termo con ello y al abrir los ojos nuevamente, se encontró con ella anonadada mirándolo.

—Te amo —dijo Lapis y lo volvió a besar para después separarse y quitarle las prendas superiores que tenía.

Rozó sus labios por su torso, plantó besos por donde pudo y de repente paró para aferrarse con y ocultar su rostro por un momento, para sentirlo y pensar en transcurso un poco. Ya sentía que su cuerpo ardía, que necesitaba tocarlo y aprovechar para estar con el, pero aún con todos esos impulsos, lograba vislumbrar las consecuencias que había si todo continuara, habiendo que se preguntara si debía detenerse o seguir simplemente. Claro que nunca haría lo primero, y se dejaría llevar por los impulsos de su corazón.

Pronto los besos subieron de intensidad a tal grado que se separaban y se abrazaban para recuperar el aliento. Los botones del pantalón de Steven fueron desabrochados al rato por Lapis, para que después metiera su mano adentro de los pantalones de el, y procediera a quitar su ropa poco a poco, para volver a besarse y abrazarse. Para que Steven se sonrojara mucho más al sentir la lengua de Lapis invadir su boca y sentir sus caricias más atrevidas. No queriendo quedarse atrás, el beso su cuerpo, invadió su boca con su lengua y la acarició de manera suave en lugares más íntimos.

Empezó a llover a fuera, pero estaban tan concentrados en ellos, que no se dieron cuenta hasta que terminaron abrazados. Y en el silencio, los dos decidieron pasarse al dormitorio de Lapis.

Ahí entre besos y caricias siguieron un largo rato, y cuando agotaron todo lo que había por dar, se quedaron acostados cubiertos por las sábanas, y una vez en calma, se sonreían levemente y reían. Se hablaban entre los más sutiles murmullos como si quisieran que sus palabras se perdieran en el silencio.

Steven solo solía moverse para besar el cuerpo de Lapis, y en uno de sus recorridos por su espalda desnuda, por debajo de su cuello en la zona dorsal, observó una cicatriz que se encontraba en el medio de su espalda. Se acercó con cuidado, acarició los alrededores y pegó su rostro para después abrazarla poner sus labios de manera suave en la cicatriz.

Ella se sonrojó al sentir eso y se quedó unos segundos mirando hacia la pared del cuarto. Se volteó con el al cabo de un lapso corto, y vio como Steven la miraba con curiosidad ruborizado como un niño pequeño. Lo miró con ternura al encontrarlo con una expresión linda e inocente. Tomó sus pómulos y lo beso, para después separarse y abrazarlo.

El se acomodó pegando su cabeza en el hombro de ella correspondiendo al abrazo.

—Me gustas mucho... —murmuró el adolescente.

Las mejillas de Lapis ardieron, y lo único que dio de de respuesta, fue hacer más profundo el abrazo y cerrar los ojos.

Solo el sonido de la lluvia se escuchó después aquello. La mujer adulta del cabello castaño en esa ovación, volvería a pensar acerca de lo que continúo y hizo. Steven tenía quince años en ese entonces, y ella... Ella tenía más.

No hacía falta recordarse así misma aquella brecha, ya que siempre había algo qué se recordaba. Como las llamadas que recibía Steven de su madre para saber su hora de llegada a la casa, las limitaciones en cuanto a sus salidas y cuando notaba el contraste de ella y el. Cuando tocaba su piel desnuda, y veía que seguía siendo todavía un jovencito.

Además de todo ello, podía notar las miradas que recibían, en esos besos cortos en los que supuestamente nadie los miraba.

Todo continuo a pesar de ello. Se convirtieron en amantes, se besaban apasionadamente, hacían el amor en cada lugar posible, siendo el único incentivo el de la pasión, y se miraban con aquellos ojos que solo podían brindar el amor. Ella pensaba en el, y el en ella todo el tiempo. Las necesidades aumentaron, y el deseo se volvió extremo.

No faltaron personas curiosas que dijeron que vieron que a una cuadra adelante de la escuela del rizado, lo habían visto subirse a un carro negro. O que en el trabajo de la castaña, se había dicho que ella tomaba más tiempo de lo usual en sus almuerzos los sábados.

Y con todo eso, no era de sorprenderse saber que pronto las personas los observarían a los dos, en situaciones de no una amistad, sino de algo más.

Un suspiro se escuchó en la cocina. Lapis levantó la cabeza por fin de sus brazos, miró a los alrededores como si buscara a alguien. Luego su mirada terminó en la mesa, y se encontró ruborizada por todos aquellos recuerdos.

No era tan fácil, no era nada sencillo, ¿pero que acosó algo en la vida lo es?

¿Qué se debía hacer? ¿Qué debía hacer?

Podría perder su trabajo, podría ser tachada de por vida, y terminar en lugares peores. El seguía siendo menor de edad todavía. ¿Cuál era la edad del consentimiento?

Bien sabe, qué hacer a un lado todo eso no había funcionado ya una vez en el pasado. Después de haberle puesto fin supuestamente, con todo el valor que sepudo tener. Al poco tiempo volvieron a buscarse una vez. Se derramaron lágrimas, la tristeza los invadió y la única cura para ello, era encontrarse en el silencio en cuál siempre los rodeó. Aunque se sabía que los futuros viables para que todo funcionara, eran escasos, y sin tener conocimiento alguno de las reacciones de las familias de ambos, como la de su padre, o la madre y el padre de Steven. Ciertamente no quería ni pensar en ello.

Tantas cosas que se podría desatar si no se tenía cuidado. Tantos problemas por pasar, y todo por enamorarse de un estudiante que se encontró de casualidad en el metro. Primero llenando su cotidianidad vida con sonrisas, y luego de profundo amor.

Lapis cerró sus ojos con fuerza, los abrió de nuevo al pasar unos segundos y volvió a su celular para leer aquel mensaje con una mirada cristalizada.

Al finalizarlo de nuevo, volvió a ocultar su rostro entre sus brazos. Steven llegó a su mente de nuevo.

Recodó aquellos besos embriagadores, esas miradas y expresiones curiosas, su manera de actuar tan encantadora, ese cabello negro rizado y aquella dulce sonrisa que la contagiaba. Las caricias, sus palabras y ese lenguaje entre miradas que tenían en el completo silencio de la habitación.

Ella sonrió. Realmente la hacía feliz por sobre todas las demás cosas que habían en contra. Por todos esos pensamientos y miedos, que se extinguían cuando se compenetraba por completo con el, y la habían hecho llegar hasta ese punto.

¿Valía la pena seguir con todo para sentir esa felicidad? ¿Arriesgarse a pesar de todo? No lo sabía, pero sin embargo, sabía lo que quería.

Descubrió su cabeza un poco, agarro el teléfono y contestó el mensaje por fin. Sonrió levemente mientras un par de lágrimas pasaron por su mejilla, para después limpiárselas y levantarse de la silla en tranquilidad, y caminar hasta la puerta de la cocina, y salir por completo de la habitación.

Había parado de llover hace unos momentos y Lapis había tomado una decisión por fin.