El cabello rubio se agitó con el viento. El sol iluminaba su rostro, haciendo aquellas hebras casi de color blancas. Ella sonreía, ajena a la presencia de él. Probablemente estaba pensando en que el prado se veía demasiado hermoso en el atardecer. Él la conocía tan bien.

Sabía que ella se dormía cuando él llegaba y la abrasaba en la cama. Sabía que su cuello, largo y cremoso expedía calor que sabía a chocolate. Por eso a él le gustaba dormir allí. Sabía que ella sacaba materiales del maletín de su padre a escondidas para curar animales de la ciudad. Sabía que ella amaba a los niños más que a nada en el mundo. Sabía que tenía un lunar en una de las últimas vertebras de su espalda. Sabía que detestaba tener el cabello demasiado largo, aunque a él le gustaba como caía con gracia por su hombro.

Se acercó un poco más, quebrando unas ramas a su paso. Inmediatamente, ella se volteó, buscando entre los árboles. Pero como cazador que era, supo esconderse velozmente. Ella frunció el ceño y sus ojos azules se encendieron. ¿Acaso recordaría que día era? Ya habían pasado dos años desde la última vez que la vio. El mismo lugar, el mismo atardecer.

Él se pregunta si ella lo esperó. Si ella lo recordó. Si ella lo extrañó.

Por qué él, aprendió a amarla con mucha más ferocidad. Pero ella era una niña y él sólo un vendedor de armería. Nada más.

Ella se merecía mucho más que un simple sueldo de empleado, se merecía mucho más que un hombre con un pasado tan oscuro como el suyo, se merecía un verdadero padre para sus hijos.

Se merecía un verdadero hombre que la ame.

Ella afinó la vista, buscando entre las hojas tupidas. Era verano, vestía un vestido lila con pinzas. Probablemente de misa, era domingo. Él desde allí pudo oler los jazmines que siempre la acompañaban. Él se escondió un poco más, apoyando su espalda contra el rasposo tronco.

Él, se pregunta, que haría si se presentase ante ella. Qué haría su padre, su hermano. Él, no puede evitar preguntarse, si rearmó su vida. Si encontró un chico que fuera suficiente para ella.

Entonces Cooper, el perro de la familia de ella lo reconoce escondido y comienza a ladrar, avisando a Beth que hay un intruso. Ella se encamina hacia el bosque, donde su perro ladraba y movía la cola a la vez.

Escuchó movimientos y un hombre salió de detrás del árbol. Ella lo reconoció casi al instante. Sólo ojos azules.

-Daryl- ella sonrió.

Entonces, él entendió todo. Y sonrió.