Capítulo primero

I

En el que Jaune Arc conoce a la ultima rosa del verano, y el destino vuelve a encauzarse lentamente pero con seguridad. O quizás no.

—¿Qué crees que estás haciendo?—oyó a una chica gritar estridentemente. Era una pena que se comportara así, pues su voz era claramente muy hermosa, habría pagado el precio que fuera para oírla cantar. Pero bueno. No sería la primera ni la última persona en desperdiciar sus bendiciones naturales.

Más por curiosidad que por otra cosa, Jaune Arc siguió al ruido. Como mínimo eso, lo que fuera, le permitiría distraerse de los nervios, que le habían estado devorando por dentro desde que se montó en la aeronave para ir a Beacon. Aunque solo fuera por unos momentos.

Lo que se encontró fue a una chica vestida toda de blanco –incluso tenía el pelo blanco-, chillándole a otra chica que era evidentemente más joven que ella. Era tan hermosa como sugería su voz. No pasó por alto la cicatriz en su rostro, pero era difícil de notar, más aun por su pálida complexión, así que le resulto un detalle exótico que realzaba su belleza, no un desperfecto que la dañaba.

Era consciente de eso, pero no le afecto de ninguna manera. No le interesaban las chicas. No de esa manera. Los chicos tampoco, dicho sea de paso.

Ahora que se fijaba en ella, había algo que le resultaba familiar sobre su víctima. Pero desde esta distancia no podía estar seguro del que.

Un escalofrió le recorrió la espalda. Se dijo que no era nada, y puede que hasta llegara a creérselo si seguía insistiendo. A pesar de eso, no se dio la vuelta. Continúo su camino.

La chica que le resultaba tan familiar se puso en pie. Parecía desorientada, como si pudiera volver a caer otra vez en cualquier momento. O vomitar. Sintió una punzada de simpatía por ella. Hasta no hace mucho había estado vomitando en el baño, tratando de calmar a su estómago y desesperado porque aquella pesadilla acabara ya.

Él nunca había sido amigo de las alturas. Especialmente no después de…

Sus pensamientos se interrumpieron bruscamente, como si se tratase de algo escrito en un disco rayado en vez de un proceso continuo, y pegaron un salto hacia delante. Como mecanismo de defensa no era gran cosa. Pero, al menos, retrasaba lo inevitable.

Aun no podía verle la cara, pero si vio que llevaba un vestido negro con bordes rojos y una capa roja con capucha atada a sus hombros.

—Lo siento —se disculpó esa chica. Por chocarse con la otra, por lo que parecía. Blanca nieves había ido por ahí empujando un carro de Dust, y ahora la mayor parte de su contenido yacía esparcido por el suelo. Al menos no se había abierto ninguna de las maletas en la caída. Eso habría sido potencialmente desastroso.

Jaune se paró en seco.

Ese rostro, esos ojos como la plata líquida… Ella era Ruby Rose, sin ninguna duda. Aunque había estado evitando encontrarse con ella, por ahora, solo por ahora. Se escondió detrás de lo primero que vio, un árbol, lo más rápido que pudo. Como si una mirada suya pudiera matarle. Cualquiera que le viera pensaría algo parecido, pues estaba temblando. No con mucha fuerza, pero era apreciable.

Se mordió el labio inferior. Quería verla. Tenía que verla. Pero quería que fuese tan rápido, porque… Porque tenía miedo. Ya no podía intentar negar ni esconderse de esa sencilla verdad. No sabía manejarse en las interacciones sociales, y la idea de acabar espantándola era tan terrible que amenazaba con hacer que se le parara el corazón.

A pesar de que tenía una misión que llevar acabo. Y una promesa que cumplir.

—Dame eso—dijo Blanca Nieves, quitándole la maleta de las manos, y la abrió. Eso probablemente acabaría mal—. Esto es Dust, minado y purificado, salido directamente de la cantera de los Schnee.

Ruby aun parecía un poco confusa, desorientada. No seguía el discursito que le estaba soltando la señorita Blanca Nieves y tampoco parecía tener ganas de hacerlo.

—¿Es que eres una descerebrada?

Por largos segundos, Jaune se olvidó de respirar, hundió los dedos en el tronco del árbol con todas sus fuerzas, formando agujeros en la madera. ¿Cómo se atrevía a hablarla de esa manera? ¿Quién cojones se creía que era? No lo sabía, pero de repente ardía en deseos de darle una buena paliza para inculcarle la lección de que debía respetar a Ruby.

Su mano revoloteaba justo por encima del mango de la espada. A pesar de sus ganas, le estaba costando tomar la decisión de actuar. Porque no podían expulsarle de Beacon, no después de la sangre, el sudor y las lágrimas que le había costado llegar hasta aquí. Y especialmente no en su primer día. Pero sobre todo porque Ruby estaba ahí mismo, y no sabía cómo reaccionaría a eso.

Esa puta desgraciada estaba moviendo un frasco de Dust rojo delante de su cara, no sabía ni porque ni cuándo había empezado a hacer tal cosa. Se había perdido en sus pensamientos. Ruby parecía apunto de toser, y aun así ella no paraba de hacer eso, diciendo algo que le estaba entrando por un oído y saliendo por el otro, sin que siquiera quedara registrado su significado.

Él no era un estúpido que le había dado las riendas a su injusta ira, así que sabía que eso iba a acabar mal. Que como Ruby no fuera capaz de contenerse, el Dust explotaría.

Tenía que actuar. Ahora mismo.

Ya basta de excusas, se dijo.

Respiro hondo.

Jaune echó a correr. Sin pensar, sin darse tiempo a pensar, porque entonces podría haberse arrepentido. No tuvo tiempo para llegar hasta ella antes de que tosiera, de que desencadenara la explosión, pero si para rodearla con sus brazos y protegerla con su cuerpo.

Una nube de humo les envolvió.

Sintió al suelo hundirse bajo sus pies. La formación de un cráter bastante profundo, por lo que parecía. Tenía su Aura para protegerle de lo peor de la explosión, pero eso no impidió que sintiera el calor. Los dientes le castañeaban. Apretó a Ruby con más fuerza.

Cuando dejaron de hundirse, cuando la nube de humo se disipo, la soltó. Ella se le quedo mirando extrañada, puede que hasta un poco intrigado. Sentimientos que rápidamente fueron remplazados por la más pura vergüenza. Sus mejillas ardieron.

—Eh, gracias por echarme una mano—murmuro, incapaz de mirarle a los ojos. Para ponerse de pie también tuvo que echarle una mano, solo que esta vez de forma literal.

Salieron del cráter.

Blanca Nieves había quedado fuera, salvada de su propio error. Como no podía ser de otro modo. Al menos ahora no era tan blanca. Tenía la cara embadurnada de polvo y hollín, su precioso vestido blanco también había sido mancillado. Y nada más, por supuesto. Si hubiera recibido la explosión directamente, no solo habría muerto, sino que su cuerpo estaría volando en trozos por encima incluso de los árboles.

Tendría que conformarse con eso. Bueno… casi.

Ella se puso en pie, aunque con dificultad. A pesar de lo que acababa de pasar, su rabia no había remitido ni una pizca. Más bien al contrario.

—¡De esto estaba hablando!

—Lo siento, de verdad que lo siento—se disculpó Ruby. Otra vez.

Jaune puso la mano sobre el mango de su espada, la miro de soslayo.

—No tienes por qué hacerlo. No ha sido culpa tuya, y lo sabes. No tienes que llegar tan lejos solo para quedar bien con ella.

—¿De qué hablas…?—exigió, indignada. Y se cayó de repente. Tener el filo de una espada contra el cuello solía provocar esa reacción en la gente. Curioso.

—Lo que oyes—dijo lenta y deliberadamente. Sin pestañear—. Te empeñaste en sacudir el vial de Dust delante de ella, a pesar de que estaba a punto de toser y activarlo. A pesar de que cualquiera podría haber anticipado lo que pasaría. Así que hay tres opciones. Primera, no tienes ni idea de cómo manejar el Dust. Segunda, lo hiciste a sabiendas por una especie de perverso placer. Tercera, estabas tan avergonzada por tu error que quisiste echarle a ella la culpa y de ese modo apaciguar a tu ego.

»Claro que también podría ser que te enfadaste lo suficiente para no darte cuenta de lo que estaba pasando delante de tus propias narices—prosiguió—. En cualquier caso, mi opinión de ti es pésima.

—Aleja eso de mí—respondió. Más pálida que de costumbre, por muy difícil que pareciera eso—. ¿Es que no sabes quién soy?

—¡No me importa!—estalló Jaune—. Como si eres el hada de los dientes o la nieta del Director. Discúlpate. Ahora mismo. O te juro que…

Ruby se puso entre ellos, coloco la mano encima de con la que sostenía la espada.

—Cálmate—le dijo con tono conciliador. En su mirada había algo que no le gustaba, algo que hizo que se le cayera el alma a los pies: miedo. Y no de la otra chica, sino de él. ¿Qué había hecho mal?—. No hace falta empezar una pelea aquí, ¿verdad?—Viendo que ella no respondía, insistió—: ¿Verdad?

La zorra se negó a responder incluso entonces. Le estaba mirando desafiante, y se negaba a apartar la mirada de la suya, como si fuera un desafío al que tenía que sobreponerse.

Jaune bajo el brazo lentamente, envaino la espada. Cayó en la cuenta de que aún estaba temblando. Y con más fuerza que antes.

Ruby le repasó con la mirada. Parecía que quería decir algo más, pero no se atrevía.

—Eres como un fauno—dijo la chica de blanco, despacio y al cabo de un rato—, tanto que no me sorprendería que fuera cierto. Eres violento y…—Tragó saliva—. El director no debería haberte dejado entrar aquí. Ni a ti ni los de tu calaña.

Se dio la vuelta. De alguna manera Jaune resistió la tentación de ponerle la zancadilla. De todos modos, no le hizo falta. Al principio ella camino relajadamente, como si allí no hubiera pasado nada, pero después fue aumentando de velocidad. Y en un abrir y cerrar de ojos desapareció entre la multitud.

Le tenía miedo. Estaba más que claro.

Jaune se sonrió.

Bien, pensó. Así pensará dos veces antes de volver a agredir a Ruby.

Se dio la vuelta para mirarla, trato de pensar en que decidir, que podría mejor un poco su primera impresión. Abrió la boca y la cerró con la misma rapidez. Nada salió de entre sus labios. Ni el más leve ruido.

Ella consumió su visión. Era tan hermosa. Se creía preparado para estar y hablar con ella porque se había imaginado tantas veces que aspecto tendría, pero su belleza era abrumadora. Sus bellos ojos plateados. Sus, indudablemente, suaves labios. Su amor. Porque eso era lo que veía en sus ojos. No el brillo del acero, sino amor por el mundo. Algo que él había perdido hace mucho tiempo.

—¿Oye? —Ruby agito una mano delante de sus ojos—. ¿Sigues ahí?

—Sí. Lo siento. Anoche apenas pude dormir por los nervios. Si suspendo… no quiero ni pensarlo. Imagino que lo entenderás.

Idiota. No se va a tragar esa excusa barata.

Tiene quince años. Dos menos que yo, no siete. Y no es todo. Habrá notado que no me estaba quedando dormido, ni mucho menos, que estaba alerta. Y mirándola con toda mi atención. Aunque a lo mejor asume que es porque «me he dado cuenta» de que es más joven que el resto de los estudiantes.

Con suerte.

—No realmente. Para ser sincera, creo que voy a pasar la prueba. Sea cual sea. Lo que me pone nerviosa es la idea de conocer a gente nueva.

—Bueno, ¿me tienes a mí, no? Me llamo Jaune Arc, por cierto.

Ruby sonrió, o se forzó a sonreír. Y extendió una mano hacía el.

—Hola. Me llamo Ruby Rose. De nuevo, gracias por ayudarme.

Jaune se quedó mirando su mano durante largos segundos, tan largos que Ruby empezó a inquietarse, que su sonrisa se volvió más frágil. Le estrecho la mano.

—No hace falta que me des las gracias. ¿Qué clase de cazador se negaría a ayudar a alguien?

Ruby se rió. Era un poco forzada, incluso él podía notarlo, y un poco fuera de lugar, ya que no había dicho nada gracioso. Pero fue una risa hermosa. Calmó sus temblores, casi los detuvo del todo.

—Sí. Claro que sí. —Aún era incapaz de mirarle a los ojos. Esperaba que eso fuera normal para ella, que no le hubiera afectado su agresividad. Sin mucha convicción—. Mi hermana mayor me dejo tirada, y… y, bueno. ¿Le importaría acompañarme?

Espera. ¿Tienes una hermana?

Y peor aún, una hermana que no la atendía como debía, como se merecía. Debía investigar eso. A fondo.

Jaune Arc sonrió. Por una vez, era una sonrisa enteramente natural.

—Claro. Me encantaría.


Ruby le dejó en cuanto encontraron el auditorio. Mentiría si dijera que no le dolió, pero se concentró en examinar a la persona que la había llamado a su lado. Una mujer alta, rubia, con cabello salvaje. A juzgar por lo feliz que estaba Ruby, esa debía ser su hermana. Lo que solo aumentó su confusión. Sin importar como le mirara, no se parecían en nada. Y no lo decía solo por el aspecto físico. Su hermana mayor era un poco más… atrevida. Se notaba con el primer vistazo.

¿Era adoptada? ¿De otra madre?

Hasta alguien con unas habilidades sociales tan limitadas como las suyas reconocía que preguntarlo directamente sería indecoroso, y no se le ocurría una forma más discreta de averiguar la verdad. Tendría que aguantarse hasta que profundizara su relación con Ruby. Si es que era capaz de eso, después del último fiasco. Quizá la antes había sido la primera y la última conversación que tendría con ella.

Se llevó las manos a la cabeza, apretó.

No pienses en eso, se dijo. No pienses en nada.

Si, era mejor así. Hasta cierto punto no podía evitar una reacción extrema ante cualquier cosa que tuviera que ver con Ruby, pues la última década de su vida había girado en torno a ella. Pero no le haría ningún bien. Eso era indudable. Metió las manos en los bolsillo, trato de recuperar el control sobre sí mismo.

Debería acercarse un poco más. Para poder escuchar la conversación que estuviera teniendo con su hermana. Quizá no sería lo mejor para él, pero le contaba lo que había pasado, puede que esa fuera su única oportunidad de oír lo que en verdad pensaba sobre él. Probablemente no se lo diría a la cara, abiertamente y sin tapujos.

Se abrió paso a través de la multitud.

—¿Estás siendo sarcástica?—pregunto su hermana.

—Oh, ojala. —Hizo pucheros—. Pensé que había pensado tanto en que podría pasar, simulado tantos escenarios, que estaba curado de espanto. Pero no. ¡No! Me equivoca. Es horrible, el peor primer día que podría haber tenido. Literalmente no se me ocurra una manera de empeorarlo aún más.

—Vale. Entiendo que te haya sentado mal tu encuentro con la Schnee, pero…

—¿La Schnee?

—Hermanita, por favor. ¿Qué chica de diecisiete años iba a tener el pelo blanco sino?

Así que era de la familia Schnee. Se reprendió. Era vergonzoso que hubiera pasado eso por alto. Juro que no volvería a cometer un error de la misma su defensa, sin embargo, no es como si eso habría cambiado su forma de actuar. Ni una pizca.

—Bueno, no sé. —Se encogió de hombros—. Cosas más raras han pasado… Vale, vale. Debería haberlo sabido. Lo admito. Pero eso no es lo importante aquí. No realmente.

—Cómo iba diciendo, sé que eso no debe haber sido agradable. Pero estás exagerando. El día acaba de empezar. Podría ponerse mucho, mucho peor.

Ruby la fulmino con la mirada.

—Y yo que pensé que estabas para consolarme.

Ella se rió. —No siempre, pequeña. No siempre. Ahora en serió. De verdad que estás exagerando, no llevas ni una hora en Beacon. Hay tiempo de sobra para que conozcas a personas que sepan apreciarte tal y como eres. A no ser que… ¿paso algo más? ¿Es eso? ¿Algo que no me quieres contar?

—Bueno…

—Ruby. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad? Te prometo que no me enfadare con esa… Weiss. Me limitare a informar a los profesores de lo que sea que te haya dicho o hecho. Sé que a veces puedo…—Se paró durante un rato, buscando la palabra más adecuada—. Descontrolarme. Pero nunca rompería una promesa contigo.

—Yang, no es lo que crees. De verdad que no.

»También estuvo un chico allí—continuó tras una larga pausa—. El me protegió de la explosión con su cuerpo. No es que me hiciera falta, no estuvo en peligro ni nada de eso, de verdad. Pero al menos hizo el intento. E intervino en mi defensa. Me dio un poco de miedo—confesó—. Como tú cuando te enfadas.

—Sigo sin ver dónde está el problema. Por lo que parece, has hecho un amigo. ¿No?—Pero era una pregunta retórica. Ya sabía que la respuesta no era lo que querría oír.

—Le puso la espada al cuello. Le exigió que se disculpara. Y creo que… creo que estaba preparado para hacerle daño de verdad. No sé, quizá solo fueron tonterías mías. Lo peor de todo es que no le conozco, no le he visto en mi vida, ni siquiera de forma pasajera. Y aun así, se enfadó por lo que ella me había hecho, como si fuera de la familia. —Ella sacudió ligeramente la cabeza. Sus ojos estaban muy abiertos y eran muy vulnerables—. No lo entiendo.

Yang se había quedado sería.

—Aunque no lo he visto, no creó que quisiera hacerle daño. Y lo más probable, hermanita, es que ese chico se quedó prendado de ti nada más verte. Amor a primera vista.

—¿Eh?—Ruby se puso casi tan roja como su capa. Casi—. ¿Q-que estás…? ¿Qué estás diciendo?

—Que seguramente solo intentaba impresionarte. Ya sabes—guiño un ojo—, ganarse tu corazón. Los chicos suelen hacer cosas estúpidas por las chicas de las que están enamorados. No es nada de lo que debas preocuparte excesivamente.

Ruby frunció los labios, agacho la cabeza.

—¿De verdad lo crees?

Yang le puso una mano en el hombro, apretó.

—Apostaría por ello. Así que dime todo lo que sepas sobre el chico que podría pasar a ser de la familia. ¿Es mono? ¿Cómo se llama?

—Supongo que sí—murmuro al cabo de un rato. En voz tan baja que le costó descifrar lo que estaba diciendo a esa distancia—. No sé. Nunca he pensado mucho en eso. —Su rostro se ilumino ligeramente. Para él, ese simple cambió fue tan hermoso y significativo como la puesta de sol—. Eso sí, me dijo su nombre. Jaune Arc.

—Humm, no me suena. Alégrate, eso probablemente significa que no es otro capullo engreído.

Ruby asintió. Tenía mejor aspecto, pero no parecía del todo convencida sobre él. A pesar de los esfuerzos de Yang por tranquilizarla y animarla. No podía culparla por eso, sin embargo. Había metido la pata hasta el fondo. Y no había nadie que pudiera ayudarle a sacarla. Como siempre.

Como siempre desde…

Desde nunca. No tenía por qué recordar eso ahora.

Ni ahora ni nunca.

Mirando alrededor, con el corazón pesado en el pecho, vio a Weiss entre la multitud. Estaba mirando a Ruby y Yang. Pero sobre todo a Ruby. Parecía que no había aprendido la lección, que tendría que ser más ilustrativo con ella. No iba a permitir que volviera a molestarla. Especialmente no ahora que había descubierto que su hermana mayor en realidad no era tan mala y estaban teniendo un bonito momento juntas.

Afortunadamente para Weiss Schnee, no se movió ni un centímetro. No cometió la mayor estupidez de su vida. Podría relajarse. Intentar no pensar en lo que no tenía que pensar y esperar pacientemente la llegada del director Ozpin, que tenía que dar el discurso de apertura.

Todo mientras se sentía impaciente, incluso en agonía, como si su piel estuviera al rojo vivo.

Tenía que arreglar las cosas con ella. Costara lo que costara.