"Al igual que las antiguas armas que llevan, Lucian y Senna fueron esculpidos de la misma piedra. Juntos combatieron el mal en Runaterra durante años, llevando la luz a la oscuridad y acabando con aquellos consumidos por la corrupción. Eran los estandartes de la justicia: la dedicación de Senna a la causa nunca titubeó, mientras que la amabilidad y el confort de Lucian animaban las vidas de aquellos que habían salvado. Dos partes para un todo, devotos e inseparables."
Lucian y Senna, Centinelas de la Luz, cumplían férreamente su misión de erradicar el mal y la oscuridad de la faz de todo Runaterra. Ambos formaban un dúo unido y poderoso, tanto en el campo de batalla como en su vida compartida: al poco de comenzar su camino en común, se dieron cuenta de que eran como dos mitades de un mismo ser, destinados a permanecer ligados para toda la eternidad. De misión en misión, y con todos los ratos compartidos, enseguida se percataron del amor mutuo que se sentían, y poco tiempo más tuvo que transcurrir hasta que se lo confesaran.
Desde aquel entonces, ambos guerreros mantuvieron un apasionado noviazgo que consolidaron con todo el tiempo que lucharon espalda contra espalda. Se querían con locura, estaban dispuestos a todo por el otro y su compenetración no tenía fisura alguna. Las abominaciones del mal a que a menudo se enfrentaban les hicieron vivir algunos sinsabores y momentos difíciles, pero la felicidad que experimentaban por el simple hecho de estar juntos siempre les valió la pena. Supieron sobreponerse a las inclemencias y seguir avanzando, juntos, siempre juntos, hacia un futuro mejor.
Un claro ejemplo de dichas penurias fueron todas las batallas y pesquisas libradas en tierra de las Islas de la Sombra. Ambos Centinelas habían visitado cada recoveco de Runaterra, desde Demacia, su lugar de origen, hasta Noxus, pasando por la helada tundra de Freljord, el calor abrasador de Shurima, los peligros de Kumungu, la vida de Jonia, el señorío de Piltover, las particularidades de Zaun o las peripecias de Aguas Estancadas. Y sin embargo, nada de con lo que se habían topado en esas regiones podía compararse mínimamente a esas Islas de desdicha y frialdad. Tierras sumidas en la penumbra y la niebla perenne, pobladas de ruinas y seres fantasmales en estado de no-muerte, con sed de sangre viviente, que se alimentaban de negatividad.
Hubo cierto período en que las Islas de la Sombra comenzaron a mostrarse más inestables que de costumbre, en el sentido que los no-muertos empezaron a poblar por hordas cada rincón, de manera que la zona se convirtió en el epicentro de génesis de tenebrosos monstruos que desde allí viajaban a toda Runaterra para sembrar el mal entre sus gentes. Por consiguiente, los pasos del dúo de Centinelas pronto se dirigió hacia el sombrío archipiélago, en un intento por dar caza a cuantos demonios pudieran y lograr apaciguar la situación. Lucian y Senna se embarcaron, pues, en una operación que les costó una larga temporada en tierra hostil. Lucharon codo con codo contra muchas aberraciones monstruosas mientras se cuidaban de un peligroso contraataque usando los más sucios trucos, que pudiera ser fatal para ambos. Finalmente, con tanta batalla consiguieron una especie de tregua que, después de meses, les permitiría regresar a su hogar una temporada.
No se trataba de algo poco habitual, si bien esas temporadas en "casa", por así decirlo, no solían resultar muy duraderas. El mundo siempre ha estado y estará impregnado de focos de mal, en sus muchas manifestaciones, por lo que los Centinelas de la Luz tampoco pueden permitirse muchos descansos. Aun así, tras empresas arduas e intensas, las naciones aceptaban que dedicaran cierto periodo de tiempo al "Estado de Patrulla", que consistía en un tiempo de reposo en que seguían cumpliendo su deber desde el retiro, alertas y vigilantes, armas en cinto en todo momento. El mal nunca descansaba, y, de la misma manera, ellos tampoco.
Tras aquella operación tan difícil y sobrecogedora, Lucian y Senna se merecían un buen Estado de Patrulla que, por lo menos, les permitiera darse un ligero respiro de la batalla cruenta propiamente dicha. Después de tantos meses peleando sin más descanso del que fuera biológicamente necesario, recibieron de muy buen grado la oportunidad de pasar más tiempo juntos más como pareja que como compañeros de misión. Atesoraban aquellos momentos con celo, aprovechando cada instante que pudieran disfrutar en compañía del otro sin necesidad de lanzar ráfagas de disparos arcanos, estudiar el terreno o persiguiendo monstruos malignos. Simplemente ellos dos, con su misión clara en todo momento, pero siendo una pareja normal, un tiempo para hacer vida cotidiana más mundana o salir de cena romántica que solo podían gozar durante los Estados de Patrulla. Y ese en concreto no iba a ser un periodo de Estado de Patrulla cualquiera…
Al terminar la misión para la que habían partido, Lucian tomó la decisión de reunir el valor necesario para pedirle matrimonio a Senna. No es que creyera que iba a amarla más como marido que como novio, pues Senna ya lo era todo en su vida, pero aun así sintió el deseo de afianzar por completo su relación y, además, poder vivir junto a ella el que sería uno de los días más importantes de sus vidas. Emocionada, Senna aceptó sin pensárselo, ya que la sola idea de convertirse en la esposa de ese hombre al que quería con locura le llenaba el corazón de felicidad. Así pues, ambos acordaron dedicar el Estado de Patrulla que les esperaba, siempre que les fuera posible, para preparar el especial evento y así poder unirse en matrimonio al final de este, para embarcarse en su siguiente operación contra el mal ya como marido y mujer.
Nunca un Estado de Patrulla les dio la sensación de transcurrir tan deprisa. La ilusión hizo que el tiempo, casi literalmente, volara. En lo que pareció un mero instante, el periodo en que quedaron exentos de misiones mayores prácticamente alcanzó su fin, aunque esa vez no podía acarrear mejores consecuencias. El que iba a ser el día de su boda amaneció calmado, irradiando una luz brillante y trémula: uno de esos momentos al alba que vale la pena contemplar, que hacen creer que el mundo es más hermoso de lo que es realmente.
Los haces de luz que se filtraron por la ventana sacaron a Lucian y a Senna de su profundo sueño. En el fondo sabían que más adelante añorarían el tener un lugar en que poder dormir cómodos, o el estar en un espacio al que llamar hogar. Pese a ello, todo aquello parecía no importarles lo más mínimo en un día como aquel. El primero en desvelarse aquella mañana fue Lucian, que, al entreabrir los ojos, vislumbró a la que para él era la mujer más bella del mundo durmiendo a su lado, muy cerca. Se le escapó una sonrisa, como cada vez que la veía así, y la despertó suavemente con una caricia.
—Senna… Despierta, cariño… Despierta…
La susodicha tardó unos escasos segundos en hacer lo propio y cruzar la mirada con la de su pareja. Esto la llevó a recordar cuál era el día en concreto que les aguardaba a los dos… Y le sonsacó la primera sonrisa de la jornada.
—Buenos días, Lucian...—saludó, risueña, dándole un beso en la mejilla.
—¿Estás lista…?—inquirió él, incorporándose.
—Sabes que sí. —contestó cálidamente la mujer. Y era cierto.
Enseguida se levantaron ambos para dirigirse a desayunar algo, sin mencionar gran cosa de lo que debía ocurrir en unos minutos directamente, pero con silenciosas ganas de que llegara el momento. El buen día les acompañó en todo momento, como si de un buen presagio se tratase. También iban a añorar esos despertares tan pacíficos, que nada tenían que ver, por ejemplo, a los de cuando acampaban cerca de las Islas de la Sombra para combatir. Los dos comieron algo mientras charlaban de cosas sin importancia… Algo que, para ellos, no era tan frecuente.
Cuando terminaron, Senna anunció que le apetecía darse un baño antes de comenzar a prepararse, por lo que Lucian y ella se separaron unos instantes. Al cabo de un rato, envuelta en una toalla blanca, ella volvió a entrar en la casa, pues las termas quedaban fuera, y al hacerlo, encontró que su prometido no daba señal de vida alguna. Recorrió rápidamente toda la casa, pero no estaba en ningún lado. En su lugar, se encontró la puerta trasera abierta, como invitándola a salir por ahí. Y, de pronto, lo entendió todo. Sabía adónde había ido Lucian, y sabía que tenía que seguirle, no sin antes, claro estaba, prepararse para lo que deparaba el día.
Senna, algo nerviosa por lo agitado que se sentía su corazón, se apresuró hacia el dormitorio, más concretamente a su guardarropa, del que rescató un precioso vestido blanco con todo de bordados, que tenía algo escondido. Se llenó de orgullo al pensar que se lo había confeccionado ella misma en el poco tiempo que duró el Estado de Patrulla: se lo hizo a su medida, con toda suerte de adornos y detalles. Saltaba a la vista que lo había hecho con mucho cariño y esmero. Junto a la prenda, la joya de la corona, se puso un par de delicados zapatos y otros accesorios, como una tiara que sujetara el velo de su cabeza, un austero colgante, un par de finos guantes y, no menos importante, un liguero en la pierna con que pudiera sujetar su arma bajo su vestido. No en vano, debía llevarla en todo momento, sin excepción.
Antes de marchar, lanzó un último vistazo a la estancia, y sobre todo, a su uniforme de Centinela de la Luz, grisáceo y apagado, que por una vez en mucho tiempo se iba a quedar en ese armario. Le lanzó una mirada fugaz, autoconvenciéndose de que siempre llevaba su misión por dentro, y comprobó que su pistola de luz arcana, aunque oculta e imperceptible, estaba bien sujeta a su atuendo. Se sintió un poco más en paz consigo misma, y acto seguido, tras respirar hondo, abandonó su hogar por la puerta trasera, con la imagen de su destino en mente.
Pasó por el jardín para adentrarse por el área boscosa de la zona, apartando maleza y guiándose por la luz del sol que se filtraba por la parte superior, hasta llegar a un pequeño espacio cargado de belleza y muy íntimo, secretado por los árboles a cada lado y únicamente iluminado por la luz natural. Ambos se habían cruzado con ese lugar durante sus patrullas, y enseguida llegaron a la conclusión de que podría ser un perfecto escenario para el feliz momento. Y efectivamente, lo primero en lo que Senna se fijó al llegar fue en Lucian, su prometido, que allí la estaba esperando, en ese momento de espaldas a ella, también ataviado con ropa especial para la ocasión. Sin necesidad de llamarse siquiera, él se giró hacia ella casi de inmediato, como si hubiera notado su presencia, y pronto sus miradas se cruzaron una vez más.
—Senna…
Ya no recordaba la última vez que la voz se le había quebrado lo más mínimo. No pudo evitarlo, sin embargo, al ver de esa forma a la mujer que amaba. Tenía los rasgos de siempre: esa melena castaño oscuro que se le ondulaba al cortársela para que no le fuera un obstáculo, la piel morena que ocultaba numerosas cicatrices, los ojitos verdes y brillantes, reflejo de su alma buena y pura, la naricilla respingona, y esa sonrisa que le enamoró… Aunque adornado, todo seguía igual. Pero el solo hecho de pasar a pensar en ella como en su futura esposa bastó para emocionar al normalmente impertérrito Lucian.
—No… No sé qué decir, yo… Estás preciosa. —Y se le escapó una sonrisa. —No sabes las ganas que tenía de que llegara este momento.
—Lucian… Gracias. —sonrió Senna, ruborizándose. —Yo también… Llevo soñando con este momento desde que me pediste matrimonio, en aquella playa funesta en las Islas. De hecho, puede que desde antes incluso.
—En ese caso, no esperemos ni un minuto más, ¿te parece? Ven. Por una vez en mi vida, quiero dedicar un día entero a recordarte cuánto te amo.
Dicho lo cual, los novios se dieron las manos y se acercaron el uno al otro un poco más. Lucian, además, le tendió un ramo de flores blancas que había preparado para completar su atuendo, de las cuales Senna tomó una para colocársela a su pareja en la solapa de la chaqueta. Entonces, ambos se acomodaron en el lugar y, antes de pronunciar sus votos, les salió del alma hablar y recordar los inicios de su relación, sus buenos momentos juntos y todo aquello que les había marcado y unido. Así se estuvieron un buen rato, riendo juntos, rodeados de buenos recuerdos que acentuaban con creces la felicidad de aquel instante. Después de aquello, ya tocaba pasar a la unión en matrimonio en sí, que daba motivo al día.
Lucian y Senna se alzaron, uno frente al otro, y después de jurarse su amor eterno y reforzar su sentimiento de estima absoluto, se dispusieron a sellar su enlace con un beso sincero. Todo era perfecto…
… Hasta que el frío se notó en el aire.
(…)
N.A.: El párrafo inicial en cursiva no es obra mía, está extraído de la página oficial sobre el Universo de League of Legends.
¡Hola a todos! Es mi primer fanfic de LoL, más concretamente acerca de una de mis partes del lore favoritas y, aunque inicialmente no tenga demasiada confianza, decidí que lo mínimo que se merecía era una oportunidad, dado todo el cariño que le he puesto en ello.
Todavía estoy tratando de pulir mi estilo al escribir y el enfoque que otorgo a la narración, así como otros aspectos tanto sobre la forma como sobre el fondo de mis escritos. Así pues, cualquier sugerencia, comentario o crítica constructiva será siempre muy bien recibida ^3^
Espero actualizar lo antes que pueda. Hasta entonces, ¡muchos saludos! :D
Talea Mirabilis
