Para Melanie, por lo masoquista que es y por lo mucho que yo contribuyo en eso.


El viento alborota su negro cabello. Nadie transita por allí a excepción de algunos autos que pasan por la avenida.

Está sentado en una de las bancas del parque. Viste jeans, una camiseta negra. Trae encima un enorme abrigo que lo guarnece de la helada brisa.

Es otoño, las hojas caen. Cada una de ellas representa sus sueños y esperanzas, que se estrellan contra el piso esperando a ser pisoteadas por los niños.

Suspira. La depresión está atada a él por una cadena invisible que lo hace andar más lento que a los demás.

¿Por qué se suicidan las hojas cuando se sienten amarillas…?

Porque ya están muertas por dentro. Al igual que él.

Hay una que le llama la atención. Es grande, bonita, amarilla. Se estremece con el viento. Quiere caer, pero necesita un empujón, la brisa no es suficiente.

¿Estará tan muerta como él? Cree que sí. Todas las razones que tenía para vivir se acabaron.

Saca algo de entre uno de los bolsillos de su abrigo. Es helada al tacto, pero a él le causa una deliciosa sensación de placer.

La toma con delicadeza, la pone en su regazo. Se apunta entre donde terminan las costillas.

Sigue mirando a esa hoja que le ha llamado la atención. Le sonríe, inclinando la cabeza.

Piensa en todo, y no se arrepiente. Estoy muerto desde hace mucho.

El disparo es sonoro. Con ayuda del viento, la hoja cae. Sus ojos la siguen. Flota hacia él, para marchar juntos.

Le parece que escucha su nombre. No sabe si son las hojas llamándolo, si es un recuerdo coreándolo o es su imaginación jugando. Todos sus sentidos están nublados.

La hoja aterriza en sus piernas. Cierra los ojos, pidiendo disculpas a las personas que lo quisieron.

So long and goodnight, susurra.

Libre de la vida de este mundo.