Bienvenidos. Los personajes del siguiente Two Shot no me pertenecen, son de Stephenie Meyer, solo la historia es completamente mía.
Las siguientes son las canciones que recomiendo para este primera parte, les agrego el link, solo deben aumentar el youtube al inicio :3
Desde lejos ― Santiago Cruz: /watch?v=FTx9TTX2O3k
Lo que me quedó ― Santiago Cruz: /watch?v=D1nQdpM3TXc
La vida sigue ― Ana y Rodrigo: /watch?v=3njUga0gzPk
Se me acabó el amor ― Maia: /watch?v=6_oA-AYlv8o
Kiss the rain ― Yiruma: /watch?v=so6ExplQlaY
¡DISFRÚTENLO!
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DESDE LEJOS
Sube lentamente las escaleras del que fue su refugio y, alguna vez, su nido de amor…, su hogar. Recorre una y otra vez el sito en el que fue tan feliz, el lugar donde planeó una vida entera y creó momentos inolvidables. Ese mismo lugar es ahora su infierno.
Intenta desesperadamente empezar un nuevo camino y sonreír como, al parecer, tan fácilmente lo hizo ella; pero todos son intentos fallidos. Recuerda con enorme alegría cada momento vivido, no se arrepiente en absoluto de ninguno de ellos, y tiene la certeza de que ella tampoco. ¿Pero cómo le hace entender a su corazón que todo terminó?
Solían caminar tomados de la mano; los días oscuros los llenaban de esplendor, de alegría; bajo la lluvia, aquellos besos que colmaban de vida a su alma. Nunca creyó poder encontrar a alguien así; a la mujer que con solo un rose lo hiciera estremecer y sentirse incapacitado de recordar la existencia de alguien o algo que no fuera ella; de sentir que cambiaría todo, se replantearía la vida entera por su sola presencia.
Desde pequeño, su madre y padre fueron muy amorosos, pero no entendía cómo, constantemente, sentía un enorme vacío de algo en su pecho y alma. Fue entonces cuando la conoció.
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Ella iba caminando sin rumbo alguno, con paciencia disfrutando de la brisa; había salido temprano de clases, eran alrededor de las cinco de la tarde, el día era perfecto y el sol estaba oculto entre unas pocas nubes, pero era como si apenas acabara de amanecer y no, por el contario, el día estuviera en decline. Desde hace mucho no había tenido oportunidad de disfrutar de tiempo a solas, así que iba distraída, mirando a sus pies, como siempre lo hace, buscando, en el frio e indiferente sendero de cemento, perderse en su propio mundo de fantasías y sueños utópicos ―ese mundo donde él nunca tuvo cabida―, mirando a todas partes y a la vez a ninguna.
Pero fue exactamente eso lo que a él le llamó más la atención.
Caminando en sentido contrario venía él; ni siquiera se acordaba de por qué había ido a ese parque, quizá para despejarse o para mandar por un momento todas las presiones del trabajo a la mierda. Se concentró en respirar para tomar fuerzas y al día siguiente continuar con sus deberes.
Su mente divagaba entre demandas y juzgados, esa era la razón que le hacía cuestionarse el por qué estaba ahí, si ni siquiera podía olvidarse o librarse por un momento de su carga; pero fue cuando la vio, mientras alzaba la vista al cielo y, con cansancio y desesperación, se revolvió el cabello indomable. Sus piernas dejaron de responder y sus pies se clavaron al suelo cuando el rostro de la chica se elevó repentinamente.
El sol, que luchaba por escaparse de entre las nubes y refulgir en todo su esplendor, había ganado la batalla; ella alzó el rostro para sonreírle y llenarse con su calor, para que sus rayos le traspasaran la pálida piel y calentaran su alma. Pero ese instante tenía otro fin. Sus ojos, profundamente chocolates, se conectaron con unos infinitamente puros, dos esmeraldas que al entrar en contacto con el sol se veteaban de un brillo espectacular e hipnotizante.
No pudo evitar sonreír, ni ella ni él.
En ese momento, Edward supo que su corazón le pertenecía a esa linda chica de cabellos castaños, ojos alegres y soñadores.
En ese momento, Bella creyó tener la respuesta a lo que por tanto tiempo había pedido: el amor de su vida.
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No sabe en qué momento su vida pasó de ser sumamente dichosa a un completo desastre. ¿En qué momento dejó de amarlo, o por lo menos sentir algún tipo de cariño hacia él?
Los gritos, las discusiones estaban a la orden del día, deseaba enormemente arreglar las cosas, Edward optaba por no contestarle, pero eso hacía que ella se enfureciera más.
Su amor, intacto, sus ilusiones de una vejez juntos, intactas, pero al parecer en ella no…
Se sienta en el último escalón y lee por millonésima vez la carta que le dejó sobre la mesa, ese trozo de papel tan gastado con el tiempo, el único aviso de su parte, lo único que encontró al regresar del trabajo con un ramo de las flores que ella tanto amaba; pero la soledad que silbaba por cada rincón lo recibió con los brazos abiertos, clavándole un puñal por cada parte de su piel.
&…&
Edward
No sé cómo empezar una carta de este tipo, pero quizá decir que soy una cobarde es un inicio adecuado, porque no me siento capaz de darte la cara. Tantas veces intenté decírtelo pero las palabras se atoraban, se atragantaban y cada día que pasaba parecían ahogarme.
Así que esta es la única forma que encontré.
No quiero herirte más, no quiero que nos dañemos mutuamente, es por eso que tomé la decisión de irme, de alejarme y brindarte la posibilidad de que encuentres a una mujer que te haga verdaderamente feliz, que sea digna de tu amor. Claramente yo no lo fui. Y perdóname por hacerte esto, y de esta manera.
No sé si voy a morir sola, con mis ilusiones estancadas en el limbo y mis sueños llevármelos a la tumba, pero quizá cuando esté dando mi último suspiro, espero de todo corazón no dame cuenta que eras el indicado, arrepentirme por no haber apreciado tu compañía desinteresada, y la vida que planeaste para mí, en la que tal vez hubiera sido completamente feliz… nunca me ofreciste certezas, pero si posibilidades, una posibilidad gigante de felicidad.
Espero que cuando te vea con la persona indicada no me arrepienta a último minuto y envidie su vida. Pero seré dichosa sabiendo que fuiste feliz en la realidad y no viviendo en una soledad eterna, acompañada de una fantasía sin fundamentos
Te quiero, pero no de la forma que tú y yo siempre quisimos.
Espero poder encontrarte algún día y sentarnos a beber un café, como buenos amigos, y recordar alegremente los momentos que vivimos, que tú me cuentes lo feliz que eres con el verdadero amor de tu vida.
Hasta siempre.
Bella
&…&
Edward arruga fuertemente, en un puño, ese trozo de papel, arrugando de pazo a su maltrecho corazón.
Quiere odiar a la mujer que se la escribió, a la mujer que lo abandonó, quiere odiarla pero no puede. Lo único que es capaz de hacer en ese momento es llorar como un niño pequeño, abrazando sus piernas en el acto, para lograr de alguna forma aplacar el inmenso dolor en su pecho mientras siente que en su corazón se arraiga aún más amor.
Quiere buscarla, correr y obligarla a regresar a su lado, respirar de ella, decirle que va a encontrar la forma de arreglar las cosas, que está confundida; quiere recordarle todo lo que vivieron juntos, cosa por cosa, momento por momento; quiere prometer amarla aún más, si es que eso es posible, para que en su corazón se despierte ese sentimiento que él quiere, y que juntos lo van a compartir por siempre. Pero simplemente no puede, no se siente capaz de forzarla.
Quiere decirle que desea tomarse esa taza de café y que ella le cuente que es dichosa, ver ese brillo mágico en sus ojos cada vez que sonríe; rozar su suave rostro, contornear ese pequeño hoyuelo que se le forma en la mejilla izquierda mientras él le cuenta que también es feliz por verla feliz, y que nunca la pudo olvidar; pero con eso no pretende que ella se sienta mal, no, con eso quiere hacerle saber que siempre es y será su vida.
Pero se guarda todo eso para sí, no cree sentirse capaz de acercarse lo suficiente y no estrecharla entre sus brazos, quiere dejarla que siga su camino, quiere dejarla y ver como sonríe desde la distancia, con la firme esperanza de que alguna vez sus caminos se vuelvan a cruzar.
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Edward entra rápidamente a su oficina y se encuentra con que una mujer lo está buscando desesperadamente.
—Sí, soy yo. ¿A quién busca? ¿Qué necesita? —dice tras de ella, haciéndole señas a su secretaria para que no se preocupe, él mismo se encargará de la situación.
Se sorprende enormemente cuando la mujer se voltea y se encuentra frente a frente con él, es sumamente hermosa, sus ojos le recuerdan tanto a…, pero aun así no son los mismos, aunque no puede creer mucho en su memoria, hace mucho tiempo que se obligó a dejar de pensar en ese brillo, en ese color… Los ojos de la mujer que está parada frente a él están anegados en lágrimas, todo su rostro está inundado por un profundo dolor, su cuerpo tembloroso delata que además esta con miedo.
Le sonríe, como un acto no solo cortes, le sonríe porque la mujer parece tan delicada y desea hacerle saber que él no le hará daño, quiere infundirle un poco de seguridad. Ella lo hace de regreso, pero es una sonrisa forzada y triste.
—Necesito de sus servicios como abogado. —No puede negarse a las palabras suplicantes con que la mujer se lo pide, y la hace pasar inmediatamente a su oficina, donde, después de quedarse solos, la mujer se echa a llorar con más fuerza.
María, su nueva cliente, apenas Edward le permite sentarse y le ofrece su pañuelo, le empieza a contar su historia, entre sollozos le relata los días de maltrato que su marido le ha hecho vivir desde hace dos años. Edward se muestra indignado, no sabe cómo esa mujer tan frágil aguantó tanto, incluso siente rabia porque no se mostró con el coraje suficiente de denunciarlo, pero después ella le explica que el hombre la amenazó con matarla. Pero ahora, para ella eso ya no tiene sentido, en una de sus palizas logró que su primer hijo muriera con solo cuatro semanas de gestación.
Edward no se puede explicar cómo María dejó que las cosas llegaran hasta estos extremos, pero el miedo en sus ojos hace que la entienda. Da vuelta a su escritorio y, mandando al demonio cualquier reglamento de ética profesional, se acuclilla a su altura y la abraza.
Algo en ese abrazo desata millones de cosas, él siente esa imperiosa necesidad de protegerla, de salvarla. Y es en ese momento en que Edward se propone cuidarla, siempre y a como dé lugar. Ella, por su parte, siente ese confort y abrigo, además de la inminente electricidad que los recorre a los dos, esa sensación primípara que le da la seguridad de todo va a estar bien, que su hijo no nacido la protege y le ha enviado desde el cielo a un ángel para salvaguardarla.
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Bella sabe que alejarse de la vida de Edward fue una buena decisión, no solo por ella, sino también por él; pero a veces se pregunta, ¿Cómo sería su vida si aún estuviera ligada a sus besos, a sus caricias, a la forma en como sus ojos la atrapaban?
Ya no lo ama, es cierto y, en realidad, no sabe qué sentimientos tiene sembrados en su pecho hacia él: cariño, agradecimiento, estima… no está segura, pero al haber sido el primero en fijase en ella, más allá de un simple físico, le lleva a montones de interrogantes, entre ellos el más importante… ¿será que fue él el hombre que tanto esperó y dejó ir por ciega, añorando la perfección, añorando algo más allá de lo real?
Pasaron dos años de aquello, y solía verlo rara vez, desde lejos, sus ojos se cruzaban, se brindaban un simple asentimiento de cabeza, una sonrisa, o un "hola" con los labios, pero, nada más, ninguno tenía el suficiente coraje de acercarse. Hasta que llegó un día en el que ni siquiera la miraba, era como si no existiera; y por otra parte, ella intentaba hacerlo de la misma manera, convirtiéndose tan de repente en dos completos extraños.
La decisión que llevó a Bella a tomar otro camino la expresó, aunque de una manera poco ortodoxa, cruel y cobarde, pero así lo sintió en ese momento y aún lo hace.
Bella se sentía extraña, y lo que más la frenaba era que, las raras veces que se lo cruzaba, esa extraña sensación de percibir aún en sus ojos ese profundo sentimiento que siempre le demostró, ese brillo que le decía que sí la sentía, que sabía que ella estaba cerca… Estaba claro que no podía acercarse y decirle que quería que fueran amigos, porque esa maldita forma de ignorarla la estaba matando, pero no, eso no podía hacerlo, porque lo lastimaría y de paso a sí misma. Sabe que él aún siente algo, y guarda en su pecho ese amor que le profesó en palabras después de tanto tiempo haberlo visto en sus ojos… aunque la ignore, lo sabe, pero siente que ahora la sigue ignorando porque ella también lo hace con él.
¿O esa es su reacción de supervivencia, y de no sentirse aún más herido de lo que está, de alejase del lugar donde sabe no le corresponden?
Sabe que no lo merece; para Bella, Edward merece a alguien mucho mejor, alguien que sepa mirar en el brillo de sus ojos, alguien que no posea un espíritu egoísta como el suyo, alguien que sepa amar.
Siempre, o en los últimos años, desde que se apasionó por la lectura de novelas de romance, se ha idealizado que el amor de su vida es como en los libros. Sabe que el hombre perfecto no existe, por lo menos eso ha ido entendiéndolo ahora, ni siquiera cree que Dios sea perfecto, pero sueña con el hombre que a pesar de sus errores la ame y ella lo ame, y cada vez que lo vea sienta ese nudo en el estómago, que cuando una sonrisa cubra a sus labios se desate en su pecho millones de sensaciones burbujeantes, que desde su estómago la haga volar y perderse en una infinita gama de colores celestiales, todo eso con solo una sonrisa… sabe que puede parecer ilusa, y cree firmemente en eso, ES UNA ILUSA… ¿Pero qué sería de ella sin un espejismo que le motive a seguir y a creer que ese sueño se vuelva realidad? ¿Sin la creencia de que ahora se siente sola, pero que va a llegar su caballero andante y va a borrar todo rastro de soledad, no solo de su presente y su futuro, sino también del pasado, haciéndola olvidar hasta de su propio nombre, convirtiéndose en su centro universal?
Bella sale de casa como todos los días a su trabajo, se toma rápidamente un poco de café y engulle afanosamente un paquete de galletas integrales, no le da tiempo para más, pero en ese momento no pude dejar de recordar el tiempo antaño, cuando vivía con Edward, él nunca le hubiera permitido salir de casa con tan poco en su estómago.
—Bella, amor, no quiero que tus defensas se bajen, me muero si te pasa algo, cómete todo el desayuno que te preparé. —Eso le habría dicho él, y casi pudo escucharlo, casi.
No pudo evitar sonreír.
No sabe si fue por eso o por ella misma, pero de la puerta se regresa y toma una barra de cereal y un paquete de galletas más, para comer en el camino. Enciende su carro y conduce por la ajetreada ciudad para llegar puntualmente a abrir la preciosa librería que inauguró hace año y medio. Abre las dos puertas y, como cada mañana, respira profundamente desde la entrada, absorbiendo el delicioso aroma que le brindan las hojas impresas de cada libro que hay en los estantes.
La mañana pasa sin mayores incidentes, varias personas han entrado, jóvenes, adultos, y las ventas han ido de maravilla, no cabe duda que el lugar ha alcanzado gran fama por tener ejemplares que no se encuentran fácilmente, y eso la hace aún más feliz.
Se anima a dar una vuelta por los pasillos, ordenando, limpiando, hasta que sus ojos recaen sobe un libro que está en ese mismo lugar desde que abrió la librería, el primero que adquirió. Otelo. Tiene su propia copia, que carga siempre en su bolso, copia tan gastada que incluso algunas hojas se han salido de la encuadernación. No sabe el por qué lo lee con tanta frecuencia. En realidad nunca ha entendido a Shakespeare, es tan trágico y complicado. Bueno, si sabe por qué, a pesar de no gustarle, lo anda a traer y lo lee innumerables veces, aunque siempre llegue a la misma opinión, pero ese es el libro favorito Edward y curiosamente no lo puede abandonar.
Pero esa copia en nada se asemeja a la que tiene a la venta, la que está en ese estante es una edición especial en español, publicado en el 2003 por EBA, una de las pocas que salieron a la venta, y por lo tanto tiene un valor muy elevado, a eso le atribuye que aún no se haya vendido.
Lo vuelve a dejar en su lugar después de pasar su mano por la cubierta, recordando las inmensas discusiones que tuvo con Edward, porque no entendía cómo podía parecerle tan espectacular si en realidad Shakespeare siempre mata a sus personajes, y Otelo es una muestra más. Además, le confunde que Otelo no confíe en Desdémona siendo su amor supuestamente tan grande, pero no tuvo el espíritu de darle lo mínimo que se requería, confianza.
Suspiró y sonrió, obligándose inmediatamente a dejar de pensarlo. Últimamente lo hacía muy a menudo, y eso la inquietaba, solo que no quería aceptar cuanta importancia le ponía al asunto.
El día siguió transcurriendo, y grande fue su sorpresa al ver a una mujer colocar el libro frente a ella, dispuesta a llevárselo. Tanto tiempo estando ahí y nadie había reparado en él, y ahora alguien se lo llevaba, justamente cuando, dándose cuenta de que era 19 de julio, decidió mandarle al día siguiente el ejemplar a Edward, como regalo de cumpleaños.
―¿Señorita, tiene bolsas de papel regalo para empacar este libro? ―Suspiró y, con una sonrisa, enfrentó a la dulce chica que desbordaba alegría, iluminada en su halo de embarazada.
―Claro, ahora mismo se lo envuelvo ―dijo cordialmente. La chica sonrió aún más y sus ojos brillaron.
―Mañana es el cumpleaños de mi esposo, y ese es su libro favorito. Llevo buscando ese ejemplar por mucho tiempo.
―¿En serio? Pues ese ejemplar lleva aquí bastante tiempo, desde que abrí la librería hace ya año y medio, y tiene mucha suerte, pues precisamente hoy lo iba a quitar de la venta, pensaba regalarlo a alguien especial que también cumple años mañana. ―A Bella se le oprimió el corazón en el mismo instante en que terminó de decir esas palabras.
―Ay, qué casualidad ―dijo la mujer con su sonrisa inmutable mientras acariciaba su vientre, y dejando que Bella hiciera su trabajo se volteó para ojear la sección de revistas.
Bella no creía en las casualidades, y eso es lo que más le dolió. No es que haya tenido noticias de él hace bastante tiempo, pero de los amigos que tenían en común había logrado saber que estaba en una relación, pero de eso hace mucho. Su alma se vino al piso cuando al alzar la vista lo vio, estaba aún más hermoso de cómo lo recordaba. Su caminar grácil, su cabello desordenado, su sonrisa… ese gesto que ahora no iba dirigido a ella.
María estaba tan concentrada leyendo una revista para madres primerizas que no vio llegar a Edward, quien apenas entró no tardó en reconocerla, y sonrió. Sigilosamente se puso tras ella y la envolvió con suavidad, colocando sus grandes y protectoras manos de manera cariñosa sobre su vientre.
―Hola, hermosa ―le saludó con un susurro al oído. María se sobresaltó un poco, pero cuando fue consciente de quién era el que le hablaba, sonrió. Lo había extrañado tanto, no es que no se hayan visto a la hora del almuerzo, pero el tiempo que pasaba lejos de él se le hacía eterno.
Se volteó entre sus brazos y envolvió los suyos en el cuello de Edward, quien de un movimiento delicado la levantó un poco y la hizo girar en el aire, arrancándole de los labios varias risitas, sonido del que Edward se había enamorado.
Cuando la dejó en el piso unió sus labios a los de ella, besándola tan amorosamente que el gesto desmoronó completamente a su única espectadora.
Bella, sin darse, cuenta empezó a derramar lágrimas de dolor, de desolación, de tantos sentimientos que se resumían en pérdida. Nunca creyó sentirse tan rota.
Hace algunos meses lo soñó, quizá, en un primer momento creyó que su subconsciente estaba recordándole algo, torturándola por su decisión de hace algún tiempo, recalcándole que dejarlo fue una pésima idea. El sueño fue tan vivido, le dolió enormemente cuando descubrió que de sus magníficos ojos brotaban gruesas lágrimas, y el hecho de verlo en ese estado, de ver la tristeza, la destruyó.
Ella no pudo evitar acercarse para consolarlo. Mientras acariciaba su rostro vio como él se apegaba a su tacto, tomándola como un salvavidas. Hizo pequeños círculos con los dedos sobre su mejilla y lo escuchó exhalar un suspiro tembloroso.
—¿Por qué lloras? —le preguntó. Su respuesta se encuentra difusa en los confines de su memoria, pero claramente recuerda que después de eso ella le dijo que todo iba a estar muy bien. Se acercó y lo besó castamente, un solo rose, no sabe por qué lo hizo, pero sabe que en ese tacto, en su sueño, no sintió nada, ningún cosquillo, ni cuando lo abrazó sintió alguna corriente que le atravesaba hasta la más pequeña parte de sus terminaciones.
Fue entonces cuando se despertó y de alguna manera la hizo feliz, porque ese sueño lo descifró finalmente como el aviso y la aceptación inminente de su subconsciente a que fue una buena decisión dejarlo, dejarlo libre para que tomara un nuevo camino, sin ella. Pero al mismo tiempo la tristeza la invadió por haber visto el sufrimiento reflejado en sus ojos, eso era lo que menos quería, quería con enorme ahínco que se olvidara de ella y fuera feliz.
¿Pero ahora qué cambió? ¿Por qué esa punzada en el corazón al verlo besando a otra? ¿Ese tremendo desgarre al verlo tan feliz con alguien que no es ella? Esas preguntas empezaron inmediatamente a atormentarla mientras seguía plantada en su sitio, contemplando con enorme masoquismo lo que las cortinas de llanto le permitían vislumbrar.
―Te extrañé ―murmuró María. Edward le sonrió y la besó una vez más.
―Yo también.
―Oye, tienes que cerrar los ojos hasta que vaya y pague algo que compré. ―Edward elevó una ceja y la miró confundido.
―Que me escondes, pequeña bribona.
―No te diré, es una sorpresa. Cierra los ojos. ―Edward suspiró rendido e hizo lo que le pidió―. Buen niño. ―María lo besó rápidamente
Bella a esas alturas había podido detener el llanto, limpió su rostro lo mejor que pudo y sonrió forzadamente mientras veía como la chica halaba a Edward hasta donde ella se encontraba. Bella le tendió la factura sin decir palabra y María emocionada sacó gustosa el dinero de su cartera para cancelar.
―Muchas gracias, señorita.
―Que tenga un buen día ―medio susurró tratando de evitar la mirada alegre de la que ahora era la dueña del corazón de Edward.
Como un auto reflejo, como instinto primario de respuesta al estímulo de su voz, Edward abrió los ojos y se encontró de frente con la mujer que por tanto tiempo amó.
Pasaron interminables segundos en los que sus ojos se quedaron fijos en los del otro.
Edward le brindó una sonrisa y un asentimiento de cabeza como saludo y despedida a Isabella, ella hizo lo mismo, lo mejor que pudo, pues María guardó apresuradamente el regalo en su bolso, inocente de las miradas entre su marido y la dependienta de la librería, tomó a Edward de la mano y lo arrastró fuera del local, impaciente por llegar a casa.
Edward no pudo concentrarse de ahí en más, su esposa parloteaba y le contaba sobre todo lo que había hecho en el día, mientras él estaba inmerso en sus pensamientos…, en Bella. Verla le produjo un sentimiento extraño en el pecho, todos los recuerdos se arremolinaron y acudieron como un torbellino.
―¿Edward, me escuchaste? ―María le llamó la atención cuando se detuvieron en un semáforo, Edward miraba hacia afuera, casi sin parpadear.
―Mmm. No, discúlpame, estaba desconcentrado.
―Cariño, ¿estás bien?
―Sí, no me hagas caso. ¿Qué dijiste? ―Le acarició dulcemente el rostro y besó delicadamente sus labios, ella sonrió.
―Bueno, te decía que mañana quiero ir donde mi madre, me invitó a pasar el día con ella y con papá. ¿Te parece bien?
―Claro, amor. Mañana te llevo tempranito.
―No, no te apures, me voy en taxi.
―¿Segura?
―Sí.
María sonrió y saltó interiormente, sus planes estaban saliendo como quería.
El resto del día, y de la mañana del día siguiente, pasaron sin inconvenientes, solo con la novedad de que Edward no podía dejar de pensar en Bella, pero se lo atribuyó inmediatamente a la sorpresa, hace tanto que no la veía y que no sabía absolutamente nada de ella. Ahora se arrepentía por no haberla saludado como se debía, quizá un abrazo y haberla invitado a un café, presentarle a María, preguntar por ella. Realmente quería que le contara que es feliz, pero en ese momento solo puedo sonreírle por el recuerdo de los bonitos momentos que pasaron juntos.
En la tarde María lo llamó al celular, pidiendo que fuera por ella, que se sentía un poco indispuesta y no quería regresar a casa sola; Edward, preocupado, se apresuró a manejar hasta la casa de sus suegros donde encontró la puerta abierta y, al entrar, se encontró con la enorme sorpresa de una fiesta, donde todos o la mayoría de sus amigos estaban.
A coro empezaron a cantarle el feliz cumpleaños mientras veía como María, con un enorme pastel entre sus pequeñas manos, se abría paso entre la multitud para acercarse a él. La sonrisa de su mujer era increíble y a Edward le pareció infinitamente más hermosa, con la tenue luz de las velas iluminando su dulce rostro.
Llegó el momento de soplar las velas y pedir su correspondiente deseo, pero ¿qué podía pedir, algo de lo que no tuviera ya? María había llegado a su vida y ahora venía en camino una felicidad aún más inmensa. Sonrió y apagó la llama sin ningún deseo en su mente, solo con el agradecimiento por tener tanta dicha.
María lo abrazó y lo besó antes de correr e ir por el regalo que le tenía. Edward sonrió ante la efusividad de ella. Cuando le entregó el paquete y lo abrió no pudo dejar de recordar nuevamente a Bella.
Hasta aquí llego, por hoy. ¿Qué les ha parecido? Llevo escribiendo esta historia desde hace bastante tiempo ya, no la he terminado, pero no me falta mucho para hacerlo, decidí dividirla para no hacer extensa la lectura, y por supuesto, la publicación :P estaba ansiosa por publicarla.
Ojalá les haya gustado, espero con ansias sus comentarios.
Pronto la próxima y última parte :D
Gracias por leer.
Beijos
Merce
