Título: ARIADNA.
Por: Ariadna.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Extraño?
Sí…
¿Fantástico?
Por supuesto.
¿Increíble?
Si no lo hubiese vivido yo misma…
Ciertamente lo que me pasó no es algo que pueda catalogarse de 'normal', a pesar de que la gente que ahora vive a mí alrededor lo considera así.
Pero empezaré desde el principio…
Parte 1: DE CÓMO EMPEZÓ TODO ESTO.
Un día como cualquier otro (aunque no fue así, sino, no estaría contándoles esto), llegué a mi casa y, sin siquiera quitarme mi bolso de la espalda, me desparramé encima de mi cama y encendí el televisor para practicar el instructivo deporte de cambiar de canal sin detenerme, una manía que heredé de mi padre. Era de los últimos días de clases y ya no hallaba nada que hacer.
-¡Estoy aburriiida! – exclamé. – no sé que hacer, estoy tan aburrida que hasta hablo sola. Daría lo que fuera porque me pasara algo interesante, ¡qué vida tan fome!
¡Cuánto agradezco haber dicho esas palabras en esos momentos!
Luego de ver un poco de TV, me vino el sueño y caí profundamente dormida. Para cuando desperté sentí la sensación de haber dormido un día completo, cosa que probablemente pasó, porque cuando me levanté y abrí los ojos, me di cuenta de que no estaba en mi cama, ni en mi habitación, ¡ni siquiera estaba en mi casa!.
Miré a mí alrededor, estupefacta.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!!! – grité (obvio, ¿no?) aterrorizada.
¿Dónde estaba? ¿Cómo llegué aquí?. Empecé a respirar agitadamente, nerviosa, asustada, tratando de pensar con claridad para dar con una explicación lógica de lo que estaba pasando, sin tener mucha suerte, por lo menos al principio.
Conté hasta 100 o más, creo, y logré entrar en razón, por así decirlo.
-Cálmate Nysa, tranquila, solo estás teniendo un mal sueño, nada de esto es real, pronto despertarás y te encontrarás en tu habitación, con el televisor encendido y tu madre te retará por solo dedicarte a flojear y no hacer nada, y a ti se te olvidará lo que soñaste y todo volverá a la normalidad. – me dije a mi misma.
Lo cierto es que exageré un poco, no era tan mal sueño. El lugar donde me encontraba era hermoso, ES hermoso. Un espeso y frondoso bosque en donde los rayos del sol entraban como largos haces de luz. La mañana recién empezaba. El bosque estaba constituido principalmente por olivos, el árbol de la aceituna, y parecían estar en época de primavera, por lo que me acerqué y arranqué una aceituna del árbol más cercano y me la eché a la boca…
-Puaj.
Se me había olvidado que odio la aceituna. Bueno, no es que la odie, es que no me gusta su sabor, eso es todo, pero que con ese ambiente se me había olvidado -_-U
En el mismo bosque había un hermoso río, me acerqué a él y bebí un poco de agua. No me había dado cuenta cuan sedienta estaba hasta entonces…
Quedé maravillada con el lugar, tanto que se me olvidó momentáneamente cómo había aparecido ahí.
-Es hermoso…
-Ciertamente lo es, hago que se encarguen de él las ninfas del bosque durante el invierno para que no pierda nunca su encanto.
Giré hacia donde provenía esa melodiosa voz y vi a la mujer más bella que jamás haya visto en mi vida (sin pensar mal, ¿eh?). Poseía una larga cabellera rubia que llevaba suelta sobre sus hombros y unos grandes y brillantes ojos azul-celeste; Traía puesto tan solo una túnica blanca encima, que cubría muy pobremente su esbelto cuerpo; Y tenía además un extraño 'algo' que la rodeaba, un aura…
Quedé media embobada al verla, pero, por alguna razón, ella me era familiar…
-Disculpe…¿fue usted la que me trajo aquí, señora? – le pregunté. Inconscientemente había relacionado una cosa con la otra.
-Sí. Solo tuve que despertar tu cosmos…
-¿Cosmos?
-Tú siempre me estuviste muy agradecida, así que supuse que no te importaría brindarme tu ayuda ahora que la solicito, mi querida Ariadna.
¿Ariadna? Ese nombre…al escucharlo tuve algo así como un flash back, una escena vino a mi mente, me vi a mi misma vestida de novia, con una extraña corona en mi cabeza, junto a un hombre…no, no era un hombre cualquiera………volví a la realidad (bueno, por así decirlo).
-Lo siento señora, pero creo que se equivocó de persona, mi nombre es Nysa, no Ariadna.
-Tu nombre es Ariadna, siempre a sido Ariadna, es sólo que no lo recuerdas.
Me quedé callada, no sabía qué decir, no entendía nada de lo que me estaba pasando.
-No te preocupes, ya lo recordarás todo.
-Pero, ¿en qué puedo ayudarla yo? ¿Quién es usted, para empezar?
-Oh, verás, de seguro que mi nombre te sonará, soy Afrodita.
-¿La de la mitología? ¿La diosa de la belleza y el amor? – pregunté yo, sorprendida.
Ella sólo me sonrió, satisfecha con mi reacción.
-Hace tiempo ya, por lo menos para los mortales, mi hijo Eros tuvo un pequeño altercado con Artemis a causa de un lío amoroso entre él y las ninfas castas del séquito de ella, bueno, eran castas hasta ese entonces…
-¿Y qué pasó?
Ella se encogió de hombros.
-Decidí interceder por mi hijo y Artemis me retó a un combate. Todos los dioses de la tierra, cielo e infierno saben que yo no lucho ni tengo santos que me defiendan, por lo que me propuso que entrenara a unos cuantos y luego nos viéramos las caras en el campo de batalla.
-¿Y yo que tengo que ver?
-Como no tengo tanto tiempo, ni paciencia, no podía escoger recién nacidos y darles maestros para mis propósitos, como dictan las reglas. Creí conveniente convocar a aquellos mortales que en algún momento me estuvieron agradecidos, y llamarlos en sus reencarnaciones actuales. Pero aún así no tengo quien los entrene, y muchos de ellos nunca pelearon en su primera vida, como tú, o no están en forma ahora, por lo que necesito que te dirijas al santuario de Atenea y le entregues esta carta.
Ella hizo aparecer un pergamino sellado de la nada y este llegó como flotando a mis manos. Apenas lo toqué, la extraña mujer desapareció.
-Confío en ti, Ariadna…
No pude decir nada. Me había encomendado una misión y sentí que debía hacerlo, sentí como si le debiera algo a ella…
Luego, algo extraño volvió a ocurrir. Pestañeé, tan solo por un segundo, tal vez más… y me encontré en otro lugar. Ya no estaba ahí el bosque de olivos, ni el río. Estaba yo ahora frente a la entrada de un gran santuario, enorme, el Santuario de Atenea.
Quedé anonadada por un momento, pero sentí que esas extrañezas se volverían comunes desde ese instante, y me decidí a entrar.
Mientras más me acercaba a la entrada, más aumentaba mi nerviosismo. Sabía que si cruzaba esa puerta, mi vida no volvería a ser nunca la misma, y aún tenía la oportunidad de retroceder…pero no quise, algo me decía que todo sería mejor así. Así que seguí, pero justo cuando tenía un pie ya adentro, algo me golpeó, y caí al suelo, inconsciente…
-Hey, está despertando.
-¿Estás bien? – me preguntó una voz muy amigable.
Abrí los ojos lentamente, y lo primero que vi fueron unos ojos verdes que me miraban preocupados, luego me percaté de que había mucha gente más observándome. Me incorporé rápidamente y me sobé la nariz, que aún tenía adolorida. Miré detrás de mí y vi al causante de mi desmayo: una pelota de fútbol.
-¿Es que no hay ningún lugar en el mundo en donde no se juegue fútbol? – murmuré enfadada, recordando cierto amigo mío que conocí en Francia llamado Napoleon.
Alguien tosió, molesto.
Huy, me di cuenta de que la mayoría de las personas que me rodeaban tenían cara de pocos amigos.
-Perdón, fue mi culpa, el balón tomó una extraña curva y fue directo a la entrada. – se disculpó un hombre joven, de cabello castaño y piel morena.
Yo lo miré, algo enojada todavía.
-¿Quién eres tú, y que haces aquí, en el santuario? – interrumpió preguntando otro hombre, de cabellera rubia y ojos celestes, serio.
-Pues, mi nombre es Ar…Nysa y vengo a ver a Atenea.
-¿Para qué? – preguntó otro chico, de pelo laaargo negro.
-Este…vengo a traerle un mensaje, es importante.
-¿Qué dice ese mensaje?
-Es privado, solo debe leerlo Atenea. – creí conveniente no dar mucha información ni mostrar a otros el pergamino, no sabía cuáles eran las intenciones de la diosa Afrodita en esto, pero no quería problemas con ella.
Los ocho hombres que estaban ahí me miraron, interrogantes. De seguro no sabían qué hacer conmigo.
Hasta que el chico de los amigables ojos verdes intervino.
-Creo que podemos llevarte con Atenea.
-Pero Shun… - dijo alguien.
-¿Por qué no? El cosmos de esta chica no es muy grande ni negativo, no creo que sea capaz de hacerle daño a Saori. – fundamentó él.
Iba a preguntar quien era Saori, pero de pronto sentí una nueva presencia, cuyo cosmos era más imponente y tranquilo que el de los demás, me di cuenta de que en todo el Santuario habían muchos cosmos…momento, ¿cómo es que yo sé sobre el cosmos?
-Yo la llevaré frente a Atenea. – dijo la voz perteneciente a ese cosmos.
-¡Mu! – corearon los presentes al unísono.
Frente mío estaba un hombre bastante guapo, de cabello lila y ojos del mismo color, vestido con una armadura dorada, y tenía dos pequeñas marcas en la frente.
-¿Estás seguro? – le preguntó el de la laaarga cabellera.
El hombre asintió, y me miró directamente a los ojos, con lo que no pude evitar sonrojarme.
-Sígueme.
Yo no dije nada y obedecí. Llegamos hasta unas extensas escaleras que llevaban de casa en casa por cada una del Zodiaco. No pregunten cómo lo sabía, porque ni yo misma lo sé, es como si me hubiesen dotado de la información necesaria referente a cosmos y casas zodiacales.
Él se detuvo.
-No sé porque Atenea aceptó tu presencia, pero si fuera por mí, no pasarías de la primera casa. – dijo, bastante desconfiado.
Tocó mi hombro y sentí como su cosmos se expandió y se contrajo al mismo tiempo junto con el mío. Cerré los ojos, y para cuando los abrí de nuevo, ya habíamos pasado las doce casas.
-¿Cómo hiciste eso? – pregunté sorprendida, a pesar de que ya había vivido esa teletransportación dos veces antes.
-Yo no lo hice, fuiste tú, es uno de tus dotes personales.
No entendí que quiso decir con eso, pero no dije nada.
Mientras, él me indicó un gran templo que había delante de nosotros.
-Atenea te espera ahí. – dijo y caminó hacia el lugar.
Yo lo seguí.
Al entrar ya no se veía tan grande, era como una casa con muchas columnas y el techo bien alto. Y al final de la segunda habitación, había un trono, y en él, una mujer.
La mujer vestía un largo vestido blanco, sin adornos ni joyas. Su cabello era color morado y sus ojos igual. Era hermosa y desprendía un aura cálida, más cálida, tal vez, que la de Afrodita.
El hombre que me acompañaba se arrodilló ante ella, yo no supe hacer lo mismo, y la saludé a mi manera.
-Hola. – dije simplemente.
El hombre me miró con reproche, pero la mujer me sonrió.
-Hola. – me respondió y luego se dirigió a mi acompañante. – puedes retirarte, Mu.
-Pero… - iba a protestar, pero se resignó, me dio una última mirada de desconfianza y salió de la habitación.
-¿Tú eres Atenea? – pregunté al fin.
-Prefiero que me digas Saori, es mi nombre en esta reencarnación, Ariadna.
Otra vez ese nombre…
-Disculpe, pero mi nombre es Nysa, no Ariadna. – la corregí.
-Oh, tu nombre en esta reencarnación, que curioso… y ¿a qué has venido, Nysa?
-Pues…para serte sincera no lo tengo muy claro, pero la diosa Afrodita me pidió que te entregara esto. – dije, y saqué del bolsillo de mi chaqueta, donde lo tenía guardado, el pergamino divino. Éste, como por arte de magia, desapareció de mis manos y apareció en las de Atenea.
Ella lo abrió y lo leyó atentamente, cuando terminó de leerlo, volvió a cerrarlo y este se esfumó en el aire. Esto la sorprendió un poco.
-No tengo intenciones de entrometerme en esto, Afrodita, así que sólo aceptaré a un discípulo, a Ariadna aquí presente, como un favor a ti y a Dioniso, nada más. No deseo meterme en una batalla contra Artemis ahora. – dijo al aire, como si estuviera segura de que alguien más nos estaba escuchando. Luego ella se giró hacia mí y me miró con una sonrisa.
-Bien, Ari…Nysa, desde hoy eres un aprendiz de caballero, o más bien, de amazona.
-¡¿QUÉ?!
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
