Como sea, el fic lo empecé y... ahí se quedó. Después, lo terminé porque conozco a alguien muy RT que se merece un felices para siempre, para su ship. Esto es totalmente AU, basado en la peli animada de Disney, la Bella y la Bestia (mi favorita). Si me dicen que es cursi o cliché, les diré con toda seguridad que... esa era la intención!!
Son 4 capítulos, aquí tienen el primero.
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- La Rosa y El Lobo -
Hace mucho tiempo, en una tierra lejana cuyo nombre no se recuerda ya, existía un mercader de nombre Ted Tonks. Desafortunadamente había perdido gran parte de su prestigio y bien cuidada (aunque modesta) fortuna, cuando lo habían acusado de vender seda robada. La mercancía no era robada, por supuesto, pero a nadie le preocupó aclarar la situación y al poco tiempo, Ted Tonks se vio obligado a abandonar la villa en la que había pasado la mayor parte de su vida, todo en busca de nuevos y mejores horizontes.
Fue así como llegaron a un pueblo lejano, cuyo nombre... cuyo nombre la verdad tampoco se recuerda. Las hadas de los cuentos siempre han tenido mala memoria. Y la de éste más.
Ted Tonks era un hombre sencillo y de buenos sentimientos, noble de corazón; pero eso sí, medio loco en el buen sentido de la palabra. Aunque a veces a las personas les resultaba difícil encontrar ese buen sentido. Mercader de oficio, siempre le había resultado cosa fácil contarle historias a su hija, y se las narraba con la convicción de quien ha vivido tales aventuras, de manera que la gente siempre estaba diciendo que aquel hombre era un chiflado que ya no sabía distinguir entre fantasía y realidad. Su hija pensaba que los demás no podían estar más equivocados. Las historias de su padre fueron una fuente inagotable de diversión durante su infancia. La Sra. Tonks había muerto poco tiempo después de que dio a luz a su única hija, Nymphadora. La muchacha odiaba su nombre, porque sinceramente ¿quién no lo haría en su caso?. Es por ello que prefería ser llamada por su apellido, o cualquier otro diminutivo de su nombre, que no sonara lo suficientemente ridículo para igualar la ocurrencia (las hadas la tuvieran en su gloria) de su madre ya fallecida.
Así las cosas, Ted Tonks y su hija comenzaron una nueva vida en aquella villa llena de desconocidos. Su padre, como buen mercader, se encargaba de proveer a la comunidad de artículos de primera necesidad, por lo que constantemente se veía obligado a realizar largos viajes en busca de su mercancía.
Es un día durante la víspera del invierno, cuando Ted habla con su hija acerca de la necesidad de realizar uno de esos viajes. A Tonks le gustaba viajar, pues la monotonía de aquella pequeña villa en medio del bosque, era algo que ella consideraba como una forma de morir lentamente, un poco cada día. Y morir de aburrimiento, a su manera de ver, era vergonzoso. Sin embargo, su padre se negó cuando la muchacha hizo la propuesta de acompañarlo, argumentando que el invierno se acercaba y no sería un viaje agradable. Ella pensaba que sería un viaje emocionante. Aunque la idea de ir a un lugar que ya conocía, caminos que ya había recorrido, personas que ya había visto antes, y luego regresar... en fin, ahora también eso comenzaba a parecerle un tanto repetitivo. Sin embargo, no desistió, y cuando finalmente se dio cuenta de que su padre no daría marcha atrás a su decisión de no llevarla, resolvió entonces, quedarse en casa. Quizá un poco de soledad la inspiraría a componer algo de música. Y es que eso era algo que venía haciendo desde que era casi una niña. Cuando su padre tenía los medios necesarios, había contratado algunos profesores para que la instruyeran en diversos campos. Y la música era uno de sus favoritos. Encontraba armonía en ello, no monotonía, notas cambiantes y acordes que la iban llevando de la mano a lugares desconocidos. Sí. Definitivamente la música era una forma de viajar. Y cuando componía algo hacía lo que se le daba la gana... así que también era una forma de libertad.
El problema era que su padre había tenido que vender el piano cuando las cosas fueron de mal en peor... y eso la dejó con un enorme vacío, que la limitaba únicamente a poner en trozos de papel lo que ella hubiera querido escuchar. Aún así, imaginarse la melodía la reconfortaba, y albergaba la esperanza de que algún día tuviera suficiente dinero para adquirir un piano.
Su padre salió al día siguiente de que le hubo comunicado sus intenciones y ella lo despidió con una sonrisa y un beso en la mejilla, además de desearle buena suerte.
Cuando su padre apenas hubo desaparecido tras una de las colinas más altas, la persona que menos hubiera querido ver en ese momento (más bien en cualquier momento, pues ese tipo resultaba insoportable) hizo su aparición.
"Nymphadora, debe ser nuestro día de suerte. Mira que encontrarnos a esta hora de la mañana."
A duras penas, Tonks contuvo un gruñido de exasperación. Primero, por encontrarse con Gilbert Locke, segundo, por escuchar su nombre, y tercero... ¿necesitaba un tercero?. ¡Toparse con él ya era razón de sobra!. Y encima el tal Gilbert todavía pensaba que dar con él era señal de buena fortuna.
"Una sorpresa Gilbert. Ahora, si me disculpas..."
Y sin decir una palabra más, entró a su casa apresuradamente, sin siquiera dirigirle una mirada. Ser cortés con él era algo que había dejado de importarle desde mucho tiempo atrás.
Una vez que se hallaba en la reconfortante, aunque pequeña sala de su casa, observó por la ventana y esta vez no pudo contener el gruñido de exasperación al ver que Gilbert se acercaba a la puerta, caminando con toda la arrogancia de quien se cree lo suficientemente perfecto para que no se le niegue la entrada por ninguna razón.
Llamó a la puerta, diciendo:
"¿Nymphadora?. Aceptaré el chocolate caliente que seguramente me ofrecerás en cuanto abras la puerta."
Tonks se quedó observando la puerta. Locke inclinó la cabeza, observando su chaqueta, pareció notar algo en ella y la sacudió vigorosamente.
"Es una pena Gilbert... se me terminó el chocolate."
"Un poco de té nunca es malo."
Tonks frunció el ceño y luego se dirigió hacia la puerta, dispuesta a echarlo de ahí costara lo que costara. Abrió lo suficiente para observar el rostro de Gilbert. El hombre le dirigió una de esas sonrisas que hubieran hecho suspirar a toda la población femenina de la villa, pero que a ella le provocaban un intenso deseo de poner los ojos en blanco y darle un golpe en la nuca. Y un golpe muy fuerte.
Apenas estaba abriendo la boca para decirle que se retirara, cuando Gilbert empujó la puerta y entró con la espalda tan erguida como un pavorreal extendiendo cada una de las plumas de la cola.
"Está helado allá afuera." Le dijo a Tonks.
Si hubiera sido por ella, habría resultado divertido verlo congelarse.
Gilbert caminó hacia el sofá y se sentó, acomodando un brazo sobre el respaldo y observando a su alrededor, como si no encontrara la estancia lo suficientemente adecuada.
"¿Tu padre ha salido de viaje otra vez?" preguntó.
"Creo que es obvio." Respondió Tonks, manteniéndose de pie, con los brazos cruzados.
"Viaja demasiado, y es un hombre anciano. No está en condiciones de soportar semejante ajetreo."
"Mi padre es fuerte todavía."
"Debería dedicarse a otro tipo de actividades." Continuó Gilbert, como si no la hubiera escuchado. "O simplemente no hacer nada, me parece que sería lo mejor."
"¿Hacer nada?. A la larga eso es mucho peor que una vida llena de actividad."
"Hay un acilo en una villa cercana..."
"¡Un acilo!" exclamó Tonks, lo bastante indignada como para no decir otra cosa más.
Gilbert soltó una carcajada.
"Calma, calma Nymphadora... era sólo un comentario. ¿Tienes un poco de té caliente?."
"No." Respondió Tonks, cortante.
"Que pena."
Se puso de pie, sujetando las solapas de su chaqueta con ambas manos. Y la observó atentamente, recorriéndola de los pies a la cabeza como si fuera algún tipo de mercancía que estuviera examinando para comprar.
"Con todo respeto Nymphadora, tu madre debió ser una mujer hermosa." Se quedó en silencio, observándola directamente a los ojos y con una sonrisa a medias adornando sus labios.
"Con el respeto que te mereces, agradecería infinitamente que te retiraras, pues tengo cosas importantes que hacer."
"¿Cómo qué?"
"No considero que sean de tu incumbencia."
"¡Qué carácter!" le dijo Gilbert alzando un poco las manos, con gesto divertido. "Muy bien Nymphadora, me retiro. Hoy es día de cacería."
Tonks enarcó las cejas. Para él siempre era día de cacería.
"Nunca existe presa alguna que se me haya escapado." Le dijo el hombre; y mientras pasaba junto a ella le sostuvo brevemente la barbilla con el dedo índice y el pulgar, y antes de que ella pudiera reaccionar, Gilbert había abandonado ya el lugar.
Insoportable.
Esa era una palabra que lo describía perfectamente. También arrogante, vanidoso, estúpido... había muchos calificativos que le quedaban tan bien como la chaqueta que llevaba puesta. Y es que Tonks no era ciega. El tal Gilbert Locke era atractivo. Alto y corpulento, de piel blanca, cabello medio rizado y unos ojos azules que arrancaban suspiros cuando miraban durante demasiado tiempo. O al menos eso era lo que ella notaba con más de las tres cuartas partes de las mujeres en la villa. Y para que negarlo, cuando ella llegó a la villa se encontraba entre esas mujeres que lo miraban con la boca entreabierta y luego suspiraban en cuanto lo perdían de vista.
Pero Gilbert echaba a perder todo eso con la presunción de quien sabe lo que tiene, y lo explota al máximo por el simple móvil de la satisfacción personal. El colmo era que el hombre parecía vivir para tres cosas: cazar, sonreír a cuanta mujer hermosa se le pusiera enfrente, y ser irremediablemente insoportable.
Tonks negó con la cabeza y se dispuso a preparar un poco de chocolate.
o
Durante las dos semanas que calculaba duraría la ausencia de su padre, se dedicó a reacomodar los pocos muebles con los que contaban, a limpiar el establo en el que se albergaba el único caballo que poseían, e incluso a hacer algunas reparaciones en el tejado de la casa. Los habitantes de la villa se habían escandalizado al verla trepada en el techo de la casa, vestida con un pantalón viejo de su padre y una camisa de lana que le quedaba bastante grande. Se había tropezado con una de las tejas y gracias a todas las hadas mágicas existentes, no había caído rompiéndose la cabeza. Apenas si se pudo sostener de la chimenea. Luego, una muchachita llamada Lavender se había encargado de difundir el rumor del intento de suicidio de Nymphadora Tonks. Aunque ella pensaba que los habitantes en la villa siempre la observaban de manera extraña, a partir de aquel incidente las miradas que le dirigían eran de profunda preocupación, como si estuvieran observando a alguien víctima de una enfermedad incurable. Durante algunos días, la observaron con pena y le preguntaban a cada momento cómo se encontraba. Luego, cuando resultó que la Sra. Skeeter había visto a Lavender salir de un establo, sonrojada y seguida de un muchacho, el escándalo fue tal, que olvidaron inmediatamente el hecho de haber estado a punto de perder a la pobre hija del Señor Tonks.
Las tardes las dedicaba en su mayoría a escribir algunas partituras o a dar un paseo por el Bosque Encantado (porque es bien sabido que todos los cuentos de hadas tienen un bosque encantado). Pero Tonks no veía animalitos del bosque que le hablaran, pajarillos que se posaran en su hombro, o mariposas que volaran a su alrededor. Lo que sí vio una vez, fue una ardilla que echó a correr tan pronto como la vio. De aquellos recorridos regresaba con la ropa sucia e incluso la falda un poco desgarrada, a causa de sus constantes tropezones y una que otra caída. ¡Había ramas por todos lados!. Y las raíces de los árboles parecían ponerse a propósito en su camino. De manera que de sus paseos por el Bosque, ella no regresaba precisamente Encantada.
Además de todo eso, el invierno trajo consigo las primeras nevadas, y el caminar por el Bosque se hizo todavía más complicado, pues a las ramas y raíces había que agregarle la espesa capa de nieve que cubría el camino.
Sin muchas cosas diferentes que hacer, las dos semanas transcurrieron, y Tonks se encargó de preparar la habitación de su padre para que estuviera lo suficientemente confortable para él. Sin embargo, pasaron dos días y su padre no regresaba. Era un retraso razonable, por la nieve y el mal tiempo. El tercer día de retraso era algo que más o menos se esperaba, pero el cuarto era ya un tanto extraño y el quinto era preocupante.
Decidió pedir ayuda a los habitantes de la villa, pero se encontró con indiferencia y aquello la obligó a emprender ella sola la búsqueda de su padre.
Por la mañana salió caminando por la misma dirección que su padre había tomado. Se había provisto de alimento e iba bien abrigada, lo que ella consideraba suficiente incluso si una tormenta de nieve la sorprendía (aunque en realidad no sería sorpresa). Llevaba una daga que había encontrado en la habitación de su padre, y que se dijo, podía ser bastante útil si algún ladrón se atrevía a atacarla. Cuando empezó a anochecer se dio cuenta de que no llegaría demasiado lejos. El cielo estaba gris, totalmente cubierto de nubes que no dejaban ver la luna llena. La tormenta se anunciaba. Encontró un enorme árbol, en cuya base había un agujero lo suficientemente grande para refugiarse en él. Así que se introdujo ahí y se acurrucó tanto como pudo, temblando de frío y rogando que la tormenta no fuera demasiado fuerte. Un viento helado empezó a soplar y a colarse en su "refugio", golpeándole la cara sin piedad y alborotándole el cabello.
"Genial." Pensó Tonks. "Me van a encontrar dentro de un cubo de hielo mañana por la mañana. Quizá ni siquiera me encuentren." Pensó con amargura.
Se cubrió con la capa e intentó dejar de temblar, pero era imposible. Sentía el frío colándose por todos lados, como si llevara un simple camisón de seda cubriéndole el cuerpo entero. La tormenta arreció y al cabo de un rato era imposible ver más allá de unos metros de distancia. Sentía los pies helados y las manos igual. Y estaba comenzando a quedarse dormida, pero luchó para no hacerlo, porque sabía que si se rendía al cansancio era muy posible que ya no despertara. Tenía que mantenerse despierta y de ser posible en movimiento. Pero el frío era tanto que no sabía si era peor quedarse inmóvil resistiendo, o moverse de su posición cuando sentía el cuerpo totalmente entumido. Empezó a sentir el cuerpo como aletargado. Se movió un poco para cambiar de posición, pero parecía que los músculos se le habían petrificado y todo lo que consiguió fue moverse lo que le parecieron centímetros. Había que resistir un poco... sólo un poco más. Al abrir los ojos, distinguió a muy poca distancia la silueta de un animal acercándose lentamente. Para ser una ardilla era demasiado grande, tampoco era un castor... ¿un ciervo?. Las patas eran más cortas. Y estaba como agazapado. Tonks cerró los ojos e intentó quedarse dormida. Así no se daría cuenta cuando aquel lobo hambriento la atacara.
o
Despertó entre sábanas de seda y mullidos almohadones rellenos de plumas de ganso. La calidez era indescriptible. Quería hacerse un ovillo y quedarse así para siempre. ¿Para siempre?.
Abrió los ojos y el corazón le dio un salto al encontrarse en una habitación del tamaño de su casa. El enorme ventanal daba al exterior y Tonks pudo observar lo que, de haber estado en mejores condiciones, podría haberse llamado un jardín en cuyo centro descansaba una fuente tan grande como ella no las había visto nunca. Todo estaba cubierto de nieve y a juzgar por las apariencias, totalmente solitario. Se puso de pie y caminó alrededor de la habitación, aunque los pies se le enredaron en la sábana que había utilizado para cubrirse un poco del frío. Hasta entonces reparó en que llevaba puesto un camisón de seda y se preguntó de dónde había salido eso.
En uno de los extremos de la habitación se encontraba un ropero más alto que ella y pintado de blanco con algunas incrustaciones de plata. Se acercó para investigar si la ropa que llevaba estaría ahí. Abrió la puerta, y entonces...
"¡Mademoiselle ha despegtado!"
"¡Aaaah!" gritó Tonks.
Caminó de espaldas, aterrorizada ante semejante acontecimiento. ¡El ropero le estaba hablando¡y con acento francés!. Y entonces tropezó (no supo muy bien con que) y se fue de espaldas, cayendo estrepitosamente.
"¡Cuidado!" exclamó el ropero. Era voz de mujer sin duda. "Mademoiselle, debe teneg más cuidado."
"¿Qué?" preguntó Tonks, desde el suelo, aferrando la sábana y envolviéndose en ella como si con eso consiguiera despertar. Porque sin duda estaba soñando. Los roperos no hablaban. ¿Todas las historias que le había contado su padre la habían afectado de esa manera?.
"Mi nombge es Fleur Delacour."
Tonks cerró los ojos. "Despierta despierta despierta despierta". Luego los volvió a abrir, pero se encontró con el mismo panorama.
"Sé que debe pageceg extgaño paga usted, pego le asegugo que no está soñando. Pegmítame dagle la bienvenida." Continuó el ropero y luego hizo algo muy parecido a una reverencia. Tonks escuchó un crujido cuando el ropero se curvó.
La muchacha estaba con la boca abierta observando lo que tenía enfrente sin siquiera parpadear.
"Mi amo la trajo ayeg pog la noche¡venía usted congelada!. Afogtunadamente no ega demasiado tagde y veo que se ha gecupegado satisfactogiamente."
Tonks seguía con la boca abierta, sin embargo, comenzaba a aceptar la situación por muy increíble que le pareciera.
"Yo... mi nombre es Nymphadora Tonks. Estaba... buscando a mi padre y... luego..."
Tonks no sabía exactamente como actuar ante aquella situación. ¡Darle explicaciones a un ropero!.
"Entiendo, entiendo. No se preocupe, no es necesagio que me de explicaciones a mi. Puedo decigle que su padre está a salvo."
"¿Lo ha visto?"
"¡Clago!. Ha pasado dos días en el castillo y está ansioso pog veg a su hija."
Tonks se puso de pie y caminó un poco tambaleante hasta la cama. En ese momento, la puerta se abrió ruidosamente y se escuchó un alboroto general.
"¡Debe descansar!"
"¡Necesito verla!"
"No es el momento indicado."
"¡Me importa un cuerno!"
Tonks no pudo evitar sonreír. Su padre estaba ahí de pie, tan sano y fuerte como ella lo recordaba, y en cuanto la vio, le dirigió una sonrisa enorme y extendió los brazos en señal de bienvenida.
"¡Papá!"
Tonks corrió a sus brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas.
"¡Tuve tanto miedo hija!. Ayer... las condiciones en las que llegaste... y ese... el Señor Lupin... pensé que te había hecho daño."
Tonks se separó ligeramente de su abrazo y lo observó, negando ligeramente con la cabeza.
"¿El Señor Lupin?. Supongo que me salvó la vida."
Su padre la miró preocupado y sin decir nada más, volvió a abrazarla. Tonks sonrió, mientras observaba a la tetera y el reloj que iban detrás de su padre, los objetos asentían con satisfacción y los observaban con una mezcla de curiosidad y orgullo. ¡Se estaba volviendo loca!.
Se separó bruscamente de su padre.
"¿Qué es eso?" preguntó, señalando a los dos objetos a sus pies, que dieron un respingo cuando ella hizo tal pregunta.
"El Señor y la Señora Weasley." Le dijo su padre, como si fuera lo más normal del mundo que dos cosas tuvieran nombre propio.
Tonks no sabía si maravillarse u horrorizarse. Cerró los ojos y se dijo que si había un ropero que le hablaba con acento francés...
"Es un placer."
La tetera dio saltitos hasta encontrarse frente a ella.
"El placer es nuestro." Le dijo con cordialidad. "El Señor Lupin le dará la bienvenida en breve."
Tonks asintió. Ahora que pensaba un poco mejor las cosas, estaba ansiosa por agradecerle al Señor Lupin que le hubiera salvado la vida. No se explicaba cómo aquel lobo no la había atacado. Quizá el Señor Lupin había llegado en el momento justo para impedirle a esa bestia que la devorara. Sin duda era un hombre valiente.
Fleur, el señor y la señora Weasley cuchichearon durante breves instantes, y poco tiempo después, la tetera y el reloj abandonaron la habitación, despidiéndose de ella con toda la cordialidad propia de... una tetera y un reloj. Tonks suspiró y observó nuevamente a su alrededor. Su padre seguía ahí, sonriéndole y hablándole de los angustiosos momentos que había vivido. Cada vez que le mencionaba al famoso Señor Lupin, su semblante cambiaba del profundo agradecimiento a algo más que ella hubiera podido calificar como temor.
"Debemos irnos hija, cuanto antes."
"Sería una descortesía, papá... por lo menos déjame agradecerle al Señor Lupin que me haya salvado la vida."
"No, no..." le dijo su padre "no entiendes hija... ese.. hombre... es peligroso."
"¿Cómo puedes decir eso?. Me salvó la vida."
"De la misma manera que te la hubiera quitado. Fue un golpe de suerte."
"El Señog Lupin es un buen hombge." Les dijo Fleur.
Su padre observó al ropero con el ceño fruncido.
Tonks le dirigió un gesto como de reproche a su padre. No entendía esa actitud en él, hablar así de una persona que había arriesgado su propia integridad física para salvar la vida de un desconocido. ¿Cómo podía haber maldad en alguien así?.
"Papá... no me has dicho cómo llegaste aquí." Preguntó Tonks, sentándose en la cama con las piernas cruzadas.
Su padre suspiró y se puso de pie. Se llevó una mano a la barbilla y comenzó con su relato. Le dijo que la mayor parte del camino de regreso había transcurrido sin contratiempos. Sin embargo, una terrible tormenta de nieve había provocado que su carreta quedara atascada, y por tal razón, decidió dejarla ahí y cabalgar hasta la villa más cercana, para pedir ayuda a alguien. Su plan lo llevó a internarse en el bosque, en el que desafortunadamente perdió rumbo.
"Estaba a punto de regresar a la carreta, por lo menos eso sería un mejor refugio, sin embargo, estaba completamente desorientado y la tormenta de nieve que ya había comenzado borró mis huellas, que en otro caso, me hubieran servido de guía para volver. Entonces... de repente..."
Su padre apretó las manos y se dirigió a ella. Ahora su gesto era de total preocupación.
"Escúchame hija. Esto es serio. El señor Lupin... no es como nosotros."
Tonks rió ligeramente.
"Papá, esto es ridículo. No tengo la menor idea de lo que me estás diciendo ¿Qué puede tener el Señor Lupin para que lo convierta en-"
"Puedo explicártelo después, vamonos."
"Papá.. no me iré hasta no agradecerle lo que hizo por mi."
Alguien llamó a la puerta.
"Soy Remus Lupin ¿puedo pasar?"
Tonks y su padre se observaron durante un instante, y la muchacha se puso de pie, cubriéndose con una bata.
"Adelante." Dijo Tonks.
La puerta se abrió y Tonks se quedó de piedra. Se había imaginado... a decir verdad no había pensado demasiado en la apariencia de su rescatista, pero lo que vio, no era precisamente un gallardo príncipe. Remus Lupin era un hombre bastante delgado, sin duda más alto que ella y algunos años mayor también. De cabello castaño en el que se podían observar algunas canas y ojos calor café, su expresión era tan seria que daba la impresión de estar a punto de dar una mala noticia. Se veía demacrado y la ropa que llevaba puesta estaba en un estado bastante deteriorado.
"Espero que se sienta mejor." Le dijo a Tonks, con un tono de voz que le sonó... indiferente.
"Mucho mejor. Debo agradecerle el que me haya salvado la vida, no sé de que manera puedo pagarle-"
"No me debe nada." la interrumpió Lupin.
"¿Qué no le debo nada?. Un horrible lobo estuvo a punto de atacarme."
Lupin apretó la mandíbula y negó con la cabeza.
"Espero que su estancia en el castillo sea placentera."
A juzgar por el tono de su voz, le daba igual que lo fuera o no.
"Nos iremos esta misma tarde." Intervino el señor Tonks.
Lupin lo observó atentamente.
"Sería una imprudencia. Su hija se está recuperando y seguramente una nueva tormenta de nieve los sorprendería a medio camino. Claro que entiendo su urgencia por salir de este lugar, pero le aseguro que están a salvo. Por el momento. Mañana por la mañana pueden salir a primera hora. Ordenaré que les preparen el desayuno, la comida y la cena. Si me permiten, tengo cosas que atender."
Tonks estaba completamente confundida, y para ser sincera, ese hombre comenzaba a parecerle bastante descortés.
"Un poco de cortesía no le vendría mal." Le dijo Tonks, observándolo con los brazos cruzados.
"Estoy siendo cortés Señorita Tonks, disculpe si le he parecido brusco o maleducado."
Tonks alzó las cejas ligeramente.
"No se preocupe. Y dígame... esos curiosos..."
"¿La servidumbre?" preguntó Lupin.
"Así es. Nunca había visto tal cosa."
Lupin suspiró.
"Es algo complicado de explicar. ¿Sería suficiente si le dijera que hay cosas en este castillo que están encantadas?"
"¿Un castillo encantado?" preguntó Tonks, casi dando palmaditas de la emoción.
Remus asintió.
"Vaya... ¿Podría mostrarme el castillo?"
Lupin pareció sorprendido con la pregunta, y su padre la observó escandalizado.
"No. Lo lamento. El castillo es enorme y... llevaría demasiado tiempo. Además, el ala norte está en mal estado y está prohibida para cualquiera."
"Oh..."
Tonks dejó caer los hombros, decepcionada. ¡Un castillo encantado!. La sola idea le parecía fascinante. Remus Lupin había dicho que era enorme, y ella no alcanzaba a imaginarse el montón de maravillas que se podían encontrar en un lugar cómo aquel. Pero al mismo tiempo tenía demasiadas preguntas. ¿Quién había encantado ese castillo y por qué?. Y todos los objetos... eran realmente objetos o...
"Con su permiso." Escuchó decir a Remus Lupin, y el hombre se alejó de ellos, saliendo del dormitorio.
"Que extraño hombre..." dijo Tonks, aunque no hubiera querido decirlo en voz alta. "Algo malhumorado, pero me atrevería a decir que es de buenos sentimientos. Me parece que has exagerado papá."
Su padre tan sólo se limitó a negar con la cabeza, poniendo ese gesto preocupado que hacía pensar a Tonks en lo exagerado que podía ser su padre en ocasiones.
Aquel día transcurrió en calma. El castillo estaba desierto y mientras Ted Tonks se recluyó en su habitación, su hija le dijo que haría lo mismo pero luego de cinco minutos de estar encerrada, decidió salir a dar un paseo por ahí. Mientras era de día, la luz se colaba por las ventanas y aunque no alcanzaba a iluminar por completo, si dejaba ver lo suficiente para asombrarse con la magnificencia del lugar. Sin embargo, había algo extraño. Todo parecía llevar demasiados años en abandono, no había polvo, pues imaginaba que los sirvientes se encargaban de mantener en buen estado el castillo, pero el deterioro por falta de uso en muebles, puertas y demás, era evidente. Sus pasos resonaban por los pasillos como si hasta el mismo sonido pareciera ajeno a ese lugar, que había dejado de escuchar cosas así desde mucho tiempo atrás.
Subió escaleras y recorrió más habitaciones, encontró tantas que dejó de contarlas cuando los números ascendieron a quince. Recorrió toda un ala del castillo, pero la tarde comenzó a caer, y poco tiempo después la noche comenzaba a hacerse presente. Las habitaciones se sumergieron en penumbra y los pasillos se hicieron más oscuros. Tonks decidió que su recorrido no tendría demasiado caso en tales condiciones, y se encaminó de regreso a su habitación. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar en ella, la curiosidad la invadió nuevamente y se dijo que recorrer un poco el ala norte del castillo no estaría tan mal.
La oscuridad para entonces era casi total, y la única vela que llevaba para alumbrarse no iluminaba demasiado. Llegó a una habitación que llamó bastante su atención. Estaba al fondo de uno de los pasillos y las puertas eran enormes, talladas en madera de roble. Empujó con fuerza y la puerta se abrió lentamente, con un rechinido que le pareció escandaloso debido al profundo silencio en el que todo se encontraba.
Ahí estaba más oscuro que en cualquier otro lugar, y se tropezó en repetidas ocasiones con trozos de madera y restos de lo que parecían muebles, caminó hasta aproximarse a las cortinas, observando que estaban desgarradas. ¿Qué era ese lugar y por qué estaba en tan horribles condiciones?.
El corazón empezó a latirle un poco más rápido de lo habitual, y muy a su pesar una sensación cercana al miedo comenzó a invadirla. Algo colgado en la pared llamó su atención. Era un cuadro pintado al óleo, en el que se podía observar a una pareja, un hombre y una mujer con aire arrogante junto con un niño cuyos ojos le parecieron vagamente familiares. La pintura estaba en malas condiciones, el lienzo algo desgarrado pero no lo suficiente como para impedir observar que el niño estaba sonriente, ajeno totalmente a la amargura en el rostro de sus padres. Parecía que el artista que había elaborado aquel retrato, se había esforzado en suavizar los gestos de la pareja, sin mucho éxito. Con el niño parecía que no había sido necesario disfrazar su expresión.
En un extremo de la habitación un pequeño resplandor llamó su atención. Caminó lentamente, abriéndose paso entre los escombros. Lo que descubrió fue una pequeña urna de cristal en cuyo centro se hallaba una rosa, que resplandecía suave y constantemente. Incluso parecía que el brillo aumentaba ligeramente y luego disminuía un poco, tan sólo para volver a su anterior estado. Era como el palpitar de un corazón.
Y entonces, el corazón casi se le sale cuando escuchó la puerta abrirse y el sonido de unos pasos aproximándose hacia ella. Supo ponerle nombre a esa silueta incluso antes de que pronunciara alguna palabra. Era Remus Lupin.
"¿Qué hace aquí?" le preguntó.
El hombre no llevaba ninguna vela, de manera que su rostro era iluminado únicamente por la luz de la vela que Tonks llevaba en una mano.
"Estaba... recorriendo el castillo."
Él la observo fijamente. Su expresión era tan fría que Tonks no pudo adivinar ningún sentimiento reflejado en ella.
"Pensé que había quedado claro. Ésta área del castillo está absolutamente prohibida para todos."
"Lo lamento, pero no veo por qué-"
"¡Prohibida!"
Tonks dio un respingo y se cruzó de brazos, observándolo con el ceño fruncido.
"No es necesario que me grite. Entiendo perfectamente el significado de la palabra."
"Sus acciones demuestran lo contrario, señorita Tonks. Haga el favor de retirarse."
"No entiendo su actitud, es una simple habitación como todas las demás... ¿quiénes son las personas en el cuadro?"
"Dije que se retirara."
"¿No puede responder a mi pregunta?"
"¡No!"
Remus dio un paso y Tonks retrocedió un poco, aunque casi de manera inmediata se plantó firmemente en su lugar.
"No es de su incumbencia." Le dijo en un susurro.
Estaba tan cerca de ella que podía ver la llama de la vela, reflejada en sus pupilas.
"Si es tal su urgencia para que me retire, me iré del castillo esta misma noche."
"Eso es una insensatez. Hay una tormenta de nieve."
"¿Y qué?. Ya una vez me sucedió."
"¿Se da cuenta de lo que está diciendo?"
Tonks se separó de él y caminó rápidamente hacia la salida de la habitación.
Pues claro que se daba cuenta. Pero no quería permanecer un momento más en aquel lugar, donde a todas luces no era en absoluto bienvenida. Se tropezó con una silla y a punto estuvo de caer de no ser porque se apoyó en una mesita cercana.
No escuchaba otros pasos que no fueran los suyos, resonando en el pasillo. Y al pasar junto a la habitación en la que su padre se alojaba, le gritó que se iban inmediatamente de aquel lugar. Y para su sorpresa, Ted Tonks salió un par de minutos después. Ella entró a la habitación y recolectó las pocas pertenencias que estaban guardadas en el ropero. Fleur intentó convencerla de que se quedara, pero ella la ignoró.
Fue entonces cuando Remus Lupin la alcanzó y, dirigiéndole una mirada sombría, le dijo que no la dejaría salir del castillo con una tormenta como aquella. Tonks lo ignoró, y junto con su padre caminó a la salida del castillo. Remus Lupin iba pisándole los talones.
"¡Sin duda su padre tiene que ser más sensato!"
Pero su padre pareció ignorar el comentario y siguió caminando sin dirigirle una mirada siquiera.
En cuanto salieron del castillo, el viento helado se le coló hasta los huesos y se le hundieron las piernas casi hasta las rodillas en la espesa capa de nieve. Su padre la tomó de la mano, ayudándola a caminar. Caminaron bajo la tormenta hasta llegar al establo, donde encontraron la carreta junto con el caballo.
"Vamos, sube." Le dijo su padre.
"Iré contigo." Le dijo, sentándose junto a él, que ya había tomado las riendas.
"No con semejante tormenta. Hace menos frío dentro de la carreta." Le dijo, señalando con una mano el interior.
"¡Papá!"
"Hija, si quieres después puedes ayudarme y llevar tú las riendas, pero déjame a mi hacerlo unos minutos¿de acuerdo?"
"No. Esta vez no te obedeceré. Iré contigo."
Y se sentó junto a él, subiéndose la capucha de la capa que llevaba. Su padre suspiró con resignación.
Parecía que la tormenta no había menguado ni un poco, pero aún así, emprendieron el viaje, atravesando el puente que conectaba la puerta del castillo con la orilla del río que pasaba frente a él.
Las esperanzas de Tonks de que la capa de nieve no fuera lo suficientemente gruesa como para impedirles avanzar, se desvanecieron al cabo de una hora. Su avance se volvía cada vez más lento y las ruedas de la carreta, aunque aún no se habían atascado, parecían estar cada vez más hundidas en la nieve. Por más que su padre azuzaba al caballo para que se diera prisa, el animal tiraba tan rápido y con tanta fuerza como la nieve se lo permitía. Lo único bueno era que la tormenta parecía haber disminuido en intensidad, y el viento también, de manera que ahora sólo caían copos de nieve casi con delicadeza. Tan sólo contaban con una lámpara de aceite, y se consumía rápidamente. Al cabo de un rato más, su padre detuvo la carreta.
"Será mejor detenernos aquí. Creo que mañana podemos seguir."
Tonks se acurrucó en la capa y asintió levemente con la cabeza. A la distancia, escuchó el ulular de una lechuza, y la carne se le puso de gallina, no precisamente por el frío.
"Vamos adentro."
El aullar de un lobo hizo que su padre se quedara petrificado, y que ella, muy a su pesar, se acercara instintivamente a él.
"Tengo... tengo una daga..." le dijo Tonks.
El caballo se inquietó y sacudió la cabeza. Su padre no dijo nada.
Escuchó otro aullido y esta vez no pudo evitar observar a su alrededor. Sólo oscuridad. Y silencio.
Esta vez el caballo se movió frenéticamente, ocasionando que ella casi cayera fuera de la carreta. Su padre trató de tranquilizarlo, pero el animal ya estaba totalmente fuera de control. Sin saber muy bien de qué manera, el caballo comenzó a tirar de la carreta, enloquecido, y dirigiéndolos directo a un lago cercano. El Sr. Tonks aferró las riendas, aunque de manera inútil, ya que no consiguió controlarlo. Luchando por mantener el equilibrio, Tonks se deslizó (o más bien se lanzó) hacia el lomo del caballo.
"¡No!" le gritó su padre.
Pero ella estaba decidida. Tenía que cortar las riendas, o de lo contrario el animal los llevaría directo al lago, el hielo seguramente se rompería y ese sería el final de su padre y ella. De pronto se encontró encima del caballo, que relinchaba como si lo estuvieran matando. Con la daga, hizo cortes aquí y allá, sin importarle demasiado si hería al caballo de alguna manera. De todos modos no podía ser demasiado grave. Una de las tiras de cuero se le enredó en la muñeca y ella luchó por liberarse, sin embargo, el movimiento tan sólo pareció enfurecer más al animal, que dio un brusco tirón hacia delante, luego se levantó apoyándose sobre las patas traseras... y Tonks se dio cuenta de inmediato de que el caballo se había liberado de sus ataduras. No tuvo tiempo de regocijarse con tal idea, porque se dio cuenta de que ella se alejaba de la carreta, en el lomo de un caballo desbocado que la conduciría sólo las Hadas sabían donde. Intentando aferrarse al cuello del animal, quiso detenerlo, pero no lo consiguió. El caballo desvió el rumbo que llevaba hasta entonces y se internó en el bosque, ocasionando que algunas de las ramas de los árboles más bajos le arañaran el rostro. La frenética cabalgata continuó, quizá un minuto, o dos, pero a ella le parecieron horas enteras. Con la muñeca todavía enredada en la tira de cuero, intentó contener la carrera sin sentido del animal, pero para su mala suerte, al intentarlo perdió el precario equilibrio que estaba manteniendo, y sin querer hundió un poco la daga en la piel del caballo. El animal se sacudió, como queriendo derribar aquello que le había causado dolor, y ella tan sólo fue conciente de estar cayendo. Cerró los ojos, preparada para el impacto, sintió que la muñeca se le doblaba en un ángulo anormal y que fue arrastrada un par de metros, luego, la tira se rompió y el caballo se alejó de ella, que se quedó tendida en la nieve con la respiración agitada y el corazón latiéndole dolorosamente rápido. La garganta le ardía a causa del aire helado que aspiraba por la boca. Cuando se quiso poner de pie, apoyando el peso sobre las manos, lanzó un grito de dolor al darse cuenta de que tenía la muñeca lastimada. Ojalá que no se hubiera roto un hueso. Pero el dolor en todo el cuerpo le decía que aquello era ser demasiado optimista. Jadeando, se dejó caer nuevamente, sintiendo el contacto de la nieve en el rostro. Temblando de frío. Tenía ganas de llorar. Pero no. Necesitaba unos segundos para recuperarse, para ponerse de pie e ir a... algún sitio. Y entonces, sintió algo húmedo y frío en la mejilla. Abrió los ojos y sintió que la nieve era tibia en comparación con lo que sintió en el corazón.
Era un lobo.
Sin saber muy bien cómo, se impulsó hacia atrás, alejándose de él.
El animal la observó con cautela y avanzó un poco hacia ella. Tonks estaba paralizada. ¿Dónde estaba la daga?.
Si antes había sentido que el corazón se le había ido hasta los pies, ahora seguramente estaba tres metros bajo tierra. Un lobo más salió de entre la espesura del bosque, avanzando lenta, sigilosamente. Y luego otro, y otro, hasta que llegaron a ser cinco. No los podía ver claramente, pero sus ojos amarillentos parecían resplandecer en la oscuridad.
Y justo cuando pensaba que aquello no podía significar otra cosa, más que su muerte, Remus Lupin surgió también de entre las sombras, y los lobos ni siquiera se inmutaron cuando pasó junto a ellos.
Hubiera querido hacer muchas preguntas, pero se quedó con la boca abierta, observando como los lobos se alejaban, como si ni ella, ni Remus Lupin estuvieran ahí. El hombre se acercó hasta encontrarse junto a ella, y se arrodilló, para después decirle:
"Déjeme ver eso."
Ella se limitó a observarlo y extender la adolorida muñeca. Se quejó y dio un respingo cuando Remus presionó ligeramente el lugar en donde se había lastimado.
"¿Duele mucho?" le preguntó.
Negó y luego asintió con la cabeza.
"Un... un poco." Le respondió cuando Remus quedó confundido con tal gesto.
"¿Puede ponerse de pie?" le preguntó.
Ella asintió. Y aunque necesitó un poco de ayuda, finalmente se incorporó, un tanto tambaleante pero aliviada de que al menos no se hubiera roto ningún pie. Remus le pasó un brazo por la cintura, y a ella no le quedó otro remedio más que apoyarse en él.
"Mi padre..."
"No estaba. Vi la carreta, pero él no estaba."
"Pero los lobos..."
"No le harán daño."
"¿Cómo puede estar tan seguro¿habla con ellos?"
Remus dejó escapar una risa amarga.
"No, no hablo con ellos. Sólo lo sé."
"Pero..."
"Confíe en mi. No le harán daño."
Tonks frunció ligeramente el ceño, pero consideró lo que acababa de suceder y se quedó en silencio. Siguió caminando junto a él. Quizá no tenía los huesos rotos, pero le dolía todo el cuerpo.
"¿Cómo llegó hasta aquí¿nos estaba siguiendo?"
"Es demasiado curiosa¿lo sabe?. Pero también tengo caballos."
Le dijo señalando un caballo, que estaba atado a un árbol cercano.
"Oh..."
Aunque la tarea resultó un tanto complicada, la ayudó a subir al caballo, y una vez que se cercioró de que estaba firmemente sujetada, jaló las riendas. Comenzaron a avanzar entre la nieve, mientras él caminaba conduciendo al animal.
"Puede... puede subir también. Así será más rápido, supongo que vamos de regreso al castillo."
"Así es. Y gracias, prefiero caminar."
"Pero... es un largo camino. No me molesta, puede subir también."
Remus la observó y titubeó un momento. Apartó su mirada de ella casi con brusquedad, y luego asintió con la cabeza, murmurando algo que ella no alcanzó a escuchar. Detuvo el caballo, y colocando un pie en uno de los estribos, se impulsó para sentarse detrás de ella.
"¿Yo llevo las riendas?" le preguntó, cuando se dio cuenta de la posición en la que habían quedado.
"Me... parece que debí subir y colocarme delante."
"No importa. Creo que lo puedo hacer con una mano."
"¿Está segura?" le preguntó.
Ella asintió con la cabeza, y comenzaron a avanzar nuevamente.
Al cabo de un rato comenzó a sentirse demasiado cansada. Los ojos se le cerraban y por más que lo intentaba sentía que ya no podía mantenerse despierta un minuto más. Entonces sintió que los brazos de Remus la rodearon, y que extendiéndolos tomó las riendas del caballo.
"Es mi turno. Descanse."
Tonks relajó el cuerpo y se echó ligeramente hacia atrás. Recargando la cabeza entre el espacio que se formaba entre uno de los brazos de Remus, y su pecho. Se quedó dormida casi al instante.
