Pues como todas sabemos Rurouni Kenshin y todos sus personajes le pertenece a Nobuhiro Watsuki y a Shueisha.
Esta historia es un universo alterno, en donde me he acercado a la historia de Deirdre Martin, en la que me inspiro y eventualmente baso, encontraran personajes, todos de Rurouni Kenshin, con parejas un poco locas.
Con todo mi amor les presento esto ojala lo disfruten y me cuenten su opinión:
Capítulo 1
¿Cuántas mujeres podrían presumir que el entrar en un vestuario lleno de deportistas forma parte de su trabajo? ¿No muchas verdad? aunque tampoco existen muchas mujeres con un trabajo como el de Kaoru Kamiya.
Wikipedia define las Relaciones públicas como la disciplina encargada de gestionar la comunicación entre una organización y un mapa de públicos clave para construir, administrar y mantener su imagen positiva. Es una disciplina planificada y deliberada que se lleva a cabo de modo estratégico.
Kaoru había sido contratada por la Corporación Saeki para reconvertir la reputación de los Zorros, el equipo de Tokio que competía en la Liga Nacional de hockey. Para decirlo con buenas palabras y siendo amables, los integrantes del equipo eran famosos por jugar duro tanto sobre el hielo como fuera de él. Algo que se había hecho más evidente que nunca en la última temporada, después de hacerse con la copa del campeonato por primera vez en dos décadas.
Todo el mundo sabe que los hombres son hombres, pero estos pasearon la Copa por diversos locales de strip-tease de Tokio, donde disfrutaron del extraño y singular placer de contemplar cómo señoritas con cubre pezones y poca cosa más «actuaban» con lo que muchos consideraban el Santo Grial de los deportes en ese país. Peor aún, corrían rumores sobre la existencia de una fotografía en la que aparecían unos cuantos jugadores junto a la Copa, con pajitas de plástico pegadas a la nariz y la cabeza inclinada en acto de reverencia para esnifar de un montoncito de cocaína. No es de extrañar que el malhumorado y nuevo jefe de Kaoru, Seijuro Hiko, el Toro, engullese medicamentos para la acidez como si de agua mineral se tratara. El equipo era una verdadera pesadilla para cualquier profesional de las relaciones públicas.
Y a Kaoru le pagaban muchísimo dinero para cambiar todo eso.
Abriéndose camino entre el bullicioso grupo de periodistas que revoloteaba por el luminoso vestíbulo de suelo que daba acceso al vestuario, Kaoru se armó de valor pensando en lo que le esperaba al otro lado de la puerta: cuerpos masculinos desnudos y sudorosos. Muchos. Hombres grandes y musculosos riendo y bromeando entre ellos, sacudiéndose los traseros con las toallas. Hombres saliendo tranquilamente de la ducha. Hombres haciendo estiramientos, masajeándose unos huesos castigados por la batalla. El día anterior había conocido a aquellos hombres en las mismas circunstancias —a todos, excepto a su capitán, Kenshin Himura, que empezaba las sesiones de entrenamiento un día después—. Hiko había hecho las presentaciones y ninguno de ellos se había mostrado incómodo en absoluto por deambular completamente desnudo o medio vestido delante de una delicada relacionista pública. Kaoru, por otro lado, había tenido que hacer un gran esfuerzo para evitar el irresistible deseo de mirar, boquiabierta y salivando, los físicos perfectamente esculpidos de aquellos tipos. Y se aseguró, además, de mantener la mirada situada en todo momento al norte del ecuador.
Una vez dentro del vestuario, se encontró con la misma escena que el día anterior. Algunos de los jugadores se habían repantigado medio desnudos en los bancos de madera situados frente a las taquillas y charlaban entre ellos. Otros estaban sentados en una mesa grande y rectangular que se encontraba en un rincón del vestuario, tragando vasos descomunales de Gatorade que se servían de unas jarras enormes. Unos cuantos la saludaron con un movimiento de cabeza; algunos, pensó, apartaron la vista expresamente. Aunque era septiembre, época de pretemporada, los Zorros estaban claramente mentalizados en ganar de nuevo la Copa. Respiró hondo, intentando ignorar el penetrante e inevitable olor a sudor masculino, se acercó al banco situado en el centro del vestuario y se encaramó a él. Entonces, con todas las fuerzas que fue capaz de reunir, se llevó los dedos a la boca y silbó. La estancia se quedó en silencio y todas las miradas se clavaron en ella.
—Escúchenme, muchachos. Ahora que he conseguido captar su atención, tengo que informarles que necesito su ayuda.—
Echó un vistazo al vestuario, procurando establecer contacto visual con todos los jugadores —Como ya todos sabemos la organización de los Zorros ha sido adquirida recientemente por Saeki, una empresa que se enorgullece de ofrecer al público diversión para toda la familia.—
La estancia se llenó de abucheos y risitas. —Saeki quiere unos Zorros ganadores tanto dentro como fuera del hielo, y con esto me refiero a que le gustaría que cada uno de ustedes ofreciera alguna cosa a la comunidad para la que juega. —
Agitó los papeles que llevaba en la mano —Esto es una agenda de los actos de beneficencia que se llevarán a cabo en la ciudad a lo largo del próximo año. He subrayado todos aquellos que no coinciden con las fechas de los partidos y sus viajes. Me gustaría que cada uno de ustedes se apuntara para asistir mínimo a tres.-
—¿Y si no lo hacemos? — tentó una voz desafiante e irritante con un marcado acento canadiense.
—Si no lo hacen, les patearé el trasero y créanme, soy muy capaz de hacerlo. Tal vez sea pequeña, pero soy fuerte.—
Los jugadores se rieron con el chiste y Kaoru se relajó un poco. Aunque ninguno de ellos lo supiera, debajo de su traje chaqueta estaba hecha un manojo de nervios, algo que había aprendido a ocultar con gran profesionalidad después de muchos años de práctica, claro nunca había tenido una audiencia tan cómoda con su desnudez.
—Hablando de patadas en el trasero, sólo quiero recordarles que nadie puede hablar con la prensa sin el permiso de la agencia de relaciones públicas, ¿entendido? No me importa si algún periodista los para a la salida del supermercado y les pregunta si es allí donde compráis habitualmente la comida. Todo, todo, tiene que pasar por mi aprobación. No sólo eso pero, y que Dios no lo quiera, si matan a alguien, si están robando sus casas, si alguien sufre un infarto ni se les ocurra llamar a emergencias, llámenme a mi!. Por eso ayer les di a todos mi número de celular. Espero que lo utilicen, sea de día o de noche, Y ahora volvamos al tema que tenemos entre manos.-
Les lanzó una mirada rápida y decidida
—Apuntarse ahora a tres actos les salvará del fastidio de tenerme persiguiéndolos durante el resto de la temporada... algo por lo que me pagan espléndidamente.— Más risas —¿Qué me dicen?-
No esperaba que se apuntaran en masa o que se mataran por ser el primero, aunque sí esperaba que hubiera unos cuantos dispuestos a ceder un poco. Pero el vestuario se llenó de un gélido silencio. Pasó un segundo. Dos. Tres, más, (quizás una planta rodadora del desierto) El corazón de Kaoru empezó a acelerarse, las palmas de sus manos a humedecerse. Respiró hondo otra vez, para tranquilizarse «Puedes hacerlo», se repitió mentalmente. Viendo que el silencio se prolongaba se llenaba de ansiedad y exasperación.
—Vamos, muchachos, no lo hagan más complicado de lo que ya es —dijo para animarlos u ¿obligarlos? -O se apuntan, o empezaré a anotar nombres al azar. Ustedes eligen.
Vio cómo la mirada colectiva pasaba de repente de examinarla de ella a alguna cosa que había a su izquierda y que al parecer resultaba fascinante para todos. Miró hacia allí. Se trataba del capitán Kenshin Himura (en todo su esplendor), con una toalla blanca anudada a nivel de la cintura, su cuerpo duro como una piedra brillante aún debido a la humedad de la ducha. Llevaba el pelo rojo peinado en una coleta alta y sus ojos violetas, centellantes, lanzaban una mirada profunda, dura y excesivamente severa. Lo que la hizo sentir diminuta, pese a seguir instalada en lo alto del banco, Kaoru tuvo que hacer esfuerzos por no verse superada por la sensación de mareo que empezaba a crecer en su interior. Le sonrió con educación.
—¿Capitán Himura?
—el mismo.— Respondió también con educación pero a la defensiva. Kaoru bajó con cuidado del banco y le tendió la mano. Kenshin la aceptó y la saludó con un breve y firme apretón. La mano de Kaoru parecía la de una muñeca comparada con la de él y no pudo evitar pensar en que aquel hombre podía hacerle picadillo en ese momento si quisiera. Lo que, gracias a Dios, no hizo…. Por ahora.
—Soy Kaoru Kamiya
—Sé quién eres. —Cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho y siguió mirándola, desafiante, expectante.
—Estaba explicando a sus compañeros de equipo que, como parte de nuestros esfuerzos por mejorar las relaciones de los Zorros con la comunidad, la corporación Saeki querría que cada jugador se apuntara a un mínimo de tres actos benéficos. ¿Tal vez podría abrir camino y apuntarse primero?
—No.
Kaoru pestañeó.
—Pero…
—No. —Se dirigió a su taquilla caminando con grandes zancadas y empezó a vestirse.
Hiko le había comentado que era un cabrón arrogante y poco colaborador. Y ahí tenía la prueba. Decidida a ignorar su negativa, se volvió hacia los jugadores.
—Sigamos —dijo sin alterarse—, ¿hay alguien que esté interesado en apuntarse?
—Yo me apunto —dijo una voz desde atrás.
Aliviada, Kaoru se puso de puntillas y miró por encima de aquel mar de cabezas muy por encima de la suya para ver quién había hablado. Se trataba de Soujiro Seta, un tipo de cabello castaño y alegre expresión que era uno de los segundos capitanes del equipo. Lo había conocido el día anterior y había quedado encantada con lo bien que se expresaba y de su dulce sonrisa. A decir verdad, no esperaba mucho del departamento de cerebros en lo que a esos muchachos se refería pues al fin y al cabo, eran jugadores de hockey. Se ganaban la vida persiguiendo un pequeño disco de caucho sobre una pista de hielo, recibiendo y provocando contusiones severas a otros sujetos. ¿Qué inteligencia o cultura cabía esperar?
Soujiro se adelantó, cogió la lista de manos de kaoru muy delicadamente y, después de examinarla por encima, anotó sus iniciales junto a tres actos.
—¿Quién es el siguiente? —preguntó. Kaoru se percató de la mirada de enfado que le lanzaba a Kenshin Himura, a la que el capitán respondió encogiéndose de hombros con indiferencia. Viendo que nadie se movía, Soujiro suspiró.
—Lo he intentado —le dijo a Kaoru, encaminándose hacia la ducha. Era evidente que los chicos del equipo captaban las indirectas de su amado líder. Si el gran Kenshin Himura creía que no merecía la pena apuntarse a actos de caridad, ellos lo creían también. «Que Dios me ayude», pensó.
Tendría que emplearse mucho más de lo que se imaginaba para conseguir pulir a aquellos chicos. Sobre todo si tenía que enfrentarse al capitán Himura para conseguirlo.
—Está bien— dijo Kaoru, sin dirigirse a nadie en particular —Si no se apuntan hoy, volveré mañana, y pasado, y el otro, hasta que se apunten. Para eso me pagan. –
Con su amenaza cerniéndose en el ambiente, vio que se acercaba a ella el prodigio alemán. Yukishiro Enishi, una auténtica sorpresa para ella. Hiko le había advertido que los jugadores extranjeros solían recelar de las actividades de relaciones públicas porque no se sentían muy seguros con el idioma. Les daba mucho miedo involucrarse en cualquier cosa que pudiera ponerlos en un apuro. Evidentemente, Enishi era la excepción a la regla.
—Hola— dijo con cuidado y con un acento muy marcado, su inocente cara de niño tremendamente seria —Soy Yukishiro Enishi. Puedes llamarme como tú quieras.
—Hola —dijo cordialmente Kaoru —Encantada de conocerte.- El hizo un ademán en dirección a la hoja que ella tenía en la mano.
—Quiero apuntarme.
—¿Tienes alguna idea sobre el tipo de actos que te gustarían más?-
—Algo con chicas— declaró, sus ojos azules se iluminaron —Algo con muchas, muchas chicas.-
Kaoru se echó a reír.
—Normalmente hay mujeres en todos ellos. ¿Quieres participar en una partida de golf? ¿Una cena de etiqueta?-
—Sí, una cena.—
Se acercó a ella, como si fueran a compartir un secreto —Tú también estarás, ¿no?-
—Sí.-
—¿Querrías salir con mí?-
Kaoru tardó un instante en darse cuenta de que lo que quería decir era «¿Querrías salir conmigo?». O esperaba que fuera aquello lo que pretendía decir. Le dio unos golpecitos en el brazo.
—Tal vez en otra ocasión. Pero de momento, tengo mucho trabajo.-
—Sí, de acuerdo— dijo él con cierta impaciencia, y se alejó. Era una preciosidad adorable. Y Saeki estaba seguro de que estaba destinado al estrellato. Pero parecía un poco... infantil. Definitivamente no era su tipo.
Las cosas empezaron a relajarse y el vestuario a vaciarse. Los jugadores se marcharon en grupos de dos o tres. Kaoru vio a Kenshin Himura por el rabillo del ojo, vestido ya, cargándose al hombro la bolsa de gimnasia. Se había puesto unas gafas de sol y a punto estaba de irse cuando lo abordó.
—¿Podría hablar un minuto contigo?
Kenshin se bajó un poco las gafas de sol y la miró con cierta exasperación.
—¿Qué te pasa ahora por la cabeza?
—Bueno, lo siguiente. Ya que eres el capitán del equipo, seré sincera contigo. Me han contratado para realizar un cambio de imagen del equipo.-
—No necesitamos ningún cambio de imagen.-
—Eso es discutible. A la corporación Saeki, el actual propietario del equipo, como muy bien sabes, no le gustó nada cómo os comportasteis después de ganar la Copa la pasada temporada.-
Él reprimió una sonrisa burlona.
—Compartimos la Copa con la ciudad. ¿Qué hay de malo en eso?-
—La paseasteis por clubes de striptease.— Kaoru se dio cuenta de inmediato de que le había tocado la fibra sensible... pero la mala. Las facciones esculpidas de aquel atractivo rostro se endurecieron y ella tuvo la inconfundible impresión de que aquel tipo estaba luchando para mantener a raya su conocido mal carácter, un mal carácter que supuestamente le llevó en una ocasión a amenazar a un jugador con echarle de un auto en marcha a toda velocidad si no mejoraba su juego. Kaoru esperó, retenida en la parálisis prolongada de lo que ya, inequívocamente, era una mirada furiosa.
—Permítame que te explique una cosa, señorita Kamiya— Su voz era un retumbar bajo, perfectamente controlado —La temporada pasada, mis chicos se partieron el trasero en el hielo noche tras noche, y por un motivo: querían ganar la Copa. Cuando la ganaron, estaban en su derecho de hacer con ella lo que les diese la gana, tanto si eso significaba pasearla por un club de strip-tease o dejar que un perro comiese en ella. ¿Lo has entendido?-
— ¿Y qué me dices de esnifar cocaína de dentro de la Copa? — preguntó, muy cortante —¿Eso también podían hacerlo?
—Esa historia es falsa, y lo sabes.-
—Yo no lo sé, y tampoco lo sabe Saeki. Al fin y al cabo, tampoco importa si es cierto o no. Lo que importa es que un rumor como ése daña la imagen del equipo. Es inaceptable -
—Así que tu trabajo consiste en... ¿qué? ¿Convertirnos en unos chicos del coro de una iglesia mormona?-
—Saeki no pretende que los jugadores regresen cada noche a casa y se dediquen a preparar pastelitos, no. Pero sí espera que dediquen unas cuantas horas a realizar alguna actividad anticuada de relaciones públicas para ayudar a borrar esa imagen de vagos hedonistas que acosa al equipo-.
—No pretendo ofender, pero ninguno de los chicos del equipo, especialmente yo, le debe nada a Saeki-
Kaoru rió entre dientes, casi un bufido.
—¿De verdad? ¿Quién crees que firma ahora tus cheques? ¿Quién crees que te paga ese sueldo estupendo que te permite hacerte escoltar por modelos? Saeki es el propietario de los Zorros, lo que significa que es tu propietario también, te guste o no.-
Ahora era el turno de Kenshin de echarse a reír, y fue una risa despectiva.
—Si no fuese por mí, esos chicos blandos trajeados no sabrían ni quién demonios son los Zorros . El único motivo por el que compraron el equipo es porque ganamos la Copa, y el único motivo por el que ganamos la Copa es porque el equipo me fichó especialmente a mí para volver a convertirlo en un club ganador, y eso fue lo que hice. De modo que no me digas que les debo yo algo. Yo ya hice mi parte para esos del traje que viven allá arriba.-
Conmocionada momentáneamente y reducida al silencio por su colosal ego, Kaoru se limitó a pestañear a modo de respuesta.
Levantó la vista para observar aquel rostro tan duro, que mostraba pequeñas huellas reveladoras de cómo se ganaba la vida una enorme cicatriz en forma de cruz atravesaba toda su mejilla, y aun así no le restaba atractivo, le daba cierto toque peligroso y varonil y luego sacudió la cabeza con incredulidad.
—No lo has entendido, ¿verdad? La Corporación Saeki tiene los bolsillos muy grandes, capitán. Con su dinero podrían comprar el mejor talento cuando les viniese en gana. Y de ninguna manera apoquinarán para construir un equipo que les pone en entredicho fuera del hielo. Te sugiero que si quieres seguir en la competencia por la copa de este año, lo hagas jugando a su manera.-
Reapareció la mirada gélida.
—¿Estás amenazándome?
—Estoy exponiéndote la situación. Es evidente que tus compañeros de equipo te respetan hasta el punto de no preguntarte «¿Hasta qué altura?» si les pides que den un salto. Si tú haces relaciones públicas, el resto de los chicos seguirán enseguida tu ejemplo. No creo que sea mucho pedir.-
—¿No? Pues yo si— Se subió de nuevo las gafas de sol para ocultar sus ojos —Hazme un favor, ¿quieres? Diles a los de Saeki que cojan su «implicación con la comunidad» y de la metan por donde les quepa. Si me apetece hacer una buena obra, la haré. Pero mientras tanto, mi altruismo no es ninguna mercancía. ¿Captas?-
—Perfectamente— respondió muy tensa. En contra de su voluntad, la sensación de náuseas que había conseguido mantener a raya empezó a ascender de nuevo por su garganta.
—Muy bien. Que tengas un buen día.-
—Igualmente.— Kaoru apretó los dientes mientras él pasaba por su lado. Esperó hasta dejar de oír sus pasos resonando por el suelo del pasillo vacío. Entonces, después de recoger los papeles, salió rápidamente del vestuario y entró dando un portazo en el baño de señoras más cercano. A maldecir a ese imbecil.
¡Obstinación absoluta! En el auto, de camino de vuelta a casa, Kaoru reflexionaba sobre Kenshin Himura. Había sido sincera con él, francamente confiada y en lugar de agradecérselo, él se había comportado como la prima donna rica y consentida que a buen seguro era. Ella le había dado pistas sobre cómo funcionaban las cosas y él le había dicho que se las metiera donde le cupiera. La verdad era que aquello no la había sorprendido; pero le habría gustado que la discusión no hubiera desembocado en una confrontación. Ahora tendría que trabajar el doble de duro para lograr la cooperación del capitán del equipo. Le había salido el tiro por la culata.
Como mínimo, de todos modos, había reprimido durante el tiempo suficiente como para no vomitarle en los pies un montón de improperios y de paso su desayuno, la mareante sensación de inseguridad que se había apoderado de ella. O sobre sus pies. Sabía que exteriormente ella era la imagen de la confianza y la capacidad. Pero por dentro, creía firmemente en el viejo dicho de "Si no puedes hacerlo, fíngelo". Según ella, se había pasado la vida entera fingiéndolo todo: inteligencia, actitud, habilidad, y hasta entonces, le había funcionado. Pero tarde o temprano temía que alguien acabara descubriendo toda la verdad sobre ella y el juego llegara a su fin.
Pero gracias a eso logro aprender que, además, que la inseguridad podía utilizarse con fines productivos. Le proporcionaba una energía pura y nerviosa, una energía que aprovechaba para trabajar más y llegar más lejos. Le daba también iniciativa, y esa iniciativa la había llevado hasta donde se encontraba hoy en día.
Había trabajado durante años como relaciones públicas de la famosa telenovela de Tv Tokyo, Libre y salvaje. Empezó en la parte más baja del organigrama, escribiendo las biografías de las caras recién llegadas a la serie contratadas única y exclusivamente por su aspecto, y apuntándoles a quién debían de nombrar cuando se les preguntara quiénes eran sus héroes. Pero al final descubrió que destacaba en el arte de sacar de aprietos a las personas. ¿Que descubrían a un actor en su camerino en compañía de una prostituta? Que lo lleve Kaoru... ella sabrá cómo gestionarlo con diplomacia con los admiradores y la prensa. ¿Que alguno de los idiotas recién contratados decía algo improcedente en una entrevista? Que lo lleve Kaoru... ella le enseñará cómo decir «Esto es confidencial» o «Sin comentarios».
Era muy buena para esas cosas. Tan buena, de hecho, que cuando los mimados y revoltosos protagonistas veinteañeros de Shinsengumi Kitan, la serie de mayor audiencia en horario nocturno, empezaron a destrozar coches y a bailar en los bares sin ropa interior, Kaoru fue retirada de la división diurna de la cadena y convertida en responsable de su lavado de imagen. No fue fácil, pero lo hizo, y siguió haciéndolo durante cinco lucrativos años hasta que un día sonó el teléfono y era Hiko Seijuro, el director de relaciones públicas de los Zorros de Tokio.
Sabía por qué la llamaba. Ella, como todo el mundo en Tokio, había oído hablar de las travesuras de los vencedores de la Copa de la pasada temporada. Hiko la necesitaba, sobre todo ahora que el equipo había pasado a ser propiedad de Saeki, que se enorgullecía de ser siempre una empresa apta para todos los públicos. No era en absoluto una seguidora de aquel deporte, pero podía soportar el hockey porque había presenciado algún que otro partido de su hermano menor, Yahiko. Hiko, por su parte, lo adoraba.
—Al principio, Dios creó el hockey, ¿me entiendes?— le había dicho casi incomprensiblemente mientras comía un bocadillo de fiambre el día que se conocieron. Sentada junto a la mesa de despacho, frente a aquel gigantón apasionado e hiperactivo, en una lujosa oficina repleta de sofás de cuero negro y con las paredes cubiertas de fotografías de aquel hombre acompañado por algunos de los mejores jugadores de hockey del mundo, Kaoru se sentía a la vez fascinada y asqueada. Era un hombre famoso por sus hazañas dentro del universo de las relaciones públicas deportivas. Pero hablaba con la boca llena, maldecía como un camionero-pirata-marinero y parecía desconocer que llamar a una mujer «muñeca» podía llevarle a los tribunales. Con su enorme barriga y su corbata siempre llena de manchas de salsa, no tenía precisamente el aspecto de un profesional. Pero tenía algo: tal vez fuera su franqueza, o su forma inconsciente de meterse una pastilla antiácida en la boca cada cinco minutos, que lo convertía en una personalidad cautivadora. Kaoru se encontró otorgándole el beneficio de la duda mientras él hacía un montón de cosas, masticaba y hablaba, todo a la vez.
—Saeki necesita que estos chicos limpien su expediente. Rectifico: lo exige. Los jugadores no son malos tipos, pero el problema es que muchos de ellos se criaron en «la cloaca del Mundo», ¿me entiendes lo que quiero decir? Y ahora, de repente, se encuentran en la Liga Nacional, ganan mucho dinero. Empiezan a perder la cabeza con el vino, las mujeres y la música. Saeki quiere que el equipo de relaciones públicas de los Zorros halague a los chicos que están casados y con niños. Y quiere que todos empiecen a salir a hacer obras de caridad.
—Porque cuanta más cobertura consigan los jugadores en la prensa normal y en televisión, más publicidad habrá de los partidos, más entradas venderemos y más rico se hará Saeki—remató Kaoru
Hiko enarcó las cejas, que parecían dos orugas.
—¿Tienes algún problema con eso?
—Ninguno —le aseguró —No es más que la naturaleza de la bestia, lo sé.-
Hiko asintió, secándose la boca con la manga de la camisa.
—Bien. Sé que puedes hacer este trabajo con los ojos cerrados, y es por eso que te quiero aquí. Me han dicho que eres estupenda en lo que haces, que tienes contactos en el mundillo, y que si fuiste capaz de convertir a esos mocosos de Shisengumi Kitan en material para el programa de la mañana para amas de casa, no me cabe duda de que podrás acicalar la percepción que el público tiene de los Zorros, que en su mayoría no son tan salvajes como la prensa nos ha hecho creer…— Frunció el entrecejo —El único problema tal vez sea Himura.
Y ahí fue cuando le explicó a Kaoru lo del capitán.
—No me malinterpretes, es un gran sujeto, un gran jugador de hockey —insistió Hiko, reprimiendo un eructo -Pero para mí es una pesadilla enorme, un auténtico y arrogante. Es de los que piensan que la publicidad es una pérdida de tiempo, una distracción. Para él, lo único que importa son esos sesenta minutos en la pista de hielo, y punto, se acabó la historia. Fuera del hielo, le gusta la buena vida: los mejores restaurantes, las mujeres más bellas, ya puedes imaginártelo. Es una especie de play-boy, y a Saeki eso no le gusta.-
—Así que quieres que lo modere y lo domestique un poco, ¿no es eso?-
—Sí, porque si consigues que se calme, los otros seguirán su ejemplo de inmediato. Seguirían a ese cabrón hasta las puertas del infierno si él se lo pidiera. Dios, si has conseguido que esa cabeza hueca anoréxica con pechos de silicona que sale en ese programa haga obras de caridad, se que puedes hacer cualquier cosa. Saeki quiere que la gente vea que tiene dentro algo más que esa maldita y obsesiva voluntad de ganar y ese eterno deseo de exhibir a la favorita del mes. Quieren que todos ellos sean percibidos por el público como personas interesadas por la persona normal y corriente que paga por verles jugar. Es importante que el público piense que son algo más que un montón de descerebrados, sin-dientes con mucho dinero y poca preocupación por la decencia, por el amor de Dios.-
—Estoy segura de poder hacerlo —afirmó Kaoru con confianza, pese a no estar segura del todo —Pero tienes que ofrecerme algo por lo que merezca la pena abandonar mi trabajo actual.
Hiko mencionó su salario informalmente y ella casi se cae de la silla. Ni en un millón de años se habría imaginado poder ganar una cantidad de dinero como aquélla. Aun así, mantuvo la frialdad.
—¿Y qué me dices de la opción de compra de acciones? ¿Plan de jubilación? ¿Dietas para vestuario? ¿Vacaciones? ¿Secretarias?-
Charlaron durante un rato más y Kaoru salió de la entrevista sabiendo que había aceptado el puesto. Trabajar de relaciones públicas para los Zorros era justo la inyección de moral que necesitaba para salir de su cómoda rutina. No sólo eso, sino que la cantidad de dinero era demasiado espectacular como para rechazarla.
—¿Por qué le llaman el Toro? —preguntó a una de las secretarias antes de salir de la oficina de Hiko
La mujer, de unos sesenta años de edad, con un casquete de cabello cubierto de laca y teñido de un rojo chillón, miró a Kaoru por encima de las gafas bifocales en forma de media luna que llevaba instaladas en la punta de la nariz.
—Porque hace mucho tiempo, cuando era boxeador, solía luchar como un toro. Ahora sólo ataca como uno de ellos.-
Kaoru se echó a reír, encantada.
Una semana después
Allí estaba ahora, conduciendo a casi veinte kilómetros por hora por encima del límite de velocidad de regreso a la ciudad para explicarle al Toro por teléfono que en su primer día en el ruedo había conseguido que Soujiro y Enishi se apuntaran a algunos actos, pero que Himura se mostraba imperturbable.
«Kenshin, Kenshin, Kenshin », reflexionó. «No tienes ni idea de con quién te enfrentas, ¿sabes?» Él había ganado el primer asalto, se lo había concedido. Pero contra viento y marea, el siguiente sería suyo. Tenía que ser así.
—Estuviste un poco grosero con ella, ¿no crees?-
Kenshin levantó la vista de las páginas de deportes del Tokio Sentinel que estaba hojeando para ver que Soujiro Seta, su compañero de equipo y amigo desde hacía mucho tiempo, le miraba interrogante. Estaban sentados en «su» mesa del Akabeko, esperando que les sirviesen la comida. La temporada estaba a punto de empezar y volvían a su rutina habitual: ir en auto hasta allí para ir a entrenar, picar algo rápido después y luego ir otra vez en auto para regresar a su casa. Debería estar de buen humor. El entrenamiento había sido bastante productivo; los chicos iban tirando, ahorrando el sudor y la sangre de verdad para cuando la temporada empezase oficialmente. Parecían comprender que si querían ganar la Copa en primavera tenían que darlo todo, fuera día de partido o no. Además, tenía un buen presentimiento sobre la temporada que estaba a punto de empezar. Pero entonces fue interrumpido por esa tal Kaoru Kamiya en el vestuario, escupiendo propaganda corporativa, y su buen humor se había evaporado para ser sustituido por una abrumadora sensación de resentimiento que era incapaz de sacudirse de encima, sobre todo después de que ella tuviera las narices de decirle que era propiedad de Saeki.
Bebió un trago de cerveza y le devolvió la mirada a su amigo.
—No se lo merecía. Simplemente estaba intentando hacer su trabajo.
—Sí, ¿y sabes en qué consiste su trabajo, Soujiro? Consiste en poner orden entre nosotros para que esos trajeados de Saeki puedan ganar dinero a nuestra costa. ¡al diablo! No les importa la integridad del juego, o cualquiera que juegue a él. No les debemos absolutamente nada.-
—Sigo pensando que no te pasaría nada por apuntarte a uno de esos actos sólo para poner contentos a los contables. Así te los quitarías de encima. Mientras sigas negándote a ello, seguirá machacándote.-
Kenshin se encogió de hombros.
—Que lo haga.
—Por Dios. — Soujiro se recostó en su asiento, asombrado—.Eres un cabrón tozudo, ¿lo sabías?
Kenshin sonrió.
—Por eso llevo ganadas tres Copas hasta el momento, colega. Porque nunca me rindo, y nunca me doy por vencido.
—Tienes razón.-
Kenshin dio un nuevo trago a la cerveza. Lo que le había dicho a esa señorita Kamiya era cierto: si por propia voluntad le apetecía dedicar un tiempo a obras benéficas, lo haría. Pero estaba segurísimo de que no iba a hacerlo para que un master en ciencias de los negocios, con teléfono móvil y esposa de bandera, se llenara los bolsillos a su costa. Había pasado quince años trabajando para conseguir un equipo ganador. Su derecho a hacer lo que le apeteciese se lo había ganado con creces, y ahora, lo que le apetecía era ser el mejor en lo que hacía sobre el hielo y pasárselo estupendamente con ello. A lo mejor Soujiro tenía razón: a lo mejor su vida sería más fácil si jugaba siguiendo las reglas de Saeki. Pero a Kenshin no le importaba. Eran sus reglas o no había reglas, nada de «y si...», o «peros», ni nada por el estilo. Y si a los de Saeki no les gustaba, no era su problema
Volvió la cabeza, buscando la camarera. El servicio era hoy lentísimo.
Soujiro, leyendo sus pensamientos, puso los ojos en blanco.
—tranquilízate un poco, ¿vale? La camarera llegará en un momento.
Kenshin se relajó. Era bueno que Soujiro supiera siempre lo que le pasaba por la cabeza. Sobre el hielo, era el extremo derecho que recibía sus pases, su velocidad, su fuerza y su dureza eran casi tan legendarias como las de Kenshin. La prensa deportiva solía referirse a ellos como «Oliver y Tom ». Fuera del hielo, Kenshin confiaba en Soujiro para explicarle la verdad desnuda y sin tapujos; era el único tipo en quien confiaba tácitamente. Si era demasiada bestia, Soujiro se lo hacía saber. Y también se lo hacía saber cuando pensaba que se estaba pasando un poco disfrutando de la vida nocturna de la ciudad.
Felizmente casado y con dos niños, Soujiro era de la opinión de que Kenshin debía asentarse. «Cuando me retire», era su respuesta habitual. Con Veintiocho años, en plena forma, y fuerte como un deportista diez años menor que él, daba la impresión de que pasaría aún una década más antes de que el capitán Himura se planteara colgar los patines. Si por él fuese, jamás se retiraría. Un día caería muerto sobre el hielo y sus compañeros de equipo se lo llevarían de la pista, con la realeza de un soberano, y luego continuarían jugando. Porque lo único importante era el hockey, así de sencillo.
O quizá no tan sencillo.
Kenshin había sentido una pequeña punzada de deseo al salir de las duchas y encontrarse con la relaciones públicas encaramada al banco y soltando su discurso de ánimo. Era bonita... sensual no, pero bonita si; pequeñita, delgada, pelo negrísimo, y largo, nariz muy fina y unos luminosos ojos azules que no parecían perderse detalle. Enérgica, eso era. Parecía muy enérgica. Pero qué más daba. Kaoru Kamiya no era su tipo. Tampoco es que recordara muy bien cuál era su tipo. Llevaba años sin mantener una relación seria.
La primera vez, cuando aún jugaba en su anterior equipo , con una Copa bajo el brazo y el puesto de capitán a punto de ser suyo, se había enamorado de tal manera que incluso su juego se había visto afectado. Aquel año, su equipo no se acercó ni de lejos a las eliminatorias, la mujer acabó dejándolo solo y eso, Y la segunda vez que rindió su corazón, hace unos dos años, la relación se fue a pique cuando él se percató de que a ella le importaba más gastarse su dinero que él. Fue él quien rompió entonces, y ella ejecutó su venganza explicando a la prensa alguna historia absurda y falsa sobre cómo despotricaba en privado sobre sus compañeros de equipo. Los que le conocían bien sabían que todo era mentira, pero aun así, el asunto dañó su credibilidad. En aquel momento se prometió que no volvería a iniciar una relación en serio hasta que se retirase, y seguía fiel a su promesa.
Y no era casualidad que desde entonces no se hubiera perdido ni una temporada de eliminatorias, y que hubiese conseguido dos Copas más, prueba positiva de que si quería ganar sobre el hielo no podía permitirse distracciones. Para él, el hockey era un compromiso a tiempo completo y lo único importante era ganar. Si eso significaba renunciar de momento a una relación estable, que así fuera. Y por eso se concentraba en pasárselo bien.
Había descubierto que una de las ventajas de ser un deportista estrella era que las mujeres bellas se arrojaban constantemente en sus brazos. Ellas se arrojaban y él las recogía, no les prometía nunca más de lo que podía darles, y siempre se aseguraba de que ambas partes salieran del encuentro satisfechas. Lo que le desestabilizaba era tropezarse con alguien como Kaoru Kamiya, que parecía tenerlo todo. De hecho, durante todo el trayecto hacia el restaurante, se había visto asaltado por imágenes espontáneas de aquel cuerpo ligero, pensamientos e imágenes que le hicieron hervir la sangre.
—¿Kenshin?
Pestañeó. La camarera había ido y venido, y había servido ya su salmón a la plancha y la hamburguesa de Soujiro. El pequeño comedor de paredes oscuras estaba lleno de clientes habituales, sus voces subían y bajaban con la fácil cadencia de la conversación. ¿Y él dónde había estado? Lejos, en los recovecos
de su mente, pensando en... Sacudió la cabeza para despejarse.
—Lo siento. Estaba distraído
—No me digas. — Soujiro sonrió con malicia antes de llevarse una patata frita a la boca—.¿Pensando en la relaciones públicas?-
Kenshin dibujó su famoso semblante ceñudo, el que servía de grave advertencia al equipo rival de que iba en serio.
—Tienes razón
—Era bonita, añadió Soujiro.
—Supongo. La verdad es que ni me di cuenta.
Soujiro rió entre dientes.
—Mentiroso. —Le dio un buen mordisco a la hamburguesa y engulló un trago de Coca-Cola para bajar la comida—.Oye. Omasu quería saber si te gustaría venir a cenar el viernes por la noche.
—Dime a qué hora y allí estaré.
Soujiro hizo una pausa, durante la cual sumergió una patata frita en una piscina de ketchup —Puedes venir con alguien si te apetece.-
