DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, son de Hajime Isayama.
ADVERTENCIAS: AU, yaoi, Riren, palabras altisonantes, agresiones, violaciones, lemon, Ooc (quizás).
El Ejército Rojo había llegado hacia dos semanas a Berlín.
Había pasado una semana desde que Weidling(1) declaró la rendición alemana, por lo que los rojos estaban en total libertad de caminar por las calles alemanas sin temor a ser acribillados por algún ataque nazi.
No ahora que Hitler –el demonio– por fin había muerto.
Eren quería sentirse aliviado. Deseaba sentirse aliviado.
Había salido hacia tres meses de Auschwitz, pálido, muerto del hambre, a pasos temblorosos, el número 53.478 grabado en su muñeca, a los trece años.
Creyó que las cosas irían mejor. Que ya nada podía ser peor que ese campo de concentración donde su madre había muerto de hambre un año atrás.
Tapó sus oídos para dejar de oír los gritos de dolor de Historia.
Hitler había muerto, pero el Ejército Rojo había llegado.
Escuchó las risas de borrachos mientras su amiga Historia gimoteaba y lloraba, luego una bofetada, y el llanto aumentó. Las risas también lo hicieron. No entendía lo que decían. No quería entender.
Trató de darse calor de alguna forma, pero el edificio estaba en ruinas y sabía que no podía pedirles algo a esos hombres. Y también sabía que si trataba de huir, no dudarían en matarlo. Esos soldados no tenían compasión, no habían dudado en golpearlo y obligarlo a mirar cuando los encontraron. Ni siquiera sirvió que les mostrara su número de serie, aludiendo a que él era solo una víctima más de esa cruel guerra, simplemente soltaron carcajadas despectivas y lo pusieron frente al rostro de Historia mientras tres hombres la violaban sin compasión.
Su amiga había sangrado tanto…
Tuvo que limpiarla cuidadosamente para que a la noche siguiente la volvieran a utilizar. Y a la siguiente. Y a la siguiente. Quince hombres habían pasado por ella. E Historia seguía llorando como la primera noche.
Cállate, pensó Eren miserablemente, sus ojos llenos de lágrimas, por favor, cállate.
Por supuesto, la chica no hizo caso.
Solo se calló luego de que le dispararan en la cabeza y más risas se oyeran.
El castaño apretó sus labios, temblando descontroladamente, sin ser capaz de asomarse a ver a su amiga. No quería verla. No quería ver su mirada perdida, su rostro destrozado, la sangre en el suelo.
Había visto tantas muertes, pero todavía no se acostumbraba.
Lo siento, quiso decir al escuchar como los hombres se iban a dormir, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento.
Le había prometido que, cuando pudiera encontrar algún trabajo, se irían a vivir juntos. Historia era solo una chica de catorce años, huérfana producto de la guerra, y Eren había querido protegerla.
Como también había querido proteger a su madre.
Todos terminaban muertos.
¿Cuándo acabaría eso?
Cuando supo que ya dormían, borrachos por todo el alcohol consumido, se asomó y vio el cuerpo. No pudo evitar pensar en que, luego de tantos días siendo vejada y humillada, lucía por fin calmada.
Envolvió el desnudo y frágil cuerpo en una sucia sábana que encontró, pidiéndole perdón por no poder darle un entierro digno, y la dejó enterrada entre escombros, sin dejar de llorar silenciosamente.
Quería matar a esos quince hijos de puta. Quería quitarles sus miembros y hacer que se lo tragaran, que sufrieran tanto para luego cortarles la garganta, viendo como la vida se escapaba de sus ojos.
Pero si lo hacía, ¿qué lo convertía mejor que ellos?
Eran unos monstruos. Pero no sabía si la guerra los había hecho de esa forma, o los monstruos hicieron la guerra.
Solo podía rogar que, a la mañana, los tipos se olvidaran de él y lo dejaran botado. Lo olvidaran, como debieron olvidar a todas las mujeres antes de Historia que violaron y mataron.
El sonido de un arma siendo cargada lo despertó.
Desde Auschwitz que se despertaba al mínimo sonido, temeroso de que fueran a buscarlo para llevarlo a la cámara de gas.
A pesar de todo el sufrimiento, a pesar de todo el dolor, quería seguir viviendo.
Miró hacia arriba, viendo al rubio de ojos azules apuntándole con una expresión de aburrimiento. Eren se congeló, sin hacer movimiento alguno, respirando profundamente.
—Vstavay.
Había aprendido, a base de golpes, a entender algunas palabras. Sabía que los tipos lo hacían para sentirse más poderosos, porque el castaño hablaba inglés y perfectamente podían hablar en dicho idioma.
Se puso de pie, quedándose quieto. Detrás, el pelinegro se apoyó en la pared mientras el rubio lo examinaba de pies a cabeza.
Antes de que pudiera hacer algo, el ruso le quitó de un tirón el uniforme a rayas que había llevado en el campamento de concentración y que todavía conservaba.
¿Qué otra cosa iba a ponerse, Jesús?
Miró el suelo, temblando. Escuchó como los hombres intercambiaban palabras entre sí, riéndose y llamando la atención del resto de soldados. Muchos miraron al chico con interés, sus ojos brillando con algo desconocido.
Váyanse, quiso llorar cuando el rubio le tocó un pezón con fuerza, por favor, olvídenme.
Nada salió de su boca.
El ruso lo llevó a lo que en algún momento debía ser el comedor y dónde se juntaban todas las noches. No hicieron comentarios en cuanto a donde dejó el cuerpo –no les debía interesar, de todos modos–, y lo empujaron al centro.
—Ya que no tenemos a la chica —dijo el ruso en un inglés muy chapucero(2)—, tú serás útil. Pareces una chica.
El rubio lo puso de rodillas, y Eren comprendió.
—No… —gimoteo débilmente.
Los hombres entendieron su palabra. Y solo se rieron.
—Cállate, perra alemana.
Cállate, perra turca(3).
Recordó a los guardias de Auschwitz, gruñéndoselo los primeros días, cuando buscaba preguntas para su situación. Diciéndoselo cuando caía agotado por el trabajo, antes de tomarlo del pelo y darle una paliza. Gritándoselo cuando retiraron el cadáver de su madre para quemarlo.
Cuando le levantaron las caderas, reaccionó.
—¡No! —gritó retorciéndose, liberándose del agarre, tratando de huir. Pero los tipos lo tenían acorralado—. ¡No, por favor! ¡No!
Los hombres volvieron a reírse, sin darle el paso.
Uno lo agarró de los brazos, pero pateo para liberarse.
Otro lo tomó de las piernas, y un tercero lo abofeteo, diciéndole en ruso que se callara.
Eren siguió gritando cuando lo pusieron de rodillas, sosteniéndolo de la cintura.
En un momento de locura, maldijo en su interior a Historia por haber muerto.
Luego quiso llorar por pensar eso.
No se calló al recibir otra bofetada fastidiada. Gritó más fuerte al ser penetrado de golpe, rasgando, destrozando.
El hombre lo embistió, sacándole otro grito, y lloró al sentir una polla contra su rostro.
Lo obligaron a separar sus labios, y sin esperar a que se calmara un poco, llenaron su boca con un miembro, profundamente.
Eren se ahogó, y sin pensarlo, solo actuando, mordió con fuerza.
Escuchó un grito, pero no soltó, a pesar de que lo estuvieran golpeando.
Recibió otro golpe, ahora en la mandíbula, y como el tipo ya no lo estaba penetrando, cayó al suelo gimiendo, escupiendo sangre, carne, vomito.
El hombre que había mordido estaba gritando de dolor, sus compañeros tratando de asistirlo, y los otros… los otros con expresiones sádicas, mirándolo.
Mátenme, quiso decir, mátenme.
Comenzó a llorar cuando lo agarraron otra vez.
Hacía frío.
Mucho frío.
Y no sabía cómo podía tener frío, si el verano estaba llegando.
Se envolvió en la sábana sucia, escupiendo sangre, apenas moviéndose, tratando de quitarse aquel asqueroso y espeso líquido blanco que llenaba su cuerpo.
Los hombres todavía no despertaban.
No sentía sus piernas. Ni su cadera. Y todo dolía.
Lo único bueno, es que no habían querido utilizar su boca. Con todos los golpes, con todas las palizas, aún seguía mordiendo.
Estaba a un minuto de tomar un arma y dispararse.
Solo habían pasado tres días. Y ya no lo soportaba.
¿Por qué no se van?, quiso preguntarles, temblando, ¿por qué siguen aquí? La guerra acabó. Alemania está destruida, váyanse, mátenme.
Nadie contestó. Todos sus conocidos, sus familiares, sus amigos, estaban muertos.
Escuchó movimientos, y quiso llorar.
—La perra está aquí —dijo un soldado al verlo, sonriendo con burla.
Eren lo miró con lágrimas en los ojos cuando lo tomaron del brazo. Se aferró con más fuerza a la sábana.
Al caminar, toda la parte baja de su cuerpo se quejó.
Gimió por el dolor, ahora llorando a lágrima viva.
Cuando lo pusieron de rodillas, una trompeta sonó.
Los hombres mascullaron maldiciones, soltándolo y yendo fuera del edificio.
Eren respiró aceleradamente, sin sentirse un poco aliviado. Podían volver en cualquier momento.
Quiso huir. Correr. Desaparecer. Pero no podía. Apenas tenía algo en su estómago. Sus piernas no aguantaban su peso. Su cuerpo no resistiría correr tanto.
Los soldados volvieron, sin dejar de maldecir en voz baja, recogiendo sus armas, sus sacos de dormir, la comida que tenían.
Olvídenme, pensó sin levantar la vista. Quizás, si se hacía pequeño, no lo verían.
—De pie, zorra.
Apretó sus labios tratando de no soltar un gemido cuando el soldado se paró a su lado. Sin dejar de temblar, obedeció con lentitud.
El hombre le apuntaba con un arma.
Intercambió unas palabras con otro soldado, uno nuevo, recién llegado, al parecer, que observaba a Eren con pena. Era de pelo negro, y muy, muy pecoso.
El hombre que le apuntaba soltó una carcajada ante unas palabras del chico, que se retiró rápidamente de allí.
—Vamos —ordenó sin dejar de apuntarle.
El resto de soldados seguía sonriendo sádicamente.
Eren comenzó a caminar.
Fue llevado por el bulevar Unter den Linden, la pistola en su espalda, cargada. La sábana se arrastraba mientras las piedras se enterraban en sus pies, y hacía muecas por el dolor. Pudo ver como más soldados salían de los edificios en ruinas, algunos llevando a mujeres de todas las edades, incluso niñas de doce años, y se le revolvió el estómago.
Recordó cuando tenía nueve años y caminaba por el bulevar, tomado de la mano de su madre, pasando por debajo de la puerta de Brandeburgo, rodeando la estatua de Federico de Prusia, viendo los escaparates con ropa, trajes, instrumentos musicales, jugando entre los árboles, corriendo de un lado hacia otro bajo la atenta mirada de mamá.
También recordaba las miradas despectivas que le dirigían algunas personas, como se alejaban de los dos, murmurando ofensas en voz baja. En ese momento, no lo había entendido bien, pero más adelante, en Auschwitz…
Tropezó, cayendo de rodillas, sus manos y piernas llenándose de rasguños. Deseo que lo dejaran allí, que lo olvidaran, pero un soldado lo tomó del cabello, obligándolo a ponerse de pie, y empujándolo a seguir caminando.
Sus pies sangraban. Los movimientos hicieron que las heridas que debía tener en su interior volvieran a abrirse. Sus rodillas y manos también sangraban. Su alma estaba rota.
Quería echarse al suelo y rogar para que lo mataran.
Se detuvieron fuera del hotel Adlon, antes magnífico, ahora en ruinas. Se había quemado hacía ya varios días, por lo que la fachada, antes blanca, estaba negra, y el camino de entrada estaba con más escombros.
Su estómago gruñó por el hambre y los soldados se rieron.
Vio a más soldados limpiando el interior del hotel, quizás habilitándolo para alojar al resto de hombres que venían.
—¡Suéltenme!
Se giró al ver a otro grupo de soldados arrastrando a una muchacha de cabello color miel, que lloraba descontrolada. Tenía las ropas rasgadas y se aferraba con fuerza a la cortina que la abrigaba.
Eren desvió la vista.
Quiso ignorarla. Quiso hacer caso omiso de ella. No quería encariñarse.
Pero la empujaron a sus brazos. Notó que también tenía sus pies heridos, y que la habían golpeado en el cuerpo.
—Ayúdame… —lloriqueó al ver a Eren.
El castaño sintió su garganta apretada. Debía tener su misma edad.
—Chto oni delayut?(4)
Volvió a girar su rostro, todavía sosteniendo a la chica a pesar de la debilidad de su cuerpo. Un soldado calvo se había acercado, y detrás, una chica castaña lo seguía, sus manos llevando pan.
Se le hizo agua la boca.
—Zabava dlya nas —contestó un soldado con una risa burlona.
El soldado rapado dirigió una mirada de lástima a Eren y la chica. Luego se giró a la chica detrás de él.
—Sasha, ayuda —balbuceo señalándolos.
La chica asintió frenéticamente antes de caminar, titubeante, hacia ellos.
Un soldado la atrajo y Sasha gritó.
—Dolzhny li my takzhe veselo s nim?
El chico rapado no dudó en sacar la pistola y apuntar al soldado que sostenía a Sasha. Con lentitud, el hombre que tenía a la chica la soltó, quien se liberó rápidamente y caminó hacia Eren, tomándole la mano.
Su mano estaba tibia.
Los soldados intercambiaron unas furiosas palabras más, hasta que, a regañadientes, todos asintieron ante las órdenes.
—Van a quedarse en el salón —murmuró Sasha, arrastrándolos hacia el interior.
—Más… más lento… —susurró Eren, la otra chica aferrado a él, llorando.
—Si tuviera otros zapatos y ropa, no dudaría en prestárselos —soltó la castaña con la voz temblando.
Eren no dijo nada más, sintiendo la mirada de miles de soldados puestos en ellos.
Al entrar al salón, vio a más mujeres. Todas con expresiones de miedo, todas apenas con algo de ropa, todas con los ojos rotos. Unas pocas sostenían a sus hijos, aferrándose a ellos, que también lloraban.
Un panorama desolador.
Se sentó sobre un bloque, y Sasha le ofreció un trozo de pan a él y la otra muchacha.
—Me llamo Sasha, pero ya debes saberlo —la chica trató de sonreír, lográndolo miserablemente.
—Eren —murmuró sacando un pedazo pequeño de pan.
—Pe… Petra… —sollozó la otra adolescente.
Hubo un pequeño silencio, tenso, cada uno metido en su propio mundo.
Eren pensó en el chico calvo y Sasha, y algo se le vino a la mente.
—¿Eres… alemana? —preguntó en voz baja.
Sasha asintió con la cabeza, mirándolo.
—¿Tú… qué eres del ruso?
Otro silencio, tenso, pesado, Petra levantando la cabeza, interesada en la conversación.
—Su amante —Sasha jugueteo con un pequeño pedazo de pan, nerviosa—. Él… Connie es de la compañía 104, y según lo que oí, era la compañía más fuerte del Ejército Rojo, con ninguna baja desde que entraron a la guerra —tragó saliva, mirando al salón—. Ya me habían violado varios hombres cuando la compañía llegó a mi pueblo, y… y pensé que… que si era su amante, nadie iba a tocarme —mordió su labio inferior—. Nadie me ha tocado. Todos respetan a la compañía y a su capitán.
Relaciónate con los más fuertes. Con los altos mandos. Así podrás salvarte. Un hombre es mejor que quince. Un hombre es mejor que todo un ejército, susurró una voz en su interior.
Por un momento, Eren tuvo esperanzas. Pensó que lo lograría. Que podría salvarse.
Pero soy un chico, también pensó, viendo a Petra temblar cuando dos soldados entraron, soy un maldito chico. Me utilizan solo porque hay pocas mujeres. Estoy condenado.
Contó, y notó que dentro de la habitación debía haber cerca de veinte mujeres, sin contar a sus hijos.
Veinte mujeres para satisfacer a un batallón. No le sorprendía que lo utilizaran.
—Estuviste en Auschwitz, ¿no?
Levantó la vista, encontrando los ojos de Sasha posados en su brazo, mirando su número. Petra también lo miró, y sin dejar de llorar, se alejó.
—Soy turco —murmuró, preparado ya para recibir los insultos a los que ya estaba acostumbrado.
Pero Sasha, simplemente, le entregó el último pedazo de pan que sostenía, sus ojos llenos de lágrimas.
—Lo siento —sollozó—, lo siento.
Eren no dijo nada, solo cerró sus ojos, su mente rememorando todos los lamentos que escuchó en el campo de concentración, todos los gritos, todos los gemidos.
Quería decirles que un perdón no traería de vuelta a su madre. Que no traería de vuelta a sus amigos. Que no traería de vuelta a nadie que había conocido en el pasado.
Pero las palabras se quemaron, convirtiéndose en cenizas que el viento se encargó de desaparecer.
Era la quinta noche desde que habían llegado al hotel.
El bullicio de los soldados no dejaba dormir a nadie. Sabían que pronto irían en busca de alguien. Mikasa, Annie y Sasha estaban terminando de atender a una mujer que dio a luz hacia pocas semanas, cuando dos hombres ingresaron, haciendo bromas y riéndose a carcajadas.
Petra le apretó el brazo y Eren quiso llorar.
Que alguien más vaya, pensó sintiendo su garganta apretada.
—¿Quién quiere jugar hoy? —preguntó un soldado riendo, viendo a las mujeres de forma lujuriosa.
Todas temblaron, y Eren cerró sus ojos. Petra tiritaba a su lado.
—Yo —murmuró otra vez, poniéndose de pie.
Mikasa, Annie y Sasha se tensaron, mirándolo con urgencia. Era la quinta vez que se ofrecía. La quinta vez que sería usado por quince, veinte, treinta hombres. La quinta vez que lo destrozarían.
Annie le había pedido que no se volviera a ofrecer. Al ser un chico, siempre eran más brutal con él.
Mikasa le había rogado que dejara de tratar ser valiente. La asiática siempre se encargaba de limpiarle el cuerpo cuando lo dejaban tirado en el salón.
Sasha le había suplicado que dejara que las otras mujeres fueran utilizadas. Todas ya habían sido violadas, ya sabían lo que se sentía.
Pero Eren, como siempre, quería proteger a alguien. A su madre. A Historia. A Petra. A Mina. A Rico. A Nanaba. A Hannah.
—Debe gustarte que te follemos, ¿no, perra alemana? —se burló un soldado tomándolo del brazo.
Observó al interior, y vio las miradas de agradecimiento.
No lo hicieron sentir mejor.
Seguía arrastrando la sábana.
Sus pies volvieron a sangrar.
Al medio del salón, había un tarro donde hacían el fuego para iluminar gran parte del lugar. Todos silbaron al verlo, y bajó la vista, sin querer hacer contacto visual con nadie.
Las pocas veces que hacía contacto visual, siempre identificaba lujuria, placer, sadismo, diversión.
Nunca compasión.
Pero ya estaba acostumbrado a no recibir compasión.
Le arrancaron la sábana y empezaron a toquetearlo.
Lo pusieron de rodillas, elevando su trasero.
Le escupieron, para humillarlo más.
Lo penetraron sin preparación, queriendo que doliera más.
Que gritara. Que se retorciera.
Al principio, aguantó bien. Uno, dos, tres hombres utilizándolo. El cuarto, el quinto. Seguía consciente, apretando sus labios, sin soltar gemido o grito alguno. Un sexto, un séptimo. Cada uno tardaba cerca de veinte minutos. Eren necesitaba aguantar hasta treinta hombres, así se emborrachaban lo suficiente y no iban a buscar a nadie más. Podía hacerlo. Podía hacerlo.
Sintió el semen escurriendo de su interior, por sus piernas, más carcajadas, y luego otra penetración.
Y luego, otro empujando.
No. No.
Iban a romperlo.
Comenzó a moverse, buscando alejarse. Pero lo sostuvieron de las caderas, chillando al sentir dos pollas en su interior.
Y cuando comenzó a chillar, fue imposible parar.
No cuando habían dos detrás de él. No cuando se estaba desgarrando por dentro. No cuando iba entre la conciencia y la inconciencia. No cuando podía ver el rostro de su madre, lleno de decepción.
Gritó, su voz llenando todo el hotel Adlon.
—¡Mierda!
—¿Capitán?
Armin tembló al ver la mirada de muerte que el Capitán de la Compañía 104, Levi Ackerman, le dirigió. Pero tembló aún más al escuchar el grito que provenía del salón del hotel. Y tembló todavía más al ver como su mirada se oscurecía.
—¿Puedes ir donde esos imbéciles y decirles que callen a su puta? —gruñó el capitán frotando su frente con fastidio—. Sus malditos gemidos no dejan que me concentre.
—Oh… —Armin tragó saliva, y recordó las palabras que Annie, su amante, le había dicho hacia unas horas—. Es un chico, capitán.
—Me importa una mierda —Levi miró a Armin temblar otra vez ante el grito que resonó en las paredes—. ¿Qué ocurre, Arlet?
—Es que… solo tiene diecisiete años, capitán —Armin tragó saliva—, y Annie me dijo que es utilizado todas las noches para proteger al resto de mujeres.
—¿Y a mí qué? —vio como el rubio bajaba la vista, avergonzado y nervioso, y soltó un resoplido—. Tch. Me deberás una, Arlet. Kirschtein, Bodt, acompáñenme.
—Sí, capitán —murmuró el chico aliviado, los dos soldados que hacían de guardia obedeciendo con rapidez.
Poniéndose de pie, Levi Ackerman salió de la habitación que estaba utilizando como oficina y dormitorio, frunciendo el ceño al ver las paredes sucias otra vez. Ese fin de semana ordenaría otro aseo general mientras se quedaban en esa porquería de ciudad, hasta que Erwin ordenara el retiro de las tropas.
Todos los soldados le dieron el paso, desviando los ojos, sin querer mirar la expresión furiosa del hombre más temido del Ejército Rojo. El mismo Stalin lo había condecorado luego de derrotar a los alemanes en la batalla de Moscú.
Llegó al salón, y maldijo por su altura.
Los hombres estaban tan concentrado en el espectáculo del centro que no se percataron de él.
Sin dudar un poco, sacó el arma y disparó al cielo.
Los soldados, asustados totalmente, se giraron a ver al capitán.
—Su maldito ruido no deja que me concentre —dijo con calma, avanzando al centro por el camino que hacían los soldados, que retrocedían tratando de hacer el saludo militar con total torpeza.
Escuchó otro grito, una bofetada y un golpe seco.
Llegó al centro, viendo el suelo.
Un desnutrido, alto chico respiraba aceleradamente, su cuerpo lleno de moretones, sangre y algo blanco escurriendo desde su ano.
Hizo una mueca.
El chico levantó la vista.
Susurró unas palabras, y Levi lo observó, congelado.
Mátame, había murmurado el muchacho con la voz rota, en inglés, por favor, mátame.
Levi no habría dudado en hacerlo antes. Había visto tanta muerte, que una más no le habría pesado.
Pero el chico era hermoso. Precioso, a su manera. Con ojos dorados como el sol, cabello castaño desordenado, rostro delgado y piel tostada.
Observó su cuerpo, deteniéndose en su brazo.
53.478. Había salido de un campo de concentración.
Quiso reír. El orgulloso Ejército Rojo, salvador de los judíos y otros torturados, violando a un chico que estuvo en un maldito campo de concentración.
Monstruos. Los Aliados y el Eje estaban lleno de monstruos.
—¿De dónde vienes? —gruñó en inglés, en medio del silencio.
—Auschwitz —susurró el muchacho, temblando.
—¿Judío?
—Turco.
Chasqueo otra vez, viendo su cuerpo, y se giró.
No era asunto suyo lo que hacían esos hombres con él.
Dio dos pasos, alejándose.
—Máteme —volvió a rogar el castaño—, por favor, máteme —lo volvió a mirar, viendo nada más que un niño quebrado y roto—. No tengo a nadie. No quiero vivir más. Máteme.
Me voy a arrepentir de esto, pensó caminando hasta la sábana sucia en el suelo.
Ante la atónita mirada de los soldados, envolvió al chico con la sábana, y lo levantó en brazos, pegándolo a su pecho.
No dijo nada mientras se retiraba, con el turco en brazos, liviano como una pluma.
Eren no había sentido tanto calor en mucho tiempo.
Un calor suave, tierno, envolvente, amable. Que lo acunaba y lo invitaba a dormir por mucho, mucho tiempo. Un calor que quería sentir para siempre.
Sin darse cuenta, comenzó a llorar a gritos, aferrándose a la chaqueta del hombre pelinegro y de aspecto malhumorado que lo tenía en brazos, y le entregaba ese calorcito que nunca quería soltar.
Levi, simplemente, murmuró unas palabras en ruso que trataban de ser tranquilizadoras, dejando que el chico se desahogara en su pecho, sintiendo como su corazón se rompía al ver a solo otra víctima destrozada de ese monstruo llamado guerra.
(1) Weidling fue el Comandante que rindió la ciudad de Berlín el 2 de mayo de 1945, luego de que Hitler se suicidara.
(2) Claramente, para entenderse entre ellos hablaban en inglés :'v
(3) Siempre se ha hablado de holocausto judío, pero quise poner a Eren de descendencia turca debido a que los judíos no fueron el único pueblo y personas exterminadas. Gitanos, comunistas, polacos, homosexuales, discapacitados, alemanes con descendencia "no pura", etc., fueron igual de masacrados.
(4) La discusión entre Connie y el soldado soviético trata en sí de que llevan a Eren y más mujeres a divertirse, y consideran a Sasha como una de ellas igual, pero Connie la defiende aludiendo a que es suya.
Idea sacada de la novela autobiográfica Una Mujer en Berlín, de C. W. Ceram, que retrata el tema de las múltiples violaciones que ocurrieron en dicha ciudad luego de la caída del Tercer Reich. Tiene su propia película, también. En sí, trata sobre como las mujeres, para evitar ser violadas, buscaban relacionarse con los altos mandos para ganar protección, aunque más adelante, luego de que Berlín fue desocupada, se ganaron el repudio de la sociedad.
La idea surgió luego de asistir a una jornada de la 2° Guerra Mundial y sus consecuencias de mi universidad, donde una compañera expuso sobre el tema de la violencia sexual que existió durante la guerra. Cabe mencionar que ésto no se limitó solo a un ejército, sino que tanto Aliados como el Eje ejercieron dicha violencia contra las mujeres, niñas e incluso hombres del lugar.
Será una historia corta, entre tres o cinco capítulos, así que si hay gente que sigue Under Pressure y estaba preocupado por las actualizaciones, no se preocupen, no dejaré la historia de lado. Por lo tanto, no sé cuándo volverá a ser la actualización de Monstruos de Guerra, espero que sea dentro de una semana, pero si no, tampoco desesperen, no tardaré un mes en el siguiente capítulo.
¿Review? ¿No? Vale :'c
Espero que les haya gustado, prometo hacer capítulos más largos~
