Wiol Ono
I
Sinceridad
Él, tuvo la sensación de que había amanecido más temprano que de costumbre. No es que en aquel "aposento" se colaran muchos rayos de luz, de hecho eran casi escasos. Sabía que era de día por la imagen que Eragon le transmitía con su mente. Pero ¿por qué existía ese nexo del que probablemente el castaño ni siquiera se había percatado? Bueno, ambos son Jinetes, sus dragones están enamorados y... son hermanos.
- Por más que él repudie la idea – se dijo de forma amarga mientras se ponía las botas.
Espina, al sentir que su amo despertaba, comenzó a desperezarse de forma elegante. Sus costados parecían ensancharse de más y las escamas del hocico se acomodaban a medida que abría los ojos.
- Buenos días, Espina – saludó el Jinete, procediendo a lavarse el rostro y las manos.
Buenos días, Murtagh. ¿Qué planes tenemos para hoy?
- Galbatorix me ordenó que partiéramos a las Vertebradas a reunirnos con un hechicero y persuadirle para que se nos una.
¿Qué importancia crees que tenga ese hechicero?
Murtagh se encogió de hombros y suspiró.
- Tal vez Galbatorix lo quiere como vasallo para darles problemas a los vardenos y los demás rebeldes y así ganar tiempo para recuperar parte de las tropas que fueron reducidas en la última batalla que se libró.
Quizá, y en cuanto a eso...
- No, Espina, te pedí que dejáramos el tema – murmuró el Jinete, colocándose la capa mientras se miraba en el espejo.
El orgulloso dragón rojo resopló y se levantó, con sus grandes ojos miró con escrutinio a su jinete y movió la cabeza con lentitud, como si negase algo.
Debiste haber dicho la verdad, o al menos dejarme a mí...
- Si te hubiera dejado, Galbatorix te hechizaría y no tendrías la independencia que gozas ahora. Y si yo no hubiera callado, tal vez habría recitado más juramentos y eso significaría que sería incapaz de hablar cuando llegue el momento adecuado. Nos dejé dos salidas por si las necesitamos realmente en un futuro.
¿Qué puede ser más valioso para ti que tu corazón?
- Él y tú, Espina, ambos son lo más valioso para mí. Si estuvieras en mi lugar y fuera Saphira quien corriera peligro, ¿no harías lo mismo? Yo sé que sí, al menos uno de los dos conserva un orgullo intachable y la dignidad sin pisotear.
Tonto, si tú estás mancillado... yo también, se supone que debería protegerte.
- Y lo haces, estando a mi lado no me hace falta más.
Claro que sí hace falta, él... si lo supiera...
- No podría soportarlo y cometería alguna imprudencia, él está mejor así, sin saber nada. Ahora, andando... las Vertebradas nos esperan.
El dragón le miró de forma benevolente y le siguió a través del enorme espacio en los pasillos del castillo. En las afueras, el viento seco y con olor a muerte les golpeó de lleno pero Espina enseguida desplegó sus alas sublimemente y acomodó sus músculos para el arduo viaje. Murtagh estaba por subir, sin embargo, sintió la presencia de Galbatorix acercándose a ellos.
En unos cuantos segundos, lo tenía enfrente de él, con el rostro contraído en una mueca ambiciosamente inmutable. Como su vasallo, se inclinó ante la presencia del Rey y aguardó.
- ¿Pensabas irte sin despedirte de tu Rey? – inquirió su superior.
- No quise molestar a su Majestad.
Galbatorix enarcó una ceja y puso una de sus callosas manos sobre el hombro del Jinete, palmeándolo ligeramente.
- Siendo así, espero mucho de ti, Jinete de Espina.
Murtagh entonces se puso de pie, hizo una reverencia y se montó en Espina. Éste alzó el vuelo y se apresuró a alejarse de la presencia del rey falso. Sentía la repulsión del muchacho y ello sólo aumento su energía para elevarse, tratando de que su Jinete volviese en sí al percatarse de lo basto del panorama y de la desaparición del aroma putrefacto que reinaba en los dominios de Galbatorix.
- Gracias, Espina – dijo el joven, recostándose sobre él –. No sabes cuán feliz me siento de ser tu Jinete.
Y yo de haberte conocido finalmente.
Murtagh esbozó una suave sonrisa y se dedicó a ver lo que Espina le mostraba desde las alturas. Estaban ya en los lugares que no habían sido alcanzados por la mano negra del Rey, eran prados todavía verdes y con arroyos que llevaban agua libre de sangre o tierra maldita, las aves volaban por doquier al igual que una manada de ciervos que pastaban en la colina más elevada.
Si lugares como esos todavía existían, era imposible empañar la esperanza de que pronto toda Algaësia estaría igual.
- O tal vez mejor...
Si Espina pudiera sonreír, definitivamente sería una sonrisa noble e ilusionada, como la de un infante grande. Veía los sueños de su Jinete y le gustaban, tanto que daría su vida por hacerlos realidad, así como estaba seguro de que Murtagh también lo haría...
Pasados los días, Eragon y Roran ya habían emprendido su camino a Dras-Leona y estaban ahora acampando en las Vertebradas, justo a la mitad de los frondosos árboles donde la niebla era demasiado espesa al caer la noche.
Tenían encendida una fogata para calentarse un poco y las provisiones no hacían falta todavía.
- Creo que tendremos que detenernos un poco, para cazar algún cervatillo – apuntó Roran.
- Tal vez tengas razón, no creo que nuestras provisiones alcancen hasta que lleguemos al pueblo de Kuasta.
Roran tembló un poco y se cubrió mejor con la manta que los vardenos le habían proporcionado tan generosamente para su viaje.
- ¿Cómo está Saphira? – preguntó, viendo al majestuoso animal descansando detrás de Eragon.
- Algo cansada, no le es muy inspirador verse en este escenario – contestó el menor en son de broma.
Saphira lo escuchó pero estaba demasiado cómoda en su posición como para preocuparse por reñirlo, continuó con los ojos cerrados dejándose llevar lentamente por un ensueño agradable.
Poco a poco, los ojos de Roran comenzaron a cerrarse y muy pronto se había quedado completamente dormido. Aunque éste no era el caso de Eragon que seguía tan despierto como si hubiera dormido mucho anteriormente.
Se puso de pie procurando no hacer ruido y fue a dar una vuelta por los alrededores.
No podía dormir, eso estaba más que claro. Ahora, la pregunta era ¿por qué? Bueno, para ello también tenía una respuesta que su enorme ego y sentido de justicia y lealtad le hacían imposible reconocer.
Lo quieres de vuelta.
¡Saphira! ¿Qué haces hurgando en mis pensamientos?
Lo gritaste, me sacaste de mi sueño. Por cierto, ¿dónde te has metido, pequeñajo?
Estoy a unos cuantos árboles de distancia y voy de regreso...
¿Quieres hablar? El sueño se me ha ido y tardaré en conciliarlo.
No, no hay nada de qué hablar. Por cierto, ¿no habías dicho que pese a lo que escucharas nunca harías referencia a ello a menos que yo lo reconociese primero?
Técnicamente lo reconociste al negarte a traer a tu mente lo que te causa este insomnio.
Sí, claro, pequeña tramposa...
Eragon bufó y pronto se vio de vuelta en el improvisado campamento donde Saphira lo aguardaba aún acostada pero con la vista alzada, como si fuera una altiva princesa.
¿Sabes, pequeñajo? No está bien que trates de guardarte todo eso, no veo porqué te resistes en hablar. Empezaré a creer que tu parte de sabio comienza a decaer...
No estoy de ánimo, Saphira.
Yo más que nadie en este momento sé que no estás de ánimo, sólo trato de hacer que seas honesto contigo mismo. Nasuada te lo dijo, la vergüenza de tu padre no es la tuya y, como lo piensas, quizá ni siquiera sea la de Murtagh.
¡Él es un traidor! Ni siquiera el que seamos hermanos influyó un poco en su decisión de servir a Galbatorix.
Nos perdonó la vida...
Lo hizo por su ego, para humillarnos y hacernos ver que puede venir por nosotros en cualquier momento; si quedara algo de honor en su persona, tal vez también lo habría hecho para deslindarse de los lazos amistosos que una vez nos unieron.
Y de los cuales tú no puedes olvidarte, eso es lo que más rabia te causa ¿no es así?
¡Al diablo con esos lazos! Si él no les dio importancia, yo tampoco se la daré. Acabaré con él como el tonto que ha pisoteado vilmente la memoria de los Jinetes que una vez anduvieron por nuestros cielos y que velaron por el bien de todos.
Eragon se dejó caer en las hojas secas, junto a un árbol y se cubrió con una manta. Veía afanado el crepitar del fuego mientras insistía en desviar su memoria hasta la hermosa cara de Arya. Así, podría reconfortarse aunque fuera un poco.
Evadiendo la realidad jamás podremos madurar lo suficiente para hacerle frente ni a él ni a Galbatorix. Sabes que tu corazón no está ahí y mientras no le des su lugar, olvídate de tener alguna esperanza de que otro milagro nos ayude a derrotar a los enemigos que nos esperan.
Saphira entonces dejó de hablar y volvió a sumirse automáticamente en su descanso. Eragon apretó la mandíbula fuertemente y trató de acomodarse en el duro suelo.
Su dragona tenía razón, pero era preferible negar esa realidad a aceptarla y terminar derrotado gracias a ella, eso sería una deshonra.
- No; me niego a reconocer esto tan enfermizo y malsano – se dijo, cerrando los ojos para tratar de conciliar el sueño.
Murtagh no merecía sus pensamientos, era un traidor, alguien a quien no le había importado ni el lazo de sangre que les unía. Un ser que había vendido su honra a causas crueles y perversas, y que, además de todo, le había decepcionado, rompiéndole el corazón. Porque sí, no tenía caso que lo ocultara más, no podía engañarse. Murtagh era la única persona que le había cautivado tanto con su valentía desmedida como su belleza varonil.
En buena hora la desgracia le acometía. No había dolido que se fuera al lado de Galbatorix, ni que les hubiera ganado a él y a Saphira de ese modo tan humillante, dolía que con sus acciones dejase en claro que no tenía intenciones de recordarlo como lo que habían sido: compañeros. Él, Eragon, siempre había pretendido apoyarse de Murtagh y sanarle de las heridas que Morzan y la tiranía de Galbatorix habían dejado tanto en su alma como en su cuerpo. Podría habérselo perdonado todo, su traición a los vardenos, la lealtad jurada al rey impostor, ¡incluso podría haberle dado redención si el crimen hubiese sido que matase a sus amigos para salvar su propia vida! Pero no era capaz de perdonarle semejante falta a su corazón, menos si ya se había enterado de que eran hermanos.
- ¿Cómo pudo desechar tan fácil nuestro nexo? ¿Cómo fue capaz de traicionarme de ese modo sin derramar una de las lágrimas que yo dejé caer cuando lo creí muerto? – se preguntaba en murmullos, dejando caer algunas lágrimas que no se sentía capaz de retener.
Estaba tan bajo de fe. Le dolía demasiado y no podía hacer nada con ello, si sólo lo pudiera ver y éste le dijese que todo era mentira. Que había soñado mal y que la guerra todavía no se llevaba a cabo.
- Pobre e iluso Eragon – se lamentó –, no despertarás y le verás sonriendo mientras el alba llega. La próxima vez que se encuentren, uno de los dos morirá en cuerpo y, si no eres tú, de todas formas morirá tu alma que tratará de acabar con todo pronto para dormirse y no saber más de nada. Porque duele, pero no tienes el valor de reprocharle algo porque nunca te dio muestras de lo que tú esperabas de forma tan ingenua. A él, le sedujo el poder que Galbatorix le mostraba y prefirió servirle con su dragón a él que venir y luchar a tu lado. La importancia fue muy poca.
Y deberías de dejar de pensar de ese modo tan lamentable y dormir de una buena vez, si todas tus quejas son verdad, sólo piensa en esto: Él era sincero cuando te mostró el odio en sus ojos al hablar de Morzan y mostró locura cuando nos atacó y te habló de Galbatorix. Debería bastar para que apartases el dolor y te pusieras a reflexionar de verdad.
¿Qué quieres decir?
No soy quién para decírtelo, si no eres capaz de darte cuenta, entonces estamos peleando una batalla con los ojos vendados. Ahora duerme, la noche no es eterna.
Eragon mantuvo los ojos cerrados todo aquel tiempo. En secreto, lejos de los oídos de Saphira y de cualquier otro extraño, pidió por la vida de su hermano y la de él. Que el destino tuviese compasión y parase ese juego diabólico donde tantas ilusiones se habían roto ya. Al igual que la sinceridad justa y pura.
- Yo también rezo por ello, hermano mío – murmuró Murtagh a la Luna llena que se cernía en lo alto del firmamento, tan angustiosamente lejana.
Todos rezamos por ello, por esos días de esplendor que no deben tardar en llegar.
- Él será un buen rey – aseguró con la mirada enorgullecida y llena de amor –. No tengo ninguna duda de dar mi vida por él cuando llegue el momento, ¿piensas como yo o debería detenerme en mis planes, Espina?
Pienso como tú y lo siento de la misma forma. Nuestra muerte no será en vano, sólo necesitamos mantenerla en secreto. No importa que él y Saphira nos odien todavía más, con los elfos y los enanos de su lado, no podrían languidecer por más grande que fuera la pena.
- Entonces, no se diga más. Salve el futuro Rey, que conduzca a toda Alagaësia a recuperar el resplandor dormido. Que sea un Sol y que nunca se extinga, Espina y Murtagh, compañeros de las sombras, velaremos porque su destino se cumpla...
