PRÓLOGO
No podía seguir adelante con aquello. Ginny Black estaba sentada en la antigua cama que se hallaba en el dormitorio del ala sur del rancho que había pertenecido a su familia durante cuatro generaciones. Ella misma fue concebida en aquella habitación. Ahora, lo único que necesitaba hacer para reclamar su derecho de nacimiento era avanzar por el pasillo y decirle a Harry Potter "Sí, quiero"
Era así de sencillo y así de complicado. Unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas y humedecieron el cuello de encaje de su traje de novia. Sostenía en sus temblorosas manos un ramo de rosas blancas. Haciendo girar una y otra vez el anillo de compromiso en su dedo, Ginny movió la cabeza, tratando de luchar contra el opresivo sentimiento que atenazaba su corazón.
No podía hacer aquello. Harry merecía algo mejor sorbiendo por la nariz, alargó una mano para tomar un pañuelo de la mesita de noche.
Alguien llamó a la puerta.
Adelante – Ginny hipó y alisó la falda de satén con una mano.
Su futura cuñada Hermione Potter, asomó la cabeza por la puerta.
El predicador está aquí. Todos esperan.
¿Puedes darme diez minutos más? Preguntó Ginny.
Hermione entró en el dormitorio y cerró la puerta
¿Nervios?
Ginny asintió.
Oh, querida, ya sabes que te llevas al mejor hombre de Ottery St. Catchpole.
Lo sé – y ese era precisamente el problema, pensó Ginny.
Hermione le palmeó la mano.
Todo irá bien, te lo aseguro. Sí tú quieres a Harry y él a ti, lo demás no importa.
Pero, Hermione estaba equivocada. Totalmente equivocada. No sabía nada sobre el oscuro secreto de Ginny.
Se que mi matrimonio con Ronald no es perfecto –dijo Hermione -, pero las cosas se van resolviendo. Y, lo creas o no, tras siete años de casados, estamos mejor que nunca.
Ginny lo sabía. Había sido testigo de la transformación de Ronald.
Me alegra que os vaya bien.
Os lo debemos a ti y a Harry. Si no fuera por vosotros, Ronald y yo seguiríamos separados.
Ronald es un buen hombre. Habría acabado por recuperar la cordura.
Hermione abrazó cariñosamente a Ginny.
Vamos no dejes, que el matrimonio te asuste, merece la pena el esfuerzo.
No era el matrimonio que asustaba a Ginny lo que la asustaba era engañar a Harry Potter.
Necesito otros cinco minutos rogó- por favor Hermione.
De acuerdo.
Confundida la dama de honor salió del dormitorio.
Ginny tenía que salir de allí, volar, huir. Ahora en aquel momento. Antes de que fuera demasiado tarde. Se puso de pie y fue hacia la ventana. La camioneta de Harry estaba en la parte trasera, con las tradicionales latas atadas en el parachoques trasero y la consabida frase Recién casados escrita en betún blanco en los cristales. Aunque hubiera podido conseguir las llaves los coches de los invitados bloqueaban la salida. Estaba atrapada ¿Qué podía hacer? No podía enfrentarse a Harry y suspender la boda mirándolo a los ojos. Era demasiado cobarde como para hacer algo así. Escuchó el sonido de la marcha nupcial procedente del salón. Imaginó a los invitados, al pequeño Hugo con los anillos y a la dulce Rose, a sus amigos, vestidos con sus mejores galas, esperando atestiguar la unión de Harry Potter y Ginny Black.
Solo que ella no era Ginny Black, como todos creían.
Cerrando los ojos, imaginó a Harry ante el improvisad0 altar, con su oscuro cabello azabache algo rebelde, los ojos verdes esmeraldas radiantes de amor. Un amor que quedaría destruido en cuanto averiguara la verdad.
Ginny gimió ante la vivida imagen. Una intensa agonía la recorrió. Mejor dejarlo en el altar que casarse con él y vivir una mentira.
Había tratado de convencerse de que el amor sería suficiente. Había estado ciega de verdad, pero su conciencia no le permitiría seguir adelante con aquella farsa. El verdadero amor estaba basado en la sinceridad. ¿Cómo iba a construir una vida con Harry si no le decía la verdad? No. Sólo tenía una opción: irse de allí cuanto antes. ¿Pero como escapar sin que la vieran?
Volvió a mirar por la ventana, más allá de la zona en la que estaban aparcados los coches. Su mirada de detuvo en Buckbeak, el caballo de Harry, ensillado en el cercado. Huiría a caballo una vez fuera de Ottery St. Catchpole pensaría donde ir.
Ya tomada la decisión, Ginny abrió la ventana, sujetándose el vestido en torno a la cintura, apoyó un pie en el antepecho. Una mirada a sus botas blancas bastó para que el corazón se le encogiera. Sólo hacía dos semanas que fue con Harry a unas galerías comerciales en Hogsmeade y el eligió aquellas botas, diciendo que serían perfectas para su novia. "No pienses en eso", se dijo, y saltó sin pensarlo dos veces. En cuanto recuperó, el equilibrio, corrió por el patio hacia el corral. Abrió la puerta y llamó suavemente a Buckbeak. Obediente el animal se acercó a ella y Ginny lo montó.
En pocos minutos descubrirían que se habría ido y el ambiente festivo daría paso a otro de pesar. El corazón de Harry quedaría destrozado, al igual que el de ella, dando al traste con todos los sueños y esperanzas que habían compartido. No debía haberse enamorado de él.
Un intenso arrepentimiento se apoderó de ella. Reprimiendo las lágrimas, galopó por la pradera. El velo voló a sus espaldas. Sus manos, enfundadas en delicados guantes blancos, sostuvieron las riendas con fuerza. A pesar de que lo intentó, no pudo evitar que su mente regresara a aquel fatal día, cuatro meses atrás. El día en que regresó a Ottery St. Catchpole, dispuesta a cobrarse su venganza.
