Disclaimer: si me perteneciera al menos una 1/3475345723784272 parte de Harry Potter, o sus personajes, sería millonaria y probablemente no estaría aquí.
Capítulo 1: En el que la rubia casi pierde el tren
— ¡Oh, por Dios; oh, por Dios; oh, por Dios!
La rubia arrastraba su baúl por la estación de King's Cross con una mano, y con la otra llevaba un paquete envuelto elegantemente en papel de color bronce, además de sujetar la jaula de su lechuza, que ese día había decidido convertirse en soprano, y llamaba la atención de la gente que pasaba con sus chillidos. Un colorido bolso de mostacillas, que llevaba cruzado sobre el pecho, tintineaba al ritmo de sus pasos.
— ¡Oh, por Dios; oh, por Dios; oh, por Dios! — seguía murmurando.
Su hermano le había jugado una broma, atrasándole la alarma del reloj. A penas se había dado una ducha corta, y vestido con lo primero que encontró en el armario: unos jeans a la cintura y un suéter blanco de cuello alto. Sus padres y Nick, su hermano, partieron antes que ella a la estación, pero gracias a Dios el chofer de su padre la esperaba con el auto encendido. Ahora, quedaba un minuto y medio para las once, e iba atrasada… para variar.
La lechuza blanca cada vez chillaba más fuerte.
— ¡Cállate de una vez! — le gritó la rubia. Más de una persona se volvió, molesta ante los chillidos del animal.
Por fin, llegó a la barrera que separaba los andenes nueve y diez, y corrió hacia ella, justo cuando el reloj de la estación marcaba las once en punto del primero de Septiembre.
Del otro lado, el vapor de la locomotora del expreso de Hogwarts apenas dejaba ver nada, pero la rubia, ignorando la ceguera, corrió al primer vagón y, abriendo la puerta de golpe, lanzó todo lo que tenía en las manos, lechuza incluida.
— ¡Maddie! ¡Hija! — le gritó una voz femenina, cuando la chica tenía un pie en el tren, y éste comenzaba a avanzar. La mujer corrió hasta donde colgaba la rubia, y le dio un beso fugaz en la mejilla.
— ¡Te veré en Navidad, madre! — le gritó, colgando de una mano, mientras que con la otra le decía adiós.
Dentro del tren, un guarda se paró al lado de Madeleine.
— ¡Señorita! ¿En qué está pensando?
La rubia sonrió inocentemente, mientras metía el resto de sus extremidades al tren y cerraba la puerta.
— Lo siento — dijo, mientras tomaba a su lechuza cantora, el paquete y su baúl con las iniciales M. M. elegantemente pintadas.
El guarda murmuró algo así como "adolescentes", y se ofreció a llevar el baúl de Madeleine.
— Gracias — dijo la rubia, y caminó a lo largo del tren buscando a sus amigas, a quienes encontró en uno de los últimos vagones —. ¡Felicitaciones al Premio Anual de este año! — canturreó, lanzando el paquete al regazo de una chica pelirroja que iba sentada.
Lily Evans era, quizá, la alumna más brillante de su clase. De baja estatura, profundos ojos verdes y ademanes elegantes, tenía la piel blanca y lisa como la porcelana. Vestía a su propio estilo: Una blusa blanca de seda, pantalones anchos oscuros, botas con tacón y una boina negra sobre su rojo cabello.
— Le aposté a Cinnamon tres sickles a que no llegarías este año — dijo, mientras abría el paquetito.
Maddie contestó, mientras abrazaba a la otra chica:
— Gracias, Lily, mejor amiga, por confiar en mí y en mis aptitudes de sortear todos los obstáculos a fin de llegar puntual al tren, que me llevará a la mejor escuela de magia bajo la dirección del mejor mago de todos los tiempos: Albus Percival…
— Ya cállate — le interrumpió Lily.
— Y no te olvides de pagarle a Cin más tarde — le dijo la otra chica.
— No tenemos por qué recordárselo — agregó Lily, con una sonrisa enigmática.
Maddie se sentó al lado de la pelirroja y le plantó un beso en la mejilla. Lily se la limpió, mientras reía.
— ¡Me encanta! — dijo Lily, desenvolviendo la bufanda de vivos colores que Maddie le había regalado.
— ¿Te gusta? Es lana de alpaca. Las cumbres de Sudamérica son muy frías. ¡Ah, Emma! — pareció acordarse de algo y buscó en su bolso —. No me he olvidado de ti, corazón.
Emma Summers fue la primera amiga que Madeleine tuvo en la escuela. Era una chica de mediana estatura, largo cabello castaño claro que caía en ondas hasta su cintura, y ojos negros como ónices. Era hija de muggles, y aunque le encantara todo lo relacionado con la magia, no le iba tan bien en sus notas como esperaba.
Maddie le pasó un paquetito, más pequeño que el de Lily, mientras le apretaba una mejilla. Emma, sonriente, le dio un manotazo.
— Es una chuchería — dijo la rubia, antes de que Emma terminara de abrir el paquete —. Pero es muy bonito.
Emma terminó de desenvolver una bonita pulsera. Era de finas cadenas de plata, con pequeños colgantes de madera. Cada uno era una figura distinta. Una estrella, una luna, un pez, un perro…
— Es preciosa — dijo, con una sonrisa.
— ¡Lo sé! — exclamó la rubia —. Por eso yo también tengo una —. Le mostró su muñeca, en donde colgaba una pulsera parecida. Sólo las imágenes eran distintas —. Y, por supuesto, no he olvidado a mi pelirroja favorita — dijo, mientras sacaba otro paquetito de su bolso, idéntico al de Emma.
— Dulzura — le dijo Lily con ironía, mientras abría el paquete —. No tenías por qué.
— ¡Claro que tenía por qué! — exclamó, falsamente indignada la rubia —. Ahora sólo me falta Cin… ¿En dónde se metió?
— Ataque alérgico — respondieron Lily y Emma a la vez.
Maddie resopló, y chasqueó la lengua.
— Pobre Cin… qué bueno que ya casi llega el otoño.
— Y que lo digas — contestó una voz desde la puerta del compartimiento.
Cinnamon Rochester, llamada así por el suave y envidiable color cobrizo de su piel, tenía los verdes ojos llorosos, y un pañuelo sobre la nariz. Era la más alta de entre sus amigas, y su intelecto sólo podía compararse con el de Lily.
— Oh, cariño — dijo Maddie, abriendo los brazos —. Ven aquí y dame un abrazo —. Esperó a que la chica de rizados cabellos castaños se sentara a su lado y le echó los brazos al cuello —. ¡No tienen idea de cuánto las he echado de menos!
Cinnamon sonrió y le devolvió el abrazo a su amiga.
— Yo también — contestó la chica —. Ah, Lily… me debes tres sickles.
— Demonios — se limitó a contestar la pelirroja, mientras sacaba las tres monedas de su monedero y se las pasaba.
Emma suspiró, pensativa.
— Es nuestro último año en Hogwarts — dijo, somnolienta.
Lily le dio un golpe suave en la cabeza.
— No arruines el momento, Em — le dijo, con los ojos como rendija, mientras Emma se sobaba la cabeza.
— Aunque no deja de tener razón — dijo Maddie, mientras le ponía a Cinnamon la pulsera que a ella también le trajo.
Cinnamon lanzó una exclamación ahogada.
— ¡Se me olvidaba! — exclamó —. Me encontré con James y Remus de pasada. Buscaban a Sirius y a Peter.
Emma se puso roja con sólo escuchar el nombre de Sirius. Lily, en cambio, puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
— Oh, vamos — dijo Maddie —. No sé quién de ustedes dos reaccionó peor. Tú — apuntó a Emma —, háblale de una vez al tonto de Black. No muerde, te lo aseguro. Y tú — apuntó a Lily —, deja de hacer el ridículo. Sabemos que te encanta Potter.
— ¡No me gusta Potter! — chilló Lily, de forma exagerada.
Emma, por su parte, también se puso a la defensiva.
— ¡Yo ya he hablado con Sirius!
Maddie y Cinnamon se miraron.
— Recapitulemos — dijo Cinnamon, tras sonarse la nariz —. Disculpa — imitó a Emma, con un tono de voz bastante más agudo de lo normal —, ¿me puedes decir la hora?
— Claro — contestó Maddie, con la voz grave —. Arriba a la derecha.
Emma enarcó las cejas, mientras las tres chicas se desternillaban de la risa.
— ¿Bromean? ¡No fue así! — exclamó Emma.
— Por si no lo recuerdas — dijo Lily, secando las lágrimas que se le habían asomado —, Black, en ese minuto, tenía la neurona y la lengua muy ocupadas en la boca de Abby Vane.
— Sí, pero terminaron en el verano — dijo Cinnamon. Ante las miradas de sorpresa de sus amigas, se encogió de hombros —. Me pusieron al tanto.
— ¿Lo ves? — dijo Lily a su amiga — ¡Ya tienes la vía libre!
— ¡Y tú no me cambies el tema, pelirroja! — increpó Maddie.
— ¡No me gusta Potter, ya te lo dije!
Maddie puso los ojos en blanco.
— ¿Y quién te ha preguntado eso? — preguntó.
Lily gruñó y abrió un libro que tenía a su lado, titulado "Desafíos en Hechizos".
— Este… Lily… — Cinnamon le tocó el brazo con el dedo índice.
— ¿Qué? — preguntó Lily, un poco agresiva.
— Está al revés — la chica apuntó el libro.
Lily, mientras Emma y Maddie se carcajeaban, se puso tan roja como su cabello.
— Iré a buscar algo para comer — dijo, orgullosa, mientras se ponía de pie.
Maddie esperó a que la pelirroja saliera del compartimiento para susurrarle a sus amigas:
— Mentira. Va a buscar a Potter.
Cinnamon y Emma tuvieron que cubrirse la boca para no explotar de la risa.
Mientras, unos compartimientos más adelante, dos chicos dormían plácidamente, acostados cada uno a lo largo de los asientos. Uno era bajito y algo rechoncho, de rasgos algo toscos y una pequeña nariz respingona. Dormía de espaldas y con ambas manos detrás de la nuca. El otro era muy distinto. Las piernas no le cabían en el asiento, así que tenía las rodillas dobladas. Tenía una mano tras la cabeza, y la otra le colgaba. Los negros cabellos le cubrían los ojos cerrados, y roncaba levemente con la boca abierta.
La puerta del compartimiento se abrió silenciosamente. La chica que entró tenía el semblante aburrido y la boca torcida en un gesto de desaprobación. Se quitó la mochila, y la abrió. Dentro, había toda clase de artículos de broma: bombas fétidas, varitas que explotaban al agitarlas, plumas que salpicaban tinta en la nariz a quienes las usaran… Pero la chica ignoró todos eso objetos, y sacó una lata de aire comprimido (el aire comprimido del doctor Merlín: ¡Asusta a tus amigos con hasta ocho horas de ruido! Sólo debes agitar. No aplicar sobre fuego ni gatos viejos).
Agitó la botella energéticamente, y posó elegantemente uno de sus dedos en la boquilla plástica de color rojo.
La bocina le ensordeció los oídos, pero no dejó de sonreír maliciosamente. Los chicos despertaron de golpe, gritando, y cayeron al suelo. Varios alumnos de compartimientos aledaños se asomaron para buscar la fuente de tan molesto ruido.
— ¡Buenos días, Gran Bretaña! — exclamó la rubia, alegremente, una vez que el ruido hubo cesado.
— ¿¡Estás loca o qué!? — preguntó el chico rechoncho, con el ceño fruncido.
— Vaya forma de despertarnos, Stella — dijo el otro, entre enojado y risueño por la broma de su amiga.
Stella sonrió.
— ¡Me da gusto verlos a ustedes también! — exclamó, rodeando los cuellos de ambos con los brazos —. Peter, has adelgazado.
El chico sonrió, orgulloso, olvidando todo su enojo.
— ¿De veras? — preguntó, con falsa modestia.
Stella asintió con la cabeza.
— Y tú, pequeño Sirius Black — dijo, apretándole una mejilla —. Te dejaste crecer el cabello, ¿eh?
Sirius resopló y sonrió aliviado.
— Sin una madre que me lo corte cada tres días, quién no — dijo, encogiéndose de hombros — ¿Qué tal tú?
La chica se sentó en uno de los asientos.
— Remus y yo lo pasamos de maravilla en Paris con mi familia — contestó con una sonrisa —. Tía Margueritte tiene una casa maravillosa.
Stella salía con Remus desde hace un año. Era un año menor que los chicos, y guardián y Capitana del equipo de Quidditch de Ravenclaw. James solía referirse a ella como "un chico en versión femenina".
— ¿Y tus calificaciones en los TIMOs? — preguntó Sirius.
La chica lo miró con una ceja enarcada.
— Seis "Extraordinarios" y tres "Supera Las Expectativas" — contestó, con un brillo de orgullo en la mirada —. Pociones y Runas Antiguas — agregó, al ver que Peter iba a preguntar.
Sirius dio un silbido de admiración.
— Muy bien, pequeña cerebrito — dijo, mientras la despeinaba cariñosamente —. Casi superas el récord de Evans.
— Y, hablando de ella, ¿dónde está James? — preguntó Stella, mientras se armaba nuevamente la trenza de su rubio cabello.
— Practicando su deporte favorito — contestó Sirius.
— ¿Quidditch? ¿En el tren?
El chico negó con la cabeza.
— Invitando a salir a Evans.
Stella soltó una carcajada.
— Nunca cambiará. ¿Y Remus?
— En el vagón de prefectos, en alguna de sus aburridas reuniones.
— ¿Tú no deberías estar allí también? — preguntó Peter, desenvolviendo una rana de chocolate.
Stella pareció acordarse de algo.
— Sabía que se me olvidaba algo — dijo, mientras corría fuera del compartimiento.
Sirius y Peter negaron con la cabeza, sonriendo.
Lily se relamió los labios disimuladamente, mientras recibía sus plumas de algodón de azúcar.
— Son siete knuts, corazón — dijo amablemente la mujer del carrito de dulces.
— Permíteme — interrumpió una voz, mientras Lily sacaba su monedero.
James Potter se le adelantó y le pasó las pequeñas monedas a la mujer, que sonrió con ternura ante el gesto del chico. Lily, por su parte, frunció el ceño.
— No es necesario, Potter — dijo, algo irritada.
James le quitó importancia con un ademán.
— No es nada, Evans — dijo, mientras le sonreía adulantemente.
— No, en serio, no es necesario — repitió la pelirroja, con los dientes apretados, mientras le ofrecía las monedas al chico.
James sonrió aún más abiertamente, mientras negaba con la cabeza y rechazaba el dinero.
— Tengo otra idea de cómo me lo puedes pagar… — dijo siguiendo a Lily, quien emprendió la marcha de vuelta a su compartimiento.
— Olvídalo. No saldré contigo — le cortó la pelirroja.
— No era lo que tenía en mente — refutó James.
Lily se detuvo, y lo miró severamente.
— ¿Entonces? — preguntó, poniendo una mano sobre su cintura, impaciente.
James la invitó a seguir caminando.
— Pensaba — continuó James — que este año podríamos ser amigos.
La chica volvió a detener sus pasos, y alzó una ceja.
— ¿Ah? —. No creyó lo que James le decía.
— Eso. Amigos —. James le tomó delicadamente la espalda, instándola a seguir caminando.
Lily, entonces, volvió a detenerse, y rompió a reír.
— ¿Qué clase de novela rosa estuviste leyendo en el verano, Potter? — preguntó, amargamente.
James torció el gesto, y se llevó una mano a la cabeza, para despeinar su cabello. Sus intenciones no podían ser más sinceras, pero, como tenía previsto, Lily no creyó una sola palabra que él le decía. Y no la culpaba, claro, dado su historial.
— Hablo en serio — se justificó —. Estaba pensando, ya que es nuestro último año…
Lily seguía riendo. Le puso un dedo en los labios a James para acallarlo, y le dijo:
— Sé lo que tramas. No sigas.
James apartó con suavidad la mano de la pelirroja.
— ¿Qué estoy tramando, exactamente? — preguntó —. No estoy enterado.
Lily dejó de reír y lo miró con gesto desaprobatorio.
— Oh, vamos — contestó, como si fuera lo más obvio del mundo —. Es un tópico demasiado utilizado, Potter —. Al ver la cara de no entender de James, continuó —. ¿En serio? Déjame explicarte —. Con algo de dificultad, debido a que James le ganaba en altura casi por una cabeza, le rodeó los hombros con un brazo, y continuó caminando —. Chico molesta a chica durante casi siete años. Chico invita a salir a chica insistentemente. Chica dice que no, en reiteradas ocasiones. Chico decide convertirse en amigo de chica. Chica comienza a enamorarse de chico debido a la falta de atención amorosa hacia ella por parte del chico. ¿Te suena?
James se detuvo.
— Creo que has consumido mucha azúcar, Evans.
Lily abrió la boca, impresionada ante el descaro de James.
— Escucha, Potter — le dijo, recuperando la compostura —. No pienses que me voy a tragar el cuento de "quiero ser tu amigo" — enfatizó, haciendo comillas con los dedos. Se alejó, dirigiéndose a su compartimiento —. En cuanto vea algún cambio significativo en ti — agregó, volteándose hacia él — te creeré.
James se quedó de pie, mientras observaba cómo la chica desaparecía entre los alumnos. Luego, se encogió de hombros, y sonrió de medio lado.
— Con eso será suficiente — murmuró, para sí mismo.
Tras los vidrios empañados, la oscuridad y la lluvia que caía, las altas torres del castillo de Hogwarts por fin se avistaron.
La estación de Hogsmeade parecía un río de agua y gente. Gatos y lechuzas alegaban desde sus jaulas, mientras sus dueños corrían bajo la cortina de agua hacia los carruajes.
Emma y Maddie se retrasaron, pues ésta última se enfrascó en una acalorada discusión con un alumno de segundo, jurando que la lechuza que él llevaba era en realidad la suya. Lily y Cinnamon se escabulleron disimuladamente, dejando a Emma refunfuñando bajo la lluvia, con la túnica del colegio adherida a su piel, y el cabello pegado a la cara, mientras el chico hacía un intento monumental de no sacar su varita y batirse a duelo con Maddie.
Finalmente, el mismo guarda que anteriormente había ayudado a la rubia a regañadientes, se acercó, con exactamente la misma expresión de antes, y con la jaula de Fifí, la blanca lechuza de Maddie, que se sacudía cada dos segundos para quitarse el agua de encima.
— ¿Su lechuza, debo adivinar? — preguntó el guarda, mirando sin expresión un punto lejano.
Maddie rio nerviosamente, mientras el chico se alejaba refunfuñando. El guarda, robóticamente, dio media vuelta y se marchó por donde vino.
— ¿Terminaste, o alguien se robó tu baúl, también? —. A Emma el frío le calaba los huesos, y las tripas se le retorcían exigiendo alimento.
— Ya terminé — contestó Maddie, con una sonrisa nerviosa y señalando su baúl.
Para colmo, al llegar al camino de barro que las conducía al castillo, estaba desierto. Lo último que alcanzaron a avistar, a lo lejos, fue al chico de segundo arriba del último carruaje, que en ese minuto se asomó por una ventanilla y les sacó la lengua.
— Maldito… — Maddie echaba chispas por sus azules ojos —. ¡Hijo de…!
— Maddie…
— No dije nada — aclaró la rubia, rápidamente.
Emma suspiró.
— Mejor vámonos. —Miró a ambos lados del camino, y añadió —. Dudo que vaya a pasar otro carro.
Maddie gruñó. Aquél definitivamente no fue su día. Primero, casi no llegó a tiempo para tomar el tren. Luego, el gato de Lily saltó sobre el regazo de Cinnamon, lo que provocó que ésta estornudara, y derramara el contenido de su termo con té caliente sobre su túnica. Además, su novio, Rob, no había aparecido durante todo el trayecto. Y ahora, no alcanzaría a llegar al banquete.
— Si tan sólo hubiera aprendido aquel hechizo del paraguas… — dijo, mirando al cielo y torciendo el gesto.
Pero antes de que la rubia terminara la oración, algo bloqueó la lluvia sobre las cabezas de ambas.
— Señoritas —. James Potter y Sirius Black sonreían bajo la lluvia, cada uno con un paraguas en la mano.
Maddie dio un gritito de emoción.
— ¡Potter! Mi salvador.
Emma sonrió tímidamente a ambos.
— Vámonos, antes de que empiece el banquete — habló Sirius, ofreciéndole abrigo a Emma bajo su paraguas, mientras James hacía lo mismo con Maddie.
Con cuidado de no resbalarse en el pantano que se había convertido el camino de barro, los cuatro emprendieron la marcha hacia el castillo.
— ¿Necesitas ayuda con eso? — preguntó Sirius a Emma, viendo que ésta llevaba su baúl a dos manos —. Summers, ¿verdad?
Emma desvió la mirada y se ruborizó.
— ¡Qué bueno que preguntas! — interrumpió Maddie, mientras le pasaba su propio baúl —. Gracias.
Sirius torció el gesto, tomando el baúl de Maddie.
— Sólo Emma — dijo la chica, sin pensar —. Y gracias, puedo sola.
Sirius asintió, agradeciéndole con una sonrisa de medio lado, que le cortó la respiración a Emma por medio segundo.
— ¿Qué los retrasó? — preguntó Maddie.
— Ah, lo de todos los años — contestó James, mirando cómplice a Sirius —. Verás, McKinnon. La estación de Hogsmeade tiene un asta de bandera, en la que, irónicamente, nunca cuelga una bandera. Cada año esperamos a que la estación quede vacía, para colgar a Snape allí…
Su amigo de cabello negro puso los ojos en blanco.
— No le creas. Hagrid está resfriado — dijo Sirius, dirigiéndose a Emma, quien miraba a James entre consternada y divertida. No le gustaba mucho Snape—. Enviaron un comunicado tardío, para que los prefectos guiaran a los de primero…
— Y, al parecer, Evans no lo recibió — completó James —, así que ayudamos a Remus a reunir a los enanos.
— Ah —. Maddie sonrió ante la broma de James.
— ¿Y qué tal el verano? — preguntó James.
Maddie, emocionada, alcanzó a comentar su paso por Sudamérica antes de que Fifí recordara sus clases de canto y lanzara un chillido, que pilló desprevenida a Emma, quién se sobresaltó y resbaló, soltando su baúl, del que, lógicamente, voló todo su contenido. Libros y plumas salieron desparramados, mientras la chica, avergonzada y embarrada, no cabía en sí de la vergüenza. Maddie explotó en carcajadas.
— Te ayudo — Sirius ofreció caballerosamente una mano, mientras James, mordiéndose la lengua para evitar reírse, rescataba los libros de Emma.
Más roja que el cabello de Lily, Emma aceptó la mano de Sirius y se puso de pie temblorosamente.
— Oh, Em — Maddie dejó de reír —, vaya forma de empezar el año —. Hizo como si se secara lágrimas falsas y suspiró. — Y yo que creí que no era mi día.
— No empieces, rubia — alegó Emma, a lo que Maddie se encogió de hombros y se dispuso a ayudar a James, lo mismo que Sirius.
Sirius tomó uno de los objetos que había salido volando, y lo observó con curiosidad, girándolo entre sus manos.
— ¿Es una cámara? — preguntó.
James se acercó con curiosidad.
— Parece una… pero es muy extraña — dijo.
Emma lanzó una exclamación ahogada y se acercó.
— Demonios — murmuró, pensando que quizá se había roto.
Sirius miró a través de la cámara.
— Es una polaroid — dijo Emma —. Una cámara muggle.
El chico apuntó a Emma con ella.
— ¿Cómo funciona?
Emma sonrió. Sirius y James parecían un par de niños observando un innovador juguete.
— Igual que una cámara mágica — respondió —. Debes apretar el disparador, y la foto saldrá de forma instantánea.
Maddie, a sus espaldas, lanzó una exclamación de disgusto.
— Emma… tus libros están asquerosos.
Emma vio como Maddie tomaba sin delicadeza sus libros.
— Puedes tomar una si quieres — dijo a Sirius, mientras se acercaba a la rubia.
La chica se acuclilló junto a su amiga. Justo en ese momento, un puñado de barro le llegó en la mejilla. Se puso de pie, riendo.
— ¡Maddie! — exclamó fingiendo enojo, mientras, a su vez, le lanzaba una bola de barro.
La rubia se limpió el cuello con el brazo, mientras Emma se carcajeaba y se limpiaba la mejilla con la manga de la túnica. En ese minuto, Sirius apretó el disparador, y le tomó una foto sin que ésta se diese cuenta.
— ¡Está bien, está bien! —. Maddie se puso de pie, y recogió los últimos objetos —. Estamos a mano — agregó mientras los echaba al baúl de su amiga —. Debemos seguir.
Sirius y James observaron, con la boca abierta, cómo la cámara expulsaba un cuadrado de papel casi en blanco.
— ¡Pero no se ve nada! — se quejó James.
— Debes esperar un poco — explicó Emma, mientras metía un montón de embarrados papeles a su baúl.
Sirius se guardó la foto instantánea en el bolsillo, antes de que la imagen apareciera, y le devolvió la cámara.
Al llegar al vestíbulo, Cinnamon las esperaba con gesto preocupado, que se borró al ver a sus amigas sucias, mojadas y muertas de la risa.
— ¿Qué diablos les pasó a ustedes dos? — preguntó, con el ceño fruncido y los brazos en jarra.
— Maddie y su afán de discutir con inocentes — contestó Emma, encogiéndose de hombros —. Creo que el vivir seis años con Lily está haciendo efectos.
James y Sirius, en tanto, hicieron desaparecer los paraguas con un movimiento de la varita.
— Bueno, señoritas — dijo James, galantemente —. Ha sido un verdadero placer. Si nos disculpan…
Y desaparecieron tras las puertas del Gran Comedor.
— Quizá a ellos no les moleste comer empapados — dijo Maddie —, pero a mi sí. Subiré a cambiarme.
— Yo también — corroboró Emma —. Muero de frío.
Esperaron a que Cinnamon entrara al Comedor para subir la escalinata de mármol. Cuando llegaron al frente del retrato de la Dama Gorda, se miraron entre sí.
— Demonios… la contraseña — maldijo Maddie.
La Dama las miró a ambas con gesto desaprobatorio, y negó con la cabeza.
— Adolescentes — murmuró.
— Oh, vamos — alegó Emma —. Usted también fue una alguna vez.
La mujer la miró con una ceja enarcada.
— Soy una pintura, como verás.
Maddie esbozó una sonrisa, ocultándola de Emma.
— De acuerdo, les daré una pista — dijo entonces, el cuadro —. Es el nombre de una flor rarísima y hermosa.
— Draco Centifolia — dijo Maddie.
El retrato se abrió, mientras Emma miraba asombrada a su amiga.
— ¿Qué? — dijo ésta, mientras entraban en la cálida Sala Común —. Fue lo primero que se me vino a la mente. ¡Pido la ducha! — y desapareció escaleras arriba.
Emma suspiró y se sentó en un sillón, al lado de la chimenea. El calor del fuego le entumió el cuerpo. Se sacó la capa y la túnica empapadas, que a duras penas habían protegido el resto de sus prendas. A continuación, se sacó los zapatos y los calcetines, y acercó sus pies más al fuego, mientras pensaba en el curioso episodio recién acontecido: Sirius Black había cruzado más de una palabra con ella.
— Vaya forma de empezar el año — murmuró para sí, citando a su rubia amiga.
James y Sirius entraron al gran salón justo cuando a Wacfeld, Steven lo designaban a la casa de Slytherin. Buscaron con la mirada a Peter y a Remus; este último los miraba con gesto desaprobatorio. Suspiró cuando se sentaron frente a él.
— No preguntaré — dijo.
— Fue tu culpa, Moony, te lo recuerdo — le dijo Sirius —. Además, ayudamos a Summers y a McKinnon.
— ¿Compañía femenina tan pronto, Pad? — preguntó Peter.
Sirius resopló.
— Estoy soltero y es mi último año — dijo —. Debería haber empezado en el tren.
James soltó una carcajada.
— Oh, resérvame hoy a las once, todopoderoso galán — le dijo, levantando exageradamente los brazos.
Sirius le dio un golpe en la nuca, mientras James y Peter reían. Remus esbozó una sonrisa.
— No soy tan fácil, Prongs — continuó Sirius con la broma.
— Sí, claro…
— Y, por si te interesa, Padfoot — habló Remus —, tu sobrina Nymphadora fue asignada a Hufflepuff.
El aludido sonrió, aliviado.
— Cualquier casa es mejor que Slytherin. Me alegro.
En ese minuto, Albus Dumbledore, sentado al centro de la mesa de los profesores, se puso de pie ceremoniosamente. Casi al instante, las voces se acallaron.
— Bienvenidos a otro año en Hogwarts — tronó el director —. Antes de aburrirlos con mis discursos anuales, por favor, démosle un aplauso a los dos Premios Anuales de este año — hizo una pausa antes de recitar los nombres —: ¡Lily Evans y James Potter!
Los comensales aplaudieron, mientras que los alumnos de Gryffindor vitoreaban de forma sonora.
Lily miró a Cinnamon, sorprendida.
— ¿Potter? — preguntó en voz baja —. ¿Potter es Premio Anual?
Cinnamon se encogió de hombros.
— Al parecer — contestó —. La verdad estoy tan sorprendida como tú —. Miró, unos puestos más allá, donde estaban sentados los Merodeadores. A su alrededor, la gente le daba palmadas de apoyo o le estrechaban la mano a James —. James Potter. Quién lo diría.
Dumbledore esperó a que los últimos aplausos se acallaran para continuar.
— Ahora, la parte que todos detestan. Los consejos de este anciano —. Carraspeó, se ajustó los anteojos de media luna y continuó —: Se acercan tiempos difíciles, como todos sabemos. Y, en lo personal, prefiero no tocar un tema tan delicado, que de seguro les quitará el hambre. Sólo les daré un consejo —. Guardó silencio, mientras recorría con la mirada al alumnado, que aguardaba sin decir palabra —. Cualquiera que sea el camino que elijan, que sea el que ustedes elijan. No el que sus familiares y amigos quieren que elijan.
Sirius no pudo evitar desviar la mirada a la mesa de Slytherin, en donde su hermano, Regulus, murmuraba algo a la persona a su lado.
Desde pequeño, Sirius se mostró bastante más rebelde que su hermano con sus padres. Nunca le había gustado las extrañas y medievales creencias de sus progenitores. Pero jamás pensó que esas creencias darían pie a una guerra que ya se formaba, y que arrastraría a su hermano a ella.
— Ahora, ¡a comer! — exclamó Dumbledore, retomando su habitual tono de voz.
Apenas el director dijo esas palabras, las fuentes y platos se llenaron de toda clase de comida.
Peter se relamió los labios, y comenzó a engullir, mientras Remus, tranquilamente, se servía puré de papas y carne cruda. Gajes de licántropo, como solía decir ante ésta y otras extrañas costumbres.
— Así que, Emma, ¿eh? —. James enarcó una ceja a Sirius, mientras éste se servía arroz en su plato.
Sirius hizo un ademán, restándole importancia.
— Mi próxima conquista, ¿te parece? — preguntó, indiferentemente.
James sonrió de medio lado.
— Claro, ¿apostamos? — se apuró en preguntar.
— ¿Dudas de mi palabra? — preguntó Sirius, presumido —. De acuerdo. Cinco sickles a que la tengo en la palma de mi mano en, digamos…
— Un mes — interrumpió Peter.
Sirius lo miró.
— ¿Bromeas? — preguntó, como si lo que dijo Peter fuera una estupidez —. Dos semanas.
Remus, mientras tanto, rodaba los ojos. Estaba acostumbrado a las apuestas femeninas de sus amigos.
— Define en la palma de tu mano — exigió James.
Peter dio un respingo y se inclinó, interesado.
— ¡Un abrazo de quince segundos! — propuso, con un tono de voz más agudo de lo normal.
James, Sirius, e incluso Remus miraron a su amigo con una ceja alzada.
— Wormtail, necesitas una novia — dijo Remus, negando con la cabeza.
James carraspeó incómodo, y retomó el tema.
— Te lo haré fácil —. Hizo una intrigante pausa, mientras tomaba unos sorbos de su jugo de calabaza —. Un beso. Sólo uno.
Sirius sonrió, orgulloso.
— Ah, dinero fácil — dijo, pasando una mano por su cabello mojado, lo que provocó los suspiros de unas chicas de quinto que lo miraban embobadas desde otra mesa.
— Así es — añadió James —. Un beso. Francés. Y, digamos — hizo una pausa, mientras contaba con los dedos — diez segundos, como mínimo.
Remus interrumpió.
— ¿No creen que están exagerando? — preguntó.
A pesar de todos los años que se conocían, Remus siempre fue distinto a sus amigos. Empezando porque era mucho más maduro que cualquiera de ellos, y más serio. Nunca estuvo de acuerdo con las estúpidas y arrogantes apuestas de sus amigos.
— Quiero decir —añadió — ¿ya vieron a Abby? —. Dirigió su vista, que sus amigos siguieron, a la ex novia de Sirius, sentada en la mesa de Hufflepuff. Parecía demacrada, tenía unas marcadas ojeras y casi no se había preocupado de peinar su cabello —. Deberían tomarse un año sabático de apuestas, ya que es el último.
— Oh, vamos — dijo James, restándole importancia con un ademán —. Estoy segura que fueron los mejores dos meses y medio de Abby, ¿verdad, Sirius? —. Le dio una palmada en la espalda —. Y, hablando de eso, me debes un galeón. Apostamos a que durarías dos meses y tres semanas — enfatizó.
— Creí que no te ibas a dar cuenta— susurró Sirius, buscando en el bolsillo de su túnica y colocando la moneda en la palma abierta de James.
James sonrió, y se guardó la moneda en el bolsillo.
— Entonces, ¿dos semanas? — dijo, estrechando la mano de su amigo.
— Perfecto. Prepárate para perder —. Sirius le dio un trago a su jugo de calabaza —. Y, hablando de perder, ¿cuál será tu apuesta?
James pareció que temiera esa pregunta desde un principio.
— Ah. Mi apuesta. Verás… — se desordenó el cabello, fingiendo despreocupación — creo que no habrá apuestas por mi parte este año.
Peter, que justo se llevaba su vaso a los labios, se atragantó con el líquido. Remus le dio unas palmadas en la espalda, sin desfruncir el ceño.
Sirius, por su parte, no podía creer lo que había escuchado.
— ¿No hay apuestas? —. Pero, luego de analizarlo dos segundos, accedió y se encogió de hombros —. De acuerdo. Veo que estás empeñado en conquistar a Evans este año.
James sonrió maliciosamente.
— No tienes idea.
— Suerte — dijo Sirius, mientras miraba, unos puestos más allá, cómo Lily y Cinnamon charlaban animadamente. De golpe, recordó que aún no veía el resultado de la foto que había tomado. Sin que ninguno de sus amigos se diese cuenta, por debajo de la mesa, sacó la foto de su bolsillo. Allí, riendo, inmóvil, mojada y sucia, estaba Emma. El hecho de que la foto hubiese salido algo oscura, no evitó que Sirius esbozara una sonrisa —. Dos semanas — murmuró para sí.
