A veces sencillamente terminas de escribir algo... y empiezas a echarlo de menos. Confieso que nunca he sentido que algo mío ha gustado tanto como SwanQueen is Endgame. Fue todo muy rápido, y siento, que hay mucho que me quedaba por hacer. Y por eso... aquí está. La "secuela", por llamarlo de algún modo. Espero que os guste ^^U


Tercera Persona

Quizá fuese producto de haber visto tres episodios seguidos, o de que ya le habían dado demasiados spoilers desagradables. Pero… lo cierto es que no pudo evitar apagar la consola en la cual había cargado los episodios y suspirar. Ni tan siquiera la partida de Final Fantasy que jugó más tarde le hizo olvidarse de lo decepcionado que estaba con la serie. Once Upon a Time no dejaba de caer. Quizá hubiese algún episodio nuevo, pero eso no calmaba el dolor que le producía ver las continuas humillaciones a su personaje favorito.

Cuando vio que separaban a Regina de la Reina Malvada, esperó la mejor temporada de la serie. Y sin embargo, se sentía decepcionado… porque la Reina no estaba a la altura, y sentía que estaba dejando en mal lugar a Regina. Deseaba poder intervenir. Recordó sin poder evitarlo uno de los fanfiction que había escrito. Otro de sus muchos delirios, el de mayor éxito, a decir verdad.

"SwanQueen is Endgame". Mientras se tumbaba en la cama, lo recordaba. Pensaba que había escogido un gran momento para escribir ese lugar. Pero lo cierto es que si su sueño pudiese hacerse realidad, escogería ese momento. El momento en el cual sentía que la serie más le necesitaba.

Pero eso no era más que una fantasía, después de todo. A fin de cuentas, la magia no existía. O al menos… no en el mundo en el que acostumbramos a vivir.

La Reina

Estaba harta del dúo dinámico. Harta de las supermadres. Harta de que estropeasen todos mis planes. Y tenía que hacer algo. Desgraciadamente, asesinar a Regina no podía entrar en mis planes. Su vida y la mía estaban conectadas. Pero Emma Swan… era otra historia. Desgraciadamente, tampoco estaba en posición de matarla. Aún por sorpresa, su poder la protegía.

Sin embargo… había optado por otro cambio… uno para su mente. De poco iba a servir la magia de Emma si su mente acababa vacía. Apretaba el frasco entre mis dedos mientras me deslizaba por el piso de los príncipes. La poción emitió un sonido agónico mientras la abría y el humo se esparcía. Lo lancé sobre Emma y ella se tambaleó y cayó al suelo.

_ Hasta nunca, salvadora…

¿?

El suelo estaba frío. No solía caerme de la cama. Y lo cierto es que, teniendo en cuenta que la altura de mi cama era de al menos un metro, supuse que la caída me habría hecho despertar. Tanteé, buscando la cama con la mano, pero fue inútil. Abrí los ojos, y me encontré con la negrura más absoluta. El suelo parecía ser cristal. Me incorporé con cuidado, sintiendo que me tambaleaba. Notaba una cortina de cabello que no era mío caer a mi espalda, agitarse y colocarse ante mis ojos.

Estaba soñando. O al menos, eso era lo que me decía mi mente. Comencé a sentir calor. No tardé en sentir como el fuego, un fuego morado e impasible, parecía abrasar todo a su paso. Formas distintas que iban siendo consumidas. Y gritos de dolor que parecían llenarlo todo.

Se ha creado un vacío

Nota cómo las llamas me rodeaban. El calor era insoportable.

Sólo uno es digno de llenarlo…

Fue entonces cuando algo me invadió. No era valor, no era pericia, ni mucho menos sensatez. Era el deseo de seguir con vida. No iba a morir. No en ese mundo de pesadilla, al menos.

Cuando las llamas se cernían sobre mí, salté. Mis piernas, mucho más ágiles de lo que acostumbra a sentir, me permitieron alcanzar una roca, las llamas, sin embargo, no parecían dejar de crecer. Me aferré con todas mis fuerzas a aquella roca y elevé un cuerpo que, para mí, era tremendamente ligero.

Abrí los ojos, lanzando un grito ahogado que nadie pareció capaz de escuchar. No sabía dónde me encontraba. El lugar se me antojaba familiar, pero a la vez, estaba seguro de que jamás había estado allí. Si aquello era un sueño, era el más vivido de los que había vivido a lo largo de mi vida.

Sentía el sudor frío recorriendo una espalda que no era la mía. En un primer momento, mi intención fue quedarme en donde me encontraba, encogido. Sentía pavor. No sé qué me impulsó a ponerme en pie una vez más. Me daba miedo mirarme en el espejo.

Sin embargo, me atreví a acercarme y a observarme. Una asustada Jennifer Morrison me devolvía la mirada. Llevé mi mano derecha a mi brazo izquierdo y me di un fuerte pellizco. Un dolor muy real me hizo soltar un quejido. Aquello no podía ser cierto.

Era tal como lo había escrito aquella vez. Encontré la famosa cazadora roja y unos pantalones en la mesilla. Me vestí y descendí escaleras abajo. Sentía que la noche me ampararía. Necesitaba pensar. Aquello me gustaba y me aterraba a partes iguales. Me sentía fuera de lugar, fuera de mi mundo.

Y entonces, escuché un sonido que de nuevo, era familiar y desconocido a la vez. Y al girar en aquel oscuro callejón, me encontré cara a cara con la reina malvada. Sentí cómo el corazón me daba un vuelco. Había demasiadas emociones confusas en mi cabeza.

_ Tú no estabas prevista._ Dijo, observándome._ ¿Quién eres tú?

_ ¿Emma Swan?_ Pregunté, con dudas.

_ No trates de engañarme a mí. Escucha… no sé quién eres. Pero Emma tenía que haberse quedado atontada para siempre en su piso. Estoy cansada de que siempre estropeen mis planes. Y eso te incluye a ti.

_ Bueno, es obvio… Eres la villana. No puedes ganar._ Dije, con más valor del que sentía.

La miraba a los ojos con furor. Ella parecía a punto de decir algo, pero cuando me miró a los ojos, extendió sus labios en una sonrisa.

_ Está bien… salvadora… nos veremos pronto._ Dijo, desapareciendo, envuelta en humo morado.

Debía dejar de intentar analizar las cosas. Estaba claro que de un modo u otro había acabado allí. Lo cierto es que hacía frío y aunque no tenía sueño, no me apetecía nada estar fuera en una noche helada de Maine. Es curioso, porque no tendría ni idea si alguien me pidiese que situase Maine en un mapa.

El olor a chocolate caliente me recibió cuando subí escaleras arriba. David estaba preparando chocolate. Cuando nuestros ojos se encontraron tragué saliva. No tardarían en darse cuenta de que yo no era Emma. Aquella no era mi noche, desde luego. Le saludé levemente con la mano y me subí a la cama. No obstante, lancé unas mantas al suelo y me tumbé sobre ellas… porque no pensaba dormir junto a Garfio.

Las horas de sueño que me restaban fueron lo que necesitaba. Cuando abrí los ojos, me amodorré un poco, y me incorporé. Era Emma Swan. Era una mujer sexy y poderosa que marcaba sus propias reglas, una heroína. Algo que, confieso, daba mucho menos miedo que mi vida diaria. Me puse una chaqueta de cuero negro y bajé, con las llaves de mi coche en la mano. No tenía ni idea de cómo era Storybrooke en realidad, pero lo cierto es que sabía a dónde quería ir.

Nunca había conducido un coche tan pequeño e incómodo. Aunque, por otro lado, nunca había sido tan pequeña y ágil. Era fácil conducir un coche como aquel, y la rapidez de los reflejos de Emma Swan me sorprendía. Abrí la puerta del coche y me encontré ante aquella casa, blanca como la nieve. Toqué contra la puerta Nívea y cuando se abrió, Regina me observó con extrañeza.

Pero no la dejé hablar. La rodeé con los brazos y apoyé mi cabeza sobre su hombro. Regina parecía un tanto aturullada por mi repentina ola de afecto. Pero, contradiciendo mis expectativas, Regina no rechazó el abrazo. Por el contrario, me lo devolvió.

_ ¿Qué ocurre, Swan?_ Preguntó.

_ Estoy asustada._ Reconocí.

Me había intentado mentir a mí mismo. Decir que la reina no me asustaba era una mentira. Eran tiempos de guerra y sentía que estaba en el peor lugar posible.

_ Swan…_ Regina hablaba con calma, con una tranquilidad que, por momentos, resultaba contagiosa._ Tienes que olvidarte de esas visiones. Yo sé que si alguien puede librarse de esa condena… eres tú.

La condena a muerte de Emma Swan era lo que menos me preocupaba. Estaba seguro de que era sólo parte de su propia sugestión. A fin de cuentas, no había sentido ningún temblor desde que me encontraba en su cuerpo.

_ Es por… la reina._ Dije._ Anoche… me atacó mientras dormía.

_ ¿Qué te atacó?_ Regina se apartó para mirarme a los ojos._ ¿Estás bien?

_ Sí… estoy… bien._ Resultaba difícil concentrarme mirando aquellos dos ojos de color chocolate.

La mirada de Regina parecía ser capaz de desconectarme por completo de una vez. Quizá tuviesen el mismo rostro, pero no sentía que estuviese hablando con la misma persona con la que lo había hecho la noche anterior.

_ Yo… lo siento._ Regina apartó la mirada._ Todo esto es culpa mía.

_ No…_ Dije, cogiéndola de la mano._ No te preocupes. Lo resolveremos, juntas.

Notaba mi pulso acelerarse como nunca lo había hecho cuando esa mujer me miraba. No soportaba la idea de que pudiese pasarle algo.

_ Gracias Swan, necesitaba oír eso._ Dijo ella.

Regina me dedicó un amago de sonrisa y no pude evitar corresponderla. Sentí que un pequeño momento de magia acababa de formarse. Una magia distinta a la que cualquiera de nosotros podría conjurar con sus manos. Escuché una tos, y sentí cómo la burbuja se rompía mientras miraba a Henry, que debía llevar un rato mirándonos.

_ Si me disculpáis… me voy a clase.

Estábamos en medio, ocupando la puerta. Di un paso atrás. Regina, en cambio, no se privó de despedirse de su cachorro. Era una imagen adorable. Yo, por mi parte, sentía ganas de abrazarla otra vez.

_ Buena suerte, chaval._ Le dije, dándole un beso en la mejilla.

Lo cierto es que tengo un problema con Henry. Siempre me olvido de él. Y espero que no se me note. En mis fics siempre termina desapareciendo sin yo quererlo.

_ Señorita Swan supongo que debería volver al trabajo.

El ambiente se había enfriado. La burbuja se había roto, y la oportunidad de acercamiento, se había esfumado. Pero habría otra, lo sabía. Notaba la tensión que había entre nosotras. Y la adoraba. Por otro lado, me tocaba empezar a trabajar. Sheriff. Sonaba a un trabajo intenso, aunque no en Storybrooke.

O eso pensaba hasta que entré en la comisaría y me encontré a su majestad metida en una de las celdas. No soy tonto, sé que puede salir de ahí cuando quiera, y por eso estoy tenso. Creo que nunca lo había estado tanto. Pero por suerte a Emma se le daba de cine poner cara de póker.

_ Ha venido a ver a una pobre presa, querida Sheriff._ La reina me miraba con los ojos encendidos desde la celda.

_ ¿Qué quieres?_ Pregunté, frío, acercándome a la celda.

La reina atravesó los barrotes como si no estuvieran y puso la mano en mi pecho. Por un momento pensé que intentaría sacarme el corazón, pero nada más lejos de la realidad. Su mano se deslizó por ese cuerpo al que no estaba acostumbrada, y sentía cómo se me erizaba la piel.

_ Estoy en sus manos, Sheriff Swan._ susurró, poniendo un tono ligeramente ronco.

En ese momento agradecí estar en el cuerpo de una mujer. Confieso que Lana Parrilla es una de mis debilidades… y ya sea como Regina, o como la reina, no puedo evitar derretirme. Se me escapó un ligero gemido, y ella extendió su sonrisa.

_ Dime la verdad… Sheriff… Tú me deseas…

Susurraba. Susurraba con ese tono sugerente y atractivo con el que estaba segura de que habría conquistado a miles. Su nariz paseó por mi cuello. Estaba aspirando mi aroma, y yo empezaba a sentir que mi pulso se aceleraba. Tenía calor, y notaba cómo mis pezones se apretaban contra el sostén.

_ Sí te deseo…_ reconocí.