¡Hola! ¿Como están? Yo estoy bien por si se lo preguntan, algo deprimido, pero a la vez porque estas depresiones me motivan a escribir. Bueno, les aviso que esta historia no sera muy larga, espero unos cinco o seis capítulos, pero espero hacerlos lo mas dramáticos que pueda ya que me encantan mucho los celos y el drama.

Bueno, os recomiendo escuchen una canción romántica triste para este capitulo, se los recomiendo.

No dire mas, sólo espero disfruten tanto como yo lo hice al escribirla.

Yo no soy dueño de MLP, pero algunos personajes son de mi pertenencia. Sugerencias y criticas serán bien recidivas.

Summary: Porque ambos eran imperfectos, llenos de virtudes y sobretodo de defectos, que mostraban y ocultaban por igual. Pero al mismo tiempo, eran similares; unos perfectos incompatibles.


Perfectos incompatibles

"Uno aprende a amar, no cuando encuentre a la persona perfecta, sino cuando aprenda a creer en la perfección de una persona imperfecta"

1.- Perfecto incomprendido

Ese día no había ido a la escuela; la idea de atarearse con problemas matemáticos y bordes resúmenes de historia de lugares que probablemente jamás visitaría se le hizo simplemente absurda. Por eso ahora se encontraba recostado en su cama, con la ropa usual que llevaría al colegio y con la mochila tirada a unos metros de su posición.

Big Macintosh no era alguien que huyera de los problemas y generalmente sus preocupaciones, aunque vanas, eran contadas. La situación económica familiar, la educación que su abuela y el mismo dieron a sus hermanas menores, las típicas preocupaciones del futuro y nada más. Las pensaba, buscaba las posibles opciones para resolver los problemas y preocupaciones y con la mayor tranquilidad del mundo, los resolvía; no le daba vueltas.

Sin embargo y pese a todo, su mundo había dado varios giros de miles de grados que ni siquiera se esforzaba por calcular. ¿La razón? Simple, tenía nombre y rostro, y a diferencia de todos los problemas, preocupaciones y pesares, este detalle en particular, no se podía resolver pensando con diferentes puntos de vista ni haciendo un plan de ataque.

No. Era simple y llanamente imposible creer que se hubiera enamorado de una de las chicas más populares del Canterlot High School pero, ¿quién podía culparlo? Casi toda la población masculina del colegio (por no decir todos) babeaba por alguna de las heroínas, ya fuera la misteriosa Twilight o sus demás amigas, en la que destacaba su hermana, Applejack.

Y ahí estaba el meollo del asunto. Una de las integrantes de dicho grupo había atrapado su atención de una forma increíble e impensable, incluso antes de que el mismo se diera cuenta de aquella atracción que sentía por la fémina. Y cuando se dio cuenta, ya era muy tarde.

La observaba en los pasillos entre las clases o al jugar futbol en los entrenamientos. Rainbow Dash se había convertido sin planearlo y contra su voluntad, en aquella chica que, como si de imán se tratase, le hacía querer correr hacia ella, tomarla entre sus brazos y besarla frente a todos sin insoportable nada más.

Claro que, por muy matador que eso fuera, no lo salvaría de una tremenda cachetada y probable golpe por parte de la deportista, además de que jamás se le volvería a acercar en toda su vida.

Por eso mismo ahora se encontraba tirado en su cama, sin la más mínima intención de acudir a la escuela a quebrarse la cabeza con tonterías, porque en este momento no tenía cabeza para pensar.

Esa chica de cabello multicolor le había robado la cabeza y el corazón y él nunca tuvo posibilidad de defenderse. Pero no fue solo por su increíble belleza o su tenacidad, por sus increíbles ojos violetas que deberían ser increíblemente raros y a la mismo tiempo, las joyas más hermosas que pudiera haber visto.

Pero al mismo tiempo, Rainbow Dash no sólo era un paquete de virtudes. Ella también tenía defectos que empequeñecían considerablemente a la par de sus virtudes, pero que simplemente no se podían obviar. Todo lo que ella tenía, bueno y malo, conformaban a la Rainbow Dash que lo tenía al borde de la locura y el delirio.

Desde su innata habilidad para el deporte, hasta su fanfarronería y orgullo al presumir de ello; desde su poca paciencia hasta aquella capacidad para estar siempre ahí, apoyando con sus presencia a sus más cercanos amigos.

Rainbow Dash no lo había atrapado solo por las cosas buenas que poseía. Poco a poco, sin proponérselo y el, incapaz de responder, cayó en la rutina de la observación, maravillándose poco y más por aquellos descubrimientos que realizaba día con día.

Por eso casi se vuelve loco cuando comenzó a sentir aquella sensación en su estómago, como si tuviera los exámenes finales justo después de comer en la gran barbacoa de la familia Apple. Desafortunadamente, este malestar no se remediaba con los medicamentos de la enfermería. Tal vez fuera una indigestión, tal vez solo fuera pasajero, pero no tuvo tanta suerte.

Notó, con algo de desconfianza, que el síntoma aparecía cuando la veía, cuando a lo lejos, desde su salón la veía en el campo de futbol dándole una paliza al equipo rival o, simplemente por el hecho de pensar en ella.

¿Qué era lo que le estaba pasando?

Consultó libros, películas, novelas, de todo para tener alguna idea del significado de sus síntomas.

Cabe mencionar, su investigación no arrojó los resultados esperados. Todo llevaba a un posible (imposible) embarazo o a una enfermedad terminal. Entonces, viendo el infructuoso resultado, decidió preguntar a alguien que tuviera más experiencia.

Jamás olvidaría la vergüenza de verse a sí mismo preguntando a su abuela sobre aquel misterioso malestar del estómago ni la respuesta cruda y sin anestesia que ella le diera.

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Había esperado ese día a que ninguna de sus hermanas se hallara en casa para poner en práctica su plan. Era simple, sencillo y a prueba de errores: bajaría, hablaría con su abuela sobre "el problema de un amigo" y listo, tendría una sabia respuesta que, esperaba, no lo condujera a una muerte segura o peor, un embarazo.

Entonces, sabiendo que Applejack había salido con su novio a quien sabe dónde y que Apple Bloom fue a hacer tarea a casa de una de sus amigas, se dispuso a bajar las escaleras hasta el piso inferior.

Buscó en la sala y posteriormente en la cocina sin hallarla. No sabía la razón, pero con cada segundo las ansias aumentaban y lo ponían nervioso como jamás se había sentido, era una experiencia nueva y a la vez atemorizante.

—Oh Big Mac, ¿necesitas algo? —preguntó ella entrando a la casa.

Al parecer había estado afuera, en el pórtico de la casa tejiendo como usualmente lo hacía. —¿Puedo hablar contigo abuela? La abuela Smith lo miró curiosa. Si Big Mac quería hablar de algo con tal seriedad, definitivamente se trataba de algo grande. Podía contar con los dedos de una sola mano las veces que su nieto tuvo una charla seria con ella.

Ella asintió y le instó a seguirla. Bic Macintosh la siguió hasta la cocina donde tomó asiento en la pequeña mesa que adornaba el lugar. Vio como la abuela se acercaba a la estufa y prendía el fuego para calentar un poco de té.

El, sentado en donde estaba, no pudo evitar sentir aquella desesperación que lo embargaba. Su abuela notó esa acción y no pudo evitar preguntarse qué era aquello que preocupaba a su querido nieto a tal punto de desesperarlo.

—Bien pequeño —dijo ella al depositar una humeante taza de té frente a él. —¿Qué es lo que te preocupa?

Big Mac se tensó. Su infalible plan ya no parecía tan bueno llegado a este punto. Abrió la boca para comenzar a hablar pero ningún sonido salió de su garganta. Una vez más lo volvió a intentar pero fue el mismo resultado. De repente sentía la boca increíblemente seca y la sed se hizo espacio en su mente.

Dio un gran sorbo a su té aún caliente y antes de poder saborear la deliciosa infusión lo escupió de golpe al sentir su lengua escocer.

—¡Big Mac! —gritó su abuela acercándole una jarra de agua que bebió a grandes sorbos intentando disminuir la sensación quemante de su boca.

Poco a poco el dolor fue disminuyendo, dejó la jarra sobre la mesa y se topó con mirada expectante de su abuela quien en silencio le preguntaba todo aquello que quería hablar. Sabía que él se encontraba nervioso y eso no hacía sino incrementar su curiosidad.

—Creo… creo que estoy enfermo —dijo finalmente sin mirarla.

—Ya veo. ¿Qué es lo que sientes, Big Mac?

Big Mac se quedó en silencio unos segundos, intentando reconocer cada una de las sensaciones que le invadían. ¿Qué era lo que sucedía cuando la veía a lo lejos? ¿Cuándo escuchaba su voz o cuando simplemente alguien mencionaba su nombre frente a él?

—A veces me siento feliz —comenzó. —Pero después me siento triste… y, cuando la veo, me duele la panza, como si hubiera comido mucho o no hubiera comido nada y, cuando la veo, mi lengua se traba y sólo quiero huir y esconderme.

Abrió los ojos sorprendido, se había dejado llevar y cuando esperaba escuchar el llanto de su abuela al creerlo casi muerto, escuchó la risa suave que le intrigó en sobremanera.

—Oh Big Mac —dijo después de parar su risa. —Cuando me pediste hablar tan serio, pensé lo peor. Creí que estabas metido en un gran problema, pero me alegro que no haya sido así.

—¿No es malo? —preguntó el inocentemente.

—Claro que no mi niño —respondió tomando la palma de su mano entre las suyas. —Lo que sientes es fácil de responder, cariño.

—¿Y qué es lo que tengo?

—Estás enamorado.

Cuando planeó toda esta charla minutos antes, supuso o quiso creer que el resultado no sería tan grave, pero al escuchar esas dos palabras salir de la boca de su abuela, lo único que quiso pensar es que prefería la enfermedad terminal a estar enamorado de esa chica.

—… ¿qué?— balbuceó atónito.

La abuela Smith sonrió enternecida. Por mucho tiempo creyó que moriría antes de ver al imperturbable nieto suyo enamorarse, pero la vida le sonreía. Big Mac presentaba los síntomas comunes del enamoramiento y por el brillo que alcanzó a vislumbrar en sus ojos, pudo notar que era real.

En verdad esperaba que le fuera bien.

—Estás enamorado, Big Mac —sentenció ella. —Cuando la vez te sientes nervioso, te sudan las manos y sientes mariposas del tamaño de zopilotes en tu estómago. Cuando habla, su voz te parece tan dulce podrías escucharla por el resto de tu vida y cuando ella te sonríe, crees que podrías morir ahí mismo, porque no hay nada mejor que eso.

Big Mac golpeó su frente contra la mesa pensando que estaba muy jodido.

Sentía todo eso y más aún.

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Tal vez sólo fuera el hecho de querer evitar esa respuesta, aunque en el fondo ya la conocía. Tal vez fuera solamente la reticencia a un cambio tan drástico en su vida, pues con esa cruda y cruel verdad, todo a su alrededor era completamente diferente.

Su tiempo había cambiado tan drásticamente en un golpe tan rápido y profundo que se sintió sobrepasado. Sus días, horas y minutos ya no le pertenecían en absoluto, la dueña era aquella hermosa chica de ojos violeta y cabello arcoíris que aparecía en su mente a cada momento, ya fuese despierto en una bella ilusión o en sus más profundos sueños donde la esperanza era tan real que la podía tocar.

Pero esa era la razón por la que odiaba sentirse así. Tan perdido y a la vez tan vacío, envuelto en una bruma de sentimientos que, hasta ese momento fueron desconocidos para él.

Sin embargo, a pesar de que sus sentimientos fueran increíblemente grandes y reales, hacerlos llegar era una tarea más que imposible. No porque no pudiera decírselo, sino simplemente por la simple razón de que no serían correspondidos.

Rainbow Dash jamás miraría a alguien como él, siendo que ella era tan especial, tan hermosa y dinámica, nunca podría fijarse en alguien tan monótono como él. Era imposible que lo viera como algo más que el hermano mayor de su amiga.

Así, conociendo la causa de su pesar, decidió hacer lo más razonable: la olvidaría. Ocultaría esa tracción en lo más profundo de su ser y viviría como si nada jamás hubiese pasado. La vería, la saludaría y hablaría con ella como siempre, como una conocida más.

Aunque con cada una de esas acciones se sintiera morir al saberla tan cerca y tan lejos de su alcance.

Pero era lo correcto y lo más inteligente; así se evitaría el hecho de estar pensando todo el tiempo en ella y de sufrir aquel cruel rechazo. Sabía que sería difícil, los libros y películas habían dejado en claro que olvidar llevaba su tiempo y costaba mucho trabajo, pero el tiempo hacia su trabajo.

Entonces, con esa idea en mente se dio a la tarea de olvidar. Cuando era la hora del entrenamiento del equipo de futbol, cambiaba su asiento para no ver hacia el exterior y cuando la veía a lo lejos, tomaba otra dirección con el fin de evitarla. Escuchar su nombre, pese a que le hacía querer sonreír, se obligaba a pensar en algo que le desagradara, como la aburrida clase de historia o los increíblemente fáciles, pero a la vez tediosos problemas de matemáticas.

Incluso hizo una lista de defectos en los que tuvo que estarse quebrando la cabeza más de una hora para siquiera completar una decena. Y cada vez que la veía o escuchaba, sacaba su lista y como un salvavidas se aferraba a ella, intentando encontrar algo que le desagradara lo suficiente para olvidarla por completo.

Pero no fue posible. Era imposible para él encontrar algo lo suficientemente malo para olvidarla o dejarla de querer. Tal vez su sentimiento fuera demasiado caprichoso para verlo, pero los defectos de Rainbow Dash, aunque bastos, eran pequeños ante él. Su orgullo y terquedad no hacían sino quererla un poco más, su impaciencia o su fácil capacidad para enfadarse no impedían que su sentimiento prevaleciera victorioso ante cada intento. Su impulsividad, su indiferencia ante algunas cosas, su irresponsabilidad ante otras, todo ello palidecía en comparación con cada una de sus virtudes.

Así descubrió que su sentimiento era más fuerte de lo que pensaba. Por fin había comprendido que la palabra "querer" no comprendía a todo su sentir y que, por más que quisiera, tendría que vivir con el secreto que su corazón pugnaba por dejar salir y su mente encerraba.

La amaba o creía hacerlo. Nunca se había sentido así, por eso no podía asegurarlo, pero si ese sentimiento por el que su corazón latía no era amor, entonces definitivamente no sabía que era.

Unos quedos toques en la puerta de su habitación lo sacaron de sus pensamientos. Miró el reloj en la mesa de noche y noto con algo de sorpresa que era cerca de medio día. Sin sentirlo, había pasado casi cinco horas inmerso en sus pensamientos.

—¿Big Mac? —preguntó la voz de su hermana al otro lado de la puerta. —¿Estas bien?

Applejack recargaba su mano sobre la puerta de madera. Había pedido permiso para salir de clases al saber que su hermano faltó a clases. Big Macintosh jamás faltaba a clases a menos que no pudiera caminar o estuviera a punto de morir. Cuando recibió la noticia por parte de su abuela acudió rauda y llena de preocupación.

—¿No estabas en clases? —pregunto Big Macintosh abriendo la puerta.

Ella lo miró curiosa, no parecía enfermo e incluso estaba vestido como si fuera a la escuela.

—Sí, pero la abuela me dijo que no fuiste a clases. Pensé que te sentías mal.

—No pasa nada —dijo el adentrándose en su habitación y cerrando la puerta frente a ella.

Big Mac se sentía mal, no sólo por su amor imposible, sino porque su familia también lo notaba triste, apagado, deprimido. No quería verlas así, pero no podía evitarlo. La mejor sonrisa falsa que podía hacer era detectada al segundo por su hermana y su abuela, quien lo conocía tanto, solo con ver su mirada notaba su tristeza. Y, desafortunadamente para él, aun no sabía cómo ocultar la mirada.

Applejack observó detenidamente la puerta de la habitación de su hermano sin moverse. Desde hace tiempo había notado lo anormalmente silencioso que Big Macintosh se encontrara. Nadie notaria tal cambio más que su familia y Big Mac había cambiado desde hace algunos meses. No conocía la razón y admitía que al principio lo adjudico a algo normal, después de todo, los adolescentes tendían a cambiar su forma de ser con facilidad; pudiera ser que Big Macintosh se volviera más cerrado aún.

Pero no solo se había vuelto más silencioso. Su forma de ser había cambiado a tal punto que se había llegado a preocupar. Ahora era más misterioso y esquivo, volteaba la mirada al hablar y ya no las regañaba ni a ella o a Apple Bloom por alguna irresponsabilidad.

Sin embargo, por muy preocupada que se encontrase, no conocía a su hermano mayor como quisiera. Big Macintosh era un misterio incluso para ella y eso la hacía sentirse culpable. Él la conocía más que nadie, la había cuidado y apostaba que ayudo a la abuela Smith a cambiarle los pañales. Big Mac la había criado en ausencia de sus padres, sacrifico su infancia para ayudar a la abuela y criarlas a ambas. Y ella le había pagado olvidándose de el para estar con sus amigas.

¿Qué tantos misterios y preocupaciones ocultaría su hermano? ¿Qué tan solo estaría?

—¿Big Mac? —llamó ella y en respuesta escucho un "Mmmhh" que sólo hizo aumentar su tristeza. Big Mac quería estar solo. —Sabes que puedes contarnos lo que sea, ¿verdad? La abuela y yo estamos aquí.

No escuchó respuesta, pero sabía que la había escuchado. Dio la vuelta con la cabeza gacha y una sensación de tristeza inundándole el pecho. Big Macintosh estuvo con ellas siempre que le necesitaron y ella, egoístamente lo había dejado solo.

—Hey, Applejack —dijo el chico pelinaranja abriendo la puerta.

Applejack volteó la mirada sorprendida al no esperar que la llamara.

El guardó silencio unos segundos para después soltar un suspiro. Applejack lo miró curiosa, ¿Por qué Big Mac se veía tan exasperado?

—…¿Crees que puedas ayudarme?

Big Macintosh la vio sonreír radiante, sabía que la había preocupado, a todas. Tal vez era momento de pedir un poco más de ayuda en este tema que desconocía tanto y que le estaba causando horribles dolores de cabeza.

Continuara

¿Y bien? ¿Que les pareció? Admito que esta historia es, en parte, para compensar un oneshot que lei con la esperanza de leer un RainbowMac y que al final no fue, por poco lloro.

Bueno, espero lo hallan disfrutado. Nos leeremos pronto, ¿vale? ¡Cuidence mucho!

Atte. Aspros