El sentimiento de culpabilidad por no subir nada en un día como hoy me venía machacando desde la semana pasada, incluso. Suelo escribir para fechas fijas, como lo es para Navidad/Fin de Año o San Valentín. El 4 de julio también es otra de esas fechas. De hecho, este fic formaría parte de un three-shot que tengo preparado para dicho día. Sin embargo, he escrito algo que podría ir adelantando los acontecimientos que tendrán lugar por entonces. ¿El por qué lo subo hoy? Bueno, en un principio sólo quería escribir algo para uno de mis babus (además de que nunca escribí algo para el 23 de abril y era hora de romper con esa racha). El resultado final... es este. Hice un prólogo a ese three-shot del que os vengo hablando. Tenía esa necesidad de unir esto a ese bendito fic, y futura continuación.
He de agradecerle la idea a mi sister, quien me iluminó en un momento desesperado ante la falta de ideas e imaginación. La idea terminé por modificarla, pero parto de una base ya dada por cierta personita a la que quiero mucho. ¡Gracias!
En fin. Espero que sea bien recibido el fic y me dejo de cháchara.
¡Dentro fic!
No quería que le felicitase.
Ese fue el primer pensamiento que se coló en su cabeza, mientras mantenía la mirada fija en la ciudad que se alzaba tras la ventana, la misma que permitía que los suaves rayos del sol, el cual rozaría pronto el horizonte, se colaran al interior de la vivienda, bañando los objetos con un tono cálido, de matices anaranjados y ocres.
Su cumpleaños, por lo general, solía ser olvidado por el resto de las naciones, y en parte, lo agradecía. No sabría corresponder a la gratitud de los demás, porque era consciente de que con decir un simple "thank you" no bastaba. Así pues, prefería pasar ese día en soledad, como muchos otros, enfrascado en la lectura de algún maravilloso libro que le transportara lejos de la realidad, que le ayudara a descubrir universos desconocidos.
Sin embargo, aquel año no habría novelas para leer. Éstas tendrían que esperar en la estantería, de donde ansiaban escapar o, de lo contrario, su despistado dueño se olvidaría de limpiar las capas de polvo que con el transcurso del tiempo, se iban almacenando en las tapas y en las hojas de los libros.
Aquel año no habría novelas para leer, porque un dichoso estadounidense insistió en hacerle una visita, y de este modo, desearle un feliz cumpleaños.
Inglaterra detestó el momento en el que lo hizo. Ese momento en el que le soltó esas dos palabras que tan poco anhelaba oír de sus labios. Recordó cómo una punzada torturó su estómago, el mismo que terminó por cerrarse, impidiéndole ingerir algo en toda la mañana.
-Arthur, te veo muy serio –comentó una voz a sus espaldas, con un deje de tristeza en su voz-. C'mon! Cheer up!
El susodicho, sintió un peso extra cayéndole por los hombros, lo que le hizo salir de su ensimismamiento de forma abrupta. Giró la cabeza hacia un lado, encontrándose con la contraria muy próxima a la suya propia, y un leve color carmín adornó sus mejillas.
-No suelo celebrar mi cumpleaños con nadie. ¿Por qué debería animarme si estás por aquí pululando como un moscardón insoportable?
-¡Eh! Yo no soy ningún tipo de bicho insoportable –farfulló, ofendido, pasando por su lado para situarse cara a cara con él-. No compares a un héroe con un bicho.
El rubio soltó una pequeña risa, como si tratara de burlarse del americano, y terminó por asentir con la cabeza.
-Está bien, como digas.
América ladeó algo la cabeza, preocupado. El británico le había dado la razón como a los locos, sí, pero ¿no había cedido muy rápido? Por alguna razón que se le escapaba a su entender, notaba a su compañero cansado, fatigado. Los motivos le eran desconocidos, y sentía una presión que se encargaba de oprimir su pecho al hallarse incapaz de salvar al mayor de aquello, fuera lo que fuera, que le estuviera torturando.
El estadounidense dejó escapar un suspiro. En un esfuerzo de olvidar lo anterior, esbozó una gran sonrisa y llevó una mano a la frente del europeo, donde hundió el dedo índice, dándole pequeños toquecitos.
-Eres un aburrido, Arthur. ¡Cómo no puedes celebrar tu cumpleaños! Creo que deberías aprender de mí –dijo, y su brazo quedó congelado en el sitio, porque el de ojos esmeraldas tomó su muñeca con la intención de hacerle parar, pues los golpecitos que se llevaba en la frente llegaban a dañarle-. Con fuegos artificiales y…
Jamás acabó la frase. Jamás terminó de gesticular las palabras que se quedaron a medio camino, porque unos ojos verdes le contemplaban con tanta intensidad, que el menor creyó que iba a ser devorado por esos orbes esmeralda.
-Oh, ya veo… –murmuró el más alto, adivinando la clase de sentimientos que invadieron el rostro de su pareja: aflicción, pesadumbre, desazón. Extendió el mismo brazo que pretendió parar el inglés, ofreciendo resistencia a la fuerza de éste último. Las yemas de sus dedos rozaron la pálida piel de él, y es que con esa sutil, casi imperceptible caricia, deseaba eliminar todo mal que podía haberle producido-. I'm sorry…
Y fue a través de una disculpa cómo América acortó la distancia entre ambos rostros. Su mirada se posó en los labios contrarios, los cuales le pedían a gritos que los besara, que los acariciase con los suyos propios. El rubio se percató de las intenciones del otro, y entrecerró los ojos hasta que éstos no fueron más que dos líneas de color verde. Le permitió que se aproximara, sin embargo.
Podía sentir la respiración agitada del estadounidense, al igual que el cálido aliento chocar contra sus labios, por mucho empeño que dedicara su pareja en contenerlo en sus pulmones. Escasos eran los milímetros que restaban para que dos bocas se encontraran y así saciar su hambre. Pero de pronto, el momento mágico se rompió en millones de pedazos.
Inglaterra inclinó un poco la cabeza hacia delante, impidiendo que ambos labios se unieran en lo que era un gesto de amor. América parpadeó en un par de ocasiones, y se tensó. El ambiente se mostraba enrarecido, y el silencio caía como plomo sobre los dos hombres, uno de ellos frustrado en su afán de identificar qué era lo que no marchaba bien, porque de lo contrario, su corazón no se sentiría tan oprimido por esa intensa preocupación.
El menor enfocó su atención en los ojos de su compañero, los cuales habían roto el contacto visual para centrarse en cierto regalo que reposaba sobre la mesa. Siguió la trayectoria de su mirada, hasta que dio a parar en las rosas que le ofreció como regalo. Unas rosas compradas del mismo día, manteniéndose aún frescas desde la mañana.
Olvidándose por unas centésimas de segundo del estadounidense y, acercándose a la mesa, el rubio extendió un brazo para acariciar los pétalos rojos de la flor. Pétalos rojos que simbolizaban el amor. O pétalos rojos que indicaban el color de la sangre. Todo según desde qué perspectiva se contemplara.
-Deberíamos meter las rosas en agua –dijo el de ojos azules, a lo que el inglés asintió con un pequeño gesto de cabeza.
Así pues, el americano tomó un jarrón y una vez llenado de agua, se dirigió de vuelta al salón, donde tuvo la oportunidad de observar cómo el europeo retiraba la cinta que mantenía unidos a los diferentes tallos de las flores, con suma delicadeza.
Ya a su lado, le ayudó a depositar las rosas en el jarrón, que haría de florero provisional, pues sabía que en cuanto pudiera, el británico las incorporaría en su jardín, cuidado con esmero y con mimo.
Entonces, una rosa se escapó de las manos de Inglaterra, y cayó de vuelta a la mesa, de donde se dispuso a recogerla por segunda vez. En el proceso, un cálido contacto intervino, y una corriente eléctrica recorrió su columna, desde los dedos de los pies, hasta los de las manos.
Bajó la mirada. No parpadeó, en cierto modo, se lo esperaba.
Halló la mano del menor sobre la suya propia, y los dedos ajenos buscaron entrelazarse con los de él. No le negó la posibilidad de hacerlo, en absoluto. Le dio campo libre, porque sabía lo que vendría a continuación.
El rubio se volvió hacia el más alto, quien se situó a una distancia casi inexistente entre ambos labios, como había realizado con anterioridad.
-Happy birthday, Arthur –susurró América, con parsimonia.
Su cálido aliento chocó contra la boca del susodicho. Éste último, terminó por suprimir el poco espacio que les separaban, no sin antes curvar sus comisuras en una sonrisa que escondía más de lo que desearía.
Fin del prólogo.
La continuación la publicaré, como ya dije anteriormente, el 4 de julio. Paciencia, que aunque no os lo creáis, esa fecha está a la vuelta de la esquina. Toda crítica constructiva es bien recibida.
¡Saludos!
