Tuve un sueño. Compartido, pero una parte, la más importante, era mía y de nadie más. Soñé con las cartas de tarot que mi tío usa en Navidad. Soñé que yo era la Muerte, con mi túnica roja y brillante, mis piernas cubiertas con un par de medias blancas, y mis manos sujetando firmemente la Hoz Negra. Mi cabello rebelde y oscuro llegaba hasta mis hombros, como una madeja de espinas rozando mi piel áspera, pegada a mis huesos. Mis lobos estaban muertos, con las tripas hacia fuera, regados por el Valle del Destino. En la Nieve del Olvido, los restos de mis demonios se perdían. Sin embargo, mi sonrisa era enorme. Y tan afilada como los colmillos de mis mascotas.
Fue en el mismo puente que nos separaba antes. En vez de hallarnos enfrentadas, me encontré con que caminaba yo a la mitad, triunfante y diáfana.
A medida que cruzaba, que me acercaba al otro lado, en la cabeza me nacían rosas y mi capa negra se volvía blanca. Yo tenía puesta una túnica de lienzo, doblada a la altura de mis pechos planos.
En cuanto a la otra...Recuerdo sus muñecas frías (tiesos capullos, apretados dentro de mis garras, hasta donde comenzaban sus brazos). Cosas flojas y rojizas. Su propia túnica era al principio inmaculadamente blanca. Cuando la arrastré , ya muerta, por la nieve, la tela se volvió más fina y suave, como mi propia seda. En sus propios cabellos, las rosas que antes eran carnosas, se secaron y murieron sobre su sien opaca. Su piel se oscureció de repente, como si el sol que eclipsaba le arrojara la noche encima. La mía se hizo blanca, como si una luna imaginaria se reflejara en ella.
Y mi cabello...Tuve que soltarla un momento, para apartarlo de mi rostro, porque era largo y suave, demasiado líquido, como agua. Noté mis dedos, que eran pálidos y carnosos. Los cerré en un puño y lo elevé al cielo, clamando mi victoria.
En esta región aún hace frío, en tanto allí, en donde está ella, se siente que despunta la primavera.
Él gritó y ella cayó inconsciente mientras yo arreglaba el lazo en mi cuello, apartando un mechón oscuro de mi rostro. Sonreí ante mis ojos del color de la aurora boreal y pinté con negro los bordes de mis párpados, para asemejar mi porte al de una reina egipcia.
Por cierto, ella no usa maquillaje. Nunca la he sentido frente al espejo, colocándoselo. Sé que peina su cabello con un cuidado enfermizo, todas las noches antes de dormir , mientras habla con él. Su estúpido hermano mayor.
También tengo hermanos. Algunos de ellos también son lentos. Hoy cenamos todos, en familia. Por eso llegué a sentarme a la mesa, con aire distraído y una canción en mi garganta, sonriendo y acariciando la servilleta naranja frente a mí. En el reflejo de mi anillo dorado, ví una baranda plateada, contra la cual golpeó su cabeza. Le dolía , pero se sumió en la oscuridad y sé que vió a mi familia, borrosa y difusa, como en un sueño pasado.
Supe que ella se dormía por completo, después de que su cabeza diera contra algo frío y duro, aflojando cada músculo y perdiéndose instantáneamente. Se alejó de su propio espacio y la sentí; una intrusa dentro de mí, observando todo lo que yo veía, haciendo de lejos , lo mismo que yo.
Los ojos de mi tío resplandecían en la oscuridad. Balbuceé algo sobre la alegría de la familia y él perdonó mis palabras , torpes y discordantes. Parecía saber...
Degusté mi cena, jugando a contestar preguntas, a ser el reflejo de Dorian Gray mientras la belleza de la otra se perdía. Mis dientes afilados rechinando.
Al final, me escabullí a mi alcoba de nuevo para estudiar. Cuando mi tío regresó a la suya, desde el taller, fui a visitarlo, a festejarlo y a no permitirle bostezar. Siempre está cansado cuando trabaja demasiado y debo hacerle una fiesta, levantar mis brazos y enredarme en sus hombros para que giremos juntos en un enorme torbellino de antifaces y papel maché de colores brillantes. Somos todo lo contrario a ella y él, que se miran de lejos y a penas, muy poco, suelen tomarse las manos como afirmando que se conocen.
