Nueva York en la medianoche, una lluvia monótona bañaba la ciudad.

El sonido de las agujas del reloj, las gotas de lluvia chocando contra el cristal y unos ojos felinos mirando en la oscuridad a su dueño.

El brujo más famoso de Brooklyn bebió un último trago de agua, no había querido salir de la cama pero la sed le había convencido de hacerlo.

Observó a Presidente Miau y sonrió. Dio media vuelta hacia el oscuro pasillo, para llegar a su habitación cuanto antes.

Levantó el edredón con cuidado de no despertar a su amante. Al ver su cabellera negra revuelta, deslizó sus largos dedos con suavidad retirando los mechones de su rostro, acariciando su pálida mejilla, bajando por su mandíbula llegando a la barbilla y presionó el labio inferior. Reprimió una sonrisa al ver las marcas moradas de su cuello, observó de reojo su clavícula derecha que se escondía bajo la sábana impidiendo ver su desnudo cuerpo, lleno de cicatrices, marcas de runas que dibujaban un camino hacia cualquier rincón y era feliz al saber que era el único que los había explorado todos y cada uno de ellos a conciencia.

Sus ojos dorados se cerraron al inclinarse juntando sus labios en un dulce beso.

A Magnus Bane le encantaba la noche, desde siempre le había gustado, pero cuando conoció a Alec Lightwood, la noche se hizo su mejor aliada. El único momento que podía observar al nefilim tranquilo y ajeno del mundo exterior, memorizaba cada gesto, cada lunar, cada cicatriz, cada imperfección de esa piel que era perfecta para él. Porque él sabía que en un futuro no volvería a verlo. Sintió su corazón encogerse y deseó que la noche no dejara pasar al día, quedarse para siempre en aquellos momentos que veía el lado oculto de su chico. Al fin se acostó rodeando sus brazos en la cintura del otro con el último beso de la noche depositado en el hombro del contrario.

Presidente Miau había estado observado a través de la puerta a su amo todo el tiempo, entró con cautela y se subió al alfeizar de la ventana y observó a través de ella. Las nubes negras no indicaban el fin de la lluvia y ocultaban a la luna.

Quizás ella se escondía porque estaba triste, como si supiera cuál era el futuro que les tenía deparado el destino. Quizás.