Draco se obligó a odiarla desde el principio. Para el era fácil odiar. Fue criado con odio, gritos, miedo. Los colores de Slytherin bien impregnados en el, mucho antes de cumplir 11 años. El odio a los muggles lo acompañó desde que aprendió el significado de la palabra.
Por eso, un sentimiento de confusión lo golpeó en cuanto supo que era sangre sucia. Que aquella niña que llamó su atención en el andén, con su gran mochila a la espalda, su cabello esponjado y ojos curiosos, era la clase de persona a la que aprendió a odiar.
Ni siquiera se atrevía a pronunciar su nombre, por miedo a sonrojarse o que se quebrara su voz.
Pero como si no fuera suficiente su estatus de sangre, también se hizo su enemiga de otra forma.
El sombrero la puso en Gryffindor.
Gryffindor y Slytherin. Al llegar a su sala común, su prefecta les había dicho que ambas casas tenían mas en común de lo que ellos pensaban.
Draco levantó una ceja y lanzó una mirada burlona a Goyle, al mismo tiempo que deseaba en sus adentros que así fuera.
No era un gran secreto entre los de su casa que su padre había sido mortífago. Después de todo, muchos Slytherins tenían padres cuyo amo era el señor tenebroso. Crecieron respetándolo, deseando tener una marca tenebrosa en el brazo, aprendiendo maldiciones en el verano.
Y a Draco le gustaba. Excepto cuando pensaba en ella.
Porque gracias a Voldemort y a su padre mortífago, había crecido odiando todo lo que ella era.
Draco aprendió a odiar a los muggles, a los sangre sucia, a los Gryffindors, y a Harry Potter.
La verdad es que el odio a Potter no tenía mucho que ver con las razones que le ofrecía su padre. No del todo.
Porque (jamás lo admitiría) Draco envidiaba a Harry. Le envidiaba todo el cariño que recibía, los halagos, hasta el odio. Pero sobretodo, le envidiaba a Hermione.
A veces Draco iba a la biblioteca. La observaba por el borde de su libro de revés, pero claro, ella nunca lo notaba. No despegaba la vista de su redacción, y Draco lo agradecía. Así la admiraba a su gusto. Sus escasas pecas, su ceño fruncido, sus labios en una línea tensa, sus ojos curiosos y su cabello (ya no tan esponjado, lo cual, para desgracia de Draco, la hacía verse mejor).
Y si Hermione no estaba en la biblioteca, Draco asomaba la cabeza por la ventana y la veía, con la misma expresión de concentración y las mismas manchas de tinta, haciendo su tarea bajo un haya, al lado de Potter y Weasley.
Luego Draco daba media vuelta y se marchaba a la sala común, a burlarse de aquélla estúpida sangre sucia, al lado de Crabbe y Goyle.
Draco los veía por los pasillos, riendo. Hermione se veía como una niña pequeña cuando reía.
Draco quería abrazarla, pediré que lo ayudara, decirle que no quería ser mortífago si eso significaba ser su enemigo, que solo quería ser normal, solo quería dirigirle la palabra sin insultos ni bofetadas.
Pero no podía.
Por eso Draco tragaba su nudo en la garganta, mientras pasaba al lado de los tres idiotas, y decía con voz fría un ''apártate, Granger'' y se alejaba con andares elegantes.
Porque así era y así debía de ser. El era un Slytherin, y los Slytherins eran así.
Elegantemente fríos.
¿Qué tal? Me reté a mi misma a hacer un fanfiction Dramione, y esto fue lo que salió. La ultima frase, ''elegantemente fríos'' lo saqué del fanfiction 'En las casas de Hogwarts' de Kali Cephirot. Muy buen fanfiction.
