Puf, me dió un ataque, de esos mios, depresivos y salió esto. Ya saben, nada es mío.
Dejen criticas. Les dejo algo de imaginación a ustedes, decidan quién habla.
Caen una tras otra. Golpeando el vidrio si ninguna frecuencia. Pero, paradójicamente, parecía una orquesta. Una sonata al llanto. La canción de lo triste.
La lluvia tintinea sobre la piedra, con un ritmo inigualable. Te dan ganas de bailar. De dormir. De soñar, sin más. Te hacen desear convertirte en una de ellas. Mas, también, desarmarte con ellas.
Parece que te siguen, como videntes de dolor. Parece que, de alguna extraña manera, quieren acompañarte.
Con un fondo gris, hoy llueve. Hoy llora. Por que hasta le cielo llora por ti.
Los ángeles cantan tu llegada. Los árboles añorarán tu risa. El sol te tendrá más cerca, pero ¿a qué precio?
A el de mis lágrimas esparcidas por el frío suelo de mi morada.
No quiero sollozar. Sé que no te hubiera gustado. Pero ya no estas aquí.
Con mi propia sinfonía de fondo, te recuerdo. Tu sonrisa, tus penas, tus muecas.
Todo de ti me ha marcado.
Mas ya no quedan más lágrimas por dar. No sé si quedarme aquí arrodillado en el frío suelo, esperando reencontrarme contigo, o salir y enfrentar la realidad. Al fin de cuentas, es lo mismo.
La tristeza recorre en el aire y tu pérdida en cada mirada.
Siempre fuiste el más valiente y el arriesgado de todos. El que siempre tenía una sonrisa para dar. Agradezco tu cercanía pero al igual te maldigo en silencio. Suavemente me destrozaste, te encanaste en todo mi ser, pero no te odio.
Te quiero, y eso no encierra nada más.
Por que eres una de las tantas cicatrices que hay en mi cuerpo, pero más profunda.
Por que eres uno de los pocos que me vio más allá de mi maldición, esa que cargo desde que tengo uso de razón, y, después de todo, me acompañó, asumiendo todos los riesgos que eso conlleva.
Me recuesto en el suelo, donde llevo arrodillado desde que entré.
Miro por la ventada. Ya está saliendo el sol.
Cierro mis ojos lentamente, esperando.
Toc, toc, toc. Pisadas.
Los abro.
Ya han llegado.
