Sinopsis
❝Si hay algo que estoy aprendiendo de esta cruenta guerra, es el valor que se necesita para persistir dentro del caos; porque debes aprender a plantar tus pies en el suelo, aferrarte fuerte por más que estos sangren y... esperar a que la tormenta pase.
Porque tal vez, después del disturbio, nuestras almas queden regadas sobre el fangoso suelo, desfallecidas, acompañando a nuestros sueños destrozados y a la muerte que camina en círculos alrededor de nosotros para darnos su estocada final, bajo aquel claro halo de luz blanca que quema tus pupilas y las enceguece.
Sabes bien que me gusta dar vueltas al asunto, y parafraseando sobre este caos, quiero darte mi despedida.
No quiero ser pesimista, mi amado James, pero bajo las circunstancias en la que nos ha tocado crecer y vernos a los ojos, con tal obviedad, que delataba nuestra alma que se quemaba bajo fervor de la sangre, palpitaciones aceleradas, para enamorarnos y desenamorarnos una y otra vez, concluí que: Sobre esta paradoja de destrucción mutua, no nacimos para estar juntos.
Pero, sin embargo aquí estoy, amándote, y aunque pasen mil años, no dejaré de hacerlo. Mi corazón siempre ha estado contigo, y tal vez por eso, nunca me verás volver.
Con estas últimas líneas, quiero que me permitas amarte en la otra vida, en la eternidad...
Por siempre tuya, Nina...❞
James arrugó el papel y lo arrojó lejos con tal enojo que lo obligó a ponerse de pié sobre su silla, mientras le daba un trago largo al whisky que nubló sus pensamientos por un momento.
Todo estaba bastante claro, su amada no volvería...
«Lamento no ser lo que esperabas, papá »
Prólogo
Aquella ventana que daba vista panorámica hacia la calle, era su lugar de espera y paciencia. Un candelabro de efímera ilusión que se encendía todos los días, buscando ese pedacito de intrínseca felicidad que se escurría por el pórtico, bajo las pisadas de despedida de aquel alto hombre, añejado por la pena y la pérdida.
Pero, ella lo esperó. Por mucho tiempo, entrenó a su eterna paciencia y mantuvo el candelabro encendido, hasta el encuentro con la sombra de aquel a quien, alguna vez, había llamado padre.
Coronel John Tyler O'Neil líder de la unidad 99 de infantería, del Campamento Simmons Army Airfield. Un hombre fuertemente marcado por el pasado, ya sea por la presencia de las sucesivas muertes durante la Gran Guerra, entre pérdidas de compañeros y amigos, junto a la adición de dicha agonía que incluía el fallecimiento de su esposa Nora Brigitte Thompson, quien se arrojó a los brazos de la muerte un 5 de noviembre de 1918, minutos después de dar a luz a la pequeña Marina Christale O'Neil, tras una hemorragia posparto.
John no pudo soportar la pérdida de Nora, ni siquiera la idea de criar a un bebé. Las primeras noches desesperaba al escuchar el llanto de la pequeña Marina y sin lograr calmarla, él lloraba a la par de ella, cansado, frustrado y vencido ante el intento de estar de pié para aguantar la inclemencia de la vida, que lo golpeaba con fuerza. No podía soportar la idea de su esposa muerta enterrada bajo tierra, y la crianza en soledad de una pequeña niña, consecuencia de la muerte de Nora.
Por ello, pidió a la hermana mayor de su difunta esposa, Jacqueline Thompson, que cuidara a la pequeña recién nacida.
. . .
Dos años después, Jacqueline con 46 años falleció de leucemia, por lo que John Tyler tuvo que quedarse a cargo, nuevamente, de la pequeña por alrededor de un año. Aunque, luego se trasladó de Fayetteville en Carolina del Norte hacia Brooklyn, para dejar a la pequeña al cuidado de sus abuelos, Thomas y Julie O'Neil, quienes intentaron convencerlo de que permaneciera junto a la niña, ignorando que su hijo jamás pudo aclimatarse al mundo de nuevo, luego de la guerra y la pérdida de su esposa.
El hombre sabía, indefectiblemente, que nunca podría criar a la pequeña, si aquel rozagante rostro siempre le recordaba a su fallecida esposa.
¿Cómo podría ser un soporte emocional para aquella niña, si nadie lo era para él? ¿Cómo luchar contra los demonios de su cabeza, con los numerosos recuerdos de la muerte arrebatándole todo, mientras se reían de él?
ー¿Qué clase de padre abandona a su hija? —lo reprendió su madre con enojo, cuando el hombre solamente la ignoraba dejando a la pequeña sobre un taburete de aquella confortable sala, quien no quería separarse de él, y por ende se aferró fuertemente a su cuello. Aquella furtiva separación provocó que la pequeña de cuatro años parpadeara con nerviosismo, respirando paulatinamente con dificultad, mientras los latidos de su corazoncito se disparaban, con el leve presentimiento de lo que seguía. Poco a poco sus ojos se inundaron de lágrimas, observando la figura imperante de su padre alejarse de la sala camino a la puerta, mientras su abuela lo perseguía con insistencia y angustia ante su decisión.
Exactamente, fue un 19 de diciembre de 1922, cuando con tan solo cuatro años la pequeña Marina experimentó el dolor de la primera de muchas despedidas. Una que recordaría durante los siguientes cinco años, los cuales dolerían en la eterna espera, añorando el regreso de su padre.
El futuro se le presentaría como memorias de una infancia fortuita en la longevidad de exclusión paternal, y la agonía contemplativa de sus abuelos que día a día la verían crecer detrás de un cristal, esperando y esperando. Aquellos años, pondrían en riesgo el estado anímico de la pequeña, desterrada del seno materno que la abandonó al nacer, y de un padre que no podía superar los traumas de un pasado frente a las líneas enemigas y los demonios que al parecer se le reían a la cara.
Aún recordaba el día en que sus abuelos intentaron calmarla, sintiendo como su corazón se contraía y su estómago se achicharraba al ver a su padre alejarse, decidido a abandonarla de nuevo para volver a la base de Simmons Army Airfield en Carolina del Norte. Nada le impidió que se pusiera de pié, sobre una silla frente a la ventana que daba a la calle 42 Cumberland, ya que le habían negado salir a despedir a su padre, órdenes dictaminadas por él mismo. Pero ella, sin embargo, malogró su intento de escape llorando frente al cristal por los siguientes veinte minutos, de los cuales cinco, su padre intentó no voltearse para no encontrarse con aquel juvenil rostro empapado en lágrimas, estrellando sus manos sobre el cristal con desesperación para al menos lograr que no se alejara por los siguientes cinco años.
El hombre luchó contra sí mismo para no desvariar en su decisión, porque, aunque no se notara, también era difícil para él.
Por muchas noches, se imaginaría a la pequeña niña golpeando con desesperación el cristal de la ventana, gritando su título con suma agonía. Aquel título que jamás pudo ejercer, aquel que concierne ser padre.
Un hombre tan fuerte como un roble y tan frío como el hielo, había aprendido a no detenerse, ni a mirar hacia atrás. Sin clemencia, ocultó su dolor aunque este lo envenenase por dentro. Siempre escaparía de su debilidad. Atributos que Marina llevaba en su ADN, atributos que la hicieron parecerse mucho a su progenitor.
Pero, aún así, durante los siguientes cinco años, sin la presencia de su padre, ella recibiría la educación doméstica necesaria por parte de sus abuelos. Aunque, el arribar a la adolescencia significaría el quiebre emocional de su línea recta dentro de aquella remota sociedad.
. . .
Creció en la humildad de un departamento en la calle 42, al noroeste de la ciudad de Brooklyn. La situación económica de la familia era estable, su abuelo era empleado de una fábrica metalúrgica y su abuela trabajaba como peluquera en un local, situado a pocas calles de su residencia, llamado: Lola's Beauty Salon. Ambos le brindaron a Nina (apodo otorgado por su abuelo Thomas) cariño, afecto y siempre estuvieron ahí para cubrir sus necesidades. El abuelo Thomas era el que más trabajaba, a veces le tocaban turnos rotativos de 12 a 24 horas (y a veces menos), por lo que su presencia en la mesa familiar eran los sábados al mediodía y todos los domingos, los cuales aprovechaba para sacar a pasear a Nina, ya sea a una caminata por el Oxport Park, o llevarla a tomar un helado. La mayor parte del tiempo solía hacerle pequeños regalos. Su abuela, por otro lado, en las semanas solía llevarla a la peluquería para no dejarla sola en el departamento, por lo que Nina solía pasar horas y horas observando a mujeres bellas que entraban y salían del local.
El ver a tantas féminas con un millar de perfumes diferentes y vestidos coloridos u opacos, largos o hasta las rodillas, con abrigos caros y joyas aún más caras, mientras entraban y salían del local, por alrededor de cuatro años, quienes se marchaban satisfechas con sus extravagantes cortes bob, ondas al agua, o con solamente un retoque en el flequillo, le hizo pensar cómo había sido, fisicamente, su fallecida madre, ya que no tenía ninguna foto de ella, y después de sus siete años (gracias a la sinceridad de sus abuelos), ella supo muy bien cómo había sido la historia de su madre, por lo tanto, uno consideraría meramente normal el hecho de que la pequeña a veces se preguntara cómo hubiese sido tener una progenitora o el sólo hecho de poder visualizarla en algún retrato.
Con el tiempo, no tardaría en virar su rostro hacia su abuela como "madre", quien había sido un buen sostén en su juvenil vida.
Pero, cuando se trataba de su padre, todo era diferente...
Cada día, durante cinco años, intentó mantenerlo intacto en su mente, dibujarlo, y mantener su imagen viva, transfigurando su atuendo de soldado de alto rango, con placas sobre su pecho, con aquel hedor a cítricos mezclado con el humo de sus cigarrillos, barba recortada, pequeñas arrugas que se asomaban en el contorneado de sus ojos, semblante rígido, manos toscas y ásperas, como su forajido corazón.
Aún lo esperaba, en su infancia burbujeante de esperanzas.
.
.
.
Pero, la llegada de una persona en su vida, la mantendría lejos de las interrogantes sobre el distanciamiento paterno.
Un remoto día en la peluquería, cerca del 5 de abril de 1925, en sus resplandecientes 7 años de edad, Nina se encontraría trenzando el cabello de tela de su muñeca de trapo, la cual tendría dos días desde que su abuelo se decida en regalársela, mientras que una mujer de grata sonrisa llamada Sarah Rogers ingresaría al local, de la mano de un pequeño niño de la misma edad que Nina. Pero, aquel no sería cualquier niño, sino que se trataría de uno que en un futuro se convertiría, no sólo en el icono de toda una nación y en el nuevo "Sueño Americano", sino también en su mejor amigo. Steven Grant Rogers.
NA:
¡Hola a todas las lectoras que se adentraron a esta historia!
Heme aquí con el prólogo de "Remember: Origins", la cual estará ambientada en los años 20's, 30's y 40's.
Los sucesos de este fanfic se hilarán a la película "Capitán América: El primer Vengador", pero antes de presentar los sucesos en las fechas escatimadas de los episodios de la Segunda Guerra Mundial en UCM, voy a hacer un recorrido por la vida de Marina, Steve y Bucky.
Este prólogo permite meternos ya directamente en la vida de Marina, ya que mi interés es que conozcan a fondo a esta OC.
Ella es originaria de Fayetteville, Carolina del Norte, ya que si bien su padre es oriundo de Brooklyn, decidió mudarse a ese condado para vivir cerca de su esposa Nora, ya que ella tenía a su familia asentada allí y por eso él pidió traslado a la infantería 99 y en esa base fue ascendido a Coronel.
Los años 20's no serán un problema para la infancia de Nina, pero los sucesos que incluyen la Gran Depresión en EEUU en los años 30's, van a erradicar mucho en la economía de su familia y en su estado emocional adolescente. Mi idea es que puedan verla crecer y crezcan junto a ella.
Sé que en este prólogo no aparece Bucky, pero tal vez lo haga en el primer o en el segundo capítulo.
Considero que la infancia de Nina, no es tan trágica como parece (creo que en ese tiempo hubieron casos más graves), ella nunca ha podido conocer a su madre, ni siquiera por foto, por lo tanto, a la larga no llegará a sentir un apego emocional muy fuerte por la memoria de Nora, ya que por el momento se encuentra muy feliz conviviendo con sus abuelos, pero todo irá cambiando cuando vaya pasando por la adolescencia y las inquietudes que su etapa le provoque por el hecho de carecer de una madre, aunque bien tendrá a su abuela para apoyarla. Esto no sucede de la misma forma con su padre, porque ella si bien no tiene la contención de este rígido hombre aplastado por la agonía de las muertes y la guerra, Nina siempre esperará que él vuelva, o que se interese por su bienestar en el futuro. Tal vez, esto último no se note tanto en el inicio cuando aparezca Steve y la distraiga un poco, ya sea por pasar mucho tiempo juntos como amigos, pero a medida que ella crezca, algo dentro de sí le va a hacer virar su mirada hacia John y en todo lo que le ha tocado pasar en su ausencia como padre.
Por el momento, en su infancia su sostén serán sus abuelos.
Espero que Nina les agrade como OC :)
¡Espero que les haya gustado este inicio! Espero leer algunos reviews, gracias por la lectura.
¡Un abrazote de Hulk!
PD/ Las pequeñas frases que van a encontrar en el inicio de cada capítulo (es decir, las pequeñas frases como la que está arriba del título "prólogo"), son retazos de cartas que Nina manda a sus diferentes seres queridos durante su periodo de vida en la Segunda Guerra Mundial.
